lunes, 26 de octubre de 2009

El que mete gol tapa.

Eso sí era fútbol. El uniforme: lo que tuviéramos puesto. El tiempo: hasta que sonara la campana. Los jugadores: el curso entero (incluyendo el A, el B y el C). Los equipos: divida por dos el total. El balón: el que llevara alguno o, en su defecto, los que prestaban en el colegio o, en su defecto, cualquier objeto redondo con más de 20 centímetros de diámetro. La cancha: la misma cuyos arcos eran tubos de acueducto y tenía un poste de luz atravesado. La gramilla: parches verdes en medio de un polvero veraniego o un encharcado invierno. El árbitro: ¿eso qué es?

Suena la campana para el recreo. Salen los jugadores. Los primeros dos cursos que lleguen al arco se apoderan de él. Unos juegan por delante, otros por atrás del campo oficial. Los demás arman cancha con sacos y maletas. El que tenga más pinta de arquero, el que terminó en esa posición el “partido” anterior o el dueño del balón –si eso es lo que le gusta- junto con su pareja comienzan tapando.

Pueden ser 10, 15 ó 20 equipos. Primera fase, definición de las parejas. Uno, las llaves permanentes, los que pasaron la primaria y lo que va del bachillerato compartiendo delantera, medio campo, defensa y tarea de inglés. Dos, los amigos para todo, incluido para esta. Tres: los que se organizan como pueden. Sobra 1. Que tres malos formen equipo. Nadie quiere jugar con ese.

Rueda el esférico. Sacan los cuidapalos (o cuidasacos, o cuidamochilas o cuidalibros, según el caso). El balón se eleva y como palomas en plaza tras una crispeta, todos los muchachos se lanzan en su búsqueda.

Junca y Salazar utilizan la más exquisita técnica de toque y agilidad. Kurmen y Prado prefieren combinar la fuerza con el taponazo. Arz y Barreto manejan un buen toque. Rivera y Varela reparten patadas intercaladamente entre el balón y los rivales. Villa y Jaramillo esperan cerca del arco alguna oportunidad, ignorando el grito de !Palomeros no! Monroy y Fuentes pescan balón en río revuelto e intentan vencer a los arqueros de turno.

Se juega con el uniforme de diario. Algunos llevan tenis, otros zapato de suela o botas asesinas, destructoras de canillas. Ese es un peligro.

El otro son los taponazos inesperados de las patas bravas. El balón está en poder de Junca, quien tras evadir a Jaramillo se la pasa a Salazar. Este hace una gambeta, otra, otra y la pasa de nuevo a Junca, pero Kurmen se interpone, lo toma, la pasa a Prado quien hace lo único que sabe hacer, pegarle con todo. Todos se quitan de en medio, incluyendo a los arqueros. La ventana del salón de música detiene el esférico. Otro vidrio en la cuenta personal del sujeto.

La táctica y la estrategia cuentan. Teóricamente son equipos de dos, en la práctica se arman mafias. Parejas de cuatro y hasta de seis se entregan el balón o su equivalente, se dejan pasar, se confabulan para repartir patadas entre el personal. La suerte también juega. El "rey del arepazo (suerte)" de siempre está distraido mirando alguna joven cuyo nombre empieza por .... cuando las leyes de la física ponen el balón en sus piernas tras 27 rebotes al azar. Una sola patada y cambio de arqueros.

Arquero y defensa. O arquero delantero y arquero trasero. O doble arquero dentro del arco (pues claro, ¿dónde más?). La menos recomendable de las técnicas, pues una estirada simultánea suele terminar en choque, a veces de cabezas. Los que tapan vuelan, saltan, se arrastran y hacen todo lo posible para seguir tapando. Su agilidad y destreza se ven premiadas con espectaculares atajadas. Su suerte también. A veces otros paran el balón con sello de gol. O la paran ellos sin tener la menor intención de hacerlo. ¡Se la encontraron! Pues sí, pero vale.

¿Conflictos? Todos. Hay que buscar el balón. No esperarlo. Gol de palomero no vale. ¡Camilo no sea palomero! Que pasó por encima del saco. ¿Fue palo? ¿Fue gol? ¡Fue palo! ¡Fue gol! Tapamos nosotros. No, seguimos tapando nosotros. Entonces que tapen ellos para seguir jugando. Vale.

Pitazo final. No hay pito. Hay un timbre que marca el fin del recreo. Tiempo de recoger los sacos y los libros. Tiempo de volver al aula a perder el tiempo mientras vuelve aquello que realmente vale la pena en el colegio. Cuando no habían escuelas de fútbol. Cuando la seguridad no era una obsesión. Cuando cualquier espacio era cancha. Cuando para ser balón solo había que ser redondo.

Así no aprendimos a jugar. Así aprendimos a amar el fútbol. Así aprendimos a vivir.

Un juego, muchos equipos, un balón, un nombre, un recreo, una regla:

El que mete gol tapa.

viernes, 9 de octubre de 2009

Tele hinchas, esa extraña especie.

Son vísperas del final de la Eliminatoria al Mundial de Suráfrica. Por cierto que la palabra eliminatoria describe muy bien la situación de Colombia, pero en fin, hay quienes no pierden la fe sino hasta el último momento. Son aquellos que contra toda evidencia estarán pegados al televisor en los proximo días. Son una extraña fauna. Aquí, algunos ejemplares de la misma.



Enamorada
Su única relación con el fútbol tiene forma de novio. Por eso acepta como parte de sus deberes de pareja dedicarle dos horas trimestrales a la Selección Colombia. Se ofrece gustosa a ejercer de mesera durante los partidos, entre otras cosas porque no sabe la diferencia entre un gol y un sandwich. Mientras los demás se comen las uñas frente al televisor, ella sirve entremeses, contesta el teléfono, abre la puerta y lava los trastos.

Pero como tiene claro que las parejas deben compartir, tarde o temprano termina sentada frente al televisor. Entonces comienzan las preguntas a "mi amor" ¿Y cuales son los colombianos? ¿Y a ese señor de negro porque nunca le dan el balón? ¿Y porque el que está entre los palos si puede cogerla con la mano? ¿Eso es un gol?

Ermitaño
En casos extremos vive solo. En otros tiene televisor en el cuarto. Ese día - si es festivo - no se baña, no se viste y solo se levanta para colocarse una pantaloneta e ir a comprar cerveza y papas a la tienda de la esquina. Si es un día de trabajo se escapa temprano, pasa por la tienda donde compra cerveza y papas fritas, llega a la casa, se desviste y pone el radio en alguna emisora escandalosa para ir entrando en calor.

Si tiene teléfono lo desconecta. Si tiene timbre corta los cables. Si tiene Internet apaga el computador. Si tiene puertas y ventanas las cierra. Si tiene persianas las baja. Se acomoda en la silla frente al televisor 105 minutos (45 y 45 con una pausa de 15 para ir al baño) emitiendo sucesivamente cuatro tipos de sonido: el chas chas de quien mastica papas, el glu glu de quien bebe cerveza, el beeerrrp de quien acaba de tomarse una cerveza y el %&$&%$&$@ de quien ve un partido de fútbol.

Intelectual

Considera el fútbol otra alienación de la sociedad de consumo promovida por la burguesía para evitar que las masas reflexionen y reaccionen en su condición de oprimidos por el sistema. Cada que puede suelta una perorata acerca de los significados ocultos del discurso globalizante que se vale de la función persuasiva del espectáculo lúdico-deportivo para consolidar su orden oligárquico.

Como nadie entiende lo que dice, opta por la protesta silenciosa. Y el día del partido sale a caminar por las calles, demostrando que él no se deja alienar por ese simbolismo patriotero.

En su discurso privado, pregona a los cuatro vientos que prefiere un mal libro a cualquier partido. Por eso lleva bajo el brazo un desafiante ejemplar del Ulises de James Joyce. Mientras busca un parque pasa frente a algún escaparate de esos que ponen televisores para darle oportunidad a la fauna callejera de ver el partido. Antes de irse le pregunta a un ocasional contertulio como va la cosa.

... es uno de esos momentos especialmente complejos. Colombia pierde 1-0 y el tiempo corre. El equipo nacional busca el empate con todo, mientras el rival se defiende. Y de repente ocurre el
milagro. Algún ágil jugador nacional evade al defensa, mete el centro, y uno de esos morochos de olfato goleador se levanta como águila y encaja el cabezazo en la red...

30 millones de televidentes se unen en un solo grito de gol, incluyendo a cierto personaje de gafas redondas y mochila de intelectual que acaba de tirar al aire un ejemplar del Ulises de James Joyce...

Ave de mal agüero

El lo tiene claro. Y lo pregona. Vamos a perder. Y recemos para que no sea por goleada. Lo dice una semana antes del partido. Lo repite todos los días. Y da razones. Es que no podemos reernos el cuento. Es que ese toquecito intrascendente no sirve para nada. Es que lo pasado ya pasó.
El día del partido, sin embargo, es de los primeros en coger puesto frente al televisor. Dice que para ver mejor los goles del otro equipo. A medida que dan las alineaciones se riega en elogios para los jugadores del equipo contrario, y no ahorra calificativos para criticar a los nacionales.

