miércoles, 25 de diciembre de 2024

El mundo pregunta, Amilcaradas responde (3)



Como este miércoles cae ni más ni menos que en 25 de diciembre, es momento de reactivar el sistema que inventamos hace un año para no trabajar.

Pero antes,  un saludo atrasado de Navidad a quienes dedican un rato semanal a este traficante de sonrisas. Es mi deseo que alguno de los textos que hemos cometido sirvan para aportar cuando menos una gota de alegría en medio de ese mar de problemas que implica eso que llaman vivir.

Luego de este intermedio pseudo poético-filosófico, retomo las sabias palabras escritas en diciembre del 2023 por el autor de las Amilcaradas. “Su experiencia previa en periodismo le enseñó el truco, un refrito de lo hecho en el año bajo el pomposo nombre de balance”.

De manera que aquí vamos. 

1. ¿Qué es lo peor que le puede pasar a quienes alcanzan la cima?

2. ¿Qué es más complicado que lidiar con un perro bravo?

3. ¿Qué le pasa a los niños angelicales cuando crecen?

4. ¿Es complicado anunciarle a una mujer que está embarazada?

5. ¿Por qué no podemos alejarnos de ese pariente que a veces nos exaspera hasta el desespero?

  • Porque nunca sabemos cuando aquellas manías exasperantes que tiene pueden salvar la patria. 

6. ¿Qué tan importantes son el conocimiento, la formación y los títulos profesionales a la hora de enfrentar problemas domésticos? 

  • Pueden servir para algo, pero nunca serán más importantes que un poco de sentido común.

7. ¿Esas personas que hacen cruces suicidas en congestionadas avenidas, ignorando los puentes peatonales, corren algún riesgo? 

8. ¿Cuál es la función más importante del aparato portátil que revolucionó las comunicaciones?

9. ¿Qué actividad pedagógica de tiempos pasados involucraba usos alternativos de implementos de aseo ?

10. ¿Además de leer las preguntas y respuestas, qué más puedo hacer con este texto?

  • Hacer clic en los textos que están en negrita y cursiva y hasta comentar, lo que hará feliz al personal encargado de las Amilcaradas.

(Continuará)


miércoles, 18 de diciembre de 2024

Turnotraficante

Cuando una empresa rebasa en sus necesidades de funcionamiento la semana laboral o los horarios que puede llenar a punta de horas extra o de confianza y manejo, entra al mundo de los turnos. Aplica también si hay dos personas o más rotándose el mismo servicio en el mismo lugar. Y donde hay turnos, hay mercado. Entiéndese este último como transacciones que realiza el personal de días, tiempos y horarios. Sin tanta carreta, la gente intercambia turnos.

Se permutan días completos, por ejemplo domingos o festivos. Se canjean horarios completos o parciales en fechas específicas. Así, cuando se supone que llega Juan, aparece José y viceversa. En vez de Patricia a primera hora de la mañana, entra María, y en el turno de la tarde ocurre lo mismo, cambiando nombres. Mientras el asunto no tenga incidencia salarial y se garantice el trabajo, los administradores solo piden estar enterados. Incluso en algunos casos se hacen de lado mediante un  “arreglen entre ustedes”.

Pero nunca falta el creativo. A él le dedicamos esta amilcarada. Ese sujeto convoca a su colega con aire conspirativo, le explica que necesita un día X y le pide el favor de que lo cubra. Pero en vez de cambiar un día por otro, plantea alternativas basadas en complejas fórmulas espacio temporales y, hay que decirlo, una que otra viveza en perjuicio de la contraparte. Intentaremos explicarlas de la forma más clara posible. Recordemos: Sujeto es el que necesita el cambio y Colega es quien recibe la propuesta.

1. Sujeto y Colega trabajan en una empresa con dos turnos diarios de lunes a sábado, uno en la mañana y otro en la tarde. También funciona en un único turno domingos y festivos. Sujeto propone que Colega lo reemplace en el turno de un domingo. La devolución del favor queda pendiente para: un posible día festivo que le permita a Colega tomarse un puente cual Bolívar en Boyacá, o un día cualquiera entre semana que Colega requiera, siempre y cuando la empresa no ponga problema en que Sujeto doble turno por un día.

2. Sujeto y Colega trabajan en una empresa con los mismo horarios de la anterior. Lo que Sujeto propone es que Colega lo reemplace en el turno de un domingo (o en cualquier día normal). En contraprestación, Sujeto llegará más temprano o se irá más tarde durante varios días para que Colega trabaje menos tiempo, siempre y cuando la empresa no ponga problema en que Colega doble turno por un día.

3. Sujeto y Colega trabajan en el turno de la tarde. Sujeto necesita salir más temprano por un tiempo y le propone al administrador modificar temporalmente su horario para ingresar antes y así compensar el tiempo. ¿Cómo entra Colega en esta ecuación? Es el tipo del “Por si"… “Y jefe, Por si hay algún problema, ahí está Colega que sabe como funciona todo”.

4. Sujeto y Colega hacen turnos de enfermería de 12 horas. Colega es joven y con escasa vida social. Sujeto tiene sus años, mucha familia y mucha actividad extralaboral. Constantemente negocia con Colega para que este extienda sus turnos 24, 36, 48 horas o más. Depende de la resistencia de Colega y de la tolerancia del jefe, del paciente, de los parientes del paciente o de la institución. La compensación en este caso puede ser directamente económica, o en tiempos distribuidos de acuerdo con los casos anteriores.

5. Sujeto tiene una emergencia y acude a Colega para que le cubra la espalda. Este acepta de inmediato y queda pendiente para después definir los términos de la compensación.

6. Colega tiene una emergencia y acude a Sujeto para que le cubra la espalda. Este declara su voluntad de colaborar pero enseguida enumera detalladamente las múltiples razones por las cuales lo haría con mucho gusto, pero precisamente para ese día y ese caso en particular no se puede porque… eso es muy complicado.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Ella me está mirando

F.A. es maduro tirando a viejo, su cara es más bien normalita tirando a maluca, su físico no tiene nada que ver con gimnasios o ejercicios y su ropa es bastante común tirando a corriente y descachalandrada. 

Aún así, ella siempre lo mira.  F. A. no sabe su nombre. O mejor, sus nombres, como explicaré más adelante. Ella es joven. Milenial. centenial, generación Z o cualquiera de esos apelativos creados para vender productos y sensaciones “exclusivas” a millones de consumidores que coinciden en un rango de edad.

F. A. tiene un nombre que corresponde a sus iniciales. También es Fotógrafo Aficionado. Dos razones para ser F. A. Suele cargar una cámara (no la del celular)  para captar imágenes de situaciones, lugares, eventos, y, sobre todo, de gente en su vida diaria. No busca publicar, generar ingresos o seguidores. 

Lo hace porque le gusta. No pone individuos o grupos a posar. Simplemente, cuando ve algo que le llama la atención enfoca (bueno, la cámara enfoca por él) y dispara. Así ha ido reuniendo una amplia colección de imágenes que muestran seres humanos en diferentes escenarios, ejerciendo eso que llaman vivir.

Vivir no siempre es cuestión de individuos sino de comunidades. Muchas veces las fotos de F.A. son de grupos. Grupos que caminan, grupos que desfilan, grupos que interactúan en algún espacio público, grupos que trabajan, grupos que participan de alguna dinámica —como no— de grupo, grupos que bailan, grupos que cantan, grupos que descansan… Grupos, que, en resumen, están ocupados haciendo algo que amerita fotos. Y, lo más importante, que no asumirán esas poses prefabricadas y artificiales de las selfis.

Pero ella sí.

Ella está en las imágenes de la presentación del conjunto de baile, de los ocupantes del tren en movimiento, de la procesión de Semana Santa, del evento conmemorativo, del desfile de bandas de guerra de la fiesta patria, del público expectante antes del concierto, del público exaltado durante el concierto, de la  multitud anónima caminando por el centro.

Es completamente reconocible, pero solo se hace evidente al ver las fotos en un formato grande. Antes, había que esperar el revelado e impresión. Ahora es cuestión de computador, televisor o tableta. Allí está. En medio de la multitud o del grupo selecto, justo cuando F.A. aprieta el obturador, ella lo mira.

Es una mirada directa. Sus ojos están fijos en F.A. La evidencia gráfica no deja lugar a dudas. No importa si F.A. acciona su cámara cerca o a 50, 100, 200 metros, con uno de esos lentes que le hacen trampa a la distancia. No importa si el grupo es grande, mediano o pequeño. No importa si están de pie, en movimiento, quietos o haciendo alguna acrobacia.

