Arranquemos con todo. Ha llegado el momento de meterle motor a las diferencias de género. Los hombres tienen carro. Lo usan para transportarse ellos, para transportar a otros y para despertar envidia entre su género y atracción en el otro. Punto. Las mujeres no tienen carro. Las mujeres tienen una cartera gigante con ruedas y motor.
Antes de detallar el contenido miremos la forma. Cuando uno se sube al carro de un hombre se sienta y se pone el cinturón. En el auto de una mujer cuando uno se va subir ella empieza a quitar cosas del asiento. Como el interesado en sentarse es uno, entonces, el que sigue quitando, y quitando, y quitando del sentadero es uno. Y después de despejar la silla hay que tener cuidado extremo porque en el piso puede existir otra tanda.
¿Y qué es lo que hay en el asiento y en el piso? De todo. El atuendo limpio para el gimnasio del día –incluye tenis, medias, lycra, esqueleto, botella de agua, toalla, gel, esponja– y los atuendos usados del resto de la semana. Las tres opciones de zapatos planos para caminar, y las cinco opciones de tacones para lucir elegante. La chaqueta de lana para el frío, la impermeable para la lluvia, y la combinada para el fenómeno de la niña. El paraguas grande que no cabe en la cartera y el paraguas pequeño que debía estar guardado en la cartera. La ropa de trabajo cuando aplica, y la ropa de emergencia para lo que cada conductora incluya en esta categoría.
La música en movimiento no es algo nuevo, y aseguran los que saben de tecnología que gracias a los formatos digitales su administración se simplifica. Pero en los medios de transporte con propietario femenino los CD y DVD son una comunidad que nace crece, se reproduce y nunca muere. Por eso hay discos en la guantera, las sillas, el portadocumentos, el tablero, el encendedor, al lado de la palanca de los cambios, en las bolsas de las sillas, encaletados en el tapizado y debajo de la silletería desde tiempos inmemoriales. Algunos tienen empaque, otros no, pero es una ley inmutable de la naturaleza que contenedor y contenido nunca coinciden. Eso sí, cuando la respectiva conductora quiere oír una canción específica, sin dudarlo un segundo mete la mano en la guantera, selecciona sin mirar un CD de sospechosa legalidad y ninguna marca visible, lo introduce al equipo y ahí está la melodía. ¿Cómo lo hizo? No pregunte.
La zona de alimentación también está distribuida a todo lo largo y ancho del espacio interior. Incluye maletines y recipientes individualizados para cada momento del día. Uno lleva las medias nueves, otro el almuerzo –con herméticos separados para cada porción– un tercero las onces y un cuarto algo para emergencias. Complementa el servicio de hidratación ya mencionado dentro del ajuar de gimnasia. Ahora, si la usuaria es madre gestante… esto es otra historia. Simplemente mencionemos que una cocina completa se queda corta ante la disponibilidad de dispositivos y nutrientes para atender cualquier requerimiento alimenticio del descendiente.
Los mencionados hasta ahora son residentes permanentes. Pero el automotor también tiene su población flotante. Un vestido que debe ir algún día a donde la modista a que lo ajusten, desde hace como ocho meses. Ese documento laboral o académico que no se entregó a tiempo, y cuyo descargue ya no es prioritario. Algunos implementos del hogar que requieren reparaciones menores que no tienen servicio a domicilio. El encargo que mamá le trajo a la tía desde Miami y la cosa vieja que existe para donársela al usuario perfecto. Un regalo de alguien cuyo destino es ser regalado de nuevo y otro que aún no tiene su futuro definido. Piezas que algún día entran al carro y algún día salen, la pregunta es cuando.
Y claro, son mujeres. La belleza es su esencia, la vanidad su pecado, la cartera su límite… antes. Ahora disponen del espacio para todo un arsenal de brocha, pincel, esponjitas, labial, polvera, espejo, cepillos, rubor, corrector de ojeras, lápiz delineador, brillo, bases, crema de manos, perfume, toallas húmedas, toallas secas, algodones desmaquillantes, jabón antibacterial, desodorante, crema desmaquilladora, laca, pintalabios, removedor, sombras cremosas, sombras líquidas, sombras en polvo y una pañoleta para sujetar el cabello mientras se realiza la sesión de embellecimiento. Y eso hay que complementarlo con las tijeras, el secador de pelo portátil, la plancha para alisar y, por si las dudas, una gafas oscuras grandes que oculten imperfecciones o protejan del sol.
Es costumbre –creo que no muy del gusto de las autoridades de tránsito- colgar del retrovisor interno algún elemento que va desde el recuerdo infantil del primer zapato de alguien –normalmente pariente cercano- hasta el utilitario pino aromatizante. Los retrovisores tienen capacidad limitada. Eso a ellas no les importa, prosiguen colgando peluches, muñecos, dados, relicarios, santos, llaveros, coronitas y un inacabable lista de eteceteras en cuanta saliente exista en el cada vez menos cómodo espacio interior, ahora asimilable a a una especie de miscelánea ambulante.
Y claro, no se puede cerrar este texto sin mencionar los grandes misterios. Un juguete semidestrozado en el vehículo de quien no tiene hijos conocidos; algún repuesto de electrodoméstico que a los ojos de cualquier observador desprevenido está capando caneca, el calendario completo del año 2006, ese enorme maletín que siempre está vacío, un adorno de Navidad –y estamos en julio-, la prótesis dental o de las otras e infinidad de papelitos con anotaciones cripticas como nombres incompletos de personas, productos de destinación incierta, precios aplicables a insumos anónimos, direcciones inexistentes o instrucciones tan indescifrables como “Pas x :) ”...
miércoles, 14 de diciembre de 2011
sábado, 10 de diciembre de 2011
El mejor ejemplo para no seguir
En algún momento de la historia, todos creían en el futuro de Su Tío. Pero algo pasó. Tomó una decisión errónea, se bajo la bragueta en el lugar equivocado o antes de tiempo, no desarrolló adecuadamente su potencial, se dejó llevar por malas influencias, aplazó hasta que el tiempo se le terminó. En fin. Opciones es lo que hubo. Lo cierto es que Su Tío dejó de ser la esperanza de la familia, pero pasó a ocupar un cargo igual o incluso más importante: el punto de referencia negativo.
Si no fuera por él, padres, madres, otros tíos, abuelos y demás figuras de autoridad carecerían de la expresión fundamental para terminar alegatos pedagógicos. Si él no existiera, no habría como señalar el ejemplo de lo que puede ser un futuro cuando no se atienden los consejos de los mayores. Para simplificar, su presencia posibilita que una sesión de cantaleta termine con la frase lapidaria. ¿O es que quiere terminar como Su Tío?
(Aclaración necesaria. Su Tío no es la Oveja Negra del clan. La Oveja negra es una desgracia por lo que hizo, pero se le reconoce que por lo menos hizo algo. En el caso de Su Tío...sigamos con el cuento)
Claro, la mención admite variantes de modo, lugar o circunstancia. Veamos. Está el efecto demostración. El interpelado está a punto de tomar una decisión que a él le parece razonable –cambiar de carrera, no estudiar, rechazar una buena oportunidad laboral-. Agotados todos los argumentos del interpelador viene una historia familiar. Los detalles varían, lo que nunca cambia es el principio y el final. Principio: “¿No ve lo que le pasó a Su Tío?” (ESPACIO LIBRE PARA DETALLES) Final: “¡No ve lo que le pasó a Su Tío!”
Aunque es un genérico, Su Tío tiene diferencias específicas. En materia de estado civil puede ser soltero –tirando a solterón fracasado- o casado –mantenido por su mujer o compartiendo con ella una pobreza de proporciones franciscanas. Separado,-a las malas- a punto de separarse -a las peores- o en unión libre, combinando todas las anteriores.
Cuando el estado civil implica pareja se da un fenómeno de extrapolación. Básicamente el rol de Su Tío de extiende a la prevención de decisiones equívocas de parejas. En ese caso, deja de ser Su Tío y se convierte en el Tipo Ese. Entonces se vuelve el objeto indirecto de esta modalidad expresiva: ¿Usted quiere terminar como (espacio libre para incluir la usuaria) amarrada al Tipo Ese toda la vida?
En el mundo laboral también tiene su espacio. El apelativo pasa del parentesco al apellido, normalmente en diminutivo. Para efectos ilustrativos, combinaremos las nominaciones y hablaremos de Sutíito. Como es tan difícil de pronunciar simplificamos: Suti. Si Suti tiene trabajo, es mal pago, muy por debajo de su calificación y experiencia y en condiciones que oscilan entre incómodas e indignas. A sus espaldas, en alguna conversación entre un inconforme laboral de esos que siempre aspiran a más y otra relativamente satisfecho la sentencia está planillada de antemano “Ah no, es que yo no voy a terminar como Don Suti.”
Pero volvamos al círculo familiar. El joven quiere optar una actividad laboral de esas que ofrecen satisfacciones morales, pero pocos ingresos. Sus opciones se mueven entre Filososfía y Letras, Bellas Artes, Antropología y Sociología. Ahí está el ejemplo: Su Tío, que a una edad por encima de las cuatro décadas, en el mejor de los casos no tiene nada, y en el peor sí tiene unas cuantas… deudas. Eso sí, ha estudiado mucho. “¡Y para qué le ha servido? Piénselo mijo, piénselo”.
El joven recién ingresado a la adolescencia está descubriendo demasiado rápido los placeres del mundo, el demonio la carne y el licor. Tiempo de evocaciones históricas: “Así era Su Tío, y mírelo ahora... ¿vale la pena?”
La cosa no siempre tiene que ser tan materialista. Su Tío puede tener toda la plata del mundo, pero una enfermedad previsible (“el era como usted, fumaba y fumaba y nunca hizo caso”), soledad crónica (“cuando tenía a la mujer de su vida prefirió seguir siendo un mujeriego como usted”), o una vocación frustrada (“usted no se imagina lo bueno que era Su Tío en esto”), suelen ser argumentos recurrentes.
Y a todas estas… Su Tío ¿que piensa?, ¿qué dice?, ¿qué hace? Intuye su condición, pero opta por un silencio cómplice. Sigue adelante con lo que hace, -o no hace-. Su razón de ser es mantener el statu-quo. Su círculo social y familiar nunca lo perderá de vista. Vivir lo que no deben vivir las generaciones posteriores lo ha elevado a un nivel casi mítico. Nadie quiere ser como él, pero todos siguen sus pasos.
Y lo mejor de todo va a ser el día en que finalmente se vaya, con todo su pasado glorioso y su presente gris a la que en su caso, pase los que pase, si debe ser mejor vida.
Solo será cuestión de tiempo para que alguien pronuncie la frase lapidaria.
“¡Cómo hace de falta Su Tío!