Independientemente del resultado, para él el partido será una suma de fuerzas del destino. La naturaleza contra la suerte. La naturaleza dice "vamos a perder". Y si empatamos, ganamos, hacemos un gol o nuestro uniforme es más bonito es solo un excepcional caso de buena fortuna que difícilmente se repetirá. Nada más.

No solo lo piensa. Lo dice todo el partido. Si nos hacen un gol, advierte que es el primero de la docena. Si lo hacemos señala que siempre comenzamos ganando y... tiene en su mente todas las
referencias históricas de desastres futbolísticos hechos en Colombia y los va soltando a lo largo y ancho del partido. No es un ave de mal agüero. Es una bandada.

Y como tiene complejo de Jalisco, nunca pierde. Así que si ganamos por goleada, asumirá un tono grave y lejano mientras dice en voz queda "¿se acuerdan lo que pasó después del 5-0?".


Escandalosa

Algo sabe de fútbol. De hecho, ha acompañado un par de veces a su compañero (novio, marido, o cualquier rol intermedio) al estadio, entiende los presupuestos básicos del juego, ve los goles en los noticieros y hasta es hincha de algún equipo. Pero cuando la barra de amigos decide reunirse para el día del partido, nadie entiende la cara de presagio que pone el caballero cuando le dicen "y traiga a su mujer".

El tipo intenta un par de disculpas, pero la presión de grupo finalmente lo hace ceder. Y el día del enfrentamiento, con la sala improvisada como tribuna comienza el espectáculo. El espectáculo de ella.

Porque ella no vive el fútbol. Ella amplifica el fútbol. Ella es la gambeta en forma de sonido. De principio a fin grita. Grita porque salió el balón. Grita porque entró. Grita porque su equipo
va a hacer gol. Grita porque el otro va a hacer gol. Grita porque el árbitro pitó una falta. Grita porque el árbitro no la pitó.

Su tensión nerviosa es tal, que necesita algo de donde agarrarse. Al pobre novio le destrozan los brazos a pellizcos cada vez que el equipo contrario se acerca a la red propia. Si llega a haber un
penalti - a favor o en contra - lo abrazará como luchador, con tanta fuerza que después del cobro respectivo el tipo necesitará ir a la ventana más cercana a recuperar el aire. En caso de que se trate de una serie de desempate - cinco penaltis - la más recomendable es que encargue de una vez dos pipetas de oxigeno.

Al terminar el encuentro el novio, marido, o cualquier rol intermedio tiene los brazos llenos de morados y la tráquea como un banano. El resto de los asistentes oscilan entre el comienzo de
una sordera permanente y un persistente zumbido en los oídos. Solo en ese momento entienden aquello de la cara de presagio cuando le dijeron "y no se olvide traer a su mujer".

Sabelotodo

De entrada hay que decir que no lo invitaron, pero de alguna manera lo supo - siempre lo sabe - y ahí se apareció, con un paquete de algún pasaboca importado que solo le gusta a él. Se
ubica en algún lugar privilegiado frente al televisor y empieza su espectáculo, el cual siempre coincide con el partido.

Este personaje tiene claro que los cotejos de fútbol existen para que él pueda demostrar sus enormes conocimientos en la materia. Desde antes de iniciar el encuentro está dictando cátedra sobre alineaciones, sistemas, estrategias y tácticas, sin dejar de lado el sesudo análisis de las hojas de vida de cada uno de los participantes.

Con tal de que se calle, sus compañeros hacen de todo. Pero nada lo calla. Tiene la boca llena de pasabocas y sigue hablando. El televisor está a todo volumen y él sigue hablando. El más impaciente intenta estrangularlo y sigue hablando.

Como es un comentarista frustrado, utiliza la jerga de los periodistas deportivos. El balón es un esférico, el tipo que corre un punta de lanza o carrilero, el tiro libre una jugada de laboratorio y el técnico un estratega.

Constantemente hace relación a situaciones que solo él vio y que muestran claramente el marco estratégico del esquema táctico basado en la combinación de la clásica w invertida con el fútbol
total. Mientras tanto, sus amigos definen la estrategia para el próximo partido.



El objetivo es uno solo. Que el sabelotodo no vaya.

Martir


Se prometió a sí mismo que esta vez lo evitaría. Que se iba a dar una vuelta, a ver otro programa de televisión, a leer un libro, a conectarse a Internet, a contar las tejas de la casa. Pero la
compulsión es incontrolable. Para algunos es fumar, para otros beber. Hay quienes no resisten cuando el cuerpo les pide drogas alucinógenas. En cambio, él es un adicto al fútbol en fase
preterminal.

Para él los partidos no se ven. Se sufren. Se sufren literalmente. Durante 90 minutos su ritmo cardiaco se acelera, su respiración se vuelve entrecortada, devora uñas hasta la raíz y sigue con las de los pies, se despeluca. Suda frío en las manos, la frente. Las axilas y el pecho y las caderas. La tensión arterial se sube y baja al ritmo del movimiento del balón por la cancha.

Si hasta el médico le ha dicho que mejor no vea partidos. Pero es más fuerte que él. Así que se acomoda en un rincón de la sala con los ojos fijos en el televisor y empieza el calvario periódico de 90 minutos.



Mientras fuma un cigarrillo tras otro - los únicos que consume en su diario vivir - se toma apresuradamente los aguardientes que siempre rechaza en su condición de abstemio, y
maldice a los ingleses por haber inventado esa tortura de 90 minutos que se llama fútbol.



(Final final)

lunes, 7 de septiembre de 2009

Las técnicas de seducción de Guillermo El Conquistador

Es algo así como Juan Tenorio, y Casanova, pero al revés. Mientras estos aplicaron con éxito las artes de la seducción, a Guillermo le pasa todo lo contrario. Dicho de otra manera, existen seductores excelentes, buenos, regulares, malos, pésimos, y Guillermo.

Un indicador de su nula capacidad conquistadora es que es el único mortal que tiene que pagar en sus sueños eróticos (y lo de sueños es literal, es decir, cuando está dormido). Otra, que se matriculó en una agencia matrimonial y terminaron devolviéndole la plata.

Y seamos justos, el tipo no es feo. Pero aunque es capaz de recordar las más complicadas ecuaciones matemáticas, o citar con precisión cualquier fecha histórica, siempre olvida los nombres de las mujeres que le acaban de presentar.

Así que sólo es cuestión de minutos para que convierta a Sonia en Patricia; o a Claudia en Susana. Eso ha puesto punto final a muchas conversaciones, aunque de vez en cuando existe una dama interesada en seguir hablando, pese al cambio de identidad.

No hay problema, él logrará que la conversación se desbarate.

El hombre es culto. Se le puede medir a cualquier tema. Y siempre plantea el equivocado. Así, la joven interesada en el arte recibirá cátedra de fútbol; la universitaria imbuida en lecturas postmodernas escuchará sobre su afición al Pato Donald; la chica rumbera tendrá la oportunidad de conocer los conflictos internos del hombre en busca de su identidad; y la austera evangélica oirá relatos picarescos sobre las travesuras adolescentes de Guillermo.

Como vemos, nunca le acierta al tópico adecuado. Pero la naturaleza le sigue dando oportunidades y hay ocasiones en que de esas conversaciones queda un número telefónico, o una cita. Y ahí es cuando Guillermo saca a relucir a fondo sus habilidades.

Llegará tarde, vestido con ropa arrugada que le queda mal. Al querer hacer un piropo anotará ante la dama de turno “hoy sí estás bonita”.

Al escoger sitio, siempre será demasiado popular, demasiado elitista, demasiado escandaloso o demasiado calmado para los gustos de su pareja. Y como está será demasiado educada para decírselo, el entenderá que acertó, y actuará de acuerdo con el sitio.

Así, en una discoteca querrá bailar todas las piezas, en un asadero típico comerá carne con las manos y en una galería, comentará todos los cuadros.

Ella dará gracias al cielo cuando sea abandonada en un bus, un taxi o la puerta de su casa. Las próximas llamadas de Guillermo serán respondidas con desde un diplomático “no tengo tiempo”, hasta un descarnadamente honesto “mire, es que no quiero salir con usted”.

