Frente a esa montaña de papeles debidamente desorganizada él, (o ella), desarrollan una actividad digna de colibrí con convulsiones. Toman un papel, agarran la calculadora, suman como si el mundo se fuera a terminar pasado mañana antes del desayuno. Al segundo están frente a su computador introduciendo largas filas de datos, y minutos después recorren con ojo auditor y lápiz rojo las cifras de algún informe.
Y así se les ve todo el día, porque siempre están allí. Cuando la demás gente inicia su jornada laboral, ellos ya tienen los dedos teñidos de tanto mover lápiz rojo. Cuando el último se va, ellos todavía están frente a la pantalla, sacando algún dato de la montaña de papeles, introduciendo algo en la base de datos, haciendo alguna cosa.
Y aunque solo se levantan de la silla para ir al baño, o almorzar mirando el reloj y sufriendo por ese maravilloso tiempo perdido, a la hora de evaluar sus resultados no aparece por ningún lado esa excepcional productividad que debía derivarse de una vida en función del trabajo.
Porque estamos hablando del típico arranca todo, termina nada. Se trata de una espécimen de oficina que quiere hacer todo su trabajo el mismo día, a la misma hora, en la misma silla y con la misma ropa. Por eso, su técnica de trabajo es comenzar e ir adelantando poco a poco. Y mientras adelanta, comienza otra, Y otra, y otra. Así el día se va llenando de puntos de partida, que cada vez se ven más lejos del punto de llegada.
Entonces tenemos al sujeto empezando la tarea A, la cual deja momentáneamente para asumir la responsabilidad B, que queda interrumpida cuando dispone los elementos para iniciar la función C, la cual se suspende provisionalmente para atender una llamada de la cual deriva una actividad D, cuyos lineamientos generales están siendo esbozados cuando se recuerda que hay que seguir con la tarea A, de la cual se adelantan algunos aspectos que son periódicamente interrumpidos por labores relacionados, con C, con B o con...
En la memoria colectiva de la empresa, solamente se recuerda una ocasión en la cual no parecía “colgado”, actuó con serenidad e hizo lo que tenía que hacer en un solo viaje, sin interrupciones.
Fue esa mañana en la cual le explicó a su jefe porque razón el no necesitaba ningún curso sobre manejo eficiente del tiempo.
Y lo convenció.
lunes, 25 de agosto de 2008
martes, 19 de agosto de 2008
Viejo, mi querido viejo
En algunas familias vive un extraño personaje. Es calvo o canoso. Aparece en las noches y sale de madrugada. Limita su comunicación con los demás a lo estrictamente necesario, y en lo posible por monosílabos. Como siempre ha sido así, su actitud no sorprende a nadie. De hecho, cuando se pone sociable es algo sospechoso.
Aunque él preferiría encerrarse a ver televisión y leer periódicos por el resto de su vida, no puede aislarse del mundo que lo rodea. A veces tiene que hablar con alguien. En esas inevitables conversaciones se le llama papá, o señor. Con su esposa nunca habla. No hace falta. Años de convivencia han diseñado un sistema de información mutua en el que sobran las palabras. Cada uno de los dos sabe lo que piensa, necesita o va a decir el otro con solo verlo.
Pero los hijos saben que a veces es necesario acudir directamente al viejo. A mi viejo, como lo llaman en las conversaciones con sus propios amigos. Y entonces se sobreponen a un cierto temor reverencial, y conversan más o menos así.
Hijo: (Tímidamente) Papá, es que necesito un favor.
Padre:(Desinteresadamente) Hmmm.
Hijo: Resulta que tenemos que dar una cuota adicional (Nota, el 99 por ciento de las conversaciones tienen que ver con plata).
Padre: (Con curiosidad) Hmmm.
Hijo: Es para la adquisición de elementos de estudio, son (espacio libre para colocar una cifra de acuerdo con el estrato).
Padre: (Entre sorprendido y furioso) Hmmm.
Hijo; (Silencio) Y es para (otro silencio) el lunes.
Padre: (Silencio total. Mirada perdida. No se sabe si está bravo o hace cuentas. Abre la boca) Yo le dejo la plata con su mamá.