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jueves, 8 de diciembre de 2011
46 cosas que hago porque soy hombre
1. No pregunto direcciones.
2. Ese partido de fútbol es más importante que cualquier cosa.
3. Me creo dotado genéticamente para trabajos de electrónica, plomería y en general reparaciones locativas.
4. Yo manejo cuando voy con mi pareja, independientemente de quien sea el dueño del carro.
5. Para otros, solo cocino platos exóticos o aso carne.
6. No exteriorizo lo que siento.
7. Solo digo a un amigo cuanto lo estimo media garrafa después.
8. No me interesan los detalles, solo la esencia del chisme.
9. Puedo oír, asentir y hasta carraspear durante 30 minutos, sin escuchar una sola palabra de lo que dice mi pareja.
10. Si le digo algo bonito a una mujer que no sea abuela, madre, hija, esposa, hermana o cualquier otro grado similar de consanguinidad, una parte de mí piensa en sexo.
11. El caso anterior excluye, algunas veces, a mi pareja.
12. Invierto mi dinero extra –o el que debería financiar necesidades básicas– en herramientas y dispositivos electrónicos.
13. Si no echo por lo menos un madrazo al día me siento incompleto.
14. Veo telenovelas, pero no lo acepto.
15. No hablo de la apariencia física de otros hombres.
16. Por lo menos una vez en mi vida me he peleado a puños con alguien.
17. Tomo cerveza, así no me guste.
18. Nunca me meto en pelea de mujeres.
19. Quiero a mi mujer, pero mi mamá llegó primero.
20. No le abro el paraguas a una llovizna.
21. El examen de próstata es uno de mis temas tabú.
22. Si tengo frío, me aguanto; si tengo calor, me aguanto; si hace mucho viento, me aguanto. ¿Y si me preguntan? Estoy bien, gracias.
23. Pongo la plata, que ellas compren.
24. Olvido fechas importantes, a menos que sea un partido de fútbol.
25. Compro ropa en minutos.
26. Cuando tengo que permanecer en casa en horas laborales soy insoportable.
27. Como rápido y en silencio.
28. Voy al baño solo y limito la conversación con mis compañeros de orinada a monosílabos.
29. En reuniones de familia extendida armo parche con todos los esposos de mis cuñadas.
30. Destapo frascos.
31. Así sea con plata de ella, yo pago.
32. Las únicas decisiones que tomo relacionadas con decoración de interiores son presupuestales.
33. Realizo pocas labores domésticas, tal vez una sola, pero en ella soy obsesivo y perfeccionista a extremos insoportables.
34. Me gustan las sillas grandes.
35. Tengo por lo menos una prenda de vestir vieja, sucia y arrugada que periódicamente debo rescatar de la basura.
36. Odio la afeitada diaria, aunque cuando era adolescente soñaba con llegar a ella
37. Rezo, pero callado.
38. Canto, pero borracho.
39. Odio ir al médico y en lo posible, solo lo visito cuando me tienen que llevar.
40. Me gustan las cosas que hacen ruido, desde triquitraques hasta carros de motor grande.
41. Sudar es bueno
42. Oler feo en determinadas circunstancias es un orgullo.
43. El control remoto del televisor es míooooo.
44. Cambio de canal, y cambio de canal y cambio de canal... hasta volver al canal inicial, y cambiar de canal.
45. Cualquier color menos rosadito
46. Incluyo algunas rutinas de belleza en mi jornada diaria. Nadie lo sabe y no estoy dispuesto a reconocerlo en ninguna circunstancia.
2. Ese partido de fútbol es más importante que cualquier cosa.
3. Me creo dotado genéticamente para trabajos de electrónica, plomería y en general reparaciones locativas.
4. Yo manejo cuando voy con mi pareja, independientemente de quien sea el dueño del carro.
5. Para otros, solo cocino platos exóticos o aso carne.
6. No exteriorizo lo que siento.
7. Solo digo a un amigo cuanto lo estimo media garrafa después.
8. No me interesan los detalles, solo la esencia del chisme.
9. Puedo oír, asentir y hasta carraspear durante 30 minutos, sin escuchar una sola palabra de lo que dice mi pareja.
10. Si le digo algo bonito a una mujer que no sea abuela, madre, hija, esposa, hermana o cualquier otro grado similar de consanguinidad, una parte de mí piensa en sexo.
11. El caso anterior excluye, algunas veces, a mi pareja.
12. Invierto mi dinero extra –o el que debería financiar necesidades básicas– en herramientas y dispositivos electrónicos.
13. Si no echo por lo menos un madrazo al día me siento incompleto.
14. Veo telenovelas, pero no lo acepto.
15. No hablo de la apariencia física de otros hombres.
16. Por lo menos una vez en mi vida me he peleado a puños con alguien.
17. Tomo cerveza, así no me guste.
18. Nunca me meto en pelea de mujeres.
19. Quiero a mi mujer, pero mi mamá llegó primero.
20. No le abro el paraguas a una llovizna.
21. El examen de próstata es uno de mis temas tabú.
22. Si tengo frío, me aguanto; si tengo calor, me aguanto; si hace mucho viento, me aguanto. ¿Y si me preguntan? Estoy bien, gracias.
23. Pongo la plata, que ellas compren.
24. Olvido fechas importantes, a menos que sea un partido de fútbol.
25. Compro ropa en minutos.
26. Cuando tengo que permanecer en casa en horas laborales soy insoportable.
27. Como rápido y en silencio.
28. Voy al baño solo y limito la conversación con mis compañeros de orinada a monosílabos.
29. En reuniones de familia extendida armo parche con todos los esposos de mis cuñadas.
30. Destapo frascos.
31. Así sea con plata de ella, yo pago.
32. Las únicas decisiones que tomo relacionadas con decoración de interiores son presupuestales.
33. Realizo pocas labores domésticas, tal vez una sola, pero en ella soy obsesivo y perfeccionista a extremos insoportables.
34. Me gustan las sillas grandes.
35. Tengo por lo menos una prenda de vestir vieja, sucia y arrugada que periódicamente debo rescatar de la basura.
36. Odio la afeitada diaria, aunque cuando era adolescente soñaba con llegar a ella
37. Rezo, pero callado.
38. Canto, pero borracho.
39. Odio ir al médico y en lo posible, solo lo visito cuando me tienen que llevar.
40. Me gustan las cosas que hacen ruido, desde triquitraques hasta carros de motor grande.
41. Sudar es bueno
42. Oler feo en determinadas circunstancias es un orgullo.
43. El control remoto del televisor es míooooo.
44. Cambio de canal, y cambio de canal y cambio de canal... hasta volver al canal inicial, y cambiar de canal.
45. Cualquier color menos rosadito
46. Incluyo algunas rutinas de belleza en mi jornada diaria. Nadie lo sabe y no estoy dispuesto a reconocerlo en ninguna circunstancia.
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sábado, 5 de noviembre de 2011
María no se quiere ir
El amor es una desgracia con buena prensa. Quienes gastaron, gastan y gastarán cantidades navegables de tinta –o, en los últimos tiempos, suficientes bits, megas y gigas para ir al extremo del universo y volver– elogiando el sublime sentimiento, nos están poniendo conejo. Intencionalmente ignoran la parte menos sublime, menos heroica, menos romántica del sentimiento sublime. Nos referimos, como no, a la traga maluca.
Ignoro cómo le dirán en otra parte, pero aquí la tenemos clara. Así que no gastaremos pantalla en definiciones. Y sabemos que traga maluca es como cucaracha. No importa cuántas matemos, siempre reaparecen. Y en los lugares más inesperados.
¿Ejemplos? Veamos lo que le pasa a Antonio, o a Toño, como insisten en llamarlo algunos amigos. El caballero de marras sufre una típica traga maluca, en la que la susodicha, para decirlo suavemente, lo ignora (a duras penas sabe que existe, para ser exactos). Y se llama María, hecho aparentemente intrascendente, pero… mejor les explico.
Un día Toño tuvo un acto sublime de valor y decidió olvidar a María como fuera. En serio… No, es en serio. Aprovechó, –tampoco era tan heroico– un alejamiento temporal por cuestiones laborales que no vienen al caso. Escenario perfecto para buscar opciones, y alejar el pensamiento de…
¿Alguna vez se han puesto a pensar cuantos nombres compuestos tienen a María abriendo o cerrando la denominación? Toño tampoco. Pero cuando intentó buscar alternativas que borraran a la ausente de su pensamiento se encontró conectado con Ana María, chateando con Maria José, bailando con Adriana María, compartiendo tardes con Maria Julia, trabajando con Maria Isabel, y planillado para estas y otras actividades con Maria Helena, Maria Alejandra, Maria Angélica, Maria Antonia, Maria Camila, Maria Carolina, Maria Cecilia, Maria Claudia, Maria Cristina, Maria del Carmen, Maria del Pilar, Maria Elvira, Maria Victoria, Maria Virginia y Maria Teresa las cuales, sin excepción, gustaban de ser llamadas por sus nombres completos.
El plan B era renunciar –de momento– a la compañía femenina y dedicarse a cosas de hombres. Así que fue a partido con un grupo de amigos que incluían a José María, se emborrachó con Jesús María y otros y pasó una tarde jugando tejo en la cancha de don Mariano.
Ante la constante presencia terrenal del nombre, creyó encontrar alivio en ámbitos más espirituales. Buscó refugio en la religión. En la de sus padres. En la que enmarcó los ritos de su infancia. En aquella que, para su desgracias ante la situación específica era la Católica, Apostólica y Romana. La de la Virgen María en todas sus expresiones, apariciones, versiones, encarnaciones oraciones y manifestaciones.
Luego del fracaso de lo trascendente, optó por fórmulas más terrenales. Las del ermitaño. El encierro aislamiento. Como a la media hora estaba más aburrido que un domingo por la tarde, decidió encender la radio. El dial recorrió sucesivamente una emisora de rancheras (Maria de los guardias) una de música clásica (Ave María de Shubert), una de baladas (Ave María de Rafael) una de vallenato (Maria Teresa) una de rock Maria Maria… y así sucesivamente.
Con la televisión ni siquiera lo intentó, previendo que si lo encendía, automáticamente llegaría a algún canal de telenovelas programado con Simplemente María, María la del barrio o María Belén. Asi que decidió salir a caminar evitando todo tipo de compañía, solo para descubrir que vivía en cercanías del hotel Maria Isabel, la panadería la María, la tienda de Las tres marías, junto al vecino aficionado a emisora Mariana, y en la calle de María Inmaculada. Una conversación con el abuelo desprogramado de la casa de enfrente terminó evocando al legendario futbolista del Cali Ángel María Torres, a los descubrimientos científicos de Marie Curies, a la ideología del político peruano Mariategui.