Si tomó una sola imagen, en esa imagen ella lo mira, En cambio, si tomó varias imágenes, en distintos, momentos, lugares o planos… ella también lo mira. Además, independientemente de las circunstancias, ella siempre se ve bien. Es decir que si se trata de alguna actividad física donde el resto del personal evidencia el esfuerzo, ella tendrá rostro sereno, relajado y sin una gota de sudor. Si es un escenario donde todos los demás ponen cara de palo, ella esbozará una enigmática sonrisa. Y si es el momento de suprema emoción de los asistentes al concierto, donde todos saltan y gesticulan con sus ojos fijos en el artista, ella desviará la mirada hacia el fotógrafo y pondrá cara de modelo durante menos de un segundo.

¿Efecto selfi? ¿Instinto? ¿Magnetismo? F.A. no tiene explicación. Pero ella nunca falta. Y lo está mirando.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Sueños de Gordito


Nota de la Redacción. Retomo un texto escrito en 1996. Tiempos donde los celulares solo servían para hablar por teléfono (o de repente ni siquiera existían, no me acuerdo), las cámaras fotográficas eran artefactos completamente autónomos, manipular una foto era posible, pero muy complicado y Maradona era ya una leyenda del fútbol, aunque algunos de sus logros con el balón estuvieron acompañados de un ligero sobrepeso. 

El Gordito es divertido, y hasta simpático. Pero eso no le quita lo Gordito. Por eso siempre hay un límite entre él y los triunfadores. Él se puede vestir igual, hablar igual, actuar igual. No importa. Su karma es ser el Gordito. El casi, pero no. Y eso, a él le duele.

Él tiene nombre aunque eso solo le interese a la Registraduría y a la Administración de Impuestos. Ni siquiera a su esposa, quien prácticamente solo lo llamó Eduardo el día en que se conocieron. De resto, su comunicación siempre giró alrededor de la palabra Gordito con múltiples variaciones. (Gordis, mi Gordo, Dogor, Gordon).

Al Gordito lo invitan a las fiestas, pero si no va, nadie se entera. Al Gordito las chicas siempre le han dicho que no cuando están cansadas, cuando no quieren bailar, o cuando aspiran a algo mejor. Y no sienten remordimiento. Al Gordito le dan la palabra en las reuniones de trabajo, pero aunque todos le oyen, pocos, o ninguno, lo escuchan. Y eso,  a él le duele.

En casa, la Chiqui saluda de beso a su papá. y se ríe cuando le hace cosquillas. Pero si tiene problemas con las tareas, le pregunta a mamá. Y si tiene problemas con la vida, le pregunta a las amigas.

El Gordito vive así su vida. Pero todas las noches, cuando su esposa y la Chiqui ya se durmieron, abre su álbum personal y mira esa foto que simboliza lo más importante que ha hecho en toda su vida.

Fue alguna vez que la Selección Argentina vino a Colombia, y él trabajaba como botones en el hotel donde esta se alojó. También fue una absoluta coincidencia, que justo a él le haya tocado llevarle las maletas a Maradona y que llegando a la habitación se hayan encontrado con un fotógrafo, colado al décimo piso, pese a las estrictas medidas de seguridad.

Pero el tipo alcanzó a disparar su cámara varias veces antes de que lo sacaran a patadas, y en una de esas quedaron, en la misma placa, el Gordito y Maradona.

Cuando él averiguó quien era el fotógrafo fue a pedirle una copia. Viéndola se imaginó, como lo hacía todas las noches, el siguiente cuadro.

Hay un montón de periodistas y gente importante observando las fotos. Están decidiendo que harán con ellas.  Las miran detalladamente preguntando con insistencia.

—¿Y que hacemos para quitar al gordito?

— ¿Pero quién es el gordito?

— Buena foto compañero, lástima el gordito.

Una especie de jefe, que aún no ha visto las fotos, no se aguanta la curiosidad y  pregunta.

— ¿De cuál gordito están hablando?

Todos se quedan en silencio y él fotógrafo responde.

— De ese que está al lado de Eduardo.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Dilemas paternales del Siglo XXI


Ni Papá, ni Mamá, ni abuelos, ni tíos, ni ningún adulto en la familia estaban preparados para esto

Vamos por partes. Como la vida invirtió los roles tradicionales en la pareja, la mayor carga en labores de hogar le tocó a Papá, mientras que el aporte económico principal le correspondió a Mamá. Por eso el tipo se involucró más en las actividades extracurriculares de sus tres hijas. Desde muy niña Claudia, la menor, demostró habilidad para la danza, destreza que se canalizó a través de una academia especializada en bailes tradicionales. Ya con la adolescencia pidiendo pista, la pequeña se había convertido en una  intérprete destacada como parte de los espectáculos que montaba la escuela.

Ese año, en particular, decidieron jugársela con el reto mayor. No solo adaptaron esa obra musical de profesionales, sino que le agregaron nuevos números. Contrataron uno de los teatros más importantes de la ciudad. Mediante promoción por medios tradicionales y novedosos, lograron que la boletería trascendiera el tradicional consumo familiar para extenderse, con localidades agotadas, al público en general.

Entre las funciones de Papá estaba llevar y traer a Claudia a la academia. La espera a la hora del regreso incluía tiempos muertos que el hombre ocupaba viendo goles de su equipo favorito (equipos, dice la tarjeta) en una tablet especialmente adquirida para ese fin. El asunto es que cuando la niña subía al carro y emprendían el camino a casa, cogía la tablet y miraba los mismos videos que su padre.

Un día, ella hizo alguna pregunta relativa al equipo, o al partido, o a ambos. Si algo extrañaba papá de su vida de soltero eran las largas conversaciones con los amigos sobre temas futboleros, tópico al que eran totalmente indiferentes su esposa y sus otras dos hijas. Así que respondió como hincha apasionado. El tema conquistó a Claudia, y el trayecto se convirtió en tertulia de balompié padre-hija. La situación pronto se extendió a otros escenarios, como ver juntos los partidos en televisión y hasta idas ocasionales al estadio.

Así pasaron unos cuantos años y llegamos al momento actual, cuando Claudia está en vísperas de debutar en las grandes ligas del espectáculo musical. Un día cualquiera le pide a sus padres un regalo muy especial. 

La niña quiere guayos.

Allí es cuando Papá y Mamá entienden algunos indicadores, como la creciente suciedad de tierra y pasto en los tenis, el uniforme de educación física y el de diario, junto con el incremento en los raspones de piernas y rodillas durante las actividades escolares. Su hija no solo se destaca como bailarina y es hincha del fútbol, sino que practica este deporte y quiere formar parte del equipo de su colegio.

Mamá en principio no le ve problema pero Papá sabe que las patadas no siempre son para el balón, sino que ocasionalmente son para la jugadora (con intención o sin ella). Eso sin contar otros riesgos como luxaciones, caídas, torceduras y demás complicaciones médico atléticas involucradas en correr tras la pelota en un campo de cesped y tierra. Le preocupa que la incipiente carrera futbolística de su hija se estrelle con o incluso frustre su ya avanzada y destacada trayectoria de bailarina. Y la verdad, no sabe qué hacer.

Mamá tampoco, abuelas tampoco, abuelos tampoco, tíos tampoco, amigos tampoco. La sabiduría acumulada solamente suma ignorancia ante un dilema del siglo XXI que involucra una pregunta sencillamente inexistente en la experiencia vital de ese personal.

¿La niña puede ser bailarina y futbolista al mismo tiempo?

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La tradicional decoración de fin de año

En tiempos pretéritos, trabajar para una empresa implicaba ingresar a la nómina un día y salir de ella otro día (muchos años después) cuando —medio a las malas— te jubilaban. De esas épocas pasadas sobreviven costumbres que trascienden lo estrictamente laboral, como la decoración de fin de año. Eso era una fiesta donde todos participaban con entusiasmo. Pero los contratos pasaron de indefinidos a término fijo, los empleados se volvieron contratistas, los milenials cambiaron estabilidad por felicidad personal y el trabajo a distancia complicó conjugar el verbo decorar en las instalaciones físicas, por citar solo algunos cambios..

Llegó la hora de evolucionar... y no pasó nada. Le tocó a los jefes de área asumir el reto anual no remunerado de “motivar” a los subalternos para el operativo estético. Ante la evidente apatía desarrollaron estrategias sutiles y de las otras. Dar a entender, sin decirlo jamás, que había una relación causa—efecto entre entusiasmo navideño y variables como renovación de contrato, ascensos, anticipo de la prima o carga de trabajo. Todo enmascarado en un tono festivo acorde con la época. Otros no se complicaron la vida e incluyeron la actividad en los indicadores de gestión. No suena mucho a líder empático, pero funciona. 