Hijo: (Por no parecer interesado) Y...como le ha ido papá.
Padre: (Inexpresivo) Hmmm
Los hijos crecerán y mi viejo será cada día menos imponente, menos asustador, más viejo. Cuando aparezcan los nietos sufrirá una extraña metamorfosis, y revelará con ellos una desconocida faceta de hombre tierno y juguetón, solo comparable con aquella que permanece perdida en el subconsciente de sus propios hijos.
Un día se irá para siempre, llevándose las respuestas a esas preguntas que nunca nadie se atrevió a hacerle, o que él contestó con su expresivo “hmmm”. Y en el funeral, su hijo, ya viejo, quien también limita la comunicación con sus propios descendientes a lo estrictamente necesario dirá entre nostálgico y resignado.
“Con ese man no se podía hablar.”
Aunque él preferiría encerrarse a ver televisión y leer periódicos por el resto de su vida, no puede aislarse del mundo que lo rodea. A veces tiene que hablar con alguien. En esas inevitables conversaciones se le llama papá, o señor. Con su esposa nunca habla. No hace falta. Años de convivencia han diseñado un sistema de información mutua en el que sobran las palabras. Cada uno de los dos sabe lo que piensa, necesita o va a decir el otro con solo verlo.
Pero los hijos saben que a veces es necesario acudir directamente al viejo. A mi viejo, como lo llaman en las conversaciones con sus propios amigos. Y entonces se sobreponen a un cierto temor reverencial, y conversan más o menos así.
Hijo: (Tímidamente) Papá, es que necesito un favor.
Padre:(Desinteresadamente) Hmmm.
Hijo: Resulta que tenemos que dar una cuota adicional (Nota, el 99 por ciento de las conversaciones tienen que ver con plata).
Padre: (Con curiosidad) Hmmm.
Hijo: Es para la adquisición de elementos de estudio, son (espacio libre para colocar una cifra de acuerdo con el estrato).
Padre: (Entre sorprendido y furioso) Hmmm.
Hijo; (Silencio) Y es para (otro silencio) el lunes.
Padre: (Silencio total. Mirada perdida. No se sabe si está bravo o hace cuentas. Abre la boca) Yo le dejo la plata con su mamá.
Hijo: (Por no parecer interesado) Y...como le ha ido papá.
Padre: (Inexpresivo) Hmmm
Los hijos crecerán y mi viejo será cada día menos imponente, menos asustador, más viejo. Cuando aparezcan los nietos sufrirá una extraña metamorfosis, y revelará con ellos una desconocida faceta de hombre tierno y juguetón, solo comparable con aquella que permanece perdida en el subconsciente de sus propios hijos.
Un día se irá para siempre, llevándose las respuestas a esas preguntas que nunca nadie se atrevió a hacerle, o que él contestó con su expresivo “hmmm”. Y en el funeral, su hijo, ya viejo, quien también limita la comunicación con sus propios descendientes a lo estrictamente necesario dirá entre nostálgico y resignado.
“Con ese man no se podía hablar.”
lunes, 11 de agosto de 2008
Mentiras modernas
Desde el momento en que nuestro padre Adán puso cara de yo no fui y, mirando al Gran Jefe, dijo que él no se había comido esa fruta, el ser humano comenzó a conjugar el verbo mentir.
De ahí para adelante los egipcios aseguraron que se habían demorado por estar trabajando en la pirámide; los romanos explicaron que el incendio causado por Nerón era la causa de su retraso y lo héroes del oeste culparon a un inesperado ataque indio de su demora.
Claro que llegó el siglo XXI con su sobredosis de información, sus celulares, su Internet, su correo electrónico, sus portátiles y demás mecanismos que permiten contacto permanente. Con eso se acabarían las mentiras y el mundo evolucionaría a una etapa de honestidad, sinceridad y cumplimiento.
O las mentiras se adaptarían a la nueva tecnología, que fue lo que efectivamente sucedió. Van los ejemplos.
- “Yo no he recibido ningún correo”.