No hay duda. Es un seductor fuera de serie.

viernes, 21 de agosto de 2009

Guillermo el Conquistador y una historia solo para adultos

Como el tiempo ha pasado y Guillermo El Conquistador sigue sin lograr pasar a la historia como versión nacional de Casanova, la voluntad inicial ha dado paso a una situación difícil, compleja, desesperada, horripilante... ¡Mamá!
Así que una tarde, mientras el don Juan de chocolate arrastraba sus pies por un andén repleto de tristeza, (el triste es Guillermo, el andén no tiene sentimientos), desde la vitrina de una caseta callejera, una hermosa rubia de poca ropa se convirtió en esperanza importada.
Ella tenía ojos golosos, rostro sensual, cabellera de comercial y un letrero en inglés que decía algo así como "Tus horas de soledad han terminado, llámame al..."
Y justo sobre el número telefónico, un ejemplar atrasado de la revista de Los Misioneros Descalzos del Atrato.
La publicación geográfico-religiosa hizo que Guillermo retornara al planeta Tierra. La rubia en mención se encontraba en la última página de una revista sólo para adultos, de esas que se venden en las casetas de cualquier ciudad del país.
Y aunque Guillermo había visto exhibidas esas publicaciones miles de veces sin prestarles mayor atención, ese día estaba deprimido, y pensó que un pecadillo menor de nombre gringo tal vez le subiría el ánimo.
Así que miró hacia su izquierda. Nadie conocido. A su derecha. Un muro. Adelante, la caseta. Atrás, una iglesia.
Aunque Guillermo no es hombre religioso, si tiene ciertas creencias. Así que decidió buscar otra caseta, sin referencias teológicas en las cercanías. Ocho templos. dos conventos, tres sinagogas, un centro de Hare Krhishnas, y una mezquita después, Guillermo el Conquistador finalmente encontró un puesto de revistas sin centros religiosos a la vista.
Nuevamente miró hacia su izquierda. Nadie conocido. A su derecha. El puesto de revistas!. Atrás. Una calle. Al frente. Un muro. Caminó con paso decidido y se ubicó frente a la caseta preguntando como quien no quiere la cosa. “Tiene... ¿El último Condorito?"
Después de preguntar por Revista Ganchillo, Mecánica Popular, Agricultura al Día, el New York Times, Tv y Novelas, Burda y Crochet para Jubilados, y ante la inminente amenaza de que el vendedor le preguntara acerca de la salud de su madre (la de Guillermo) finalmente se decidió a...
"Que hubo Memo". La voz sonó fuerte mientras la palmada golpeaba en la espalda. Esto era increíble. De todos los parientes posibles, tenía que encontrarse con el primo más bocón de toda la familia en ese momento.
Y la siguiente pregunta fue la más temida "¿Va a comprar algo?"
El de la caseta preguntó lo mismo "¿Va a comprar algo?"
...Y fue así como Guillermo El Conquistador regresó una tarde a su casa con el último ejemplar de Condorito, Mecánica Popular, Selecciones y 12 revistas más que, honestamente, le importaban un pito.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Guillermo el Conquistador y la influencia de los audífonos en los amores de congreso

Los sucesivos fracasos de Guillermo el Conquistador lo han sumido en una profunda crisis. Ante esta situación, fue matriculado en un programa de terapia de grupo. En él, hombres y mujeres de malas en el amor (y de peores en el juego, para rematar) narran sus historias. He aquí una de ellas.
Alejandro. 38 años, ingeniero: “La conocí en Cartagena, durante un congreso de Suelos y Concretos. Era costeña, de piel morena, pero cabello rubio. Tendría unos 23 años. Era hermosa. Esos ojos verdes, esa figura alta y bien formada. En fin.
Trabajaba como auxiliar, ustedes saben, esas niñas que ayudan a distribuir credenciales, ubicar a los delegados, entregar los equipos de traducción simultánea. En fin.
Muchas veces traté de hablarle, pero era de un profesionalismo a toda prueba. Se limitaba a responder cortésmente, pero sin sonreír El caso es que llegamos al último día, y nada que lograba establecer comunicación. En fin.
Vino entonces la conferencia del gringo sobre “Pruebas de resistencia del concreto reforzado a 2.800 metros sobre el nivel del mar”. En inglés, por supuesto. Ella me entregó con su rostro imperturbable los audífonos y el transistor de traducción. Yo me acomodé en la parte de atrás, en donde la veía. En fin.
Oía la conferencia, pero no escuchaba. Mi cerebro estaba perdido en esos ojos verdes. En fin, ahí fue cuando decidí salir a dar una vuelta. Cuando me levanté me pareció que me observaba. Pero no me cupo la menor duda a medida que me desplazaba por la sala. Sí, esos ojos verdes perseguían a los míos. Cuando llegué a la puerta, vi que se ponía de pie y caminaba hacia el sitio donde yo me encontraba. En fin.
Decidido a hacer la prueba final, salí del salón. Aunque normalmente camino rápido esta vez aceleré intencionalmente el paso. Quería estar completamente seguro. Sentí que alguien en tacones me seguía. Me voltee y la vi venir hacia mí. Y me sonrió. Si, sonrió. Y después me miró a los ojos, y en un tono entre coqueto y sensual pronunció esas palabras que jamás olvidaré. 'Disculpe señor, pero está prohibido sacar el sistema de traducción simultánea de los salones'.
En fin.

lunes, 17 de agosto de 2009

Guillermo el conquistador y un encuentro de madrugada

Para Guillermo el Conquistador, ese era un día clave. Por fin, luego de miles de intentos desesperados, Mónica, la sexy y distraída recepcionista, habla accedido a salir con él. Eso sí, le habla puesto reglamento al asunto, de 7 a 9 de la mañana.
Lo exótico del horario se debe a que Mónica estudia de noche, y viaja a visitar a sus padres a San Antonio los fines de semana, por lo que su único tiempo libre es en la mañana. Bueno, Guillermo no se iba a dejar vencer por un pequeño detalle.
La cita iba a ser un lunes. Por eso, Guillermo se acostó temprano el domingo, con el fin de pasar una noche tranquila, y poder levantarse igualmente temprano al día siguiente. No quería correr riesgos. Así que muy a las ocho de la noche... a la cama.
Y fue así como Guillermo abrió los ojos, se levantó, vio que todavía estaba oscuro, se dio un buen baño, y luego empezó a vestirse. Saco recién planchado. Camisa nueva. Corbata de monitos. En fin. La ropa ideal para estar a... ¿las 2 de la mañana?
Hora. 2.25 a.m. Situación: Guillermo está vestido, perfumado, peinado y sin una pizca de sueño en su habitación.
Hora. 3 a.m. Guillermo ya organizó el escritorio, arregló el closet, cambió de sitio las porcelanas, se perfumó de nuevo, limpió el polvo de los muebles y sigue sin tener la más mínima sensación de sueño.
4 a.m. Guillermo está a punto de terminar el primer tomo de la Enciclopedia Juvenil Scout, se ha echado encima medio frasco de colonia para no perder el olor, y de sueño, nada.
5 a.m. Al llegar a esta hora, Guillermo, quien ya escuchó completa su colección de boleros, se siente tranquilo. Es la hora en que normalmente se levanta. Así que después de agregar unas gotas de colonia a sus cachetes, va a prepararse un buen desayuno. Café, pan, jugo de guayaba, cereal, leche y banano picado.
5.30 a.m. Guillermo se queda dormido encima del cereal.. La corbata se sumerge en el jugo.
7.00 a.m. De la casa de Guillermo sale un extraño personaje. Lleva un vestido arrugado, como si hubiera dormido con él puesto. Una camisa con manchas de banano, leche y café. Una corbata con monitos ahogados en jugo de guayaba y un pestilente olor a colonia barata.
7.00 a.m. Una tal Mónica despierta en su casa. Nuevamente tiene esa desagradable sensación de que algo se le olvidó. Vuelve a dormirse.

viernes, 7 de agosto de 2009

Guillermo el Conquistador busca sus viejos amores

En vista de sus recientes fracasos, Guillermo el Conquistador decidió cambiar de táctica en sus planes de gallinaceo. Han pasado muchas lunas desde la adolescencia, pero entre sus recuerdos particulares, el guarda, como un tesoro, la agenda de sus últimos años de colegio y primeros de universidad. Y en ella están los teléfonos de esos fracasos digo, intentos iniciales.

Hace años no se pudo, es cierto, pero... ¿Y ahora? .

Llamada uno: "Sí, ¿me puede comunicar con Nelly? No vive ahí... Es que yo tengo ese teléfono... ¿ Que ustedes viven ahí hace 10 años y no conocen ninguna Nelly?... Y... ¿No saben adonde se fueron a vivir los que les vendieron la casa? Sí señora, yo entiendo que está ocupada pero... Aló, ALO, ALO...

Llamada dos: ¿Por favor Claudia? Claudia, adivina con quien hablas... Ni idea... Una pista... Está bien, no te molestes, ¡Con Guillermo! Guillermo Alfredo... Guillermo Alfredo Apellido1... Guillermo Alfredo Apellido1 Apellido2, fuimos compañeros en la U... No, durante toda la carrera... Yo soy alto, de ojos claros, pelo crespo... No, a mí no me decían el “Pote”.... No, yo no soy el que tenía un Renault 4, yo soy el que te invitaba a tomar tinto... ¿Qué cual de todos? Ibamos a la cafetería de Nicolás... Sí, a esa... Sí, en esa mesa... Sí, por la tarde... No, yo no soy el del grupo de rock. Mejor olvídalo. Chao.

Llamada tres: "Sí, ¿Ahí vive Nury?. Soy un amigo. Me puede dar el teléfono?... Gracias, un momentico anoto... .90, 86, 47... Oiga, ¿de donde es ese teléfono?... Un postgrado en Noruega, aaaa. Gracias.

Llamada Cuatro: ¿Sería tan amable de comunicarme con Adriana?... , Adriana, te habla Guillermo, no se si te... ¡Te acuerdas! que bueeeeno... No, a mí me ha ido bien... Y tú que, ¿De verdad terminaste... Que bueeno... ¿De verdad conseguiste empleo? Que bueeeeno...De verdad llegaste a la gerencia...¿Que bueeeno? De verdad te casaste y tienes tres hijos... Que... interesante. Fue un placer haber hablado contigo... Claro, cuando quieras... Sí, hay que organizar una reunión.