Por supuesto, nunca faltó el optimista que apeló al espíritu de las fechas que se avecinan. En todos los casos, pero sobre todo en el último, el éxito depende de dos personajes.  El creativo y el cansón. El primero tiene las ideas, la habilidad y la dedicación para convertir, él solo, la más insípida oficina en una reproducción fiel del portal de Belén con ovejas de papel maché, mula y buey de icopor, cuadro en cartulina de la sagrada familia y techo de balso. De hecho es la persona con más traslados dentro de la organización, pues seis meses antes de la Navidad todos los jefes de área se lo pelean.

Pero eso vale plata y hay que recoger la cuota “voluntaria” entre el personal. Ahí aparece el cansón. No es muy popular, pero lo entienden. Entre otras cosas porque, hablando de “voluntarios”, muchas veces su condición de tesorero temporal no es por vocación, sino por imposición del jefe. El personaje debe solicitar, pedir, perseguir, implorar, acosar, apremiar, rogar e importunar hasta que, como quien exprime la última gota de un limón, recoge el aporte en efectivo de sus compañeros de área.

Claro, existen especímenes que no solo se ofrecen para el rol, sino que lo disfrutan. Esos son especialmente útiles en aquellas dependencias sin creativo o nada que se le parezca. Ahí donde el dinero de la cuota terminará financiando alguna decoración genérica como “tecnología navideña”” (cuatro bolas adheridas con cinta pegante a ambos lados del computador); el “tradicional árbol” (una vieja y enclenque estructura decorada con lo viejo que todavía sirve y algo nuevo para justificar la cuota); el “camino de San Nicolás” (paredes empapeladas de afiches venteados del gordo de vestido rojo ); o metros y metros de guirnaldas, serpenteando por cubículos, paredes, techo, marcos de las puertas y demás espacios, sin orden ni lógica pero con una muy discutible estética, sujetadas mediante cosedora, cinta pegante, tachuelas y puntillas.

La historia a veces incluye novenas (otra cuota); familias (por lo menos un día y cuota adicional); mascotas (para ser inclusivos con la modernidad); disfraces (agregue cuota y resignación al ridículo en proporción directa a la necesidad de supervivencia laboral) u otras arandelas (léase, más cuotas). También puede ser un concurso por… el tercer lugar. El primero y el segundo se lo rotan entre Mantenimiento y Presidencia. El área con M porque su personal es el mejor calificado para aquello de construir infraestructuras y el área con P porque solo ellos tienen la plata para contratar externos dotados de similares destrezas y recursos.

Sin hablar de que el jurado, normalmente, es seleccionado e incluso pagado por Presidencia.

Eso también es una tradición.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Espera


Nota de la redacción. Hace más de 40 años se escribió este texto. No sabemos qué es peor. Si la conchudez del autor al retomarlo para nuevas generaciones  (literalmente) o su —más allá de algunos detalles menores, ver notas al final— inquietante vigencia. Con respecto a la versión original, solo hubo algunos ajustes de ortografía y puntuación.

Heme aquí. De nuevo. Esperando. 

Los minutos pasan muy lentamente y el tedio se apodera de todo mi ser. ¿Qué es el ser humano? Un ser que nace, crece, se reproduce, muere y espera. Porque para todo hay que esperar.

No sé cuantas veces he mirado el reloj, pero me parece que desde su interior esas manecillas (1) se burlan de mí.  Ya no son dos manecillas sino dos antorchas sin luz que danzan amenazadoramente ante mis ojos.  Las horas ya no son horas, sino un público impasible que observa la danza de las manecillas.  

Sí, se están burlando de mí.

Yo no soy el único. A mi lado una mujer regordeta (2). Siempre hay mujeres regordetas. Me pregunta la hora a cada momento. La odio, ¿saben? Pero le digo la hora. Al fin y al cabo ella también está pagando la misma condena que yo.  La condena de la espera.

Veo que el tiempo (infalible aliado de la espera) ha continuado su marcha. Poco a poco el momento se acerca y es mi corazón el que empieza a sentir miedo. Miedo. Miedo a ese instante que sucederá a la espera.  Espera ...siempre esa maldita palabra. Mi vecina regordeta ya se ha ido y en su lugar hay un niño idiota (3) que me mira con ojos de sapo (3). Él también tiene miedo. Todos tenemos miedo.  

Nuestro corazón late aceleradamente mientras maldecimos nuestra propia cobardía, pero por más que lo intentemos, no podemos huir de ella.  El hombre es un ser de paradojas. Odia la espera, mas cuando esta va a terminar, desearía que se prolongara. Sí, somos unos seres paradójicos.

La hora ha llegado. Hace mucho tiempo que el niño de los ojos de sapo se retiró de mi lado. Una sonriente figura (4) vestida de blanco me invita a seguir. Sudor frío brota de todo mi cuerpo mientras tomo asiento. Una voz varonil (5) me invita a recostarme mientras la luz se enciende ante mis ojos. 

Un nudo en la garganta me impide hablar. —No, debo ser fuerte— me digo, y haciendo un esfuerzo supremo hablo: —Proceda doctor.

El ruido de una fresa se encarga de apagar todos los demás sonidos. El dentista hace su trabajo.

Notas
  1. Aunque en esos tiempos ya había relojes digitales, predominaban los de manecillas. Adicionalmente, sonaba más poético.
  2. Eran los años 80 del siglo pasado. Así que nunca tuve la intención de ofender sensibilidades actuales por aquello de los estereotipos de género y condición.
  3. Traducción a términos modernos: niño con particularidades en el entendimiento y la mirada. 
  4. Normalmente la encargada de invitar a seguir era una persona, no un altavoz incorporado al teléfono, una pantalla o un grito de origen desconocido.
  5. Claro que había odontólogas. Muchas, de hecho. Pero en esos tiempos si hubiéramos escrito “dentiste” o algo así nadie hubiera entendido.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Malas ideas con énfasis en perros, ciclas y otras ruedas

 


A quien escribe el texto que viene a continuación, le parece mala idea:

— Pasear en bicicleta con perro. El perro caminando o trotando, el paseador pedaleando. Una correa al perro sujetando.

— Trabajar en bicicleta como paseador de perros. Los perros caminando o trotando, el paseador pedaleando. Muchas correas a los perros sujetando.

— Utilizar la ciclorruta para pasear perros en bicicleta. El o los perros caminando o trotando, invadiendo el otro carril y definitivamente estorbando. El paseador pedaleando. Correa (s) a los perros sujetando. 

Pagarle a un paseador para que pasee a los perros en bicicleta. Los perros caminando o trotando. El paseador pedaleando. Muchas correas a los perros sujetando. Todos corriendo el riesgo de que a cualquiera de los animales le dé por contradecir a la manada y parar o moverse hacia un lado diferente .  

— Pagarle a un paseador en bicicleta que trabaja en condiciones que pueden terminar mal como: paseador y bicicleta en el piso, paseador y bicicleta cayendo encima de los perros,  paseador en el piso y perros sueltos corriendo sin destino, paseador en el piso y perros corriendo hacia una vía donde hay carros en movimiento que no esperan la aparición inesperada de perros huyendo tras la caída de un paseador en bicicleta.

También considera que es una mala idea:

— Sacar a caminar perros sin dejarlos caminar*.

— Sacar a caminar perros sin dejarlos caminar y transportándolos en coches diseñados para transportar niños o bebés. O en coches diseñados para transportar perros de esos que deberían estar caminando porque para eso es que se saca a caminar a los perros, que no caminan si van en carritos para perros. 

— Sacar a caminar los perros en grupos familiares donde camina la abuela, camina la mama, caminan los niños, camina el papá, camina el abuelo pero no camina el perro porque la abuela, el abuela, la mama, el papa, o los niños caminan y empujan un coche donde va el perro que sacaron a caminar.

— Pasear con el perro en bicicleta arrastrando un carrito donde el perro rueda haciendo cero ejercicio de ese que se supone deben hacer los perros cuando salen a la calle, además de otras cosas que se vaporizan ante la acción del Sol o se recogen en bolsas de colores.

Incluye además dentro de lo que en su concepto es una mala idea:

— Pasear en bicicleta con perro. El perro caminando o trotando, el paseador pedaleando. Ninguna correa al perro sujetando. El perro libremente paseando y atravesándose, generando peligro o por lo menos estorbando. Y es peor idea cuando el paseador va por celular hablando o hasta chateando. 

— Pasear en bicicleta con perro. Ninguna correa al perro sujetando sin haberle dedicado todo el tiempo, toda la paciencia y toda la metodología necesaria para que el animal trote o camine al lado del paseador sin correa ni nada en absoluta coordinación. 

Y definitivamente cree que es una pésima idea:

— Hacerle una observación cordial, educada y de buena fe a quien saca a caminar el perro sin dejarlo caminar; o a quien pasea con el perro en bicicleta; o quien trabaja como paseador de perros en bicicleta; o a quien le paga a un paseador de perros en bicicleta… so pena de ser llamado sapo xxx, donde es fácil (y bastante desagradable) imaginar lo que xxx significa. 

