lunes, 30 de junio de 2025

La paradoja del cojo

Es 29 de junio y son casi las 11 de la noche. Acabo de ver, como por quinta vez, a un cojo hacer un gol. No en un evento paralímpico. En un partido de fútbol profesional. Esto, sencillamente no debió haber ocurrido.

Es más, el equipo del cojo no debería estar ahí. A lo largo del semestre se dieron todas las circunstancias para que no jugara ese encuentro. Como la lista es larga toca limitarse a hechos clave. Primero: echaron a su técnico y pusieron un provisional. “Interino”, que llaman. Y tapando el hueco mientras conseguían uno de verdad, este personaje logró que el plantel sumara buenos puntos. 

Cuando llegó el encargado en propiedad la racha ganadora terminó. Hasta poco antes de concluir la primera fase del campeonato jugadores e hinchas tenían un ojo en el juego y otra en la calculadora. Si no hubiera sido por lo que hizo el tapahuecos, los números no habrían alcanzado. Eso, sumado a la forma como jugaba evidenciaban un hecho, ese equipo no debía entrar a la siguiente fase. Pero de alguna manera le alcanzó.

Y como toda situación, por mala que esté, puede ponerse peor, dos jugadores de ese equipo pelearon entre ellos en uno de los pocos partidos que ganaron de forma contundente. Y cuando ya estaban clasificados, en la última fecha, un rival ya eliminado los goleó. A los suplentes, pero goleada es goleada. Aún así, lograron ingresar a la ronda siguiente, pero no había razones para que pasarán de ahí.

El asunto arrancó con lógica. Primer partido, de local, perdido. Luego venían dos de visitante, de esos en los que, por mucho, se podía aspirar a un empate. No debió ganar ni uno, pero ganó los dos, uno de ellos con un gol en el último minuto desde su propia cancha. ¿Será que pese a todo, se puede? No, lo siguiente fue  perder otro partido de local. 

En la última fecha su rival solo tenía que empatar para ser finalista. En todos los criterios era superior. Ese día debieron eliminar al equipo del cojo. No podía vencer. Pero lo hizo. 

Repaso rápido. El equipo de los tres técnicos, de la pelea pública entre ellos mismos, del técnico tapahuecos, del técnico oficial que casi no gana, de las derrotas de local en la semifinal se metió de finalista.

Y en la instancia definitiva, en el primer partido de dos, de local, empató y, hay que decirlo, pudo perder.  Seguía otro,  de visitante, en una ciudad donde el futbol es religión. Y contra un rival que era mejor. Y pasó lo que tenia que pasar, el equipo local anotó el primer gol.

Con todo y eso los del cojo hicieron un gol que empataba el partido y, de pasadita, la serie. Entonces vino la otra desgracia, El jugador más destacado de este equipo, su goleador, se lesionó. Quedó cojo. Sí, ese es el cojo al que nos referíamos desde un principio. 

Además, el técnico había hecho un cambio ingresando a otro jugador que no había tenido buen desempeño en el partido anterior pero en cambio, en otros partidos, tampoco. Llamémoslo el calvo. 

El cojo decidió hacer un último esfuerzo antes del cambio obligatorio por su lesión. Cojeando recibió un balón que como pudo le pasó al calvo. Ese que venía jugando mal corrió y a punta de fuerza, habilidad y velocidad entró al área donde le hizo un pase a su compañero que venía cojeando, rezagado, y…

Como es evidente que nadie en este equipo entiende aquello de la lógica, el deber ser de las cosas, las relaciones causa- efecto y como deben desarrollarse los hechos a partir de circunstancia objetivas, el cojo hizo un último esfuerzo con su pierna lesionada y anotó gol.

No cualquier gol. El gol definitivo. En una final. El que le dio el triunfo a su equipo. Y de visitante. Y gracias a esa paradoja un onceno que no debería haber disputado la final, es el campeón. 

El autor de las Amilcaradas ha sido hincha toda su vida de un club deportivo con camiseta roja que juega en Bogotá. Eso traduce en derrotas, fracasos, frustraciones, ilusiones perdidas, y demás historias tristes durante múltiples momentos de su existencia, reciente y pasada, con algunas excepciones.

Por eso no podía dejar pasar este hecho para abusar de la paciencia de sus lectores con esta pequeña historia que explica porque el fútbol es algo que va más allá de la lógica.

Tal vez no sea un milagro, pero se le parece bastante.

Contra toda expectativa, Independiente Santafé es campeón del primer torneo de 2025. Décima estrella.

 

miércoles, 25 de junio de 2025

Yo sí puedo, ellos no

Hace algún tiempo hicimos un recorrido por el cuadrilátero de las batallas empresariales, enfatizando  lo que ocurre con  pesos pesadospesos medios. Uno pensaría que en la parte de abajo de la pirámide, donde la prioridad es pasar al día siguiente, no hay tiempo ni disposición de sumarle conflictos a la rutina. 