Resignado anduvo sin rumbo fijo hasta que sintió hambre. El destino lo llevó hasta una tienda cuyo nombre ni siquiera miró. Como el estómago comenzó a ponerse exigente a nivel volumétrico, pensó en complementar las papas en paquete con algo que tuviera más cara de comida y menos de pasaboca, pero lo único disponible eran frijoles enlatados.
Es cosa sabida que los frijoles fríos son sinónimo de peligro, situación testimoniada en incontables dichos populares. Hora de pedirle cacao al tendero se mostró servicial, colaborador e incluso planteó opciones -
“Claro, se los caliento en una sartén… ¿o al baño de María?
Ignoro cómo le dirán en otra parte, pero aquí la tenemos clara. Así que no gastaremos pantalla en definiciones. Y sabemos que traga maluca es como cucaracha. No importa cuántas matemos, siempre reaparecen. Y en los lugares más inesperados.
¿Ejemplos? Veamos lo que le pasa a Antonio, o a Toño, como insisten en llamarlo algunos amigos. El caballero de marras sufre una típica traga maluca, en la que la susodicha, para decirlo suavemente, lo ignora (a duras penas sabe que existe, para ser exactos). Y se llama María, hecho aparentemente intrascendente, pero… mejor les explico.
Un día Toño tuvo un acto sublime de valor y decidió olvidar a María como fuera. En serio… No, es en serio. Aprovechó, –tampoco era tan heroico– un alejamiento temporal por cuestiones laborales que no vienen al caso. Escenario perfecto para buscar opciones, y alejar el pensamiento de…
¿Alguna vez se han puesto a pensar cuantos nombres compuestos tienen a María abriendo o cerrando la denominación? Toño tampoco. Pero cuando intentó buscar alternativas que borraran a la ausente de su pensamiento se encontró conectado con Ana María, chateando con Maria José, bailando con Adriana María, compartiendo tardes con Maria Julia, trabajando con Maria Isabel, y planillado para estas y otras actividades con Maria Helena, Maria Alejandra, Maria Angélica, Maria Antonia, Maria Camila, Maria Carolina, Maria Cecilia, Maria Claudia, Maria Cristina, Maria del Carmen, Maria del Pilar, Maria Elvira, Maria Victoria, Maria Virginia y Maria Teresa las cuales, sin excepción, gustaban de ser llamadas por sus nombres completos.
El plan B era renunciar –de momento– a la compañía femenina y dedicarse a cosas de hombres. Así que fue a partido con un grupo de amigos que incluían a José María, se emborrachó con Jesús María y otros y pasó una tarde jugando tejo en la cancha de don Mariano.
Ante la constante presencia terrenal del nombre, creyó encontrar alivio en ámbitos más espirituales. Buscó refugio en la religión. En la de sus padres. En la que enmarcó los ritos de su infancia. En aquella que, para su desgracias ante la situación específica era la Católica, Apostólica y Romana. La de la Virgen María en todas sus expresiones, apariciones, versiones, encarnaciones oraciones y manifestaciones.
Luego del fracaso de lo trascendente, optó por fórmulas más terrenales. Las del ermitaño. El encierro aislamiento. Como a la media hora estaba más aburrido que un domingo por la tarde, decidió encender la radio. El dial recorrió sucesivamente una emisora de rancheras (Maria de los guardias) una de música clásica (Ave María de Shubert), una de baladas (Ave María de Rafael) una de vallenato (Maria Teresa) una de rock Maria Maria… y así sucesivamente.
Con la televisión ni siquiera lo intentó, previendo que si lo encendía, automáticamente llegaría a algún canal de telenovelas programado con Simplemente María, María la del barrio o María Belén. Asi que decidió salir a caminar evitando todo tipo de compañía, solo para descubrir que vivía en cercanías del hotel Maria Isabel, la panadería la María, la tienda de Las tres marías, junto al vecino aficionado a emisora Mariana, y en la calle de María Inmaculada. Una conversación con el abuelo desprogramado de la casa de enfrente terminó evocando al legendario futbolista del Cali Ángel María Torres, a los descubrimientos científicos de Marie Curies, a la ideología del político peruano Mariategui.
Resignado anduvo sin rumbo fijo hasta que sintió hambre. El destino lo llevó hasta una tienda cuyo nombre ni siquiera miró. Como el estómago comenzó a ponerse exigente a nivel volumétrico, pensó en complementar las papas en paquete con algo que tuviera más cara de comida y menos de pasaboca, pero lo único disponible eran frijoles enlatados.
Es cosa sabida que los frijoles fríos son sinónimo de peligro, situación testimoniada en incontables dichos populares. Hora de pedirle cacao al tendero se mostró servicial, colaborador e incluso planteó opciones -
“Claro, se los caliento en una sartén… ¿o al baño de María?
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miércoles, 12 de octubre de 2011
El compañero de silla (y 2, para adultos responsables)
Veíamos en la entrada anterior como a Fernando Alfonso, usuario profesional del transporte intermunicipal, le ha tocado compartir espacio con una insoportable pero variada gama de compañeros, concebidos por alguna fuerza maligna para hacer igualmente insoportables los viajes.
Una noche cualquiera eran poco más de las 9 y el destino estaba a 8 horas de distancia. Ya acomodado en su silla, Fernando seguía por la ventana la rutina de la terminal cuando una voz femenina llamó su atención.
-¿Qué puesto es este?
En un movimiento reflejo, derivado de las incontables veces que le habían hecho la misma pregunta, su cabeza giró hacia arriba buscando la señal identificadora de la silla. Sin detenerse continuó rotando para decir un número antes de retomar su examen al mundo exterior. Pero cuando sus ojos se encontraron con su interlocutora, lo que vio lo dejó sin habla.
Frente a él, con un morral rosado colgando del hombro izquierdo, estaba lo más hermoso que había visto en su vida. La cabellera negra que caía simétricamente detrás de los hombros enmarcaba un rostro de ángel donde brillaban, como dos luceros en medio de la noche serena, el par de ojos profundamente azules. Una camiseta negra encajaba perfectamente en el torax, del cual sobresalían –debidamente destacados por un revelador escote– dos formas redondeadas y uniformes. Más abajo un blue jean entallaba la delgada cintura que se abría en sendas curvas en perfecta proporción con el resto del cuerpo.
Fernando perdió la capacidad de emitir sonidos, hasta que una sonrisa coqueta le devolvió la racionalidad. Algo parecido a un “21” salió de su garganta mientras Claudia –pocos minutos después supo su nombre– iniciaba el proceso de acomodamiento.
El estupor inicial despertó al caballero latente en el viajero. Como un relámpago se levantó de la silla y ayudó a su ya oficial compañera de viaje a acomodar el morral color de rosa en el portaequipajes.
Con la natural prevención derivada del desconocimiento mutuo, intercambiaron informaciones básicas. Nombres sin apellidos, motivaciones poco detalladas de los respectivos trayectos, hojas de vida en resumen. La película de turno –algo con ninjas, karatecas, traficantes de órganos y el grandote ese que nunca se despeina– llevó la conversación hacia gustos de tiempo libre y evidenció ese algo indefinible que hace la diferencia; había química.
Fernando, veterano en estas lides, llevaba su cobija, la cual compartió con su compañera de puesto. Sillas reclinadas, apenas pocos centímetros entre cuerpo y cuerpo, uno que otro roce, comunicación sin palabras a través de las respectivas fragancias corporales.
La jornada invitaba a un sueño reparador. Pero inesperadamente, Claudia hizo algo que cambio ese viaje y dejó en el viajero un recuerdo que no solo no lo dejó dormir, sino que la instaló para siempre en la lista de las mujeres inolvidables.
Contra todo pronóstico, la mujer de la cara de ángel y el cuerpo de formas redondeadas y uniformes empezó a roncar como una locomotora en subida.
Y no se calló en toda la noche.
(Final final)
Una noche cualquiera eran poco más de las 9 y el destino estaba a 8 horas de distancia. Ya acomodado en su silla, Fernando seguía por la ventana la rutina de la terminal cuando una voz femenina llamó su atención.
-¿Qué puesto es este?
En un movimiento reflejo, derivado de las incontables veces que le habían hecho la misma pregunta, su cabeza giró hacia arriba buscando la señal identificadora de la silla. Sin detenerse continuó rotando para decir un número antes de retomar su examen al mundo exterior. Pero cuando sus ojos se encontraron con su interlocutora, lo que vio lo dejó sin habla.
Frente a él, con un morral rosado colgando del hombro izquierdo, estaba lo más hermoso que había visto en su vida. La cabellera negra que caía simétricamente detrás de los hombros enmarcaba un rostro de ángel donde brillaban, como dos luceros en medio de la noche serena, el par de ojos profundamente azules. Una camiseta negra encajaba perfectamente en el torax, del cual sobresalían –debidamente destacados por un revelador escote– dos formas redondeadas y uniformes. Más abajo un blue jean entallaba la delgada cintura que se abría en sendas curvas en perfecta proporción con el resto del cuerpo.
Fernando perdió la capacidad de emitir sonidos, hasta que una sonrisa coqueta le devolvió la racionalidad. Algo parecido a un “21” salió de su garganta mientras Claudia –pocos minutos después supo su nombre– iniciaba el proceso de acomodamiento.
El estupor inicial despertó al caballero latente en el viajero. Como un relámpago se levantó de la silla y ayudó a su ya oficial compañera de viaje a acomodar el morral color de rosa en el portaequipajes.
Con la natural prevención derivada del desconocimiento mutuo, intercambiaron informaciones básicas. Nombres sin apellidos, motivaciones poco detalladas de los respectivos trayectos, hojas de vida en resumen. La película de turno –algo con ninjas, karatecas, traficantes de órganos y el grandote ese que nunca se despeina– llevó la conversación hacia gustos de tiempo libre y evidenció ese algo indefinible que hace la diferencia; había química.
Fernando, veterano en estas lides, llevaba su cobija, la cual compartió con su compañera de puesto. Sillas reclinadas, apenas pocos centímetros entre cuerpo y cuerpo, uno que otro roce, comunicación sin palabras a través de las respectivas fragancias corporales.
La jornada invitaba a un sueño reparador. Pero inesperadamente, Claudia hizo algo que cambio ese viaje y dejó en el viajero un recuerdo que no solo no lo dejó dormir, sino que la instaló para siempre en la lista de las mujeres inolvidables.
Contra todo pronóstico, la mujer de la cara de ángel y el cuerpo de formas redondeadas y uniformes empezó a roncar como una locomotora en subida.
Y no se calló en toda la noche.
(Final final)
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martes, 11 de octubre de 2011
El compañero de silla (1, para todos)
Fernando Alfonso es un representante de ventas de diversas líneas, lo que en buen español significa que comercializa desde una aguja hasta un repuesto de computador. Es de esos personajes que se pasan la mitad de la vida recorriendo el país por tierra, con un maletín repleto de mostrarios, o algún original encargo del viejo de la tienda de San Antonio.
