Ruperto es un tipo honrado. Cumple casi todas las leyes casi todo el tiempo. El casi se refiere a infracciones menores de tránsito -cruces prohibidos, por ejemplo- o contravenciones donde la naturaleza es más fuerte que la conciencia cívica, léase orinar en la calle.
No roba, no mata, no hace peculado por apropiación, no se ve implicado en hechos oscuros, no soborna y es fiel cumplidor de los 10 mandamientos. Nunca ha hecho méritos para ser huesped del Estado en permanentes, fiscalías, calabozos, estaciones de policía, reclusorios, cárceles o similares.
No es rico pero tampoco pobre. Gana lo suficiente para tener una casa -compartida con un banco- y un carro. Su nivel social flota en el estrato cuatro con planificados saltos hacia el cinco y discretas zambullidas al tres y al dos.
La estrategia consiste en recorrer en familia los grandes, prácticos y costosos centros comerciales. La segunda fase incluye recorrer solo los sectores estrechos, incómodos y baratos sectores populares. El primer trayecto incluye el verbo mirar. En el segundo se aplica el verbo comprar.
Los gastos navideños llevaron a Ruperto a un determinado punto de la ciudad donde, de todos es sabido, se consigue muy barato algún producto en particular. Esos sitios adonde va mucha gente, aunque de determinado estrato para arriba pocos lo reconocen.
Terminada su compra, pasó por un almacén de gran formato y vieja guardia. Negocios de tradición que, en su momento, hicieron la revolución de pasar del mostrador a la góndola, del vendedor de vitrina al autoservicio. Hoy libran tenaces luchas contra las multinacionales detallistas.
Recordó que necesitaba cinta pegante y después de dejar el carro en un parqueadero cercano ingresó. Empezó a recorrer pasillos cuando vio jugos de caja en cierta vitrina. Sintió sed, tomó uno y como no tenía canasto ni carrito se lo echó al bolsillo para pagarlo en la caja a la salida.
Y ahí entró en escena la señora. Aunque no llevaba uniforme o identificación, se presume que era empleada del negocio. Lo miró con sorpresa, se le paró enfrente en actitud de combate y lanzó la primera sindicación. “¡Lo vi!”
Como el interpelado no entendía nada, la temperamental dama consideró necesario ser más específica. “¡Vi que se echó ese jugo al bolsillo!”
En la opinión inicial de Ruperto, esa aseveración era la antesala del fin del posible malentendido. En pocas palabras explicó que su intención era llegar a la caja, sacar el producto del bolsillo y pagarlo.
Sabía que ella entendería.
Estaba equivocado.
La señora respondió con una ofensiva verbal digna de fiscal en indagatoria, demasiado extensa para incluirla en este espacio. Incluía frases como “¡Usted me cree boba!, ¡Eso no es tan facil!, ¡Yo lo vi!”.
Y faltaba la más efectiva: “¡Vigilanteees!”.
(Continuará)
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