Pero no podemos subestimar al ser humano. Ademas está toda la carreta de la evolución, la supervivencia del más fuerte y esa sensación de poder cuando el mundo (corporativo) se divide en dos: los demás y yo. O mejor, yo y los demás. Ese yo nos hace sentir como YO (así, en mayúsculas). Y llegar a ese estado privilegiado demanda una serie de pequeñas victorias que se relacionan con el acceso a recursos escasos. Recordemos algunos casos.

Hora de almuerzo. Cocas en abundancia. Un solo microondas. Hora de  hacer fila. Pero hay quien logró algún extraño convenio con la señora de la cocina y siempre, por razones igualmente misteriosas, tiene su comida caliente a las 12.05. No importa qué tanto madruguen los demás, el recipiente de este personaje tiene garantizado su primer lugar. ¿Cómo lo logró? Otro misterio. Y como nadie está interesado en cultivar enemistades con el personal de aseo y tintos no hay reclamos. 

Buen momento para un paréntesis. En las luchas de poder de la alta dirección, e incluso de mandos medios, suele haber táctica y estrategia. A medida que se baja de categoría en el escalafón, los métodos se vuelven más, cómo decirlo, artesanales. 

Retomamos. Hubo un tiempo en el cual la mayoría de los empleados utilizaban transporte público. Eso de tener carro se reservaba a una élite de dueños y altos ejecutivos. Pero eso ha cambiado. Y a cuenta de incómodos préstamos y más incómodas cuotas mensuales los motorizados se han multiplicado. No solo los de cuatro, sino también los de dos ruedas. En cambio, el espacio destinado al parqueo ha crecido, pero no en la misma proporción. Para ponerla fácil, no hay parqueadero pa’ tanto carro, ni pa’ tanta moto. Ni pa’  tanta cicla, pero eso es otro cuento.

Así que se trata de invertir tiempo, energía y recursos en formar parte de la elite de los que tienen espacio empresarial para parquear. Saber de quien hay que ser amigo, disponer de una red de espionaje para ser el primer aspirante cuando se desocupe un cupo, tener a la mano argumentos irrebatibles que prioricen mi carro frente  a cualquier otro o simplemente llegar a a las 4 de la mañana al turno de las 9, cuando los estacionamientos sean en orden de llegada.  

Y no es solo por el ahorro de pagar particular. No es eso. Es el hecho de estar entre los privilegiados. Así los “privilegios” sean prioridad en el uso de la fotocopiadora, derecho a no hacer fila para el refrigerio, cosedora nueva, cambiar la silla, rollo mensual de papel higiénico, vales para almuerzo en restaurante chino, atención más rápida de los ingenieros cuando se traba el computador, plan de datos corporativo, escritorio al lado de la ventana, escritorio lejos de la ventana, cubículo con paredes altas. En tiempos recientes, teletrabajo; y en tiempos más recientes, retorno a la oficina con horarios fijos.

Cuando después de luchar, intrigar, rogar, empujar, disputar, insistir, presionar, rezar, lidiar, solicitar y combatir accedemos a estas u otras prerrogativas importantes como una caja de clips, que el mensajero de la empresa nos traiga el roscón de las medias nueves o una gorra con el logo de la organización podemos decir (así sea para nuestros adentros) mientras observamos al resto del ecosistema laboral.

Yo sí puedo. Ellos no. 


miércoles, 18 de junio de 2025

Papá caña

A propósito del Día del Padre,  retomamos un texto del siglo pasado sobre esas historias con las que los papas de turno entretienen a su prole. Incluye ciertas referencias que requieren edad mínima para ser entendidas, por lo que incluimos un novedoso y patentable recurso: el “Equivalente Para Las Nuevas Generaciones”, identificado con la sigla EPLNG, cuando aplica.  

En algún momento de la vida, el héroe oficial de nuestra existencia es ese señor que ostenta el titulo de papá. En la situación influye —además de su porte y su habilidad para sacar dulces del bolsillo del saco—  algunas historias que nos ha contado sobre relaciones con personajes importantes, aventuras dignas de un héroe de Nintendo (EPLNG: Marvel) o viajes maravillosos a tierras lejanas.

Lo cierto es que un día crecemos, y como quien no quiere la cosa, empezamos a repasar mentalmente los cuentos del progenitor. Y ahí aparecen las incoherencias de fecha, lugar y tiempo. ¿Cómo pudo jugar en el mismo equipo con Willington Ortiz y Oscar Córdoba (EPLNG: el Pibe Valderrama y David Ospina) en una final del Mundial?