*Ñapa. También cree que es mala idea meter un gato en una especie de mochila en plástico rígido transparente con huecos y sacarlo a pasear (en cicla o a pata limpia), y hacer algo similar con una mochila normal y un perro pequeño cuya cabeza sobresale. Pero eso amerita cuento aparte.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Pero si apenas es un pinchazo

Prota le tiene terror a las inyecciones. Pero siendo un adulto cuasi mayor criado con eso de que los hombres deben ser machos, disimula cuando hay jeringas a punto de perforarlo. Mira para otro lado. Actúa (como el actor más consumado) con indiferencia. Hace chistes. Ahoga el grito en el momento del pinchazo. Al final acomoda la ropa y respira profundo con el fin de controlar la taquicardia y normalizar la presión arterial.

Prota es como Protagonista pero en corto, recurso lingüístico usado por comentaristas de cine y series en páginas web y redes sociales. El tipo no tiene nada que ver con ese mundo, pero el nombre pareció una buena forma de garantizar el anonimato del protagonista real. Ese que hoy es cobarde pero finge valor. No siempre fue así. De niño también era cobarde, aunque no hacía el más mínimo esfuerzo por ocultarlo. Cada intravenosa o intramuscular implicaba complicaciones, traumas, luchas… para los encargados de aplicarla. 

Es justo reconocer que las circunstancias eran malas tirando a peor. Prota sufrió alguna enfermedad infantil que demandó una tanda, bastante larga, de inyecciones. Ya no sabe si eran diarias, día por medio, semanales o quincenales. Pero más allá de su periodicidad, las recuerda como una tortura. No solo por los pinchazos, sino por todo el ritual. En esos tiempos no había jeringas desechables. Fabricadas en vidrio, se reutilizaban. Para esterilizarlas adecuadamente se hervían, junto con las agujas. Y no pregunten cómo, pero existía un olor a jeringa hirviendo que se extendía a lo largo y ancho de la casa. 

Cuando Prota lo sentía, comenzaba la película. Debajo de la cama, la mesa o la escalera; en el clóset; detrás de las persianas; en algún rincón del patio. La vieja casa abundaba en recovecos donde Prota intentó, escondido, esquivar su destino. Inevitablemente —aunque a veces les tomaba su tiempo— lo encontraban. Los buscadores aplicaban técnicas varias para el siguiente paso.  Las civilizadas incluían convencer con argumentos, palabras suaves o algún chantaje, generalmente dulce. Las tradicionales abarcaban arrastrar al sujeto de una oreja, del cabello o alzado hasta el cuarto habilitado para inyectología a domicilio.

Prota a veces llegaba relativamente tranquilo al chuzadero. Esto cambiaba radicalmente al comenzar la segunda parte del ritual. Las inyecciones venían en polvo. Debían disolverse en líquido justo antes de la aplicación. El niño lo veía todo. Esa jeringa enorme con agua destilada, la cual se inyectaba en un vial de vidrio a través de la tapa de caucho. El recipiente sacudiéndose hasta disolver el contenido. La misma jeringa, con otra aguja, llenándose a su capacidad tope con ese menjurje cuyo destino final iba a ser la humanidad del pequeño testigo. Si llevarlo a la habitación había sido complicado, mantenerlo ahí tras presenciar en vivo y en directo toda la preparación demandaba tremendo operativo.

La primera vez estaban solo mamá y el señor de la droguería (inyectología a domicilio, entre otros servicios). La segunda tocó reforzar con cualquier familiar disponible. A la tercera el inyectólogo llevaba ayudante. De la cuarta en adelante el vecino desocupado, el celador, el novio de la hermana mayor (interesado en ganar puntos con la suegra), la hermana mayor y cualquier otro pariente o amigo a la mano se unieron al equipo para atrapar, sujetar y tratar —infructuosamente— de calmar a Prota, durante pocos segundos —que a todos les parecían horas—, mientras aplicaban el medicamento.

El tratamiento surtió efecto y las inyecciones se cancelaron. Años después fueron necesarios más pinchazos por otras razones. El ya adolescente Prota cerraba los ojos, sudaba frío, temblaba pero se dejaba aplicar el respectivo remedio, o tomar la muestra de sangre. Con el pasó del tiempo perfeccionó el camuflaje de valor que oculta su cobardía inyectológica. También perfeccionó la sonrisa irónica que dibuja en su rostro cada vez que el torturador del momento pone cara de condescendencia y suelta la impajaritable frase: “Tranquilo, es solo un pinchazo y ya”. 

miércoles, 23 de octubre de 2024

Son solo cinco preguntas

— Buenos días, quisiera hacerle algunas preguntas.

— ¿Y eso para qué?

— Soy encuestador, este es mi trabajo. Si tiene alguna duda, con mucho gusto me identifico.

(Silencio, mirada perdida).

— Tengo el carnet de la empresa con código QR de verificación.

(Silencio, mirada perdida).

— ¿Quiere verlo? O, si está de acuerdo, comenzamos.

— Yo creo que que sí.

— Bueno, entonces comencemos.

— Pero antes muéstreme el carnet.

— Por supuesto (saca un documento laminado y se lo pasa). Mire. Ahí está el código QR por si quiere verificar con su teléfono.

(Revisa la identificación en silencio y se la devuelve) ¿Y esto para qué es?

— Estamos haciendo un estudio sobre hábitos de compra…

— Yo no voy a comprar nada.

— No se preocupe, no estoy vendiendo nada. Son solo algunas preguntas. ¿Podemos proseguir?

— Supongo que sí.

— Cuándo usted...

— Aunque mejor no. Me preocupa entregarle información a desconocidos.  

— No se preocupe, no es nada comprometedor.

— Ah  bueno, en ese caso...

— ¿Entonces, comenzamos?

— No no no, que en ese caso deme unos día para pensarlo.

— Disculpe le explico algo, es que es para hacerlo de una vez.

— Entiendo.

— A ver, la primera pregunta es…

— Pero es que no sé qué es lo que me va a preguntar.

— Por eso, déjeme preguntarle y así...

— Aunque claro, apenas me pregunte me voy a enterar.

— Exacto, así que podemos proceder...

— ¿Y qué pasa si no me gusta la pregunta?

— Pues tranquilo, no es obligatorio contestar.

— Hubiera explicado eso antes. Así sí se puede.

— Que bien, empecemos. ¿Cuando usted…?

— No. Espere. Qué tal que me arrepienta. A mí me da pena hacerle perder su tiempo.

— No se preocupe, ya le dije que este es mi trabajo.

— Bueno, bueno. Pregunte a ver.

— (Toma aire) Cuando usted...

— No es nada privado ni comprometedor. ¿Cierto?

— Ya le dije que no. Hummm, hagamos una cosa. Déjeme hacerle la primera pregunta y usted decide...

— Yo decido.

— Sí, lo que quiero es saber cuando usted…

— Es que es muy difícil

— Muy difícil...¿Qué?

— Tomar decisiones así, como tan rápido.

— Este, también tiene la opción de no sabe, no responde.

— ¿Y cómo sé?

— ¿Cómo sé qué?

— Cómo sé que no sabe, o mejor, que yo no sé. Porque que tal que sepa pero no quiera responder. O que responda y no sepa.

— Para efectos prácticos es lo mismo, insisto en que arranquemos..

— Es más, de repente sí sé, y sí respondo, o no sé y no respondo.

(Toma aire) Por favor, la primera pregunta es…

— ¿Y esto se va demorar mucho?

— De 15 minutos a media hora.

— La verdad me puedo demorar una hora, pero tengo una ropa pendiente de recoger en la lavandería, y todavía no sé si ir a recogerla ahora temprano o por la tarde.

— Bueno, pero…

— Porque si voy en la mañana me tengo que ir de una vez y no alcanzó a atenderlo, pero si voy en la tarde entonces no justifica haber salido en la mañana porque salí fue a eso.

— Tranquilo, haga lo que considere más conveniente.

— Déjeme pensarlo, hay ventajas y desventajas.

— Si le parece, puedo dejarlo…

— Claro que es que ya le hice gastar mucho tiempo.

— Entonces podemos...

— Pero yo quiero recoger esa ropa pronto

(Toma aire) Usted decide, ni más faltaba.

— Hummm, no hay ninguna diferencia. Ahora sí, pregunte.

— ¿Seguro?

— Sí, comencemos con esto.

— Bueno. Primera pregunta.

— Lo escucho.

— Cuando usted adquiere un producto o contrata un servicio, actúa de forma impulsiva, reflexiva o alternando las dos opciones de acuerdo con el producto o servicio.