- (En el chat 1) “Claro, soy mona, de ojos verdes y mis medidas son 90-60-90”.
- “Estoy en un trancón” (aclaración: está en su casa, con el celular en la oreja, recién levantado).
- “Lo tengo aquí, en la USB”.
- “Es que le entró un virus al computador y por eso se perdió el trabajo”.
- “Mándeme un correo y yo le respondo lo más pronto posible”.
- “Mira que me robaron el celular y allí era donde tenía tu teléfono. Por eso no te volví a llamar”.
- “Ya voy a llegar” (al principio o, en el mejor de los casos, en la mitad del trayecto).
- (En el chat 2) “A ver, a quién me parezco... es como una mezcla de Tom Cruise y Brad Pitt”.
- “¡Pues claro que estoy solo!” (o sola).
- “Yo te dejé un mensaje en el contestador”.
- “Se me descargó el celular”.
- “Es que no me ha quedado tiempo de entrar al Facebook”.
- “No, ella no está conmigo”.
- (En el chat 3) “No, no tengo pareja por ahora”.
- “¿Ese ruido?... No, es que estoy frente a una discoteca”.
- “¿Seguro que no le ha llegado el e-mail? Mire bien”.
- “Marque al PBX y ahí le contestan y le solucionan el problema”.
- (En el PBX). “Muchas gracias por llamar”.
- “No tengo minutos”.
- “Se me perdió tu correo. ¿Me lo puedes repetir?”
- “Claro que estoy ahí mamá, donde más iba a estar”.
- “No me abrió el archivo”.
- “No escucho, parece que aquí la señal del celular no entra bien, halo, haloooo...”
De ahí para adelante los egipcios aseguraron que se habían demorado por estar trabajando en la pirámide; los romanos explicaron que el incendio causado por Nerón era la causa de su retraso y lo héroes del oeste culparon a un inesperado ataque indio de su demora.
Claro que llegó el siglo XXI con su sobredosis de información, sus celulares, su Internet, su correo electrónico, sus portátiles y demás mecanismos que permiten contacto permanente. Con eso se acabarían las mentiras y el mundo evolucionaría a una etapa de honestidad, sinceridad y cumplimiento.
O las mentiras se adaptarían a la nueva tecnología, que fue lo que efectivamente sucedió. Van los ejemplos.
- “Yo no he recibido ningún correo”.
- (En el chat 1) “Claro, soy mona, de ojos verdes y mis medidas son 90-60-90”.
- “Estoy en un trancón” (aclaración: está en su casa, con el celular en la oreja, recién levantado).
- “Lo tengo aquí, en la USB”.
- “Es que le entró un virus al computador y por eso se perdió el trabajo”.
- “Mándeme un correo y yo le respondo lo más pronto posible”.
- “Mira que me robaron el celular y allí era donde tenía tu teléfono. Por eso no te volví a llamar”.
- “Ya voy a llegar” (al principio o, en el mejor de los casos, en la mitad del trayecto).
- (En el chat 2) “A ver, a quién me parezco... es como una mezcla de Tom Cruise y Brad Pitt”.
- “¡Pues claro que estoy solo!” (o sola).
- “Yo te dejé un mensaje en el contestador”.
- “Se me descargó el celular”.
- “Es que no me ha quedado tiempo de entrar al Facebook”.
- “No, ella no está conmigo”.
- (En el chat 3) “No, no tengo pareja por ahora”.
- “¿Ese ruido?... No, es que estoy frente a una discoteca”.
- “¿Seguro que no le ha llegado el e-mail? Mire bien”.
- “Marque al PBX y ahí le contestan y le solucionan el problema”.
- (En el PBX). “Muchas gracias por llamar”.
- “No tengo minutos”.
- “Se me perdió tu correo. ¿Me lo puedes repetir?”
- “Claro que estoy ahí mamá, donde más iba a estar”.
- “No me abrió el archivo”.
- “No escucho, parece que aquí la señal del celular no entra bien, halo, haloooo...”
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Arrendatarios
Es necesario ser justos. Así como existe toda una fauna de arrrendadores de habitaciones, los arrendatarios no se quedan atrás. Como estos, por ejemplo.