Llamada cinco: ¿Por favor Alba Lucía?... Alba Lucía, te habla Guillermo... El mismo... No, es que se me ocurrió saludarte. Y como está tu marido... ¿No te has casado? Y cuando piensas hacerlo?... ¿Nunca? Que buen... Como así que te dejó plantada en el altar... Y se robó el carro que había alquilado tu papá para la boda... Oye Alba, cálmate... Espera, no llores... Oye, qué es ese. ruido. Aló, Aló, AlO... ¿Quien habla? La mamá de Alba... ¡Que ella qué!...¿lntentó ahorcarse con el cable? Siempre se pone así cuando le hablan de ese tema. No señora, creo que fue número equivocado... Clic.

miércoles, 5 de agosto de 2009

De como Guillermo el Conquistador pasa la tarde con una pelirroja y tiene una experiencia mística

Continúa la crónica de como Guillermo Alfredo, quien decidió llamarse a sí mismo Guillermo el Conquistador, prosigue en su saga en búsqueda de la conquista del bello sexo.

Día 3: Guillermo recibe una llamada. Es Bernardo, (Berni para las amigas) el rompecorazones. El nuncafalla. El TM (Tumbalocas Mayor). Por extraño que parezca, Berni necesita ayuda. Y pensó en Guillermo.

Resumiendo. Bernardo tiene una amiga. Y ella tiene otra amiga. Bernardo quiere salir con su amiga. Pero su amiga no sale sin su otra amiga. Entonces necesitan un amigo para que salga con la amiga para que la amiga pueda salir con Bernardo.

Guillermo tampoco entendió muy bien, pero captó la idea principal. Había una ella que buscaba un él. Y él (Guillermo) era él.

Bernardo se la describe. Pelirroja. Ojos claros. Un poco robusta pero sin exagerar. Muy conversadora. Con actitudes tiernas. Y sin novio. “A ver Memo, es ahora, o nunca”.

Es domingo en la tarde, el sol brilla. Guillermo y Bernardo esperan a la entrada del parque. De repente unas manos tapan los ojos de Bernardo, Guillermo se voltea y...

Si hubiera salido corriendo, no hubiera tenido que pasar toda una tarde con esa niña gorda de 8 años que hablaba hasta por los codos y se comía todo lo que se atravesaba. Pero le faltaron reflejos.

Día 4: Guillermo amaneció de malas. No alcanzó a ponerse corbata. Se subió tarde y despeinado al bus. Sin embargo, logró sentarse. Y entonces ella llegó a la banca del lado. Su vestimenta era poco reveladora. Medias pantalón negras de lana. Falda escocesa. Blusa abotonada hasta el cuello.

Pero el rostro era agradable. Poco maquillaje, peinado, sencillo y sonrisa... sonrisa al mismo tiempo con la mirada.

Guillermo mira hacia atrás. No hay nadie. Se cambia de asiento. voltea los ojos y vuelve a mirarla. Lo sigue observando. Siente que el pulso se le acelera, y dos gotas de una cosa fría le corren frente abajo. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos.

Ella sigue ahí. Mirándolo con esos enormes ojos claros. Y sonriendo. Él vuelve a sentarse cerca. Y entonces es cuando ella abre la boca. Su voz es suave. absolutamente femenina (lo que descarta cierta teoría que tenía bastante inquieto a Guillermo) y hermosa.

Para Guillermo es música cuando ella dice "Si no tienes nada que hacer, porque no me acompañas".

Guillermo y ella van por la calle. Ella ha tratado de hablarle pero él, aplicando las técnicas de los maestros le responde que ya tendrán tiempo de hablar cuando lleguen. Ella asiente y sonríe. Camina hasta que llegan a la casa grande de la esquina y sonríe. Saca la llave y sonríe. Le dice a Guillermo que sigan y sonríe...

Y sonrió toda la mañana, mientras Guillermo tuvo que aguantarse la lectura bíblica, los cantos y toda la parafernalia de lo 25 miembros del grupo de oración reunidos en la casa grande de la esquina, dispuestos a apartarlo de la senda del pecado. ¡Aleluya hermano! ¡Aleluya!

lunes, 3 de agosto de 2009

Conozcan a Guillermo El Conquistador

Guillermo Alfredo está decidido a superar su timidez crónica y hará, a partir de la fecha, todo lo posible para convertirse en el sueño del bello sexo. Por eso, le ha dicho a sus amigos que, de hoy en adelante, lo llamen Guillermo el Conquistador y ha nombrado a las Amilcaradas como heraldo de sus hazañas. He aquí la crónica del último guerrero del romanticismo.

Día 1: Guillermo se sube seductoramente al bus. Va cubierto de una sutil ración de "Pino" en el cuello de la camisa, la solapa del saco, el nudo de la corbata, el pañuelo, los cachetes, la frente y la camisa, por lo que todas voltean al pasar (y todos, ya que ese olor a piso recién lavado es imposible de ignorar). En vista del éxito de su fragancia vegetal, Guillermo selecciona su víctima. Ella está sentada seductoramente en la última fila. Ojos negros, falda negra y corta, saco azul de lana. Ocupa la silla al borde del pasillo. Guillermo se acerca. Observa como ella, en un movimiento repleto de sensualidad, se lleva instintivamente la mano a las narices. Luego levanta la cara (ella) y sus ojos se quedan mirando a los de Guillermo, quien aunque siente un corrientazo, le sostiene la mirada y es en ese momento cuando....

Guillermo estaba avisado. El médico le había dicho que era alérgico a la mayoría de las colonias, perfumes o lavandas, y que en cualquier momento podría venir una reacción alérgica. Por eso, era de esperar que —como le ocurría con su alergia— la sangre se le viniera por las narices. Pero, ¿por qué tenia que ser justo en ese momento?

Día 2: Guillermo tiene el romanticismo alborotado. Le ha hablado a la chica del traje floreado y ella le ha dicho que sí. Compartirán almuerzo. Esta vez todo debe ser perfecto. Por eso, se perfuma con la colonia antiséptica —recetada por el médico después de varias pruebas— y se coloca la corbata del tigre en el Polo. Infalible. Nunca ha fracasado con ella (Nota, es la primera vez que se la pone).

Guillermo pasa por la floristería del cementerio. Entonces los ve. Frescos. Recién cortados. Símbolos de vida y muerte. De amor y sacrificio. Claveles rojos, blancos, y rosados. No se decide por ningún color y entonces tiene una idea genial. Uno de cada uno. El blanco por tu pureza, el rojo por tu ardor, el rosado por tu femineidad. Garantizado. Aquí coronamos. Al fin a lo lejos aparece la amada. Guillermo, con sus claveles envueltos en celofán, decide esperar hasta que ingresen al restaurante. Allí hará entrega de la pureza, el ardor y la femineidad. Entran y se sientan. Entonces...

Aun hoy Guillermo se pregunta. Si todas las mesas del restaurante no hubieran estado decoradas con tres claveles —uno blanco, uno rosado y uno rojo— ¿habría tenido esa absurdo ataque de risa nerviosa, que terminó por tirarse todo? Solo Dios lo sabe.

lunes, 23 de marzo de 2009

El culo me preocupa

Culo: (Del lat culus). Conjunto de las dos nalgas. (una de las seis acepciones aceptadas por la Real Academia de la Lengua Española)
La vida de Genaro ha entrado en una nueva fase. Tres hechos la determinan. Uno, el fin de una larga relación de pareja. Dos, factores extremos de salud que lo obligaron a tomarse en serio lo de su peso corporal. Tres: el deseo de volver al mercado de parejas ante su segunda soltería y la pérdida de antiestéticas barrigas y papadas por cuenta de la dieta.
Pero como no hay dicha completa, el hombre pronto descubre que las reglas cambiaron. Ellas tienen más iniciativa, ellas reclaman espacios propios y ellas, también, le miran el trasero.
Lo de la iniciativa y el espacio es cuestión de acostumbrarse; pero lo del derriere tiene despistado a nuestro héroe.
Gracias a años de sobrepeso y una pareja comprensiva, el uso público de esa zona específica del cuerpo se ha limitado a conjugar el verbo sentarse. La única reflexión sobre su poder seductor estuvo en una canción de Alejandra Guzmán que hablaba de nalgas afiladas y escurridas. Y a estas alturas del partido, las del sujeto en mención son más bien redondeadas, y, eso sí, escurridas... pero muy escurridas.
Es una cuestión de ley. La ley de la gravedad.
Además, su dotación particular de pantalones está unas tallas -bueno, muchas tallas- por encima del resultado del régimen alimenticio, lo que le impide -o le salva- de exhibir sus posaderas al público presente.
Ya hizo un primer acercamiento a un almacen donde venden pantalones más juveniles. Incluyó en su rutina de ejercicios algo que leyó en una revista sobre tonificar las nalgas. Al salir de la ducha lanza miradas de reojo al espejo mientras se encuentra de espaldas al mismo. Gracias a ello, se ganó una torticolis.
Tampoco tiene claros los criterios que generan popularidad allí donde la espalda pierde su casto nombre. Tan perdido está que, sin darse cuenta, ha terminado haciendo lo que los economistas llaman investigar la competencia.
La situación tiende a terminar de tres maneras. Cuando los caballeros observados se dan cuenta, lo miran feo y algunos reaccionan agresivamente. Eso no tiene problema. El problema es cuando lo miran bonito y tienden a ponerse amistosos, lo que impulsa a Genaro a conjugar otro verbo: perderse.
La tercera situación se genera si el personal inspeccionado no se da cuenta. Genaro, por alguna razón, siente la obligación de decir groserías, hablar de fútbol, escupir o realizar cualquier actividad que refuerce su masculinidad.
A veces trata de incluir el tema en conversaciones con el género femenino, pero la verdad es que no ha tenido mucho éxito. Eso de “¿Como te gustan las caderas en un hombre?” o “Honestamente ¿que tal te parecen mis posaderas?” son tópicos complicados para meter en un diálogo.
Así que sólo le quedan las revistas femeninas, ya que en las de hombres el tema no se toca.
Es que el culo no era una cosa de hombres.
Hasta ahora.