— Ah no, eso conmigo es rápido. Yo voy a lo que voy y eso es de una sin darle tantas vueltas...

miércoles, 16 de octubre de 2024

No se identifique, por favor

Estas cosas ya no pasan pero hubo un cuando durante el cual eran rutinarias. Grupos de soldados recorrían las calles solicitando al personal masculino su libreta militar. Los que poseían el documento seguían su camino, los que no lo tenían sí tenían… un problema. Eran transportados en camión al cuartel. Allí, si cumplían requisitos de edad, salud y carencia de obligaciones familiares, serían alojados, alimentados, vestidos y entrenados durante 12, 18 o 24 meses. Todo por cortesía de las Fuerzas Militares.

Cuando el Ciclonauta cogió cara y cuerpo de potencial soldado, se volvió blanco permanente en esas “batidas”. Tuvo uno que otro problema pero finalmente salía indemne a punta de carnet estudiantil y tarjeta de identidad. Por eso se afanó en solucionar su situación militar al llegar a la edad reglamentaria. 

Acababa de recibir la libreta el día en que se encontró con otro operativo. Procedió a sacar la billetera, dispuesto a mostrar el documento que… había dejado en casa. No valieron argumentos ni ruegos.  La cara de remiso (así llaman a los evasores del servicio militar) pudo más. “Disfrutó” de la hospitalidad de las Fuerzas Militares hasta que logró llamar. Muchas horas después una comisión familiar, libreta en mano, lo rescató. 

De ahí en adelante el Ciclonauta anda siempre debidamente apertrechado con cualquier papel susceptible de ser solicitado por autoridad competente. Cédula, libreta, carnet de vacunación, identificación laboral, tarjeta de biblioteca, pase, lo que sea que le pidan está a la mano. De hecho, la situación evolucionó de precaución a exhibición. El tipo no solo muestra los papeles. Se enorgullece de hacerlo.

A medida que perdió la cara de remiso pero fue cogiendo la de viejo, los requerimientos callejeros de libreta militar desaparecieron. Muchos años después cierto alcalde se inventó un registro para las bicicletas, con la advertencia de que, en cualquier momento, las autoridades podrían solicitarlo. Como nuestro protagonista pedalea a diario por las vías citadinas, hizo el trámite en línea. Imprimió una copia que dobló e introdujo cuidadosamente en su billetera, debidamente protegida en funda de plástico. Solo faltaba el requerimiento de alguna autoridad para demostrar su cumplimiento, legalidad y civismo.

Pasó un año largo... y de aquello nada.  Por ahí supo de una campaña pedagógica para concientizar a los biciusuarios de la necesidad del registro. Se demoró unos días pero finalmente, mientras pedaleaba, se encontró con una combinación de uniformados deteniendo ciclistas y explicándoles algo. Algo cuyo detalle nunca conoció, porque si bien desaceleró, nadie le hizo caso. Vivió la situación un par de veces más hasta que optó por no variar la velocidad a menos que le hicieran alguna señal, señal que todavía está esperando. 

Transcurrían los meses y el registro seguía inamovible en su funda de plástico. De los operativos pedagógicos se pasó a otros, a cargo de la Policía Nacional.  No solo paraban a los pedalistas, sino que verificaban el número de serie del marco y lo cruzaban con alguna base de datos. El Ciclonauta ignora si la estrategia permitió recuperar algún vehículo robado. Tampoco sabe si ha servido para promover más documentos. Lo único que puede decir de las actividades de registro y control es que en todas las que se ha encontrado durante su diario rodar por calles, carreras y ciclorrutas, ha sido olímpicamente ignorado.

El tipo, de verdad, quiere chicanear con su registro pero es invisible ante los ojos de la autoridad. Lo ha intentado todo. Desacelerar, parar, hacerle alguna pregunta al agente de turno, poner cara de sospechoso, bajarse de la bicicleta, fingir algún ajuste mecánico pero nada. Ni su vehículo ni su aspecto generan interés. Su mayor logro es un “por favor circule señor” de algún agente que ni siquiera lo miró a la cara.

El desaire oficial ha llegado a tal punto que el Ciclonauta añora otros tiempos, cuando tenía cara de remiso.

miércoles, 9 de octubre de 2024

El que rompe, paga y se lleva los pedazos


Los padres de Torpiño llegaron a pensar que su hijo manifestaba algún tipo de genialidad precoz. Su comportamiento evocaba esas historias de gigantes de la tecnología cuyos primeros indicios se dieron en la infancia, cuando desbarataban, analizaban y volvían a armar los artefactos de uso diario. La ilusión duró poco.  Sí, Torpiño desbarataba cosas. Y desbaratadas se quedaban.

Desbaratar es una forma generosa de describirlo. El pequeño realmente rompía. Todo juguete que no estuviera conformado por una sola pieza —en material macizo—  terminaba, más temprano que tarde, hecho pedazos. La buena noticia es que el pequeño se entretenía fácilmente, por lo que al paso del tiempo su ludoteca quedó limitada a pelotas de plástico, cajas de huevos, piezas huérfanas de otros juegos y dados.

La capacidad del rompetodo trascendió cuando la familia incluyó al niño en las visitas. El infante dejaba huella. O huellas, porque siempre eran trozos de algo. Porcelanas, lámparas, candelabros, materas y demás etcéteras (algunos dizque irrompibles) conformaban su prontuario. Solo era cuestión de descuidarlo un segundo para que el estruendo informara que la curiosidad infantil había sumado otra víctima.

Papá y mama se dieron cuenta que había que acabar con esa situación. Así que acabaron con las visitas. De ahí en adelante, las salidas se limitaron a lugares públicos donde, por supuesto, había que presupuestar atención, alimentación y reparación de daños. Como aquel hotel de tierra caliente que contaba en cada habitación con una jarra de agua fría la cual, quedó demostrado, sí era desarmable (ver foto).

La tendencia del caballero a los estragos no es por rebeldía, travesuras o maldad. Por cierto, en su cédula figura otro nombre, pero Torpiño es como lo conocen parientes y amigos. Es que eso de Torpe sonaba muy impersonal.  Pero describe adecuadamente al tipo que simplemente falla en la coordinación de movimientos, no se fija lo suficiente o manipula con brusquedad aquello diseñado para ser tratado con suavidad.

El individuo ya tiene cédula porque el pequeño destructor creció, se hizo adulto, desarrolló habilidades laborales, trabaja, se sostiene a sí mismo y a su familia, e intenta tener una vida social y laboral normal. Situación que se complica ante la precisión de una ecuación algebraica: A + B = C = D. En este caso, A es cualquier elemento rompible ubicado cerca del borde de una mesa, escritorio o cualquier mueble. B es Torpiño, quien además de ser grande y gordo, tiene preferencia por ropa suelta como abrigos, sacos largos y chaquetones. C es el contacto que el cuerpo o la indumentaria de ustedes ya saben quien tendrá con el objeto de turno. D corresponde al sonido del impacto contra el piso y a la cuenta respectiva, si es del caso.

Su fase adulta le ha permitido a más de un amigo o familiar renovar vasos, copas, floreros y hasta cambiar baldosas, cuando el objeto que cayó no se rompió por ser de hierro, pero sí afectó algunos azulejos del piso. La tortuga del preescolar donde estudian sus hijos estrenó casa, tras sobrevivir al  incidente de la caída del acuario que le servía de hábitat. En la oficina la señora de los tintos le regaló, de su propio bolsillo, un pocillo plástico con tapa, aburrida de recoger periódicamente los pedazos de algún mug volador.

Con el paso del tiempo, el protagonista se ha vuelto particularmente cuidadoso en sus movimientos, tanto que hay quienes lo comparan con el toro en la cristalería (ver acá, minuto 0.31 en adelante) Adicionalmente, sus conocidos manejan todo un protocolo de seguridad mientras el hombre anda en zona de peligro. Realmente los daños se han minimizado, aunque de vez en cuando alguien (Torpiño, por ejemplo) se descuida y las historias infantiles vuelven al presente.

La diferencia es que Torpiño paga lo que rompe de su propio bolsillo y, a veces, se lleva los pedazos. 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Diatriba contra la industria del desempleo

Ahora resulta que las hojas de vida ya no son hojas de vida sino CV (curriculum vitae, así el latín sea una lengua muerta). Que no son para mostrar la trayectoria de vida, educación y experiencia laboral sino para conseguir entrevistas. Que si fracaso en la entrevista no es porque están buscando a otro, sino porque di respuestas incorrectas a preguntas etéreas como esa de cómo se ve en 10 años (pues más viejo, pero no dije eso) o cuál es su mayor debilidad (pues los tamales, pero eso tampoco lo dije).  O porque no pregunté lo suficiente ni lo adecuado, aunque, se supone, que el rol del entrevistado (yo) es contestar, no preguntar. 

