Los audífonos son un gran invento, aunque un grupo de personas se niega a aceptarlo. Dejémosle a los otorrinolaringólogos temas como volumen recomendable y daños al sistema auditivo a corto, mediano o largo plazo. El hecho es que hoy tenemos la posibilidad de una dosis personal de música portátil a toda hora.
Ahora hablemos de otro gran invento. La movilización en dodge... piernas. Comenzó cuando algún tatatatatatatatatata… tatarabuelo peludo dejó de apoyarse en sus patas delanteras e intentó erguirse. Ese antepasado se fue de espaldas o del cuatro letras que sabemos. Ocurrió hasta que dejó de intentarlo por cuenta de su incipiente inteligencia; o porque la caída aconteció en ubicación geográfica donde no era tan fácil levantarse, como un precipicio, un río caudaloso o cerca de un tigre dientes de sable sin almorzar.
Unas cuantas generaciones de experimentos fallidos después finalmente algunos lograron mantenerse de pie. Eso no fue tan importante como el paso siguiente. Lo de paso es literal. Las piernas se convirtieron en el principal medio de transporte. Así que brazos y manos se liberaron para chatear y mirar redes sociales, mientras la movilidad quedó a cargo del tren inferior. Y todavía conserva un papel protagónico. No se me ocurre mejor ejemplo que las visitas al cuarto ubicado al fondo a la derecha parn acciones tan obligatorias como poco comentadas. Que yo sepa, nadie tiene avión propio, automotor, crucero, motocicleta, bicicleta o patines para acceder a este lugar (que por cierto tampoco es que ofrezca facilidades de parqueo).
Solo hay que salir a la calle para ver miles de personas en ruta hacia alguna parte gracias a los movimientos de su propio cuerpo. En teoría, las diferencias entre caminantes radican en la velocidad con la que se trasladan de un lugar a otro. Pero cuando hay audífonos de por medio, sale a relucir la realidad.
Escenario: un centro comercial. Gente que entra y sale de almacenes, circula por pasillos, se mueve en busca de artículos específicos o deambula curioseando sin tener un objetivo particular. Eso es lo que ve el observador corriente. Pero si ese observador tiene audífonos puestos, el panorama cambia radicalmente. Precisiones. No importa si son inalámbricos, cascos o de los que se insertan en la oreja. Lo que sí importa es que ambos oídos deben estar conectados a su respectivo transmisor de sonido. Es obligatorio escuchar música, pero elementos como autor, intérprete, género o época carecen de trascendencia.
Nuestro musicalizado observador nota pronto que no hay caminantes aislados, sino una compleja coreografía que danza al son de la música que él (el observador) oye desde su mp3, radio, walkman o teléfono —vía streaming—. Cada pasito responde en mayor o menor medida a los acordes de ritmo urbano, rock industrial, chucu-chucu, baladas para planchar u orquesta sinfónica de su playlist particular.
El acompasado movimiento se ve en el padre de familia que intenta poner orden al grupo de inquietos hijos y amigos de estos. En la madre y la hija haciendo las compras familiares. En el combo de adolescentes en plan recreativo (de los cuales muchos tienen sus propios auriculares). En ese tipo que habla por teléfono mientras se moviliza hacia alguna cafetería. En la señora que lleva sus perros de paseo aprovechando la condición pet friendly de la zona comercial. No solo caminan. Tienen ese “tumba'o” del que se mueve al son que le toquen, así el único que lo esté escuchando sea nuestro musicalizado observador.
Lo más curioso es que cuando el ritmo se acaba por fin de canción, audífono retirado de la o las orejas o descarga de batería, el espectáculo también termina. Sin que medie algún tipo de señal, instrucción o cambio visible, el baile desaparece y solo quedan caminantes comunes y corrientes.
A menos que suene otra canción.