miércoles, 28 de febrero de 2024

Cumpleaños clandestino



La escena se repite diariamente. El detalle viene determinado por variables como entorno cultural, país, edad, género, estado civil y condición de salud. Puede ser en el lugar de trabajo o estudio, con invitación familiar, incluso autoorganizado. Un corito más o menos universal identifica el evento: “japy verdi tu yu…” Algunos consideran el día lo más importante del año, otros simplemente se lo gozan, existen aquellos que por lo menos disfrutan, hay quienes aceptan el homenaje con renuencia o resignación, tenemos el grupo que preferiría otro tipo de actividad... y está Barragán.

Barragán forma parte de ese segmento de la humanidad que odia los cumpleaños. Aclaración pertinente: él no tiene problema en cumplir años o revelar su edad. Simplemente detesta los rituales  (llamadas, saludos, festejos) que vienen con la fecha de marras, a la que, personalmente, no le ve ninguna importancia. 

Incluso ha racionalizado el asunto. Él cumpleañero está siendo reconocido por un hecho en el que no tiene mérito alguno. La que pujó fue la mamá; el apoyo técnico vino de doctor, doctora o comadrona; el acto previo fue de los padres, a veces respaldados por la clínica de fertilidad. Aunque una interpretación distinta del tema pasa por recuerdos poco agradables, el resultado da igual. Barragán no desea ninguna diferencia entre su onomástico y el resto del año. Lo complicado es hacerle entender eso a los demás.

El parentesco por consanguinidad es una guerra perdida, con uno que otro empate. Más o menos hasta los 30 tuvo que atender insoportables invitaciones  hasta que desarrolló un catálogo de excusas que lo mantienen alejado el día cuchi cuchi. Los mensajes de texto han sido muy útiles. Gracias a este avance, no tiene que apagar el teléfono o peor, responder llamadas cuyo diálogo incluye una felicitación que no merece, una consulta sobre actividades especiales que no existirán, y muchos, pero muchos, silencios incómodos.

En los ambientes estudiantiles la cosa fue difícil, pero finalizó al cumplir su fase académica. El problema de fondo ha sido laboral. Nunca le preguntan, pero siempre terminan “sorprendiéndolo”. El día del cumpleaños le llenan el puesto de serpentinas, bombas y letreros multicolores; lo arrastran a la sala de juntas a compartir ponqué con vino; y cuando ya la fecha pasó y se cree a salvo resulta que no, que lo metieron en combo con otros cuatro que cumplen el mismo mes y el día menos pensado el jefe lo convoca a una reunión de emergencia cuya banda sonora es el “japy verdi tu yu...”

El hombre intentó decirle a sus colegas que por favor no lo incluyeran en las celebraciones. No funcionó. Subió el tono e informó que a él eso no le gustaba. Tampoco sirvió. Alguna vez incluso los dejó plantados y dos días después lo emboscaron a la hora de almuerzo. 

Al comenzar en otra empresa, cuatro meses antes del día de marras, fue directamente donde su jefe directo y le pidió que mantuviera el dato en reserva. Detectó a la eterna organizadora y se aseguró de que no tuviera la información. Era un contrato a término fijo con pocas opciones de renovación, así que pensó que, por lo menos ese año, iba a pasar invicto. Pero no fue así. El día que sabemos todos sabían. Llovieron felicitaciones personales, por teléfono, por correo electrónico y hubo impajaritable ponqué vespertino. 

No les he contado, por cierto, que Barragán es ingeniero de sistemas y diseñador, y que uno de los objetos de su contrato era crear una interfaz que le permitiera a las diferentes dependencias de la organización incluir información de interés en el newsletter interno, que llegaba diariamente vía correo electrónico .