Antes, eso que los economistas llaman formar parte de la población económicamente activa y el resto de los mortales trabajar era cuestión de terminar la etapa educativa en oficio o profesión, necesitar plata o aburrirse de depender económicamente de otro (o que otro se aburriera de mantenerlo a uno).  Había privilegiados, quienes tenían oportunidades en su círculo cercano, con algún pariente o amigo que conocía (o era) potencial empleador. La mayoría debían buscar convocatorias públicas en medios de comunicación, carteleras, postes, correo de las brujas o internet. El ciclo se repetía si el personal se quedaba sin empleo por decisión, normalmente del empleador o, muy (pero muy)  ocasionalmente, del empleado.

El siguiente paso era repartir hojas de vida (digo, CV) cual natilla en Navidad hasta lograr (uniendo suerte, capacidades, influencias y hasta milagros) engancharse en un “proceso”. Normalmente incluía entrevista (s)  y mecanismo (s) destinados a demostrar que uno sabía hacer eso para lo que aspiraba a ser contratado.

Pero cuando apareció internet, primero, y luego las redes sociales, proliferaron (y proliferan) los expertos. Esos que de forma elegante (aunque nada original, porque ese siempre ha sido el libreto de los gurús de la autoayuda) “te” informan que todo es “tu” culpa. Pero “tú” tranquilo; ellos tienen la solución infalible. Si usted todavía no ocupa la vacante laboral de sus sueños no es porque la economía esté mal, porque en su país no existe una oferta adecuada para su perfil, o porque hay candidatos que lo superan en todos los aspectos objetivos y subjetivos. Es porque “tú” no te has esforzado lo suficiente.

Así que en formato de video, pdf, podcast, meme, qué sé yo, el desempleado encuentra recomendaciones de todo tipo a las que parece que les falta algo. Lo cual es cierto porque la idea es que el interesado pique el anzuelo y compre el libro; se suscriba al podcast, boletín o blog; le dé likes al video; o pague la módica cuota para el seminario, donde, ahí sí, recibirá la fórmula mágica para conseguir ese trabajo.

Se supone que los reclutadores o contratantes son una especie de secta repleta de secretos que ellos, los asesores, nos van revelar. Vestuario pertinente, formato ideal para la hoja de vida (perdón, el CV), pautas de entrevista personal, de entrevista virtual y de seducción (profesionalmente hablando) al entrevistador.

Como cualquier grupo de expertos que se respete, sus consejos son tan sabios como contradictorios. “Vístase para generar la mejor primera impresión”, dicen unos; “sea usted mismo en la presentación personal”, aseguran otros. “Hay que ser estratégico en las respuestas”, explican unos; “lo importante es la espontáneidad al hablar”, resaltan otros. “Son básicas las competencias aplicables en cualquier entorno laboral”, recomiendan algunos; “nuestra marca personal, especialización y habilidades diferenciadoras son las claves”, señalan otros. “El CV debe ser diseñado pensando en el impacto visual, como si fuera una página web o una obra de arte”, proponen unos; “en la hoja de vida solo importa que el contenido demuestre que somos los precisos para esa vacante”, sostienen otros. Y así en una escalada interminable de paradojas.

Eso es solo parte de lo que vende la industria del desempleo. Esa que, necesario reconocerlo,  suponemos que genera mucho empleo… por lo menos a quienes asesoran a los que no tienen empleo.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Necesidades inaplazables requieren préstamo

Grandes dilemas, esa es la historia de la humanidad. Hombres y mujeres dedican su vida a responder las preguntas trascendentales que definen el sentido de la existencia y la evolución de la especie.Claro que hay tipos como Edilberto cuyas pretensiones son mucho más modestas, aunque de aplicación inmediata.

La historia comienza en su adolescencia. El sujeto conoce a una dama de la misma generación, y parece haber cierta atracción mutua. Pero nunca se supo, por las circunstancias particulares de su tercer o cuarto encuentro. Básicamente, el hombre cae de improviso en la casa de la mujer, aunque en horario aceptable. Y cuando lo mandan seguir, se ve en la obligación (él) de revelar la causa de su inesperada visita.

- ¿Me prestas el baño, por favor?

En efecto, en cercanías del lugar, el cuerpo de Edilberto empieza a demandar actividades que implican estar sentado. Hay que decir que la diligencia se cumple sin desastres o consecuencias desagradables. Aún así, la dama deja de contestarle las llamadas, al tiempo que bloquea cualquier otro intento de contacto.

Mucho tiempo después el ya no tan adolescente hace la relación causa efecto. Es ese día en el que atenderá su primera entrevista de trabajo. Previamente familiares y a amigos lo bombardean de recomendaciones, entre las cuales una se repite constantemente. —Pase lo que pase, no pida prestado el baño.

No lo pide, y tampoco consigue el empleo. Su ingreso al mundo laboral requiere de intentos adicionales. Pero eso no es lo importante. La suma de las dos anécdotas pone en la pensadora del hombre una pregunta trascendental. ¿Dónde es aceptable solicitar el uso del cuarto generalmente ubicado al fondo a la derecha?

Edilberto le pone metodología. Reduce los escenarios potenciales a dos. Hogares ajenos e instalaciones laborales ajenas.  No hay problema en los lugares de habitación de parientes cercanos, o parientes lejanos cuando no hay interés en profundizar la relación. Si es esa tía con la que nunca hablamos,  pero a cuya herencia aspiramos, mejor nos aguantamos. En cambio, si es ese primo del primo adonde nos lleva el primo, prima la necesidad en caso de requerimiento. Total, probablemente jamás lo veremos de nuevo.

Esa es la clave en la zona residencial. El reencuentro. Cuando son amigos de absoluta confianza y contacto permanente a veces ni siquiera hay que pedir permiso. Cuando se trata de una nueva amistad que apenas estamos cultivando es una buena prueba. El sutil y casi invisible gesto —pero evidente si uno presta suficiente atención— al hacer el requerimiento es el indicador. Son tres modos de comunicación no verbal que dicen: 1. No hay problema. 2. Sí hay problema pero ni modo de decir que no y 3. Qué tal este tipo. El segundo mensaje sugiere no regresar. El tercero implica que jamás nos volverán a recibir.

En el ámbito laboral, además de la entrevista, la abstinencia se extiende a clientes, sobre todo a los potenciales. Incluso en circunstancias altamente exigentes, la recomendación es firmar primero, lo que implica aguantar durante. En cambio, si la situación es con proveedores, tenemos vía libre. En este caso los interesados son ellos.

Edilberto ya tiene claro cómo es —sobre todo al comenzar— en las relaciones erótico afectivas. También concluye que en las reuniones sociales el problema no es del usuario, sino del propietario. Sin embargo, un día toda su reflexión y análisis pierde validez. Durante una conversación de borrachos sale el tema. El experto se explaya hasta que un contertulio interrumpe con esa pregunta que cambia el dilema, o mejor, genera uno nuevo.

— Todo eso está muy bien, pero… ¿Qué pasa si no hay papel?

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Administración uniforme


Villegas llevaba años esperando una oportunidad como la que le llegó con las visitas de la junta directiva. Los grandes jefes querían reconocer la planta principal y a él le correspondió organizar, coordinar y atender. No programaron a todos en un solo viaje, sino que planillaron visitas individuales cada dos meses.

Toloza, un filósofo metido a empresario, fue el primero. Acorde con sus antecedentes humanistas, enfatizó el diálogo con los trabajadores. Ahora, la organización era algo tan grande que había tercerizado muchos de sus procesos no esenciales. En la planta compartían espacios empleados directos (los llamaremos locales) con trabajadores subcontratados por proveedores externo que producían bienes o prestaban servicios a la empresa contratante. A estos los llamaremos visitantes. 

La convivencia generó algunos inconvenientes en la agenda del alto directivo, cuya prioridad era conocer las inquietudes de los locales, pero en más de una ocasión terminó hablando con visitantes. Y es que a simple vista los locales caminan como visitantes, se ven como visitantes y suenan como visitantes. En cambio los visitantes caminan como locales, se ven como locales y suenan como locales.  

Toloza no se molestó ni se quejó. Incluso hizo un comentario positivo sobre igualdad en la diferencia. Villegas, nervioso por imaginarias consecuencias negativas ante su rol de anfitrión, no entendió. Interpretó que aunque todos en la planta eran iguales, había unos (locales) más iguales que otros (visitantes). Y que era necesario diferenciarlos para evitar situaciones como lo acontecido con el invitado de honor.