martes, 10 de marzo de 2009

Reuniones

Cuando Dios sacó al hombre a patadas del Paraíso le acomodó el “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Pero como el de arriba cometió el error de hacerle creer a los de abajo que eran inteligentes, solo era cuestión de tiempo para que estos dañaran la idea original y le agregaran esa pérdida de tiempo institucionalizada que en todas las oficinas se conoce como “la reunión”.
Para hacer una reunión se necesitan varias cosas. Primero, que en el momento de su convocatoria todo el mundo esté ocupado haciendo cosas productivas, que deberán interrumpir para explicarle a los demás porque no deben interrumpirse.
Segundo: Es indispensable que haya un jefe preocupado por la puntualidad, agilidad, y productividad. Este jefe llegará tarde, hablará la mayor parte del tiempo de temas intrascendentes e interrumpirá periódicamente el encuentro para atender llamadas personales.
Tercero: Debe haber un tema, muy concreto en su planteamiento, y absolutamente etéreo en su exposición. Así, se puede convocar una reunión para definir la “Misión y Visión”, en la cual se demorarán tres días definiendo cuales son los objetivos generales, específicos y particulares de una fábrica de tachuelas. Solo hay algo claro. En ninguna parte puede decir “hacer y vender tachuelas”.
Cuarto: Los jefes convocan reuniones para escuchar puntos de vista sobre sus propuestas (las de los jefes), las cuales serán ejecutadas de todas formas. Luego cuando el superior dice “tengo esta idea, ustedes que opinan”, la traducción es “voy a hacer esto, denme opiniones que refuercen mi opinión inobjetable”.
Quinto: Las reuniones hay que prepararlas... una vez. La primera. De resto el truco consiste en escoger el momento clave para que el discurso se adapte. Así, si se habla de salarios es bueno decir “el margen de los costos determina la incidencia del valor agregado en el proceso productivo”, frase igualmente aplicable a proveedores, clientes, capital de trabajo, ventas, e incluso temas realmente importantes, como si se va a cambiar la greca por una más grande.
Sexto: La duración es directamente proporcional a la cantidad de trabajo pendiente. Si no hay nada que hacer, durará cinco minutos. Si tengo informes acumulados de tres días, estoy en cierre, o me llegó un cliente con un pedido que demanda horas extras; en el mejor de los casos el encuentro durará toda la mañana o toda la tarde.
Y lo mejor será el punto final del temario.
Conferencia sobre uso eficiente del tiempo.

lunes, 2 de marzo de 2009

El malo de la fila

Fernando es un tipo grande, gordo, bonachón, educado, y hasta tierno, Una dama, dicen sus amigos. Pero la genética le puso cara de malo, lo cual lo convierte automáticamente en perdedor de todas las peleas que involucren a otro, y al público en general.
Por ejemplo, es el preciso para que se le cuelen en la fila. Pero no se le cuelan tipos malencarados y vulgares, de esos que automáticamente generan antipatía.
No. Se le cuelan viejitas descaradas de rostro inocente, señoras con niños en brazos, niños pequeños enviados por su madre (la de ellos) para hacerle campo, minusválidos en muletas, jovencitas con cara de yo no fui o cualquier otra variante del género humano que se vea débil, desvalida e inocente.
Al lado está Fernando, quien se ve fuerte, autosuficiente y culpable. Su voluminosa anatomía impide que los de atrás se den cuenta del colado. Como la única persona que ve al infiltrado en la hilera es él, eso impide la solidaridad de los de atrás, expresada en el coro de “colaaa, colaaa”.
Pero no. En principio, es el “Pote” contra el “pato”. Así que de la manera más cordial posible, le hace el reclamo al espontáneo, argumentando el respeto a los demás y los derechos de los madrugadores, a la espera de una reacción racional y consciente.
Alternativa uno: Algunos sufren un repentino ataque de sordera, y actúan como si la cosa no fuera con ellos. Dependiendo del tamaño de la fila, Fernando puede dejar la cosa de ese tamaño o ir subiendo el tono de voz. En la alternativa dos, el interpelado responde. Y poco a poco saca las uñas. Su aparente inocencia va dando paso a una fiera que con argumentos poco lógicos pero muy expresivos y audibles (“¡No sea sapo, hipopótamo hp!”, por ejemplo) reclaman su derecho a que se aplique la ley del más débil.
En las dos alternativas, tarde o temprano el tono de voz sube y lo que era una discusión privada se convierte en pelea pública. Los presentes toman partido. Inicialmente como murmullo y luego en una inminente amenaza de linchamiento, la cargan toda contra el hipopótamo aprovechado.
Cuando le va bien, lo insultan. Cuando le va mal, lo sacan a patadas de la fila. Cuando le va peor, interviene la Policía y termina en una permanente, donde tiene que pasar varias horas tratando de convencer a un escéptico inspector de que el malo era el otro.
Otra pelea perdida.
Colados 20 - Fernando 0.

lunes, 23 de febrero de 2009

Cazador de oyentes indefensos

Es de noche o de día. El cazador de oyentes llega a su coto de caza. Puede ser un coctel o una fiesta; aunque también actúa en cafeterías, restaurantes, oficinas y aulas. El único requisito es que haya seres humanos cerca. Seres humanos que, aunque no quieran, deberán escuchar el inacabable monólogo de...
Intelectual: Se ha leído tantos libros que ya no sabe si las ideas son de Aristóteles, Nietzche o de él. Se siente en la obligación de citar un autor hasta para los estornudos. Su idea de conversación es una nube de humo de Pielroja y alguien al otro lado asintiendo mientras él habla, y habla, y habla... Nota, no es necesario que el interlocutor entienda.
Liberal viejo: No importa que el tema sea la última cosecha de arracacha o el fracaso de la misión espacial marciana, tarde o temprano, cualquier conversación terminará en Jorge Eliécer Gaitán. Y su ocasional interlocutor oirá detalladas exageraciones de las cualidades, condiciones y experiencia del líder.
Hincha: Los equipos de fútbol ganan, pierden y empatan. Si el suyo gana, demorará horas ensalzando sus cualidades. Si pierde, extremará energías en explicarle a su oyente ocasional las 1000 razones de la flagrante injusticia. Y si empata, dependiendo del rival, habrá una hazaña o una infamia para comentar. En el intermedio los tópicos serán jugadores, técnicos, directivos, árbitros, camisetas y recuerdos de aquella gloriosa campaña del año tal.
Conservador viejo: Lo mismo que el liberal, pero donde dice Jorge Eliécer Gaitán, ponga Laureano Gómez.
Tecnológico: Normalmente aborda a su presa preguntándole por algún problema, que fácilmente se puede solucionar con el “esteprograma.V2”. Y de ahí en adelante sigue hablando de modems, DVD, sistemas operativos, Internet, disco duro, disco óptico, software, hardware, iphones… hasta que la víctima, desesperada, siente deseos de resetear a su interlocutor.
Abstencionista viejo: Lo mismo que el conservador, pero donde dice Laureano Gómez, ponga Gustavo Rojas Pinilla.
Novelera: Gracias a sus tres televisores con sendos DVD ve todas las novelas. Cualquier conversación es una sucesión de referencias a teleficciones por capítulos. Cuando el escucha ocasional no está debidamente actualizado, los personajes terminan revolviéndosele, en un sancocho cuyos ingredientes son Todos odian a los vecinos, Betty quiere a morir, El último padre feliz y Matrimonio e hijos de Bermúdez.
Uribista de cualquier edad: Lo mismo que el abstencionista, pero donde dice Gustavo Rojas Pinilla, ponga Àlvaro Uribe Vélez.
Antiuribista de cualquier edad: Lo mismo que el uribista, pero donde dice cualidades, condiciones y experiencia, ponga defectos, carencias e improvisación.

lunes, 16 de febrero de 2009

Escallón Pombo cogiendo bus (y 2)

(Sinópsis. Un ex heredero millonario en decadencia pierde su carro y se ve en la obligación de coger bus, algo que jamás ha hecho. Tras una fase experimental detiene un vehículo de este tipo. El conductor lo "invita" a subir)