- El melenudo de arete que pregunta a la propietaria, recién salida de una operación al corazón: ¿Habrá problemas si aquí ensaya mi grupo de rock?
- El amante de los animales que insiste en camuflar una pareja de pastores alemanes en el apartamento del piso 18.
- La pareja despistada que pregunta a la dueña cuanto cobra por la hora.
- El caballero trasnochador que bota 4 juegos de llaves en igual numero de semanas, y pide disculpas luego de timbrar como loco a las tres de la mañana.
- La niña emproblemada que llega llorando todas las noches, especialmente cuando van a cobrarle la renta.
- El especialista en mecánica automotriz que parquea todos los días frente al garaje de la casa las tractomulas que él mismo arregla.
- El altamente colaborador arrendatario que daña, en su orden, la nevera, el equipo, el televisor, la tubería del baño y el piso del patio, bajo la premisa de “con mucho gusto le ayudo, señora".
- El compañero de apartamento que se baña semana por medio, ignora el significado de la palabra lavaplatos, come crispetas sobre la alfombra y derrama todos los líquidos que pasan por sus manos.
- El propietario paranoico que pregunta todos los días después de regresar: "¿Quien cambió de sitio mis porcelanas?”
- El joven que paga un año por adelantado, mantiene la puerta bajo llave, llega después de medianoche y sale de madrugada, y deja como único signo de vida unas sospechosas manchas blancas en la alfombra.
- El glotón que instala una estufa eléctrica de tres puestos en su habitación, y la utiliza para frita chicharrones con la puerta cerrada.
- La chica liberada que recibe la visita de un "primo" distinto todas las noches.
- El melenudo de arete que pregunta a la propietaria, recién salida de una operación al corazón: ¿Habrá problemas si aquí ensaya mi grupo de rock?
- El amante de los animales que insiste en camuflar una pareja de pastores alemanes en el apartamento del piso 18.
- La pareja despistada que pregunta a la dueña cuanto cobra por la hora.
- El caballero trasnochador que bota 4 juegos de llaves en igual numero de semanas, y pide disculpas luego de timbrar como loco a las tres de la mañana.
- La niña emproblemada que llega llorando todas las noches, especialmente cuando van a cobrarle la renta.
- El especialista en mecánica automotriz que parquea todos los días frente al garaje de la casa las tractomulas que él mismo arregla.
- El altamente colaborador arrendatario que daña, en su orden, la nevera, el equipo, el televisor, la tubería del baño y el piso del patio, bajo la premisa de “con mucho gusto le ayudo, señora".
- El compañero de apartamento que se baña semana por medio, ignora el significado de la palabra lavaplatos, come crispetas sobre la alfombra y derrama todos los líquidos que pasan por sus manos.
- El propietario paranoico que pregunta todos los días después de regresar: "¿Quien cambió de sitio mis porcelanas?”
- El joven que paga un año por adelantado, mantiene la puerta bajo llave, llega después de medianoche y sale de madrugada, y deja como único signo de vida unas sospechosas manchas blancas en la alfombra.
- El glotón que instala una estufa eléctrica de tres puestos en su habitación, y la utiliza para frita chicharrones con la puerta cerrada.
- La chica liberada que recibe la visita de un "primo" distinto todas las noches.
miércoles, 6 de agosto de 2008
Buscando pieza
Cuando el bachiller recién desempacado llega a la capital a estrenar su condición de primíparo; cuando el joven profesional decide (o le toca) cambiar de ciudad para salir de las estadísticas de desempleo; cuando la chica liberada cancela su negocio con el hotel mamá; cuando los corotos particulares del neotrabajador de la familia ya no le caben ... ha llegado el momento del grito de independencia. A buscar alojamiento.
Como vivimos en país subdesarrollado, y los ingresos son ídem, la mayor la de los neoliberales -- neo por nuevos, liberales por libres - terminan descartando ante la implacable realidad monetaria la posibilidad de adquirir o arrendar un apartamento. Entonces acuden a la dosis personal del mercado inmobiliario: arrendar una habitación.