A punta de verbo logró que el gerente le cogiera la idea. No arrancaron de cero, porque ya existía personal visitante uniformado que, por su función, necesitaba ser identificado a simple vista, como los servicios de vigilancia. Luego siguieron con los epp —elementos de protección personal— obligatorios para ciertas tareas. Hablamos de cascos, overoles, guantes, botas. etc. La única diferencia, cuando existía, era algún logotipo. Mediante un nuevo reglamento materiales, normas técnicas, costo o especificaciones pasaron a un segundo plano. La clave era que los epp de los locales se vieran distintos a los de los visitantes.

Fue más complicado con las actividades (oficina, por ejemplo) que no requieren epp. Pero la Ley obliga a las empresas a dotar de calzado y vestido a quienes ganan hasta determinada cantidad, medida en salarios mínimos. Así que aprovecharon y extendieron la obligación a todo el personal visitante, independiente de cargo, salario, nivel académico, género, color de cabello o condición de diestro, zurdo o ambidextro. 

La aplicación práctica de las iniciativas llenó las instalaciones de subgrupos claramente diferenciados por su aspecto externo. Ese fue el ambiente que recibió al invitado del segundo bimestre, el ingeniero Manrique, empresario de la vieja guardia conocido por su pragmatismo y franqueza. 

Aunque este recorrido se centró en los aspectos técnicos, incluyó un paso rápido por casi todas las instalaciones. El ingeniero vio al combo de las camisas y blusas blancas, al combo de las blusas y camisas azules, al combo de las batas verde claro, al combo de las batas verde oscuro, al combo de los overoles negros, al de los overoles azules y demás etcéteras .

Esta vez, el comentario del miembro de la junta directiva no dejó lugar a interpretaciones erróneas.

—  Hagan una economía de escala con los contratistas y verán que los epp salen mucho más baratos. Que importa si son del mismo color, lo único que hay que cambiar son los logos. Y que la gente de oficinas se vista como le dé la gana. Me parece que estamos bien de procesos, de eficiencia y de eficacia. Pero estaríamos mucho mejor si dejaran de botarle tanto tiempo, corriente y recursos a uniformar gente.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Brecha generacional en vivo y en directo

El señor Salgado no estaba invitado. Tenía un asunto pendiente con la progenitora de la dueña de casa y se habían puesto cita allí por aquello de la equidistancia. Se encontró con un grupo que conversaba sobre la tecnología de moda, la inteligencia artificial, y sus aplicaciones.  El diálogo se movía entre la sorpresa y el asombro, ante las casi infinitas posibilidades reflejadas en cada ejemplo aportado por los asistentes.

El viejo conocido de mamá asumió rol de oyente. Lo de viejo era literal, porque la totalidad de los presentes (anfitriona incluida) ni siquiera había nacido cuando Salgado tuvo una edad similar. Tampoco estaba interesado en participar. Solo debía esperar a la madre, cuadrar su negocio y retirarse discretamente.

Pero un asistente, por mera cortesía, le lanzó una pregunta. Lo malo fue que a Salgado —en vez de seguir en plan de oyente— se le ocurrió echar un discurso sobre como la capacidad de asombro se había ido perdiendo ante la constante innovación tecnológica. Recordó un ejemplo, el compartimiento de los casetes en las radiograbadoras. Se abría mediante un botón que liberaba la tapa como quien suelta un resorte, rápido y de golpe. Hasta que alguien desarrolló una tecnología que ralentizó la apertura. Eso sorprendió a… 

— ¿Radiograbadora? ¿Qué es eso?

Entonces el señor Salgado explicó que antes la música, los deportes y las noticias no se escuchaban en el celular sino en la radio y en artefactos como casetes, y que existieron unos electrodomésticos que, aunque grandes eran portátiles y que prestaban simultáneamente el servicio de receptor de radio y grabadora…

— ¿Qué es un casete?

Entonces el señor Salgado explicó que antes de los servicios de streaming y los formatos tipo mp3 y los CD el formato portátil de música venía en cajas pequeñas con cintas que uno también podía grabar….

— Mi abuela tiene un aparato para ver películas que usa casetes. 

Entonces el señor Salgado explicó que aunque eran el mismo mecanismo esos eran videocasetes. Los casetes eran solo para sonido y además no había que conectar las grabadoras al televisor….

— Cómo así que conectar al televisor.

Entonces el señor Salgado explicó que no había wifi, ni bluetooth, ni ninguna tecnología inalámbrica… Bueno, tal vez sí pero apenas servía para controles remotos, pero para llevar la imagen y el sonido del betamax al televisor tocaba conectar unos cables…. 

— ¿Qué es un betamax?.

Entonces el señor Salgado explicó que era un aparato que hacía lo mismo que un VHS pero por alguna razón la gente prefirió el VHS pero que eso no era lo importante sino el asombro generado entre los usuarios de la época cuando modificaron los compartimientos para insertar casetes en las radiograbadoras de manera que en vez de abrir rápido abrieran despacio...

— ¿Qué es un VHS ? 

Entonces el señor Salgado agradeció, desde lo más hondo de su alma, la llegada providencial de la madre de la dueña de casa, lo que le permitió escapar del laberinto generacional en el que él mismo se había metido.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Mediodía en la banca

Pardo ya tiene sus años. Alguna vez, siendo niño, acompañó a su padre al banco. Los atendió un tipo de saco y corbata que nunca sonrió. El entonces “Pardito”, intrigado por una oficina cerrada, al fondo, sin ventanas, con una guardia pretoriana de dos secretarias y sendos escritorios gigantescos, preguntó qué era eso.

—La oficina del doctor Urrutia Sierra, nuestro gerente. Allí solo entran los más importantes.

Ya en tiempos modernos, Pardo debe hacer una vuelta de banco en modalidad presencial. Se anota en la maquinita, recibe el papelito numerado y espera hasta que lo llama la simpática y sonriente ejecutiva comercial. Durante la diligencia, la funcionaria menciona unas cuantas veces a un tal Pacho, encargado de ciertas tareas necesarias para llevar a feliz término el trámite. Es evidente que se trata de alguien de absoluta confianza y disponibilidad cuasi permanente, aunque en ese momento no está en la oficina. Al ser horario de almuerzo, Pardo piensa que el funcionario se encuentra en su turno de alimentación.

Parte de la diligencia requiere confirmación en línea desde la principal. Hecha la solicitud —vía intranet, por supuesto— el procedimiento entra en una especie de punto muerto mientras llega la respuesta. Justo en ese momento suena el teléfono y la ejecutiva, después de responder, pide permiso para atender la consulta respectiva. Por razones obvias el cliente solo escucha una parte de la conversación. Es algo como esto.

(Habla quien llama).
—Si señor. Ya recibimos todos los documentos y se los pasé a Pacho para que haga la revisión.
(Habla quien llama).
—Yo no le podría dar un término exacto pero apenas lo vea le pregunto y le cuento.
(Habla quien llama).
—Usted ya sabe que con Pacho, desde que los requisitos estén completos eso es rápido. Y por lo que yo vi no tendría por qué haber problemas.
(Habla quien llama).
(Risas) Sí, Pacho es así. (Risas de nuevo).
(Habla quien llama).
—Espere pregunto, si quiere llámeme en 30 minutos. Es que estoy atendiendo otro cliente por acá.
(Habla quien llama).

La ejecutiva revisa de nuevo su computador pero la respuesta de la central aún no ha llegado. Entonces le consulta a la vigilante si Pacho salió hace mucho.

—No doctora, pero Pacho no se demora almorzando. De repente la doctora Patricia sabe algo.

La ejecutiva pide permiso y se dirige hacia el cubículo marcado como Jefe de Servicios, donde una elegante mujer, presumiblemente la doctora Patricia, conversa con ella durante varios minutos. Regresa. Las noticias son excelentes. Ya hay respuesta de la principal. La jefe (así la llama) también dio su visto bueno y solo falta que los documentos pasen por Pacho para que el procedimiento culmine exitosamente. 

Por pura curiosidad, Pardo pregunta. La respuesta, además de informar, le recuerda que los años no pasan gratis, y que ciertas cosas han cambiado bastante.

—Muchas gracias señorita. Una inquietud, ¿quién es ese Pacho?
—¿Ese Pacho?... el gerente de la sucursal.

domingo, 1 de septiembre de 2024

El escritor que soy


Faltaba, digamos, solucionar algunos problemas administrativos. 

Superado este asunto podemos decir que ahora sí va en serio.

Soy un escritor.

Lo cual no significa que sea un escritor exitoso, o un escritor productivo.

Pero ese es otro cuento.

Así que retomemos. Como toca comenzar de alguna manera, ajusté alguno perfiles públicos en redes sociales.

Destaco, en cada uno de las estaciones de mi recorrido laboral, lo que hice en materia de producción de textos. 

Pero eso es el pasado. Lo que importa es el presente y lo que quede de futuro.