Julio Andrés Escallón Pombo decidió pasar a la fase dos de su periodo de prueba y ágilmente se trepó a la buseta. Con la educación que caracterizaba su comportamiento, solicitó cordialmente al conductor: “A la universidad, por favor”.
Este ya había arrancado - lo que casi hace caer a Escallón Pombo- pero al oír la solicitud del aristócrata frenó en seco, lo que, ahí sí, hizo caer a Escallón Pombo.
- ¡Qué que!, ladró el chofer
Recuperando su compostura, Julio reiteró: “A la universidad, por favor”.
La sucesión de doble &%$#$%&, y de tetra &%$#$%& pronunciados a continuación le hicieron entender a Julio que tal vez el señor conductor ya sabía cual era la ruta, así que pasó silenciosamente la registradora y se dirigió a buscar donde sentarse cuando la ya familiar voz del conductor ladró...
- ¡Oiga, pague el pasaje!
Una rápida asociación de palabras le permitió comprender... pasaje era el otro nombre con el que se denominaba el tiquete aéreo. Se trataba de una especie de contrato de transporte. Por supuesto. Sacó un billete de 20 mil y empezó a buscar un cajero o algo que se le pareciera. Mientras, la voz del conductor, entre frenadas y acelerones, amenizaba el ambiente. Escallón le alcanzó tímidamente el billete.
- “Esto es mucho jijue &%$#$%&. !Oiga, y es que no tiene sencillo!
- Claro, ¿cuanto vale?
Le sorprendió el poco costo del servicio, e intentó sacar su monedero, pero el movimiento constante del vehículo se lo impedía, así que solicitó al conductor...
- Disculpe, podría ir más lento para que pueda sacar mi plata.
La solicitud fue atendida de inmediato con otro frenazo que mandó de nuevo a Escallón Pombo a su ya viejo conocido amigo el suelo.
- &%$#$%&, usted me cogió de &%$#$%&, o que.
Escallón seguía sin entender, le alcanzó unas monedas al conductor y se movilizó a una silla cercana. Allí se ubicó cerca a una ventanilla y fue cuando se dio cuenta que ni los edificios, ni las calles, ni nada de lo que en el veía en el camino se le parecía a la ruta que utilizaba diariamente para llegar al centro de estudios.
Temeroso de originar otro concierto de adjetivos, decidió consultar a una anciana, en apariencia amable, que se había sentado a su lado.
- ¿Disculpe señora, usted sabe en que momento pasamos por la universidad?
- Eso es para el centro joven....
- Aaaa.
- Tiene que bajarse y coger buseta al otro lado de la avenida.
Aprovechándose de la generosidad de su interlocutora, le pidió instrucciones para bajarse. Esta lo miró extrañada, pero le explicó que debía pedirle al conductor que se detuviera.
Escallón Pombo hizo acopio de su valor familiar y se acercó al energúmeno que llevaba el volante. Con suavidad pero firmeza le solicitó. “Sería tan amable de detenerse aquí”....
Eso hizo el conductor. Literalmente paró ahí. Ahí era la mitad de una avenida, Se sintieron las frenazos detrás de la buseta. Algo le dijo a Julio que lo más prudente era bajarse, y tan pronto como pudo lo hizo. A lo lejos le pareció escuchar la ya familiar sucesión de &%$#$%&.
Cruzó la avenida atendiendo las instrucciones de su compañera de silla, y se dispuso a tomar otro transporte, Sin embargo, recordando la experiencia previa, decidió tener suelto disponible. Miró su monedero. No alcanzaba. Entonces fue a la billetera a sacar el billete de veinte mil con el que había iniciado la travesía, su único capital disponible para la semana.
No estaba.
El chofer de la buseta nunca se lo había devuelto
Ahí fue cuando Julio Andrés Escallón Pombo, cuarto en la línea de sucesión de una estirpe de poderosos industriales aprendió realmente lo que era montar en buseta cuando dijo:
- Eso es mucho &%$#$%&.

martes, 10 de febrero de 2009

Escallón Pombo cogiendo bus (1)

Un día, a Julio Andrés Escallón Pombo, su papi le dijo, como quien no quiere la cosa, que sería bueno que sacara menos el carro. Como el joven heredero no le dio importancia, la segunda vez no fue una cordial sugerencia, sino una solicitud en tono de orden. Realmente no hubo tercera vez. Simplemente, un día Julio Andrés le entregó el vehículo al chofer de la casa para que lo llevara a lavar y jamás se lo devolvieron.
Al no tener carro, Julio optó por pedirle al chofer que lo llevara a la universidad a diario y lo recogiera más tarde. El problema fue cuando descubrió que no tenían chofer. Era otra misteriosa desaparición del personal al servicio de la familia Escallón Pombo, que cada día incluía menos gente.
La alternativa, entonces, era movilizarse en taxi. Inteligente pero despistado, solo en ese momento Julio cayó en cuenta de que su asignación mensual venía reduciéndose desde tiempo atrás. De hecho, lo que papi le daba semanalmente apenas alcanzaba para...
Para taxi no alcanzaba. Por primera vez en su vida, Julio tuvo que considerar la posibilidad de utilizar transporte público. Buses, busetas, colectivos. Él sabía que eso existía, pero no tenía ni idea sobre como utilizarlo.
El espíritu de los Escallón siempre fue de luchadores. Por algo hicieron empresa arrancando de nada, así que Julio superó sus naturales temores ante lo desconocido y decidió lanzarse a la lucha.
Él había visto que en una avenida cercana a su casa pasaban buses y busetas. Así que salió a ella. Se sintió triunfante al comprobar que evidentemente existía un abundante tráfico de vehículos de servicio público. Pero ¿cómo lograr que pararan?
Afortunadamente, su formación profesional incluía un importante componente de pedagogía, así que conocía las teorías sobre aprendizaje a través de la observación. De manera que seleccionó como sujeto experimental a un grupo de individuos situados a pocos metros bajo una estructura metálica.
Pronto descubrió una interesante constante de causa - efecto. Al acercarse un vehículo A el sujeto B levantaba su brazo. El vehículo A se detenía. El sujeto B se subía. Observó un rato más y luego decidió asumir el mismo el papel del sujeto B.
Levantó un brazo. El bus paró. Se estuvo frente a Julio durante un rato y luego arrancó. Regocijado, Escallón Pombo repitió el experimento con una buseta. Idéntico resultado. Cuando realizó la tercera prueba, un elemento inesperado surgió del interior del vehículo que estaba parado frente a él.
Una voz masculina, evidentemente alterada preguntó con un grito popular.
- ¡Oiga &%$#$%&, se va subir o que!
(Continuará la proxima semana)

lunes, 2 de febrero de 2009

Una boda perfecta (y 2)

(Sinópsis. Gerardo y Patricia se van a casar. El día de la boda se roban el carro encargado de transportar a los novios y dañan la fachada de la casa donde está la novia. La novia se pone histérica. Llaman al novio)

Gerardo estaba, como era de esperarse, durmiendo la monumental borrachera de la despedida de soltero que le habían hecho sus amigos. Por eso se demoró bastante en contestarle a la abuela, y mucho más en asimilar mentalmente las frases incoherentes sobre novia histérica, carro robado, y paredes pintadas.
Un pitico en el teléfono interrumpió la conversación. Era el servicio de llamada en espera. Gerardo pidió un momento y cambió de interlocutor. Se trataba del director del sexteto. Su padre estaba hospitalizado y no podían asistir a la boda. Discúlpenos señor, pero tenemos prioridades. Adiós.
De repente, como un relámpago, se concientizó de lo que ocurría. Se iba a casar en una hora. No estaba vestido, no tenía carro, no tenía músicos, su novia era un mar de lágrimas y a él le zumbaban los oídos en medio de una apocalíptica resaca.
Sabiendo que su prioridad particular era prepararse y llegar a la Iglesia, solo le quedaba pedir ayuda. Llamó al único amigo que tenía carro. Rojas. Este dijo claro y partió de inmediato a recoger a la novia mientras Gerardo encargaba a otro amigo, López, para que consiguiera músicos.
Patricia miró resignada el viejo “Yipao” de Rojas. Un Willis que este utilizaba en su trabajo de veterinario y recordó, en ese momento, el profético chiste de cambiar un BMW por un WVM (Willis vuelto m....) pero no había tiempo para buscar alternativa diferente, así que no le quedó más remedio que agarrar el tubo y treparse a la silla en la cual, de manera previsiva, Rojas había colocado un plástico. Colgados en la parte de atrás iban el fotógrafo y el camarógrafo.
Entretanto, en la iglesia, al lado de la pareja de reclinatorios frente al altar, y con una abundante presencia de invitados y curiosos, Gerardo, con un corbatín mal puesto y unas puntas de sacoleva mal medido arrastrándose por el piso, atisbaba en busca de su prometida, y de los músicos de reemplazo.
Ella apareció primero. Su angelical aspecto, complementado por el aura misteriosa de las ojeras derivadas de los sucesivos ataques de llanto le daban un aspecto singularmente sensual. En silencio empezó a recorrer el pasadizo limitado por bancas entre el atrio y el altar, silencio que fue únicamente roto por las notas imponentes de la marcha nupcial... a ritmo de mariachi.
Eso fue lo único que López pudo conseguir. Y hay que abonar la dignidad de Patricia al acercarse a su novio con el pon pon po pon del guitarrón marcándole el paso. Ya ni siquiera lloraba. Solo deseaba que esa pesadilla terminara pronto.
A punto de llegar a los reclinatorios, lanzó una mirada furtiva a las bancas de la izquierda, donde le pareció reconocer una vecina que no había sido invitada.
Entonces recordó que, en cumplimiento del agüero, llevaba el velo sujeto con unas hebillas robadas del tocador de esa vecina, pero descartó la posibilidad de... no la vecina no iba a...
“¡Mis hebillas, esa vieja tiene mis hebillas!” fue el grito que resonó una vez en toda la iglesia seguida de un silencio sepulcral.
Un final perfecto para la boda perfecta.