Creen que será fácil. Mentira. Antes de llegar a una ubicación aceptable conocerán (viviendo en él o en contacto con sus propietarios) "paraísos” Como los siguientes.
1- El cuarto arrendado por una viejita necia que se niega a darle llave al arrendatario, y fija como hora de entrada las 7 de la noche entre semana y las ocho de viernes a domingo.
2- La habitación que pertenecía al único hijo (fallecido) de una pareja de ancianos, cuyas características (las del hijo) son descritas detalladamente todas las noches por el padre, que ataja dos horas en el comedor al arrendatario cuando se va a acostar después de 14 horas de trabajo.
3- El apartamento compartido con un contador que es maniático del orden y mantiene boleteado a su cohabitante con memorandos de instrucciones de aseo.
4- La pensión en la cual hay un solo baño para 18 habitaciones, por lo que hay que hacer cola desde las 3 de la mañana y despachar todas (Ojo: todas) las diligencias en 5 minutos.
5- El cuarto de las hermanas solteronas que se alquila solamente para hombres, y que es necesario trancar con doble llave después de las ocho de la noche.
6- La terraza de la negociante de los 4 hijos que todos los días espera al arrendatario en la puerta para venderle una cosa distinta
7- La habitación con vista a la calle en plena zona de discotecas
9.- El miniapartaestudio ubicado al fondo del patio, en cuyo camino hay un gran danés sin almorzar
10- El apartaestudio compartido con la versión 1994 de Juan Tenorio, el cual convierte al otro usuario en habitante usual del corredor.
Como vivimos en país subdesarrollado, y los ingresos son ídem, la mayor la de los neoliberales -- neo por nuevos, liberales por libres - terminan descartando ante la implacable realidad monetaria la posibilidad de adquirir o arrendar un apartamento. Entonces acuden a la dosis personal del mercado inmobiliario: arrendar una habitación.
Creen que será fácil. Mentira. Antes de llegar a una ubicación aceptable conocerán (viviendo en él o en contacto con sus propietarios) "paraísos” Como los siguientes.
1- El cuarto arrendado por una viejita necia que se niega a darle llave al arrendatario, y fija como hora de entrada las 7 de la noche entre semana y las ocho de viernes a domingo.
2- La habitación que pertenecía al único hijo (fallecido) de una pareja de ancianos, cuyas características (las del hijo) son descritas detalladamente todas las noches por el padre, que ataja dos horas en el comedor al arrendatario cuando se va a acostar después de 14 horas de trabajo.
3- El apartamento compartido con un contador que es maniático del orden y mantiene boleteado a su cohabitante con memorandos de instrucciones de aseo.
4- La pensión en la cual hay un solo baño para 18 habitaciones, por lo que hay que hacer cola desde las 3 de la mañana y despachar todas (Ojo: todas) las diligencias en 5 minutos.
5- El cuarto de las hermanas solteronas que se alquila solamente para hombres, y que es necesario trancar con doble llave después de las ocho de la noche.
6- La terraza de la negociante de los 4 hijos que todos los días espera al arrendatario en la puerta para venderle una cosa distinta
7- La habitación con vista a la calle en plena zona de discotecas
9.- El miniapartaestudio ubicado al fondo del patio, en cuyo camino hay un gran danés sin almorzar
10- El apartaestudio compartido con la versión 1994 de Juan Tenorio, el cual convierte al otro usuario en habitante usual del corredor.
sábado, 2 de agosto de 2008
La triste realidad de la independencia laboral
En tiempos de desempleo, la independencia tiene cara de perro. Uno que otro valiente que se aburre de tener jefe y decide ser su propio jefe, y mucho resignado, ante la sucesión de “nosotros lo llamamos” en sus solicitudes de empleo, opta por llamarse el mismo y poner su propia empresa.
De entrada, ambos se autoengañan. Quien no quiere tener jefe, descubrirá pronto que cada cliente es un jefe; y quien tiene una nueva empresa no demora en darse cuenta que es al revés, la empresa lo tiene a él.