Fernando es usuario de intermunicipales, desde chiva hasta supervan, pasando por ejecutivo, corriente e intermedias. Ya se acostumbró a la incomodidad de algunos de estos medios, y todo sería perfecto, si no fuera por los compañeros de silla que a veces le tocan en suerte.
Por ejemplo, Fernando ha tenido que compartir ruta intermunicipal con:
1- Un viejo tacaño que compra dos puestos. En uno se acomoda él, y en otro (al lado de Fernando), ubica a su esposa embarazada, dos niños de brazos y una gallina viva encostalada.
2.- Un deportista recién fracturado con el brazo inmovilizado en cabestrillo que le clava el codo en los ojos a Fernando durante todo el viaje.
3.- Una dama de edad con una maleta más grande que la silla, la cual coloca cada rato en sus rodillas (y por extensión, en las de Fernando), para sacar una botella de jugo color zanahoria.
4.- Un borracho que se queda dormido con la boca abierta, y la cabeza mirando (o mejor, expeliendo un tufo monumental) hacia Fernando.
5.- Un niño que no se vomita, pero dura todo el viaje pálido, con los ojos perdidos y haciendo horcajadas a cada rato.
6.- Un niño que sí se vomita, a la media hora de un viaje que dura ocho, en un bus con las ventanas selladas.
7.- El alegre componente de un grupo de sardinos en plan de veraneo, que se arrodilla en el cojín de la silla y cada rato le pide disculpas a Fernando, después de colocarle soberano codazo en la cabeza.
10.- La hermosa chica que se queda dormida en el hombro de Fernando, obligándolo a quedarse quieto durante 6 horas para no despertarla.
11.- El usuario de enormes lentes que obliga a Fernando a leerle todos los letreritos de la película
12.- El gordo de la camiseta negra que en la primera parada retorna al bus con medio pollo asado, en la segunda con un pescado apanado, y en la tercera con media carne asada en una bolsa de papel.
13.- El amargado que después del primer frenazo, se pasa el resto del viaje (cuatro horas sin escalas) concientizando a Fernando sobre la grave irresponsabilidad de los conductores colombianos.
14.- La chica joven, hermosa, coqueta y sexy que… (esto amerita otra historia, asì que... Continuará)
Fernando es usuario de intermunicipales, desde chiva hasta supervan, pasando por ejecutivo, corriente e intermedias. Ya se acostumbró a la incomodidad de algunos de estos medios, y todo sería perfecto, si no fuera por los compañeros de silla que a veces le tocan en suerte.
Por ejemplo, Fernando ha tenido que compartir ruta intermunicipal con:
1- Un viejo tacaño que compra dos puestos. En uno se acomoda él, y en otro (al lado de Fernando), ubica a su esposa embarazada, dos niños de brazos y una gallina viva encostalada.
2.- Un deportista recién fracturado con el brazo inmovilizado en cabestrillo que le clava el codo en los ojos a Fernando durante todo el viaje.
3.- Una dama de edad con una maleta más grande que la silla, la cual coloca cada rato en sus rodillas (y por extensión, en las de Fernando), para sacar una botella de jugo color zanahoria.
4.- Un borracho que se queda dormido con la boca abierta, y la cabeza mirando (o mejor, expeliendo un tufo monumental) hacia Fernando.
5.- Un niño que no se vomita, pero dura todo el viaje pálido, con los ojos perdidos y haciendo horcajadas a cada rato.
6.- Un niño que sí se vomita, a la media hora de un viaje que dura ocho, en un bus con las ventanas selladas.
7.- El alegre componente de un grupo de sardinos en plan de veraneo, que se arrodilla en el cojín de la silla y cada rato le pide disculpas a Fernando, después de colocarle soberano codazo en la cabeza.
10.- La hermosa chica que se queda dormida en el hombro de Fernando, obligándolo a quedarse quieto durante 6 horas para no despertarla.
11.- El usuario de enormes lentes que obliga a Fernando a leerle todos los letreritos de la película
12.- El gordo de la camiseta negra que en la primera parada retorna al bus con medio pollo asado, en la segunda con un pescado apanado, y en la tercera con media carne asada en una bolsa de papel.
13.- El amargado que después del primer frenazo, se pasa el resto del viaje (cuatro horas sin escalas) concientizando a Fernando sobre la grave irresponsabilidad de los conductores colombianos.
14.- La chica joven, hermosa, coqueta y sexy que… (esto amerita otra historia, asì que... Continuará)
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miércoles, 21 de septiembre de 2011
Desventuras de una promotora con aspiraciones
Comenzó con la televisión. Con esas mujeres –mujeres no, niñas– de largas piernas, siluetas perfectas y rostros angelicales. Esas que iban a los mejores sitios. Esas que tenían dinero, salían en revistas, y pasaban cada instante de su existencia en medio de todo lo que tenía de bueno la vida: la fortuna, el éxito, y, sobre todo, la fama.
Cada fiesta, cada inauguración, cada desfile, cada evento social, cada concierto, contaba con su presencia. Siempre sonrientes, a la última moda, siempre protagonistas. Por eso, cuando en el cerebro de la pequeña Lorena las imágenes predominantes dejaron de ser mamá y comida, supo con absoluta certeza que ese era su destino.
El entorno ayudó. Un coro de padres, tías, vecinas y amigas familiares que elogiaban constantemente su precoz belleza. Unas primas y hermanas mayores que la instruyeron en rituales para reemplazar, a punta de creatividad, la belleza fabricada por asesores de imágenes, entrenadores personales, preparadores de reinas, diseñadores internacionales y peluqueros de cita previa.
Ella aguantó hambre en estado preanoréxico, se bronceó con agua en el parque, planchó su cabello haciendo contorsiones sobre la mesa de planchar. Aprendió a cubrir sus facciones con el color adecuado según la ocasión, combinando productos de tienda y preparaciones hogareñas. A falta de gimnasio existían Internet y las amigas para conocer y aplicar rutinas de las famosas. Y con una voluntad digna de mejor causa se acercó al mítico 90 60 90, rematado en un rostro angelical hasta que la edad y la evolución física sumaron méritos para subirse al bus de la fama.
El problema era que se trataba de un vehículo escaso de puertas, y la gran mayoría estaban cerradas para ella. Por estrato y recursos solo podía aspirar a ser la reina del bazar del barrio, de hecho lo había sido en tres ocasiones. Ocasión apta para cometer algún pecadillo por cuenta de una ración gratis de lechona, pero nada más.
Pasó por las academias de modelaje conocidas, de visita, porque los precios sencillamente no estaban a su alcance. Intentó algunos castings de eternas filas frente a jurados famosos, pero ni siquiera tuvo el dudoso placer de ver su fracaso televisado. Fiel seguidora de las narco-telenovelas, descartó de plano ser juguete de mafioso (algo que, por cierto, nunca nadie le propuso). Pero si fue un "Don" el que le planteó una opción. Don Genaro, el dueño de la tienda, a quien un proveedor de jabones le había pedido el favor de averiguar por unas niñas del barrio para que le sirvieran de promotoras.
A estas alturas el problema también era de plata, porque en su camino hacia la doble FF de fama y fortuna la E de estudio se había quedado en 11 y la T de trabajo nada que aparecía. Así que Lorena ingresó al gremio de las promotoras en punto de venta. Primero fueron jabones, luego galletas, quesos, productos de belleza, cremas dentales, salchichas, helados, aceites, café, productos light y hasta frutas enlatadas.
El trabajo era relativamente sencillo. Estar ahí, sonreír, a veces destacar las cualidades de su producto frente a la competencia. Fue allí donde supo de la convocatoria para algo que encarnaba todo lo que había soñado desde niña. Ser la imagen de una conocida marca de cerveza.
Ellas, las Nenas Cóndor, sí estaban a las puertas del cielo. Su paso por el grupo implicaba un año de televisión, viajes, presencia en lugares importantes, Después venían los contratos de modelaje, la presentación de programas, los reinados, la fama más allá de las fronteras. Eran el grupo élite, y como tal, a él solo se llegaba tras un estricto filtro.
Como el general que se anticipa a la batalla, Lorena preparó desde la madrugada su estrategia, su táctica y su arsenal. Cabello acondicionado, maquillaje adecuado, hidratación precisa, depilación masoquista, uñas artísticas y guardarropa rigurosamente escogido, prenda por prenda, para destacar sin pasarse al gremio de las mostronas. Evitó meticulosamente cualquier exposición a elementos, alimentos, sustancias, circunstancias o compañías que pudieran afectar su imagen. Incluso leyó lo que pudo sobre la empresa productora, la historia y, lo más importante, el mercado de la cerveza.
Ya en las pruebas coqueteó sutil pero eficientemente mientras fue productivo, mintió si lo vio necesario y fue descaradamente honesta cuando eso le generó punto. Finalmente logró… no un cupo entre las Nenas Cóndor, pero si uno en lo que podía denominarse las divisiones inferiores, es decir de promotora de la misma marca
Esa era una buena noticia, porque decían las historias que muchas Nenas Condor habían pasado por ahí, a manera de curso previo. Y además implicaba estar en sitios de moda, en lugares donde la gente bella se tomaba una cerveza. En los carnavales, en los festivales, en las ferias, en los conciertos, en las grandes fiestas del país.
Tras un entrenamiento y la dotación del respectivo uniforme que le encajó como guante, resaltando sus bien cuidadas curvas, finalmente llegó el día en el cual le informaron cual sería su campo de trabajo.
Lorena no sabia si ponerse a llorar, maldecir, insultar al jefe de ventas o simplemente renunciar. No hizo nada de eso, porque necesitaba la plata, pero entendió que ese mundo maravilloso de allá afuera no era para ella.
Cada fiesta, cada inauguración, cada desfile, cada evento social, cada concierto, contaba con su presencia. Siempre sonrientes, a la última moda, siempre protagonistas. Por eso, cuando en el cerebro de la pequeña Lorena las imágenes predominantes dejaron de ser mamá y comida, supo con absoluta certeza que ese era su destino.
El entorno ayudó. Un coro de padres, tías, vecinas y amigas familiares que elogiaban constantemente su precoz belleza. Unas primas y hermanas mayores que la instruyeron en rituales para reemplazar, a punta de creatividad, la belleza fabricada por asesores de imágenes, entrenadores personales, preparadores de reinas, diseñadores internacionales y peluqueros de cita previa.