sábado, 24 de enero de 2009

Una boda perfecta (1)

La mamá de Patricia, las tías de Patricia y en general todas las mujeres de la familia querían que la boda de su hija, sobrina, hermana o familiar, Patricia, fuera perfecta. Aunque su opinión no interesa para nada, hay que anotar que Gerardo, el prometido, hubiera preferido hacer fila en una notaría y almorzar pollo asado. Pero, repetimos, su opinión no importa para nada. El sólo es el novio.
Para el día de arras todo estaba listo. Jacobo, el primo industrial iba a prestar su BMW, e incluso se había ofrecido como chofer. La novia tenía pensado salir de la casa de la abuela, la cual, aunque ubicada en un barrio venido a menos, era imponente y señorial.
La iglesia iba a ser adornada con ramos de flores. Gerardo ya había alquilado la respectiva sacoleva (que él llamaba despectivamente “colepato”). Seis hermanos que conformaban un conjunto de cuerdas darían la solemnidad necesaria tanto a la ceremonia como a la recepción posterior, programada en un salón social lo suficientemente vistoso.
Las nubes grises que impidieron ver la madrugada del día del himeneo fueron vistas con preocupación por la abuela, especializada, por su amplia experiencia maternal, en pensar siempre lo peor. Sin embargo, al ser absorbida por la rutina de preparar la ropa, peinar a la niña, dotarla de algo prestado, algo robado, algo nuevo, y de ponerle el complicado vestido de novia transcurrió la mañana.
Los agüeros fueron lo más fácil. Algo nuevo, la totalidad de la ropa interior. Algo prestado, una vieja gargantilla de la abuela. Y algo robado, unas hebillas, sin mayor valor aunque de diseño poco común, sustraídas del tocador de una vecina particularmente antipática.
Muy a las 11 de la mañana golpearon a la puerta. Llegaban puntuales el fotógrafo, el tipo del video, y el primo Jacobo con su flamante BMW. Hasta el momento todo era perfecto, si no fuera por un comentario suelto del fotógrafo, “¿y se le tiraron la fachada, no mi señora?”
En efecto, la noche anterior, un ejército de grafiteros anónimos había llenado de letreros la pared frontal, la puerta, la parte de arriba de la puerta y todos los espacios posibles. Patricia, propensa a las lágrimas, empezó a hacer pucheros imaginando las fotos y el video de la novia apareciendo en medio de un mural político. Entre el camarógrafo y el fotógrafo lograron calmarla, asegurando que harían las tomas y las imágenes de tal manera que no se viera el entorno.
El primer ataque de histeria duró unos 30 minutos, al final de los cuales, el primo Jacobo salió a calentar el BMW. Un minuto después regresó con la respiración agitada, pidiendo a gritos un teléfono. No había BMW. Se lo acababan de robar.
Los gritos lastimeros de Patricia, quien juraba a los cuatro vientos que ya no se iba a casar, obligaron a la familia a tomar medidas drásticas. Era el momento de llamar a Gerardo.
((Continuará la próxima semana))

jueves, 22 de enero de 2009

¿Qué tan grosero es usted?

Hubo una época en la que ciertos gremios tenían la exclusividad. Los más representativos correspondían a conductores de vehículos pesados (camiones y buses urbanos) y distribuidoras minoristas de alimentos en plazas de mercado (merchantas, les decían). Ellos y ellas incluían en su jornada laboral muchos adjetivos no publicables. Pero eso era el pasado. Hoy, desde la tierna aspirante a reina de belleza hasta el presidente de la multinacional consideran el día perdido si no han incluido por lo menos 10 palabras de esas en su léxico diario. Para saber qué tan sintonizado está usted con esta “moderna” forma de expresión, responda el siguiente cuestionario y anótese un punto por cada respuesta afirmativa.

1.- ¿La letra de la canción “La camisa negra” no tiene ningún misterio para usted? (Anótese un punto adicional por cada tema similar que conozca)
Sí.
No.
2.- ¿Cuándo se golpea al momento de clavar una puntilla NO dice zambomba, recórcholis o cáspita?
Sí.
No.
3.- ¿Sus amigos o amigas, compañeros de universidad, colegas de oficina o colegas ocasionales de rumba responden al nombre genérico de “marica”, independientemente de su orientación sexual?
Sí.
No.
4.- ¿En algún momento de su infancia su abuelita, su mamá, o alguna tía lo obligó a comer jabón?
Sí.
No.
5.- ¿Maneja en su lenguaje diario grandes números indefinidos representados por los prefijos doble, triple, tetra, o so gran?
Sí.
No.
6.- ¿Dispone de un abundante léxico de nominaciones para su computador, carro, moto, bicicleta, televisor, equipo de sonido o cualquier otro artefacto cuando este no funciona? (Anótese un punto adicional si las expresa a grito herido)
Sí.
No.
7.- ¿Si hablara por televisión, la mitad de su conversación sonaría “piiiiiiii”?
Sí.
No.
8.- ¿Usted jamás en la vida la ha embarrado, pero reconoce que algunas veces ha hecho algo parecido que comienza por C?
Sí.
No.
9.- ¿Se anticipó a García Márquez y a Gustavo Bolívar en el uso público y desinhibido y constante de palabras contenidas en títulos como “Historias de mis putas tristes” y “Sin tetas no hay paraíso”?
Sí.
No.
10.- ¿Tiene la costumbre de mandar algunas personas a lugares indefinidos que comienzan con M o con C, ubicados cerca a la República Independiente de La Porra?
Sí.
No.
11.- ¿La frase “con esa misma boca dice mamá” lo ha perseguido a lo largo de su existencia? (Nota: Se puede reemplazar boca por una palabra que empieza por J, termina por A, e incluye al protagonista de E.T.)
Sí.
No.
12.- ¿En los momentos más difíciles de su vida, invoca al hijo de la mujer que ejerce la profesión más antigua del mundo?
Sí.
No.
13.- ¿Aunque su actividad económica no es la capricultura, lamenta constantemente tener que relacionarse con un cabro sin cuernos que termina en N?
Sí.
No.
14.- ¿No le molesta ni extraña la costumbre española de anunciar necesidades fisiológicas en símbolos religiosos o parientes cercanos en momentos de ira e intenso dolor?
Sí.
No.
15.- ¿Prefiere mantenerse en silencio en presencia de una monja?
Sí.
No.
16.- ¿Es capaz de sostener una discusión de calidad y precio en una plaza de mercado en los términos que le pongan?
Sí.
No.
17.- ¿Se vale del tamaño y género de los testículos para medir la inteligencia de las personas?
Sí.
No.
18.- ¿Utiliza el término médico gonorrea para referirse a alguien en particular?
Sí.
No.
19.- ¿Tiene la habilidad de reconocer y nombrar aquellas personas que tuvieron problemas al ser paridos, lo que posiblemente generó algo mal en el proceso?
Sí.
No.
20.- ¿Usa constantemente las expresiones puerca, michica, tantas (y la de García Márquez en el libro que sabemos) en una palabra que comienza por h y también puede terminar en madre?
Sí.
No.
21.- ¿La dieta de sus contradictores debería incluir, en su concepto, alimento sometido previamente a procesos digestivos, a veces en cantidad equivalente a un cerro?
Sí.
No.
22.- ¿Tiene absolutamente claro cuál es “la que sabemos”?
Sí.
No.
23.- ¿Lo que le mira al sexo opuesto si este le da la espalda no se llama derriere, ni nalgas, ni caderas, aunque sí comienza por C?
Sí.
No.
24.- ¿Cuando transcriben una intervención suya, aparecen signos incoherentes como @#€x$/+xx¬€#, o iniciales seguidas de puntos suspensivos (p…, c…, m…)?
Sí.
No.
25.- ¿Su actualización más reciente en materia de vocabulario es “pirobo”?
Sí.
No.
26.- ¿Las palabras que utiliza para describir los órganos reproductivos del hombre y la mujer no aparecen en los tratados científicos sobre el tema ni en los libros de educación sexual?
Sí.
No.
27.- ¿Utiliza un léxico con los amigos, otro en el trabajo y otro con la familia?
Sí.
No.
28.- ¿Sus comentarios sobre situaciones laborales a veces son malinterpretados, al extremo de considerarse agresiones personales?
Sí.
No.
28.- ¿Este test le parece algo terminado en ada?
Sí.
No.