Ahí descubrimos la triste realidad. El tipo no mintió, aunque sí exageró "un poquito". Por ejemplo:

Historia: Una vez, estuve en un concierto con Fruko y sus Tesos (EPLNG: Daddy Yankee o Don Omar), hicieron un concurso de salsa (EPLNG: reguetón)  y gane el primer lugar con el paso del espagueti.

Realidad: Una vez hicieron un concurso para ver quien era el más teso para comer espagueti con salsa. Papá no ganó, pero pasó una noche en medio del desconcierto.

Historia: Tuvimos una pelea de jóvenes, éramos 5 contra 20. pero los sacamos corriendo a los 18 minutos.   

Realidad: Ibamos a pelear seis contra cinco pero ellos, de lo grandes, parecían 20. Salimos corriendo y nos persiguieron 18 cuadras.

Historia: En la final del campeonato intercolegiado, anoté en el último minuto el gol que nos hizo campeones. 

Realidad: En un partido con otro colegio, lesioné en el ultimo minuto al arquero rival y luego ganamos por penaltis.

Historia: Cuando viajé a los Estados Unidos, mi compañero de silla fue Silvester Stallone, (EPLNG: Jason Statham) quien había viajado de incógnito a Colombia.

Realidad: Cuando conseguí un puesto de cargamaletas en el aeropuerto, vi a lo lejos un tipo idéntico a Silvester Stallone, pero hablaba como boyacense y era negro.

Historia: Una vez tuve que atravesar el río Magdalena nadando en medio de una tormenta.

Realidad: Una vez me caí a la quebrada la Magdalena y me sacaron con chinchorro.

Historia: No me casé con Amparo Grisales, (EPLNG: Amparo Grisales) cuando a ella no la conocía nadie, porque era en ese tiempo una vieja maluca. Por eso preferí a su mama (la suya mijo, no la de Amparo Grisales).

Realidad: No me casé con Amparo Grisales —la dueña de la tienda de la esquina y homónima de la famosa actriz— porque, es, fue y seguirá siendo una vieja maluca; y su mamá es mucho mejor en todo sentido.

Historia: Cuando Julio Iglesias, el cantante español, (EPLNG: Enrique Iglesias)  vino a Colombia, me habló como se le habla a una amigo de confianza, y me dio recomendaciones para evitar problemas con mi vida.

Realidad: Cuando Julio Iglesias, el cantante español, vino a Colombia, le lanzó un grito a un bobo (yo) parado en medio de la calle. "¡Quitaos de ahí imbécil, no veis que os vamos a atropellar!"

miércoles, 11 de junio de 2025

Alba se siente excluida

Alba acepta que a veces tiende a sobredimensionar comportamientos ajenos. Pero boba no es y sabe reconocer cuando algo raro pasa. De un tiempo para acá viene notando cambios en el personal joven con quienes comparte espacio laboral. ¿O se lo estará imaginando?

El combo menor de 30 años es, por cierto, mayoría en la empresa. No hay uno solo que haya ingresado simultáneamente o antes de Alba. Eso no había sido problema para una agradable convivencia hasta que ella empezó a percatarse o, mejor, a sentir eso que llaman mala vibra en el ambiente. 

Comenzó con el saludo. Ella siempre es la primera en llegar a la oficina. Prácticamente todo el mundo le da los buenos días. Eso no cambió. Tampoco las palabras ni la frecuencia... Pero había algo en el tono. O mejor, en el tonito. Del genuino interés se pasó a sentir una mera y casi que forzada cortesía. ¿O se lo estaba imaginando? Luego vino esa extraña sensación de ser el tema de diálogos ajenas. El silencio repentino cuando llegaba al grupo que conversaba. Los cuchicheos a la distancia donde por alguna razón se sentía observada e incluso señalada. ¿O se lo estaba imaginando? 

La situación llegó a algún punto entre exclusión social, me estoy inventando pendejadas y un cuadro psiquiátrico de paranoia. Una cuarta opción fue el consejo de una amiga (con prejuicio incluido). “Esos jóvenes de ahora se ofenden por todo. ¿Será que usted hizo o dijo algo que los incomodó? Piense a ver”. 

En principio, la alternativa no convenció del todo a nuestra protagonista. Pero un día llegó a trabajar y el resto de la gente... no llegó. Aparecieron mucho después. Muy cortésmente le explicaron que, la noche anterior, habían organizado un encuentro en otro lugar para festejar algo. Y sí, la habían llamado.

Verificó en su teléfono. Efectivamente aparecía la comunicación, poco antes de la medianoche, cuando Alba normalmente llevaba de dos a tres horas dormida. La reunión se coordinó por un grupo de mensajería electrónica. Ella todavía no estaba incluida, pero eso lo iban a solucionar de inmediato. Lo utilizaban (el grupo) para tratar temas tanto laborales como sociales, sobre todo en altas horas de la noche.