Ella aguantó hambre en estado preanoréxico, se bronceó con agua en el parque, planchó su cabello haciendo contorsiones sobre la mesa de planchar. Aprendió a cubrir sus facciones con el color adecuado según la ocasión, combinando productos de tienda y preparaciones hogareñas. A falta de gimnasio existían Internet y las amigas para conocer y aplicar rutinas de las famosas. Y con una voluntad digna de mejor causa se acercó al mítico 90 60 90, rematado en un rostro angelical hasta que la edad y la evolución física sumaron méritos para subirse al bus de la fama.
El problema era que se trataba de un vehículo escaso de puertas, y la gran mayoría estaban cerradas para ella. Por estrato y recursos solo podía aspirar a ser la reina del bazar del barrio, de hecho lo había sido en tres ocasiones. Ocasión apta para cometer algún pecadillo por cuenta de una ración gratis de lechona, pero nada más.
Pasó por las academias de modelaje conocidas, de visita, porque los precios sencillamente no estaban a su alcance. Intentó algunos castings de eternas filas frente a jurados famosos, pero ni siquiera tuvo el dudoso placer de ver su fracaso televisado. Fiel seguidora de las narco-telenovelas, descartó de plano ser juguete de mafioso (algo que, por cierto, nunca nadie le propuso). Pero si fue un "Don" el que le planteó una opción. Don Genaro, el dueño de la tienda, a quien un proveedor de jabones le había pedido el favor de averiguar por unas niñas del barrio para que le sirvieran de promotoras.
A estas alturas el problema también era de plata, porque en su camino hacia la doble FF de fama y fortuna la E de estudio se había quedado en 11 y la T de trabajo nada que aparecía. Así que Lorena ingresó al gremio de las promotoras en punto de venta. Primero fueron jabones, luego galletas, quesos, productos de belleza, cremas dentales, salchichas, helados, aceites, café, productos light y hasta frutas enlatadas.
El trabajo era relativamente sencillo. Estar ahí, sonreír, a veces destacar las cualidades de su producto frente a la competencia. Fue allí donde supo de la convocatoria para algo que encarnaba todo lo que había soñado desde niña. Ser la imagen de una conocida marca de cerveza.
Ellas, las Nenas Cóndor, sí estaban a las puertas del cielo. Su paso por el grupo implicaba un año de televisión, viajes, presencia en lugares importantes, Después venían los contratos de modelaje, la presentación de programas, los reinados, la fama más allá de las fronteras. Eran el grupo élite, y como tal, a él solo se llegaba tras un estricto filtro.
Como el general que se anticipa a la batalla, Lorena preparó desde la madrugada su estrategia, su táctica y su arsenal. Cabello acondicionado, maquillaje adecuado, hidratación precisa, depilación masoquista, uñas artísticas y guardarropa rigurosamente escogido, prenda por prenda, para destacar sin pasarse al gremio de las mostronas. Evitó meticulosamente cualquier exposición a elementos, alimentos, sustancias, circunstancias o compañías que pudieran afectar su imagen. Incluso leyó lo que pudo sobre la empresa productora, la historia y, lo más importante, el mercado de la cerveza.
Ya en las pruebas coqueteó sutil pero eficientemente mientras fue productivo, mintió si lo vio necesario y fue descaradamente honesta cuando eso le generó punto. Finalmente logró… no un cupo entre las Nenas Cóndor, pero si uno en lo que podía denominarse las divisiones inferiores, es decir de promotora de la misma marca
Esa era una buena noticia, porque decían las historias que muchas Nenas Condor habían pasado por ahí, a manera de curso previo. Y además implicaba estar en sitios de moda, en lugares donde la gente bella se tomaba una cerveza. En los carnavales, en los festivales, en las ferias, en los conciertos, en las grandes fiestas del país.
Tras un entrenamiento y la dotación del respectivo uniforme que le encajó como guante, resaltando sus bien cuidadas curvas, finalmente llegó el día en el cual le informaron cual sería su campo de trabajo.
Lorena no sabia si ponerse a llorar, maldecir, insultar al jefe de ventas o simplemente renunciar. No hizo nada de eso, porque necesitaba la plata, pero entendió que ese mundo maravilloso de allá afuera no era para ella.
No podía ser para la encargada de promocionar la cerveza Cóndor en la plaza de mercado del barrio más popular de su ciudad.
lunes, 12 de septiembre de 2011
Diatriba en 10 estaciones contra el mundo que me tocò vivir
Primera estación. Moda de temporada
Yo no sé si los que saben –o dicen saber – de moda están locos o el loco soy yo. Oigo una y otra vez que se lanza la colección de verano, que llegó la temporada de invierno, que estas son las prendas para el otoño. Y yo que vivo en Colombia, país del trópico, donde lo que llamamos estaciones son un verano que puede durar medio día o seis meses, y un invierno que se acaba y comienza cada tres días y comienza me pregunto… ¿Qué me perdí?
Segunda estación. Cadenas de ineficiencia
Se han dado cuenta lo eficaz y eficiente que es el correo electrónico... para sacarle el cuerpo a las responsabilidades. ¿Han visto esas cadenas –y no hablo de las religiosas- que suman y suman nuevos mensajes sin que nunca se solucionen los problemas? X le pregunta a Z y Z le copia a N y N a M y otro y otro y otro… ¿No les ha pasado? –porque a mí sí- que hacen una consulta o piden algo y comienza el responder (CC) y más responder (CC) hasta que ene mil vueltas después le llega una copia del correo en la que le notifican que el encargado del tema… es usted.
Tercera estación. Ocupadísimo sin hacer nada
Estar al mismo tiempo atendiendo un chat en el portátil, otro en el blackberry o el i-phone, una reunión por el amplificador, y una conversación en vivo… ¿eso es eficiencia? ¿Realmente se puede? Es normal estar hablando con alguien y de repente interrumpir la conversación porque sonó una canción y se prendió un aparato? Porque hace 10 años eso era mala educación… y ahora es normal.
Cuarta estación. De cuerpo presente
Van a decir que odio los aparatos pero me pregunto. De que sirve ir a una reunión, foro, encuentro, conferencia, videoconferencia, seminario, congreso, cita… si durante las conversaciones, diálogos, exposiciones, presentaciones, socializaciones… el invitado, asistente, participante, concurrente, espectador, está con su portátil, blackberry, celular, ipad, y, lo más importante, su cerebro, en otra vaina.
Quinta estación. Opciones a la nada
Los que pasamos de cierta edad recordamos que el tatarabuelo de los call center era algo llamado línea de servicio al cliente. Era unos números que casi siempre estaban ocupados, pero de vez en cuando alguien contestaba y atendía. A veces servía para algo, otras definitivamente no. Hoy ustedes ya conocen el ritual. Marca uno un número y empieza la inacabable lista de opciones que lo manda a uno a otra inacabable lista de opciones, que lo manda a uno a otra lista inacabable de opciones hasta que… le ponen la grabación donde dicen que todo el mundo está ocupados y piden paciencia. Además suena esa musica -que no tiene la culpa- pero que termina siendo odiada por simbolizar la espera inacabable. ¡Ah! y se me olvidaba, a veces les da por pedir una clave que uno, no tenemos; o dos, se nos ha olvidado.
Sexta estación. Deportista por obligación
Cuando uno pasa por las ciclovías, recreovías o similares de vez en cuando los ve. Son una familia. Padre, madre, e hijos, chévere. Los niños, puede que renuentes en un principio, siempre terminan encontrándole la gracia a la cosa, y de una u otra manera se divierten. Pero hay uno de los dos cónyugues… o mejor, hay uno de los dos cónyugues que está en su ambiente. Ama el deporte, tiene físico de atleta, disfruta el sol, tiene la dinámica. Y hay otro que está en servicio familiar obligatorio; tiene el aspecto y la condición física de una patilla, tres capas de protector solar, una sudadera que siempre es muy grande o muy chica, hace esfuerzos sobrehumanos para mantenerse al ritmo de su familia y preferiría mil veces estar en su casa viendo televisión o metido en facebook o haciendo nada en la cama que ese saludable e infernal programa dominical
Séptima estación. Cuestiones uniformes
Hay empresas que exigen que sus trabajadores usen uniforme. A unos les gusta, a otros no, a otros les es indiferente. Hay empresas que no manejan uno, sino varios uniformes. (Aclaro, no son uniformes relacionados con las condiciones de trabajo. No se trata de elementos de protección personal, de aseo, o de necesaria identificación, sino una cuestión meramente estética). Hay empresas donde existe un estricto reglamento sobre el uniforme del lunes, el del martes, el del miércoles y así sucesivamente. O sea que en esas empresas una –o varias, realmente no lo sé- persona dedica parte de su tiempo –y suponemos que le pagan por ello- para decidir si el lunes queda mejor la camisa amarilla o la azul, si el jueves es mejor día para el blanco o el rojo o cual semana del mes es la más adecuada para X combinación cromática. Y lo mejor. Es un problema complicadísimo si el día de azul, alguien comete el sacrilegio de usar el amarillo.
Octava estación. Exija pero no exija
Las instituciones de educación superior, los directivos de rector para abajo, los encargados de área insisten en la necesidad de poner estándares altos para lograr mejores profesionales. Exigencia académica. Algo lógico en un mundo donde los buenos puestos son el resultado de una competencia cada vez más despiadada. El discurso es bonito, pero cuando un profesor decide aplicarlo se activa una cadena de alumnos llorones (paréntesis: lo hacen porque funciona, como veremos a continuación). Entonces viene la metamorfosis. Los profesores inteligentes son los que le hacen caso a los alumnos llorones y se metamorfosean en exijo pero todos pasan. Los que son menos inteligentes se esperan a que haya una insinuación –a veces sutil, otras no tanto- por parte de las directivas de turno para que sigan siendo exigentes, siempre y cuando eso no se refleje en las notas, y se metamorfosean en consecuencia. Y lo que no son inteligentes insisten en exigir principios como puntualidad, cumplimiento, orden, resultados… hasta que se metamorfosean en exprofesores.
Novena estación. Investigadores en promoción
A todo el mundo le gusta la investigación. Las instituciones de educación superior se venden a sí mismas como centros de investigación. Los catedráticos se lamentan de no tener más tiempo para la investigación. En los pénsums aparecen cursos, estructura curricular, líneas que abarcan carreras completas relacionadas con la palabreja. Lo que antes era un trabajo de grado ahora es una investigación. Se rellenan montañas de papel o megas y gigas con documentos sobre las líneas de investigación, las técnicas de investigación, los proyectos de investigación. Solo tengo una pregunta ¿Dónde diablos están los aportes al conocimiento derivados de tanta investigación?
Décima estación. Ensayemos algo
Una final sobre la palabra ensayo. Hace años, los profesores asignaban a sus alumnos trabajos (que se copiaban literalmente de las enciclopedias antes del corte y pegue informático, pero eso es otra historia), o problemas (50 de cálculo para el lunes) o investigaciones –ver estación anterior- o planas (también había que mejorar la letra) o análisis (aquí se copiaban dos ideas-. Por ejemplo se tomaba una frase “Pienso luego existo” y se aplicaba a un tema agrícola “Aunque las uvas no piensan, el vino existe”) Hoy, muchos profesores optaron por poner a sus alumnos a hacer “ensayos”. ¿Y qué es eso? Definición ajena pero concluyente: “lo que cada profesor diga”.