El independiente se precia de no rendir pleitesía, pero el primer fracaso lo especializará en aquello de que el cliente siempre tiene razón. Para entender mejor veamos un ejemplo que cruza tres variables: Un trabajo aburridor (de esos que se hacían de mala gana en los tiempos de empleado y que se supone iban a desaparecer), la plata que tenga el independiente y la respuesta ante la propuesta.
- Tiene plata y clientes, pero no tiempo (casi nunca): No me interesa.
- No tiene plata ni tiempo, y tiene clientes (pocas veces): Lo pensaré.
- No tiene plata, tiene clientes y tiempo (muchas veces) : Sí, lo haré.
- No tiene plata ni clientes y tiene tiempo (casi siempre) . Sí señor, lo que usted quiera.
El otro argumento a favor de la independencia es el manejo del tiempo. El microempresario dice con orgullo “yo soy el dueño de mi tiempo”.
Mentira. Su empresa es la dueña de su tiempo, su vida, sus días y sus noches. Nunca deja de pensar en los posibles clientes. Cada vez que se aleja de un teléfono cree que perdió un negocio. Se gasta sus escasos recursos en un contestador, un biper y un celular al que sólo lo llama su mamá (la de él), las culebras y un despistado que pregunta por Eleonora.
Además, a diario descubre una ley nueva... que él está incumpliendo. Que el registro en la Dian, que el impuesto a las ventas, que la cámara de comercio, que la PILA. Se pregunta a que horas puede trabajar si se la pasa cumpliendo requisitos legales para poder hacerlo.
En el camino, muchos tiran la toalla, bien sea porque la suerte les sonríe en forma de empleo estable, o porque un día descubren que es más lo que gastan que lo que ganan. Otros corren con mejor suerte y triunfan, pero tanto unos con otros, en algún momento del proceso, han parafraseado al Himno Nacional en la estrofa que dice... ”independencia grita”, gritando...¡Quiero ser asalariado!
De entrada, ambos se autoengañan. Quien no quiere tener jefe, descubrirá pronto que cada cliente es un jefe; y quien tiene una nueva empresa no demora en darse cuenta que es al revés, la empresa lo tiene a él.
El independiente se precia de no rendir pleitesía, pero el primer fracaso lo especializará en aquello de que el cliente siempre tiene razón. Para entender mejor veamos un ejemplo que cruza tres variables: Un trabajo aburridor (de esos que se hacían de mala gana en los tiempos de empleado y que se supone iban a desaparecer), la plata que tenga el independiente y la respuesta ante la propuesta.
- Tiene plata y clientes, pero no tiempo (casi nunca): No me interesa.
- No tiene plata ni tiempo, y tiene clientes (pocas veces): Lo pensaré.
- No tiene plata, tiene clientes y tiempo (muchas veces) : Sí, lo haré.
- No tiene plata ni clientes y tiene tiempo (casi siempre) . Sí señor, lo que usted quiera.
El otro argumento a favor de la independencia es el manejo del tiempo. El microempresario dice con orgullo “yo soy el dueño de mi tiempo”.
Mentira. Su empresa es la dueña de su tiempo, su vida, sus días y sus noches. Nunca deja de pensar en los posibles clientes. Cada vez que se aleja de un teléfono cree que perdió un negocio. Se gasta sus escasos recursos en un contestador, un biper y un celular al que sólo lo llama su mamá (la de él), las culebras y un despistado que pregunta por Eleonora.
Además, a diario descubre una ley nueva... que él está incumpliendo. Que el registro en la Dian, que el impuesto a las ventas, que la cámara de comercio, que la PILA. Se pregunta a que horas puede trabajar si se la pasa cumpliendo requisitos legales para poder hacerlo.
En el camino, muchos tiran la toalla, bien sea porque la suerte les sonríe en forma de empleo estable, o porque un día descubren que es más lo que gastan que lo que ganan. Otros corren con mejor suerte y triunfan, pero tanto unos con otros, en algún momento del proceso, han parafraseado al Himno Nacional en la estrofa que dice... ”independencia grita”, gritando...¡Quiero ser asalariado!
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