Resultados
De 0 a 5: Si usted no trabaja en el cuerpo diplomático; dictando clases de dicción en un convento de clausura o de expresión a candidatas de reinado, desperdicia su talento. Tiene un lenguaje tan dulce, que le recomiendo una prueba de glucosa, por aquello de la diabetes.
De 6 a 10: Pese a que en general respeta el idioma, en situaciones extremas se le sale un adjetivo. Situación traumática, que lo ruboriza, avergüenza y obliga a presentar disculpas, así la mayoría de sus interlocutores ni siquiera se hayan dado cuenta.
De 10 a 15: Las administra. Sabe que son solo para ocasiones especiales. Escoge sus destinatarios con cuidado y suelta las palabras en el momento exacto, con la precisión de un relojero. Son el arma para agredir a los enemigos eternos o del instante. Aunque veces se le sale un madrazo gratuito.
De 15 a 20: Ya sé que este test parece una @#€x$/*, pero usted es libre de utilizar su +xx¬€# tiempo en lo que le dé la €x$/**+xx gana. Además no niegue que las @#€xx¬€# preguntas le evocaron algunos @#€x$/* momentos de su vida, incluso aquellos escasos en los que por andar diciendo @#€xx¬€# palabras se metió en uno que otro lío.
20 o más: Más @#€x$/**+xx¬€# será usted.

miércoles, 14 de enero de 2009

La bomba

Lo único que Jairo hizo fue alcanzar una bomba. O para evitar malas interpretaciones en épocas de guerra contra el terrorismo, un globo. Gracias a eso se convirtió en un ser odiado, perseguido, despreciado, insultado y casi golpeado.
Era domingo, el sol brillaba. Jairo salió a dar una vuelta con su pinta del día: tenis blancos, media de lana, bermudas, camiseta de marca, gorra y gafas oscuras.
Pasó al lado de un conjunto residencial de esos en forma de isla. Edificios al centro, zona verde alrededor circundada -por aquello de la inseguridad- por tremenda reja rematada en chuzos. Una bomba roja bien inflada lentamente sobrepasó la reja y cayó al andén. Ágilmente Jairo la atrapó antes de que el viento la llevara a la calzada. Miró a su izquierda y vio a una tierna pequeña -de 3 a 4 años- con ojos a punto de llorar por la pérdida de su juguete.
Pero eso no iba a pasar. Él estaba ahí. Así que lanzó la bomba hacia el otro lado. Esta se elevó y cayó, muy, muy, muy, muy lentamente sobre la punta de uno de los chuzos.
¡Pum!
Ese fue el sonido que hizo el globo al reventar. Pero sonó suave en comparación con lo que vino después. La tierna pequeña se convirtió en un amplificador de sonidos y el amenazante llanto evolucionó a berridos espantoso en cuestión de segundos.
La madre, quien conversaba con una vecina y no había visto los detalles, corrió al rescate. Lo que ella vio fue un trozo de bomba en la reja, y a su hija llorando mientras señalaba a un señor al otro lado.
Porque Jairo, contrario a la lógica, no había salido corriendo de ahí, sino que intentaba consolar a la pequeña. Cual leona en defensa de su cachorro, sin buscar explicaciones lógicas, la madre la emprendió a adjetivos contra ese grandote, abusivo, aprovechado, que debía meterse con uno de su tamaño en vez de estarle haciendo maldades a niñas pequeñas.
La gritería de la progenitora asustó a la nena, quien demostró que podía chillar más duro. Llegaron otros vecinos mientras Jairo, tercamente, insistía en dar explicaciones que nadie quería escuchar. hasta que una voz masculina preguntó detrás de él ¿Qué pasó?
Contento de tener un interlocutor, el interpelado volteó para encontrarse con un camaján que lo duplicaba en tamaño y ancho y lo miraba con ojos extrañados. De todas las opciones posibles, escogió la peor, como se daría cuenta más tarde.
- Verá, es que yo le reventé la bomba a la niña cuando...
El gorila no lo dejó terminar. Con un vozarrón adecuado a su físico bramó... ¡Usted le reventó la bomba a mi hija!
Y una vocecita a media lengua confirmó desde el otro lado de la reja -Malo, malo.
Una hora después, Jairo gastó su penúltima reserva de aire inflando el décimo globo del paquete que tuvo que comprar para calmar, en su orden, al padre indignado y amenazante, la madre ofendida y vociferante, y la hija traumatizada y llorona.
Solo en ese momento la pequeña recuperó la sonrisa.
La misma que Jairo perdió durante todo el resto del domingo.

lunes, 5 de enero de 2009

Ruperto en el mundo del hampa (1)

Ruperto es un tipo honrado. Cumple casi todas las leyes casi todo el tiempo. El casi se refiere a infracciones menores de tránsito -cruces prohibidos, por ejemplo- o contravenciones donde la naturaleza es más fuerte que la conciencia cívica, léase orinar en la calle.

No roba, no mata, no hace peculado por apropiación, no se ve implicado en hechos oscuros, no soborna y es fiel cumplidor de los 10 mandamientos. Nunca ha hecho méritos para ser huesped del Estado en permanentes, fiscalías, calabozos, estaciones de policía, reclusorios, cárceles o similares.
No es rico pero tampoco pobre. Gana lo suficiente para tener una casa -compartida con un banco- y un carro. Su nivel social flota en el estrato cuatro con planificados saltos hacia el cinco y discretas zambullidas al tres y al dos.

La estrategia consiste en recorrer en familia los grandes, prácticos y costosos centros comerciales. La segunda fase incluye recorrer solo los sectores estrechos, incómodos y baratos sectores populares. El primer trayecto incluye el verbo mirar. En el segundo se aplica el verbo comprar.

Los gastos navideños llevaron a Ruperto a un determinado punto de la ciudad donde, de todos es sabido, se consigue muy barato algún producto en particular. Esos sitios adonde va mucha gente, aunque de determinado estrato para arriba pocos lo reconocen.

Terminada su compra, pasó por un almacén de gran formato y vieja guardia. Negocios de tradición que, en su momento, hicieron la revolución de pasar del mostrador a la góndola, del vendedor de vitrina al autoservicio. Hoy libran tenaces luchas contra las multinacionales detallistas.

Recordó que necesitaba cinta pegante y después de dejar el carro en un parqueadero cercano ingresó. Empezó a recorrer pasillos cuando vio jugos de caja en cierta vitrina. Sintió sed, tomó uno y como no tenía canasto ni carrito se lo echó al bolsillo para pagarlo en la caja a la salida.

Y ahí entró en escena la señora. Aunque no llevaba uniforme o identificación, se presume que era empleada del negocio. Lo miró con sorpresa, se le paró enfrente en actitud de combate y lanzó la primera sindicación. “¡Lo vi!”

Como el interpelado no entendía nada, la temperamental dama consideró necesario ser más específica. “¡Vi que se echó ese jugo al bolsillo!”

En la opinión inicial de Ruperto, esa aseveración era la antesala del fin del posible malentendido. En pocas palabras explicó que su intención era llegar a la caja, sacar el producto del bolsillo y pagarlo.
Sabía que ella entendería.

Estaba equivocado.

La señora respondió con una ofensiva verbal digna de fiscal en indagatoria, demasiado extensa para incluirla en este espacio. Incluía frases como “¡Usted me cree boba!, ¡Eso no es tan facil!, ¡Yo lo vi!”.
Y faltaba la más efectiva: “¡Vigilanteees!”.

(Continuará)

Ruperto en el mundo del hampa (y 2)

(Sinopsis. Ruperto, un tipo honrado, entra a un almacen y se echa un jugo en el bolsillo con la intención de pagarlo a la salida. Un escandalosa dama lo intercepta y lo acusa de tratar de robar. Él explica, ella no escucha y grita “¡Vigilanteees!”.)

En cuestión de segundos el inocente comprador de jugos se vio rodeado por un eficaz operativo. Un contingente de celadores atacó simultaneamente por diferentes pasillos. En segunda línea las vendedoras dejaron a sus clientes y corrieron a la escena del crimen. Abandonados momentáneamente, una tercera línea de mirones y compradores olvidaron sus intenciones iniciales y pasaron a ser testigos del hecho.

La vieja esa (nominación con la cual de aquí en adelante Ruperto denominará a su intelocutora) continuó su perorata pletórica de sindicaciones hasta que uno de los vigilantes hizo la pregunta obvia. ¿Qué pasó?

La ventana de racionalidad le dio un espacio a Ruperto, quien explicó su posición. A estas alturas se había convertido en el centro de atención del negocio y aunque una parte de sí simplemente rogaba que se lo tragara la tierra, otra clamaba por una reivindicación pública de su honra.

Pese a que la vieja esa seguía en actitud agresiva, una improvisada mesa de negociaciones determinó el siguiente tratado de paz. Ruperto concluiría su compra debidamente supervisado por el personal de seguridad.

Así que una guardia de tres celadores (retaguardia, flanco izquierdo y flanco derecha) lo acompañó a la sección de papelería, donde escogió la cinta pegante.

Luego el mismo contingente lo entregó sano y salvó en caja, donde pagó, momento adecuado para un acto de dignidad encaminado a dejar constancia de su honradez y rectitud frente a acusaciones injustas.

Así que destapó su jugo y...

“¿Y ahora qué hago?” preguntó una voz en su interior.

La lista de opciones incluía arrojar el jugo al piso; tirárselo en la cabeza a la vieja esa, quien permanecía cerca en postura vigilante; tomárselo frente a todos en actitud desafiante; exigir la presencia del administradores, dueños y accionistas; improvisar un discurso sobre atención y respeto al cliente; llamar a la Policía... y hasta alguna bobada inútil como insultar al celador y a la cajera, que nada tenían que ver.

Por cierto eso fue lo que hizo. Lo abandonó (el jugo) sobre el mesón acompañado de un expresión similar a “sirvanse disponer de este alimento como lo consideren más conveniente”, aunque sonó más bien a “hagan con este ?)(/$/(&(&% jugo lo que les dé la ?)(/$/(& gana?

Salió henchido de dignidad y rabia hacia el parqueadero donde estaba su carro. Mientras retornaba a su casa la sintió.

Primero una sensación de calor en el cuello, que poco a poco se enfocó en la garganta convirtiéndose en sensación de sequedad.

Tenía sed.