Yo no sé si los que saben –o dicen saber – de moda están locos o el loco soy yo. Oigo una y otra vez que se lanza la colección de verano, que llegó la temporada de invierno, que estas son las prendas para el otoño. Y yo que vivo en Colombia, país del trópico, donde lo que llamamos estaciones son un verano que puede durar medio día o seis meses, y un invierno que se acaba y comienza cada tres días y comienza me pregunto… ¿Qué me perdí?
Segunda estación. Cadenas de ineficiencia
Se han dado cuenta lo eficaz y eficiente que es el correo electrónico... para sacarle el cuerpo a las responsabilidades. ¿Han visto esas cadenas –y no hablo de las religiosas- que suman y suman nuevos mensajes sin que nunca se solucionen los problemas? X le pregunta a Z y Z le copia a N y N a M y otro y otro y otro… ¿No les ha pasado? –porque a mí sí- que hacen una consulta o piden algo y comienza el responder (CC) y más responder (CC) hasta que ene mil vueltas después le llega una copia del correo en la que le notifican que el encargado del tema… es usted.
Tercera estación. Ocupadísimo sin hacer nada
Estar al mismo tiempo atendiendo un chat en el portátil, otro en el blackberry o el i-phone, una reunión por el amplificador, y una conversación en vivo… ¿eso es eficiencia? ¿Realmente se puede? Es normal estar hablando con alguien y de repente interrumpir la conversación porque sonó una canción y se prendió un aparato? Porque hace 10 años eso era mala educación… y ahora es normal.
Cuarta estación. De cuerpo presente
Van a decir que odio los aparatos pero me pregunto. De que sirve ir a una reunión, foro, encuentro, conferencia, videoconferencia, seminario, congreso, cita… si durante las conversaciones, diálogos, exposiciones, presentaciones, socializaciones… el invitado, asistente, participante, concurrente, espectador, está con su portátil, blackberry, celular, ipad, y, lo más importante, su cerebro, en otra vaina.
Quinta estación. Opciones a la nada
Los que pasamos de cierta edad recordamos que el tatarabuelo de los call center era algo llamado línea de servicio al cliente. Era unos números que casi siempre estaban ocupados, pero de vez en cuando alguien contestaba y atendía. A veces servía para algo, otras definitivamente no. Hoy ustedes ya conocen el ritual. Marca uno un número y empieza la inacabable lista de opciones que lo manda a uno a otra inacabable lista de opciones, que lo manda a uno a otra lista inacabable de opciones hasta que… le ponen la grabación donde dicen que todo el mundo está ocupados y piden paciencia. Además suena esa musica -que no tiene la culpa- pero que termina siendo odiada por simbolizar la espera inacabable. ¡Ah! y se me olvidaba, a veces les da por pedir una clave que uno, no tenemos; o dos, se nos ha olvidado.
Sexta estación. Deportista por obligación
Cuando uno pasa por las ciclovías, recreovías o similares de vez en cuando los ve. Son una familia. Padre, madre, e hijos, chévere. Los niños, puede que renuentes en un principio, siempre terminan encontrándole la gracia a la cosa, y de una u otra manera se divierten. Pero hay uno de los dos cónyugues… o mejor, hay uno de los dos cónyugues que está en su ambiente. Ama el deporte, tiene físico de atleta, disfruta el sol, tiene la dinámica. Y hay otro que está en servicio familiar obligatorio; tiene el aspecto y la condición física de una patilla, tres capas de protector solar, una sudadera que siempre es muy grande o muy chica, hace esfuerzos sobrehumanos para mantenerse al ritmo de su familia y preferiría mil veces estar en su casa viendo televisión o metido en facebook o haciendo nada en la cama que ese saludable e infernal programa dominical
Séptima estación. Cuestiones uniformes
Hay empresas que exigen que sus trabajadores usen uniforme. A unos les gusta, a otros no, a otros les es indiferente. Hay empresas que no manejan uno, sino varios uniformes. (Aclaro, no son uniformes relacionados con las condiciones de trabajo. No se trata de elementos de protección personal, de aseo, o de necesaria identificación, sino una cuestión meramente estética). Hay empresas donde existe un estricto reglamento sobre el uniforme del lunes, el del martes, el del miércoles y así sucesivamente. O sea que en esas empresas una –o varias, realmente no lo sé- persona dedica parte de su tiempo –y suponemos que le pagan por ello- para decidir si el lunes queda mejor la camisa amarilla o la azul, si el jueves es mejor día para el blanco o el rojo o cual semana del mes es la más adecuada para X combinación cromática. Y lo mejor. Es un problema complicadísimo si el día de azul, alguien comete el sacrilegio de usar el amarillo.
Octava estación. Exija pero no exija
Las instituciones de educación superior, los directivos de rector para abajo, los encargados de área insisten en la necesidad de poner estándares altos para lograr mejores profesionales. Exigencia académica. Algo lógico en un mundo donde los buenos puestos son el resultado de una competencia cada vez más despiadada. El discurso es bonito, pero cuando un profesor decide aplicarlo se activa una cadena de alumnos llorones (paréntesis: lo hacen porque funciona, como veremos a continuación). Entonces viene la metamorfosis. Los profesores inteligentes son los que le hacen caso a los alumnos llorones y se metamorfosean en exijo pero todos pasan. Los que son menos inteligentes se esperan a que haya una insinuación –a veces sutil, otras no tanto- por parte de las directivas de turno para que sigan siendo exigentes, siempre y cuando eso no se refleje en las notas, y se metamorfosean en consecuencia. Y lo que no son inteligentes insisten en exigir principios como puntualidad, cumplimiento, orden, resultados… hasta que se metamorfosean en exprofesores.
Novena estación. Investigadores en promoción
A todo el mundo le gusta la investigación. Las instituciones de educación superior se venden a sí mismas como centros de investigación. Los catedráticos se lamentan de no tener más tiempo para la investigación. En los pénsums aparecen cursos, estructura curricular, líneas que abarcan carreras completas relacionadas con la palabreja. Lo que antes era un trabajo de grado ahora es una investigación. Se rellenan montañas de papel o megas y gigas con documentos sobre las líneas de investigación, las técnicas de investigación, los proyectos de investigación. Solo tengo una pregunta ¿Dónde diablos están los aportes al conocimiento derivados de tanta investigación?
Décima estación. Ensayemos algo
Una final sobre la palabra ensayo. Hace años, los profesores asignaban a sus alumnos trabajos (que se copiaban literalmente de las enciclopedias antes del corte y pegue informático, pero eso es otra historia), o problemas (50 de cálculo para el lunes) o investigaciones –ver estación anterior- o planas (también había que mejorar la letra) o análisis (aquí se copiaban dos ideas-. Por ejemplo se tomaba una frase “Pienso luego existo” y se aplicaba a un tema agrícola “Aunque las uvas no piensan, el vino existe”) Hoy, muchos profesores optaron por poner a sus alumnos a hacer “ensayos”. ¿Y qué es eso? Definición ajena pero concluyente: “lo que cada profesor diga”.
sábado, 16 de julio de 2011
El himno de los gasolineros
Somos
los gasolineros
no tenemos carro
nos toca gorrear
Jajajajajajajaja
Siempre
andamos pendientes
de los que manejan
para acompañar
Jajajajajajaja
Sabemos
rutas ajenas
alertas estamos
de cuando pasarán
Jajajajajajaja
Cuando
ya termina el día
preguntamos siempre
quién nos va a llevar
Jajajajajajaja
Cara
de ponqué ponemos
siempre que algún carro
está a punto de arrancar
Jajajajajajaja
Somos
un gran copiloto
siempre bien dispuesto
para conversar
Jajajajajajaja
Incluso
tenemos casco
por si toca en moto
y hay necesidad
Jajajajajajaja
Hacemos
guardia en la entrada
para ver cual carro
se puede interceptar
Jajajajajajaja
Somos
duchos en mecánica
y por si las dudas
sabemos despinchar
Jajajajajajaja
Aunque
carro no tenemos
de modelos y precios
podemos disertar
Jajajajajajaja
En lo que son
los horarios
el dueño del carro
es el que mandará
Jajajajajajaja
Paramos
cualquier trabajo
cuando vemos que alguien
nos puede transportar
Jajajajajajaja
Parados
en la avenida
si viene un amigo
nos hacemos notar
Jajajajajajaja
Al mirar
otra persona
siempre nos preguntamos
si carro tendrá
Jajajajajajaja
Música
la que nos pongan
el conductor decide
Y vamos a escuchar
Jajajajajajaja
Cuando
el viaje tenga escalas
callados y sumisos
las vamos a aceptar
Jajajajajajaja
Y si
no cabemos todos
somos los primeros
que se van a sentar
Jajajajajajaja
Pena
nos da con el amigo
pero cuando toca
botado se quedará
Jajajajajajaja
En
fiestas y reuniones
todo se termina
si el del carro se va
Jajajajajajaja
Ignoramos
indirectas
ya no nos importa
eso del que dirán
Jajajajajajaja
Y cuando
carro tengamose
eso sí que a nadie
vamos a llevar
Jajajajajajaja
Jajajajajajaja
Jajajajajajaja
los gasolineros
no tenemos carro
nos toca gorrear
Jajajajajajajaja
Siempre
andamos pendientes
de los que manejan
para acompañar
Jajajajajajaja
Sabemos
rutas ajenas
alertas estamos
de cuando pasarán
Jajajajajajaja
Cuando
ya termina el día
preguntamos siempre
quién nos va a llevar
Jajajajajajaja
Cara
de ponqué ponemos
siempre que algún carro
está a punto de arrancar
Jajajajajajaja
Somos
un gran copiloto
siempre bien dispuesto
para conversar
Jajajajajajaja
Incluso
tenemos casco
por si toca en moto
y hay necesidad
Jajajajajajaja
Hacemos
guardia en la entrada
para ver cual carro
se puede interceptar
Jajajajajajaja
Somos
duchos en mecánica
y por si las dudas
sabemos despinchar
Jajajajajajaja
Aunque
carro no tenemos
de modelos y precios
podemos disertar
Jajajajajajaja
En lo que son
los horarios
el dueño del carro
es el que mandará
Jajajajajajaja
Paramos
cualquier trabajo
cuando vemos que alguien
nos puede transportar
Jajajajajajaja
Parados
en la avenida
si viene un amigo
nos hacemos notar
Jajajajajajaja
Al mirar
otra persona
siempre nos preguntamos
si carro tendrá
Jajajajajajaja
Música
la que nos pongan
el conductor decide
Y vamos a escuchar
Jajajajajajaja
Cuando
el viaje tenga escalas
callados y sumisos
las vamos a aceptar
Jajajajajajaja
Y si
no cabemos todos
somos los primeros
que se van a sentar
Jajajajajajaja
Pena
nos da con el amigo
pero cuando toca
botado se quedará
Jajajajajajaja
En
fiestas y reuniones
todo se termina
si el del carro se va
Jajajajajajaja
Ignoramos
indirectas
ya no nos importa
eso del que dirán
Jajajajajajaja
Y cuando
carro tengamose
eso sí que a nadie
vamos a llevar
Jajajajajajaja
Jajajajajajaja
Jajajajajajaja
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martes, 31 de mayo de 2011
Concierto en "mi" vecino
El universo no existe. Solo estoy yo. Es un momento revelador. Un ritual individual. Introspección. Reflexión, Silencio. (…) Por un instante queremos contactar lo que hay en el fondo de nuestro ser. Solo necesitamos captar el sonido del alma. Y captamos algo. En un breve intervalo es confuso. Pero en cuestión de segundos el cerebro lo identifica y nos manda de un solo golpe al mundo real. No es la voz interior. Es el ruido exterior. El del vecino.