Por ejemplo, talento humano lo aprovechó para generar una felicitación automática desde la base de datos de fecha de nacimiento de los colaboradores activos. La primera prueba fue el día que nació Barragán.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Seguridad ante todo

Fue mucho lo que debió ocurrir antes de que Maria Fernanda y José Alberto llevaran a Majita a la ciclovía dominical. Majita, por cierto, es diminutivo de Majo, que a su vez es acrónimo de Maria José, nombre cuyo origen no requiere mayores explicaciones.

Hija única en una generación de padres sobreprotectores, la vida de Majita transcurre en una burbuja de seguridad. Ninguna prevención es suficiente para alejar a la pequeña de riesgos reales, potenciales o ficticios. Cada detalle de su existencia viene precedido de planeación, acciones, adquisiciones y aplicación de medidas preventivas destinadas a neutralizar cualquier amenaza, por insignificante que parezca.

Cuando las condiciones de edad y coordinación motora permitieron ampliar el inventario lúdico de la pequeña con un vehículo de dos ruedas y pedales, hubo consulta previa. Incluyó a servicios de pediatría, psicología, pedagogía y mecánica; amigos varios y parientes. Hasta que la abuela, tan vieja como sabia, puso punto final con un “déjense de pendejadas y compren esa bicicleta”.

Adquisición que, por supuesto, demandó estudio de mercado, investigación detallada de implementos de seguridad, curso acelerado de ergonomía y repaso concienzudo de la normatividad vigente para la circulación de velocípedos. El edificio del apartamento que habitan Majita y familia tiene una especie de patio trasero, adaptado como parque. La adecuación incluye una estructura modular desmontable con rodadero y columpios, un tapete de gramilla artificial y un área ideal para recorridos cortos. 

En ese lugar —con casco, rodilleras, guantes y traje reflectivo— la pequeña astronauta dio sus primeros pedalazos en un vehículo dotado de ruedas auxiliares. En menos de una hora el sistema de entrenamiento era carga inútil y la niña rodaba a velocidad creciente por el parque interno. Todo, claro, debidamente acompañada por papá, por mamá o por los dos.  En cuestión de días se hizo evidente que la Mariana Pajón en miniatura necesitaba más espacio. Por suerte, la ciudad contaba con una ciclovía dominical donde se cerraban amplios sectores de calzada al tránsito vehicular, dejándolas para uso exclusivo de caminantes, patinantes y pedaleantes.

Antes de dar el paso, había que anticipar cualquier eventualidad. Majita pasó horas aprendiendo conceptos básicos de tránsito como el uso del carril adecuado, el significado de señales y semáforos, cuando parar, cuando pasar, cuando ceder el paso, cuando girar y hasta límites de velocidad. Superada la fase de capacitación finalmente llegó ese fin de semana en el cual la pequeña hizo su debut en la ciclovía, 

La niña encabezaba la caravana, flanqueada por dos parientes (reclutados a última hora) a lado y lado. Cerraban Maria Fernanda y José Alberto. El sol brillaba, Majita pedaleaba, los demás trotaban, los padres se preocupaban, los parientes se divertían. Lentamente papá y mamá comenzaron a relajarse ante la obvia destreza de su hija, complementada con los elementos de protección personal.

Majita no tuvo la culpa. Ella se limitó a hacer lo que le enseñaron: parar, antes de las líneas blancas dibujadas en el piso, cuando el semáforo pasó a rojo. La madre, despistada en una conversación con su pareja, se enredó con la llanta trasera de la cicla de su hija, perdió el equilibrio y camino al piso se agarró del padre, quien superado por la inercia su sumó al aterrizaje forzoso. Resultado: pareja en el pavimento, ropa rasgada, brazos raspados, hija desconcertada y público risueño, comenzando por los parientes.

Seguridad ante todo.

miércoles, 14 de febrero de 2024

El dilema de los agujeros misteriosos

Un día cualquiera Este Tipo se quedó mirando a una de esas mujeres que, más allá de edad, tamaño, figura o estrato se han integrado a la tendencia de los yines rotos. Estilo que, por cierto, también es patrimonio de unos cuantos caballeros. Este Tipo no se enreda en disquisiciones sobre la racionalidad de la moda pero, en cambio, se hizo una pregunta más terrenal. ¿Y eso como para qué sirve?