Listo, soy un escritor. ¿Y eso qué es?

A partir de este momento, una descomunal concesión al ego.

Así que ahí vamos

Yo y lo que escribo*  

*Sí, el burro adelante, pero es que lo del ego va en serio.

1. Yo no soy un tipo serio. Por eso lamento, en serio, desilusionar a quienes busquen trascendencia, profundidad o mensajes relevantes en mis textos.

2. Escribo lo que quiero. No por obligaciones laborales. No por tendencias de moda que favorecen un éxito comercial.  

3. Es lo que yo quiero escribir.

4. Eso no significa originalidad, ni vanguardismo (casi me hernio buscando la palabra adecuada, de ahí el enlace). 

5. Muchos han hecho, hacen y harán algo parecido, mucho mejor de lo que yo puedo hacerlo.

6. Mi objetivo es brindar una pequeña alternativa que enfrente desde el aburrimiento hasta la angustia cotidiana, al inducir una sonrisa y, de ahí para arriba, toda la escala de expresiones alegres que ojala coronaran en la escandalosa carcajada.

7. No voy a tratar esos temas dolorosos y tristes que conforman nuestra realidad. Escojo el escapismo. 

8. Ya hay bastantes personas que abordan esos tópicos y muchos lo hacen realmente bien. Yo voy por otro lado.

9. Eso sí, mi punto de partida es la vida. Es lo que somos. Lo que hacemos. 

10. Cuento historias basadas, parcial o casi que totalmente, en hechos reales, de esos que le pueden ocurrir a cualquiera y de hecho pasan (nos pasan, dice la tarjeta). 

11. O simplemente los comento, desde mi punto de vista, con la advertencia implícita de que no hay que tomarse muy en serio lo que este sujeto dice.

12. Los cuentos se refieren a esas anécdotas que tienen su lado risible, el cual es notado de inmediato por los demás y a veces, (normalmente a posteriori) por el protagonista.

13. No estoy inventando nada. Solamente trato de exprimir el lado divertido de la faceta laboral, familiar, sentimental, saludable, deportiva, recreativa y todos los etcéteras posibles de ese recorrido que nos lleva de la cuna a la tumba.

Yo y cómo escribo*  

*Por si quedaba alguna duda de la condición narcisista de este ladrillo.

14. Intentaré siempre aplicar normas básicas de lenguaje escrito. Ortografía, gramática, sintaxis y toda esa terminología que cincelaron en el subconsciente las clases de español. 

15. Creo que es la responsabilidad mínima de quien escribe para un público, por pequeño que este sea. Es la manera de respetar a quien lee.

16. Creo en el ingenio y en la creatividad para describir situaciones incómodas, para adultos o desagradables sin caer en textos incómodos, para adultos o desagradables. 

17. Aunque en mi expresión oral cotidiana soy un tipo grosero, considero que el uso de los hijueputazos a la hora de escribir debe ser excepción, no regla. 

18. En un idioma con tantas opciones como el español se puede decir lo mismo sin acudir a palabras que pueden molestar a ciertas personas —cada vez menos, pero existen—. Esas palabras deben reservarse para cuando no haya otra forma de expresar la idea (véase el numeral anterior y el reiterativo ejemplo de la última palabra en “El coronel no tiene quien le escriba).

19. Tengo un pasado de periodista y toda una trayectoria vital de escribir para los demás. 

20. Por eso, cada texto es un trabajo encaminado a combinar lo expresado en los puntos del 1 al 13 con un estilo directo, conciso, sin demasiados adornos, construido a lo largo de los años.

21. Por eso, siempre intentaré escribir “vida” o “experiencia” en vez de “trayectoria vital”.

Yo y las redes sociales*

*La inevitable alusión tecnológica también tiene su toque de egolatría.

22. Me siento feliz cada vez que alguien comenta, me recomienda, me da un ”me gusta”, se suscribe,  agrega corazones, aplausos o caritas felices o tienen otro tipo de reacción. 

23. Eso sí, considero que funcionan cuando son un acto espontáneo, no inducido. Nunca lo voy a solicitar, pero siempre lo voy a agradecer.

24. Mis publicaciones en redes sociales son para informar que hay algo nuevo.

25. No son, y pretendo que nunca lo sean, para promover directamente interacciones. Únicamente pediré opiniones o comentarios de los lectores cuando el tema realmente lo justifique.

26. No soy, ni pretendo ser, un influenciador.

27. Renuncio a conciencia a utilizar esas herramientas que recomiendan los expertos, el sentido común y los algoritmos para generar tráfico y seguidores.

28. Creo que mis textos deben defenderse solos.

29. Por eso, reitero, solo utilizo las redes para informar sobre la publicación semanal de Amilcaradas. Y si en un futuro se da el caso,  para informar sobre otro tipo de publicaciones.

Yo y un cierre adecuado*

*Concedamos este último momento de arrogancia al autor.

30. Esta declaración de principios, texto guía, proclama o lo que sea no está cerrada. 

31. En cualquier momento puede crecer, cambiar, evolucionar y demás infinitivos.

32. Por ejemplo, cuando se me ocurra un cierre adecuado.

33. Como ese momento no ha llegado, mientras tanto “aquí va una frase espectacular que constituye un cierre adecuado”.

Bogotá, Colombia, 1 de septiembre de 2024

miércoles, 28 de agosto de 2024

Fotocopias a 100.000

En principio a Caminante le pareció interesante eso de tener su primer billete de $100.000, en vivo y en directo, entregado por un cajero automático de barrio. Pero este usuario de gastos hormiga en establecimientos de “¿no tiene más sencillo?”, pronto notó el encarte. Pese a que iba para el centro, el cajero (donde había hecho el último retiro de la quincena —saldo, 115 pesos—) era cerca de su casa. Así que optó por la droguería de cadena internacional del sector. Lo miraron feo pero le dieron vueltas por los 5.000 que costaron los pañuelos desechables. Problema solucionado.

Pagó con la última recarga disponible en su tarjeta de pasajes el viaje en transporte masivo. Su destino era esa lejana notaría donde reposaba ese documento cuya copia era un paso más en ese trámite. Así que llegó, hizo la fila, le dijo al cajero lo que requería y sacó, de entre todos los que había recibido en la droguería, ese billete.

—Es falso.

Por suerte no hubo tijeretazo, sino devolución de la pieza de papel moneda. Y sí, la condición de producción por fuera del banco emisor era algo evidente con solo fijarse un poco, lo que Caminante no había hecho. Como se veía y sentía, eso era una especie de fotocopia, pero a color y dos caras. Aplastado por la situación, revisó el resto de su efectivo. Buenas noticias. Todo parecía legal y real.  Pagó con otro y tomó la decisión inteligente. Hacer el reclamo respectivo al volver a su barrio.

Pero mientras aguardaba por el documento en sala de espera, las ideas malucas comenzaron. ¿Y sí no se acordaban? ¿Y cómo probar que es plata se la habían dado ahí? Entonces se atravesó el mango. No lo pensó. Simplemente salió y vio al vendedor callejero. Casi en automático pidió la dosis de fruta en vaso plástico —con limón y sal, por favor— y extendió el billete que sabemos a la hora de pagar.

—Huy hermanito, cámbieme esto que se ve más falso que uno de 7.000.

Más falsa fue la cara de sorpresa que Caminante puso, antes de proceder a utilizar otro papel moneda.  Mientras despachaba la ración de mango en una banca de parque sus tendencias antisociales superaron la lógica bajo una premisa sencilla. Si yo caí, algún otro caerá…

Pero no cayeron los del restaurante de combate donde almorzó, ni el que le vendió el postre, ni la de la miscelánea, ni el de la chaza donde adquirió los cigarrillos encargados por mamá, ni el del carrito de accesorios de celular que lo surtió de audífonos,  ni la viejita de los bocadillos en la mesa callejera, ni el paisa de los paraguas de la esquina ni ninguno de los demás etcéteras que no le recibieron el billete, pero sí lo surtieron de chucherías, cada una más inútil que la anterior.

Era hora de retomar el plan original: hacer el reclamo en el origen del problema. Solo debía recargar la tarjeta para tomar el transporte masivo. Hizo fila, sacó su billetera y… solo quedaba ese billete devuelto mil veces. Sumado a unas pocas e insuficientes monedas. 

Era ahora o nunca. Caminante pasó la tarjeta, pasó el dinero y…

...Un hombre avanza despacio del centro hacia su casa. En su cartera lleva dos tarjetas (débito bancaria y de transporte masivo) ambas con saldos insuficientes; y restos del papel moneda al que la cajera aplicó, sin asco ni duda, el respectivo tijeretazo después de doblarlo en cuatro al notar que era falso. Es un tipo que camina. Ustedes lo conocen como Caminante.