Los vecinos, dice la tarjeta. Hombres, mujeres, niños, familias, jóvenes, viejos y especies menores con un elemento común. Ondas sonoras –muchas- emitidas en actos conscientes o inconscientes. Esas que atraviesan cualquier barrera, llegan a nuestro oído externo, luego al interno y finalmente al cerebro con tres noticias tan claras como contundentes. La primera, no estás solo. La segunda: no estás sordo. La tercera, a veces quisieras estarlo.
Hay un clásico. Es joven o veterano. Y un día pudo comprar ese equipo de sonido con el que había soñado toda la vida. Pero no es egoísta. Quiere compartir. Y en cualquier momento lo hace. Pone su música a un volumen tal que nadie en el edificio, la cuadra, el barrio o el municipio se la pierde. Más ahora cuando la definición de equipo de sonido es un parlante, y una cable conectado al blackberry,
Tiene fama de patán. Calumnias. Su actitud es completamente lógica. Ha trabajado duro para tener casa y equipo, o para pagar arriendo y tener equipo, o para alquilar pieza y tener equipo. ¿Por qué no puede usarlo? Además, lo que está transmitiendo es alegría. Y la alegría, literalmente, no tiene horario ni fecha en el calendario.
Positivismo, dicen los optimistas. A veces coinciden los gustos musicales. No pasa lo mismo con el más natural de todos los sonidos ambientales. En justicia, nadie tiene autoridad moral para hacerle reclamos. Todos pasamos por ahí. Y todos nos hacemos la misma pregunta. ¿Llorábamos tanto? Y, sobre todo ¿Tan duro?
Porque en alguna casa o apartamento hay un pequeño (incluye pequeña) poseedor de un par de pulmones con amplificador incorporado. Y en circunstancias que nunca son del todo claras, empieza. Son gritos sobrecogedores, berridos espeluznantes, sollozos sobredimensionados intercalados con intentos maternales de detener el concierto. Intentos que pueden ser comprensivos (Yaa, yaa, mi amor), pedagógicos (tranquila bebé), desesperados (¡Pero qué es lo que quiere!) Indiferentes (¡Siga llorando!) o santandereanos (¡le voy a pegar para que sí tenga algo porque llorar!).
Ya que cambiamos el rango de edad, quitemos a los niños y dejemos los adultos. Parejas. Todas tienen diferencias. Todas discuten. La que vive en nuestro rango auditivo tiende a hacerlo en horas de la noche. Altas horas de la noche. Nunca entendemos la letra, pero sí conocemos la melodía. Comienza suave y monocorde. Lentamente va aumentando el tono, ya no son una sino dos voces, primero intercaladas, luego en competencia por imponerse la una sobre la otra. Finalmente una de las dos asume un timbre de martirio, de víctima, que dura largo rato. Los finales ofrecen variantes, hay uno que es un golpe seco de puerta y pasos que se alejan apresurados. Otro da paso a un repentino silencio. Y otro se parece muchísimo al protagonista del párrafo anterior.
Esta gama de sonidos urbanos puede tener la más noble de las motivaciones. Aprendizaje, crecimiento, personal, acumulación de conocimientos. Así, el joven de origen caribe rinde homenaje a sus ancestros con práctica diaria de caja, acordeón, guacharaca o maracas. El aspirante a Plácido Domingo recibe la mañana con el interminable do re mi fa sol la si de los ejercicios de solfeo, y el roquero del futuro hace temblar el presente por cuenta de su guitarra.
Y cuando no son los seres humanos, el turno es para la fauna urbana. Ese french poodle incomprendido que chilla todo el día por cuenta del abandono de sus despiadados amos. Las múltiples y no siempre armónicas -pese a su fama de cantoras- formas de expresión de las aves domésticas y semisalvajes. Y en la noche, patrimonio exclusivo de climas cálidos, el interminable -insoportable- canto de los grillos enamorados.
Todos ellos, racionales e irracionales, proclaman su presencia en el universo rompiendo el infinito silencio de la existencia.
Y usted y yo somos el público.
Bienvenido al Concierto en mi vecino.
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lunes, 9 de mayo de 2011
Diatriba por el derecho a la amargura.
A ver. Cómo le digo. Es que… yo soy así.
Yo no veo el brillo en la más oscura de las superficies. En medio de la fría y tenebrosa noche tirito y me asusto, no mantengo la esperanza del amanecer. Yo no miro al porvenir pensando que siempre habrá un mañana. Mi problema se llama hoy. Yo no inició mi día con una actitud positiva, pensando que soy el dueño de mi destino.
Cuando estoy mal no estoy bien, ni pretendo modificar mi condición mediante algún juego de palabras. Si digo varias veces en voz alta cosa como “soy el mejor”, “hoy es el mejor día de mi vida” o “estoy bien” me siento y veo como un loco que habla solo. Si las grito, me veo y siento como un loco que grita incoherencias.
Yo creo que no existen fórmulas mágicas para salir adelante en cualquier circunstancia, por negativa que esta sea. Yo veo fracasos en los fracasos, no oportunidades. Cuando digo no puedo, es porque ya traté y no pude. Sé que el más duro de los esfuerzos muchas veces no lleva a ninguna parte. Envejezco cada vez que cumplo años. Los problemas me generan más problemas. Cuando llueve me mojó. Cuando pierdo un empleo me convierto en desempleado y cuando sueño, es porque estoy dormido.
Las situaciones complejas genera dificultades, no retos. No necesito amar mi trabajo para hacerlo bien. De hecho, ni siquiera me tiene que gustar. De hecho, es perfectamente factible que lo odie. El sol va a salir mañana y eso no hace ninguna diferencia en nada.
Los aparatos con los que trabajo y manejo mis actividades diarias son solo máquinas, pero cuando se dañan afectan mi rutina, rendimiento y humor. Aunque no puedo controlar los factores externos, estos sí generan consecuencias sobre mi rendimiento laboral, mi salud y mi calidad de vida.
Asumir una actitud no cambia los hechos. La plata no es esencial pero sin ella no se puede vivir. De hecho, con ella se vive mucho mejor. Las parábolas e historias ejemplares suenan bonito, pero no tienen utilidad real. Cuando me enfermo me siento mal. Si me levanto temprano paso el día bostezando. Al terminar un trabajo duro la única satisfacción que siento es haber salido de eso.
Yo no escojo mis batallas, ellas me escogen a mí. Sé que el jefe siempre tiene la razón aunque esté equivocado, y que la independencia laboral equivale a que cada cliente es un jefe. Y, sobre todo, sé que nadie “es” feliz. Uno está feliz algunas veces, otras está triste y otras se decide a hablar con usted.
Porque sí, ya sé. Ya sé que usted siempre tiene a la mano un creativo y estimulante discurso. Ya sé que dispone de un disco duro repleto de historias de superación. Ya sé que no cree en los límites de la capacidad humana. Ya sé que ha aprendido a dar gracias por cada día que tiene el privilegio de vivir, y que siempre está muy, pero muy, pero muy bien.
Pero es en serio. No. No me compare con otros para darme razones de gratitud con la existencia. No me inste a buscar en mi interior la fuerza que me permitirá superar cualquier obstáculo, no me invite a participar en una rutina de actuaciones simbólicas para demostrar lo lejos que puedo llegar.
No me hable de lo bonita que es la vida, de que hoy puede ser un gran día, de la fuerza que nace del corazón, de las segundas oportunidades, de la actitud positiva ante la existencia, del valor de las cosas pequeñas, de las anécdotas que mostraron la grandeza de los hombres, de levantarse de nuevo, de sonreírle a la adversidad.
Déjeme solo en mis momentos de desengaño, depresión, abatimiento, amargura, desánimo y aburrimiento. Déjeme equilibrar mi existencia entre triunfos y fracasos, entre momentos duros y estimulantes, entre el blanco y el negro. Déjeme llorar mis derrotas para sentir diferencia cuando celebro mis victorias. Déjeme lamentarme en la desgracia para poder regocijarme en la fortuna. Déjeme andar por el mundo con cara de escopeta para poder saborear los momentos en que hago mutación a cara de ponqué.
Aunque yo soy consciente de que este tipo de afirmaciones produce en usted el mismo efecto del agitar del trapo rojo en el toro de lidia, de que su discurso optimista es una especie de apostolado ad honorem, de que considera una obligación moral levantarle la ídem al resto del universo quiero pedirle; mejor, rogarle; no, mejor exigirle una sola cosa.
Por favor. No me motive.
Yo no veo el brillo en la más oscura de las superficies. En medio de la fría y tenebrosa noche tirito y me asusto, no mantengo la esperanza del amanecer. Yo no miro al porvenir pensando que siempre habrá un mañana. Mi problema se llama hoy. Yo no inició mi día con una actitud positiva, pensando que soy el dueño de mi destino.
Cuando estoy mal no estoy bien, ni pretendo modificar mi condición mediante algún juego de palabras. Si digo varias veces en voz alta cosa como “soy el mejor”, “hoy es el mejor día de mi vida” o “estoy bien” me siento y veo como un loco que habla solo. Si las grito, me veo y siento como un loco que grita incoherencias.
Yo creo que no existen fórmulas mágicas para salir adelante en cualquier circunstancia, por negativa que esta sea. Yo veo fracasos en los fracasos, no oportunidades. Cuando digo no puedo, es porque ya traté y no pude. Sé que el más duro de los esfuerzos muchas veces no lleva a ninguna parte. Envejezco cada vez que cumplo años. Los problemas me generan más problemas. Cuando llueve me mojó. Cuando pierdo un empleo me convierto en desempleado y cuando sueño, es porque estoy dormido.