El problema es que Este Tipo tiene —en terminología elegante— personalidad obsesiva, o sea que se pone insoportablemente intenso cuando le da por un tema. Así que pasó unas cuantas semanas botándole corriente a la pregunta, sobre todo en lo que tiene que ver con las mujeres. Como lo de tipo es literal, no es tipa, y como no hizo lo obvio que era preguntarle al personal femenino, el ejercicio se limitó a observar, interpretar (o mejor, especular) y concluir. 

Explicaciones basadas en lo cómodo o práctico del asunto brillaron por su ausencia. Igual ocurrió con la estética. No se ve bonito, no funciona como complemento ideal para otras prendas y no resalta ningún atributo específico. Para las piernas existen las faldas, y si el objetivo es mostrar la silueta los huecos —que, por cierto, han ido creciendo en área y cantidad año tras año— no destacan nada. En cambio, sí revelan partes del cuerpo poco interesantes. Por ejemplo las rodillas, que tienen turupes, se ven porosas y tienden a acumular cicatrices. Algo así como la nariz o las orejas, pero sin el resto de la cara.

Las diferentes opciones de diseño tampoco ayudan. En los modelos ceñidos eso parece un tamal mal amarrado. O peor, una morcilla o chorizo con el relleno saliéndose por defectos en la tripa. Como si se hubieran dejado en agua hirviendo demasiado tiempo. Y cuando son exactamente lo contrario, es decir, pantalones anchos,  da la impresión de que algo aparecerá por esas costuras en algún momento. Algo malo o, por lo menos, poco higiénico.

Si preocupa lo que sale del yin, otra inquietud se relaciona con lo que entra. En climas fríos, vientos helados y temperatura ambiente gélida. En clima caliente, ese sol inclemente que genera bronceado tipo bikini o, más específico, tipo bandera en las piernas de la usuaria. Eso para prendas ceñidas. En los modelos anchos el tamaño de los cortes los convierte en acceso ideal para polvo, barro, lluvia, agua de charco cuando algún guache salpica y múltiples insectos, comenzando por mosquitos sin almorzar.

Las reflexiones de Este Tipo afectan directamente su calidad de vida. Ya casi no come ni duerme. Cada vez que sale a la calle un bluyin —que no siempre es blu, porque la moda se ha extendido a lonas de otros colores—, lo mira amenazante y deshilachado, como un desafío al intelecto. Para rematar, ha detectado una desconcertante tendencia en algunas usuarias. Medias, preferiblemente veladas y con malla, o unos leggings (chicle, en otros tiempos) impiden ver la piel que el agujero del yin revela. ¿Taparon para poder destapar? ¿Muestran pero no se debe ver’? ¿Cuál es el objeto de una ventana si al otro lado hay un muro?

Un día, en la calle, Este Tipo sintió una molestia un poco más abajo de la rodilla. Nada que un pequeño masaje no pudiera solucionar, pero para que fuera efectivo requería destapar la pierna. Quitarse los pantalones —sitio público— no era opción, arremangarse sí. Complicado porque llevaba puesto un yin que, aunque no era pegado al cuerpo, tampoco era tan ancho como para poder subir la bota con facilidad.

Y mientras hacia maromas para acceder a la zona afectada una idea surgida al azar, casi una epifanía, aclaró parte de sus dudas.