Esas palabras dispararon la epifanía. ¡Claro. Eso es! Semanas antes, durante un receso laboral alrededor del café, las y los jóvenes contertulios se despacharon contra lo que ellos calificaban de anacrónica costumbre. Madrugar.  Citaron investigaciones que relacionaban incrementos en la productividad y la eficiencia con aplazamientos en la hora de inicio de la jornada laboral. Mencionaron un proyecto de ley para que los colegios comenzaran sus actividades más tarde. Alguno criticó una cultura que romantiza levantarse al amanecer, en detrimento de acostarse tarde y dormir hasta ídem, sin ninguna base científica.

Cuando a Alba le preguntaron su opinión, ella hizo algo que en tiempos actuales es un comportamiento de alto riesgo: dijo lo que pensaba. Habló de un hábito madrugador inculcado desde la infancia. De productividad ligada a trabajar con la mente recién levantada y del ambiente silencioso y tranquilo que ofrece el amanecer. De la resiliencia de los niños. De que no todos funcionan igual en los mismos horarios.

Incluso intentó hacer un chiste con su nombre, Alba, porque el alba era su mejor momento.  El chiste no salió bien y sus comentarios tampoco. Y aunque nadie le cuestionó su punto de vista, se formaron dos bandos. Los levanta tarde y la madrugadora. Esa que, al no encajar en el pensamiento mayoritario, está siendo sutilmente dejada de lado.

Ahora es Alba, la excluida ¿O se lo estará imaginando?

miércoles, 4 de junio de 2025

Ecologistas precursores

Primero lograron un impuesto al consumo de bolsas plásticas. Luego obtuvieron una prohibición parcial de su uso. Los ecologistas cobran como victorias esos ajustes en el marco legal vigente. No solo (dicen) cambiaron la Ley, sino que ellos generaron nuevos comportamientos de la gente para beneficio del medio ambiente.

Mienten.

Esto comenzó mucho antes del discurso verde, de los objetivos de Desarrollo Sostenible y de que salvar al planeta no involucrara pelear con invasores alienígenas sino cambiar comportamientos. 

Y yo soy la prueba. Pertenezco a una institución, una tradición, una costumbre, un comportamiento cultural atávico arraigado que lleva a resultados similares, así los objetivos sean diferentes.

La verdad no sé cuando aparecimos. En cambio, tengo absolutamente claro quien es nuestro origen, nuestro génesis, nuestra madre. Lo de madre es literal. Venimos de esas mujeres. Mujeres de otras épocas. Amas de casa de tiempo completo. Expertas en hacer rendir los recursos escasos del presupuesto familiar para satisfacer las necesidades ilimitadas de hogares donde lo único que abundaba eran los hijos e hijas. 

Ellas se inventaron el reciclaje. Y gracias a ese aporte un día nacimos, en el seno de una o varias familias.

Porque de ahí venimos. De un lugar de residencia donde conviven padre, madre, prole y demás parientes. Hablando de parentela, en tiempos recientes algunos de nuestros descendientes se han extendido a empresas, comercios y lugares públicos. Pero nosotros comenzamos como un asunto familiar. 

Inicialmente teníamos otra vocación. No todos somos iguales. Algunos nos caracterizamos por belleza y elegancia dignas del más rebuscado diseño. Otros, en cambio, destacan por valores físicos como fuerza y resistencia. El elemento común es el tamaño. Ese que sí importa. Entre más grandes, mejor.

Llegamos a las familias cumpliendo una función similar a aquella que ocupará el resto de nuestra existencia. Una vez cumplida esa misión ella, la madre, decidió. Decidió darnos una segunda oportunidad que incluye ubicación y nuevo oficio.

Podemos estar en la cocina, en un clóset, en el garaje, en el cuarto de San Alejo, en un patio o en cualquier otra parte de la casa o apartamento de turno. Como se darán cuenta, la discreción es parte del trabajo. Existimos pero no a la vista del público en general. Todos en casa nos conocen y saben dónde estamos, pero rara vez nos presentan a las visitas.

En principio nuestra usuaria es, de nuevo, la madre, pero poco a poco el resto de la familia se integra. Lo bueno es que así vamos creciendo. Lo malo es que cada vez los proveedores son más descuidados  Empezamos el nuevo trabajo de una forma ordenada y sistemática pero poco a poco pasamos al descuido y la improvisación. Aún así, ahí estamos, disponibles en horario de 24 x 7. 

De nuestra constitución y resistencia depende el tiempo que prestaremos servicio. Solucionamos todo tipo de problemas que pueden involucrar alimentos, encargos, almacenamiento, estudio, objetos prestados,  trasteos y aseo —entre otros muchos— y, de pasadita, le damos una mano al medio ambiente.

Soy la bolsa (usada) de las bolsas usadas.