Sería bueno que esto tuviera un hueco para poder meter la mano y sobarse. 

miércoles, 7 de febrero de 2024

La mujer del último minuto


En la iglesia no cabe una persona más. Familiares y amigos de la novia ocupan el ala izquierda, mientras la parentela y conocidos del novio llenan la derecha. A los invitados se suman los inevitables patos. Ese nerviosismo que nadie comenta pero todos sienten crece minuto a minuto. Las miradas se concentran en la puerta. El círculo más cercano de la prometida está en el atrio, con ojeadas constantes hacia ambos lados de la vía y llamadas que nadie responde. Ella no llega, la paciencia del sacerdote se acerca a su límite, la ocasión feliz pinta para desastre... Pero una persona está completamente tranquila. Sabe exactamente lo que va a pasar. Años de recuerdos y experiencias mutuas lo llevaron a ese momento.

El cerebro vuela a la infancia. Conjunto cerrado, zona verde, infancia compartida, juegos de barrio. Escondidas. Faltan pocos minutos para llegar a ese grado de oscuridad que todos identifican como la señal para volver a los apartamentos. Es el acuerdo tácito con madres, hermanos mayores y ocasionalmente algún padre. Mientras regresen a casa a esa hora o antes, el permiso del otro día está garantizado. Pero ella no aparece todavía. El que contó no la encontró. Los demás, sumados a la búsqueda, tampoco. Ya algunas madres llamaron a sus hijos. Si todos no llegan a tiempo puede ser el final de la diversión en vacaciones... 

Otro recuerdo. Tiempos de adolescencia. La batalla esta vez es contra la trigonometría. Senos, cosenos, tangentes. No ha sido un buen año académico para ella. Hasta podría perderse. Una esperanza en forma de examen es la oportunidad para salvarlo todo. Requiere, claro, dedicación y preparación. La fecha se acerca peligrosamente sin que se note algún esfuerzo adicional para aumentar el conocimiento en la materia... 

Más memorias. Ya en el mundo laboral, la vida volvió a reunir a los antiguos vecinos. Un amigo gana cierta convocatoria internacional, gracias a la cual se codeará con los mejores del mundo. Entre todos le compran un computador, que servirá simultáneamente como herramienta de trabajo y comunicación. Es la noche anterior al viaje, cuando finalmente se pudo organizar la despedida. Están todos en el restaurante. Bueno, casi todos. Porque ella no aparece. Ella, la que traerá el computador. Ella, la que no responde mensajes ni llamadas. El homenajeado está agradecido, pero debe irse temprano porque su avión sale a primera hora...

La evocación del hombre en la iglesia llega a una escena vivida muchas veces. Encuentro con ese cliente, el importante. Es momento de la presentación clave, aquella que definirá el negocio. Todos los que deben estar ocupan la sala de juntas, con una excepción. La expositora principal, la que maneja los argumentos que convertirán la presentación de turno en acuerdo gana-gana, no aparece. En medio de la cortesía empresarial empieza a notarse cierta incomodidad. Es cuestión de segundos para que la reunión se disuelva...

Ese vecino de infancia, ese compañero de colegio, ese profesional que se reencontró con la amiga de la niñez y la adolescencia en el lugar de trabajo. Ese que pasó del trabajo a los recuerdos, de los recuerdos a la confidencia, de la confidencia al amor y del amor al compromiso. Ese, junto al altar, en una iglesia llena de personas asustadas porque no hay novia por sustracción de materia.

Él recuerda los desenlaces laborales cuando, segundos antes de la disolución, ella aparecía, distensionaba el ambiente con algún comentario y procedía a conquistar al cliente de turno. Evoca como ella llegó justo para interceptar en la puerta del restaurante al homenajeado, quien partió hacia el futuro con computador nuevo. Rememora la noche antes del examen de trigonometría, en la que ella estudió como nunca en su vida y logró —apenas raspando, pero igual vale— cumplir el requisito académico. Y resuena en su mente una voz infantil que gritaba “un, dos, tres por mí” y cerraba el juego, justo antes de que las madres ejercieran autoridad. Así garantizó no solo los permisos del día siguiente, sino muchos días de diversión infantil.

Los demás que se asusten. Él sabe que ella llegará. Ella es así  La mujer del último minuto.