Las situaciones complejas genera dificultades, no retos. No necesito amar mi trabajo para hacerlo bien. De hecho, ni siquiera me tiene que gustar. De hecho, es perfectamente factible que lo odie. El sol va a salir mañana y eso no hace ninguna diferencia en nada.
Los aparatos con los que trabajo y manejo mis actividades diarias son solo máquinas, pero cuando se dañan afectan mi rutina, rendimiento y humor. Aunque no puedo controlar los factores externos, estos sí generan consecuencias sobre mi rendimiento laboral, mi salud y mi calidad de vida.
Asumir una actitud no cambia los hechos. La plata no es esencial pero sin ella no se puede vivir. De hecho, con ella se vive mucho mejor. Las parábolas e historias ejemplares suenan bonito, pero no tienen utilidad real. Cuando me enfermo me siento mal. Si me levanto temprano paso el día bostezando. Al terminar un trabajo duro la única satisfacción que siento es haber salido de eso.
Yo no escojo mis batallas, ellas me escogen a mí. Sé que el jefe siempre tiene la razón aunque esté equivocado, y que la independencia laboral equivale a que cada cliente es un jefe. Y, sobre todo, sé que nadie “es” feliz. Uno está feliz algunas veces, otras está triste y otras se decide a hablar con usted.
Porque sí, ya sé. Ya sé que usted siempre tiene a la mano un creativo y estimulante discurso. Ya sé que dispone de un disco duro repleto de historias de superación. Ya sé que no cree en los límites de la capacidad humana. Ya sé que ha aprendido a dar gracias por cada día que tiene el privilegio de vivir, y que siempre está muy, pero muy, pero muy bien.
Pero es en serio. No. No me compare con otros para darme razones de gratitud con la existencia. No me inste a buscar en mi interior la fuerza que me permitirá superar cualquier obstáculo, no me invite a participar en una rutina de actuaciones simbólicas para demostrar lo lejos que puedo llegar.
No me hable de lo bonita que es la vida, de que hoy puede ser un gran día, de la fuerza que nace del corazón, de las segundas oportunidades, de la actitud positiva ante la existencia, del valor de las cosas pequeñas, de las anécdotas que mostraron la grandeza de los hombres, de levantarse de nuevo, de sonreírle a la adversidad.
Déjeme solo en mis momentos de desengaño, depresión, abatimiento, amargura, desánimo y aburrimiento. Déjeme equilibrar mi existencia entre triunfos y fracasos, entre momentos duros y estimulantes, entre el blanco y el negro. Déjeme llorar mis derrotas para sentir diferencia cuando celebro mis victorias. Déjeme lamentarme en la desgracia para poder regocijarme en la fortuna. Déjeme andar por el mundo con cara de escopeta para poder saborear los momentos en que hago mutación a cara de ponqué.
Aunque yo soy consciente de que este tipo de afirmaciones produce en usted el mismo efecto del agitar del trapo rojo en el toro de lidia, de que su discurso optimista es una especie de apostolado ad honorem, de que considera una obligación moral levantarle la ídem al resto del universo quiero pedirle; mejor, rogarle; no, mejor exigirle una sola cosa.
Por favor. No me motive.
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lunes, 4 de abril de 2011
No existe pero me estresa
A Miguel le preocupa el futuro. Normal. ¿A quien no? Lo raro está en el futuro específico que genera inquietud a sus días. Tratemos de describirlo. Nace de posibles ramificaciones de grandes eventos, con escasa posibilidad de ocurrencia en el corto y mediano plazo.
Con un ejemplo es más fácil. El tipo vive preocupado por que si se gana el premio mayor de la lotería (y ni siquiera la ha comprado), va a tener que irse a vivir a los Estados Unidos… y a él no le gustan las hamburguesa.
Ahora imaginen alguien para quien cualquier nueva experiencia es el punto de partida de historias que parten su vida en dos. Para ponerlo sobre ruedas, la vida real de Miguel anda en bicicleta y su imaginación en Ferrari. Y además es un modelo automático. Ante cualquier estímulo se dispara. Pero siempre pincha.
Cada vez que conoce a una mujer por la que se siente ligeramente atraído esta se convierte en el futuro amor de su vida. Y arma tremendos videos que incluyen noviazgo zanahorio, pasión desenfrenada, boda espectacular, convivencia conflictiva, viudez prematura y todas las variables que se le ocurran porque a todo señor todo honor, creatividad no le falta.
Pero no son los grandes sucesos que jamás ocurrirán los que le ponen la vida presente a cuadritos por cuenta del futuro. Son los, llamémoslos así, efectos secundarios. Ejemplo, acaba de conocer una joven con una hija, madre soltera que llaman. La pequeña apenas inicia su edad escolar. Él arma su video y de repente siente un nudo que le oprime el corazón. ¿Cómo habrá de pronunciarse cuando la hija de su mujer se quiera ir de la casa?
Rebobinemos. ¿Cuál mujer? Ninguna, la acaba de conocer. ¿Cuál casa? No existe. ¿Quien dijo que la niña – a la que, por cierto, le faltan bastantes años para tener ese tipo de ideas- se va ir de esa casa que no existe? Nadie. ¿Por qué tendría que pronunciarse? Pero mientras le dura el trauma, pasa horas pegado a Internet leyendo páginas especializadas en la relación entre padres e hijos en familias no tradicionales, hasta que…
Estrategia de supervivencia. El cambio. Miguel arma sus complejos videos pero cambia de canal constantemente y vuelve a empezar. Entonces un día ve una oferta laboral en el periódico. Piensa en presentarse. Es una multinacional. No da muchos detalles, pero puede inferirse que el trabajo es en el extranjero. En cuestión de minutos se ve viviendo en otro país, aprendiendo otro idioma, asimilando otra cultura, Un sudor frío recorre sus manos al preguntarse… ¿Y como voy a conseguir panela por allá?
La panela le recuerda la natilla, la natilla la Navidad, la Navidad, las fiestas de fin de año, las fiestas de fin de año el licor, el licor los borrachos, los borrachos los accidentes de tránsito. Aprieta el puño ante una idea repentina: Cuando tenga 90 años, ¿será que el bastón es lo suficientemente firma para no caerme mientras cruzo la calle?
A duras penas completó un pregrado, pero lo inquieta la ropa que va ponerse cuando reciba su doctorado. Es asalariado, pero uno de sus dilemas favoritos es el color que usarán en el uniforme los empleados de su empresa. A duras penas vota, más sabe que va a ser muy complejo cogerle el paso a los militares cuando sea presidente.
Si ha considerado la posibilidad de comprar vivienda siempre termina en batallas imaginarias con vecinos escandalosos, exóticos triangulos amorosos que involucran una tendera y la señora que pasea un chihuahua, inundaciones ante llaves que quedaron mal cerradas y arrendatarios incumplidos. Porque en su compulsiva anticipación ve a la familia –que no tiene- dejar la casa grande –que no existe- para vivir en un sitio más pequeño que será insuficiente para albergar el mobiliario -que tampoco existe- y otros bienes hipotéticos acumulados en los años que todavía no han llegado.
En toda esta historia, solo algo es real.
Esas vainas estresan al pobre Miguel.
Con un ejemplo es más fácil. El tipo vive preocupado por que si se gana el premio mayor de la lotería (y ni siquiera la ha comprado), va a tener que irse a vivir a los Estados Unidos… y a él no le gustan las hamburguesa.
Ahora imaginen alguien para quien cualquier nueva experiencia es el punto de partida de historias que parten su vida en dos. Para ponerlo sobre ruedas, la vida real de Miguel anda en bicicleta y su imaginación en Ferrari. Y además es un modelo automático. Ante cualquier estímulo se dispara. Pero siempre pincha.
Cada vez que conoce a una mujer por la que se siente ligeramente atraído esta se convierte en el futuro amor de su vida. Y arma tremendos videos que incluyen noviazgo zanahorio, pasión desenfrenada, boda espectacular, convivencia conflictiva, viudez prematura y todas las variables que se le ocurran porque a todo señor todo honor, creatividad no le falta.
Pero no son los grandes sucesos que jamás ocurrirán los que le ponen la vida presente a cuadritos por cuenta del futuro. Son los, llamémoslos así, efectos secundarios. Ejemplo, acaba de conocer una joven con una hija, madre soltera que llaman. La pequeña apenas inicia su edad escolar. Él arma su video y de repente siente un nudo que le oprime el corazón. ¿Cómo habrá de pronunciarse cuando la hija de su mujer se quiera ir de la casa?
Rebobinemos. ¿Cuál mujer? Ninguna, la acaba de conocer. ¿Cuál casa? No existe. ¿Quien dijo que la niña – a la que, por cierto, le faltan bastantes años para tener ese tipo de ideas- se va ir de esa casa que no existe? Nadie. ¿Por qué tendría que pronunciarse? Pero mientras le dura el trauma, pasa horas pegado a Internet leyendo páginas especializadas en la relación entre padres e hijos en familias no tradicionales, hasta que…
Estrategia de supervivencia. El cambio. Miguel arma sus complejos videos pero cambia de canal constantemente y vuelve a empezar. Entonces un día ve una oferta laboral en el periódico. Piensa en presentarse. Es una multinacional. No da muchos detalles, pero puede inferirse que el trabajo es en el extranjero. En cuestión de minutos se ve viviendo en otro país, aprendiendo otro idioma, asimilando otra cultura, Un sudor frío recorre sus manos al preguntarse… ¿Y como voy a conseguir panela por allá?
La panela le recuerda la natilla, la natilla la Navidad, la Navidad, las fiestas de fin de año, las fiestas de fin de año el licor, el licor los borrachos, los borrachos los accidentes de tránsito. Aprieta el puño ante una idea repentina: Cuando tenga 90 años, ¿será que el bastón es lo suficientemente firma para no caerme mientras cruzo la calle?
A duras penas completó un pregrado, pero lo inquieta la ropa que va ponerse cuando reciba su doctorado. Es asalariado, pero uno de sus dilemas favoritos es el color que usarán en el uniforme los empleados de su empresa. A duras penas vota, más sabe que va a ser muy complejo cogerle el paso a los militares cuando sea presidente.
Si ha considerado la posibilidad de comprar vivienda siempre termina en batallas imaginarias con vecinos escandalosos, exóticos triangulos amorosos que involucran una tendera y la señora que pasea un chihuahua, inundaciones ante llaves que quedaron mal cerradas y arrendatarios incumplidos. Porque en su compulsiva anticipación ve a la familia –que no tiene- dejar la casa grande –que no existe- para vivir en un sitio más pequeño que será insuficiente para albergar el mobiliario -que tampoco existe- y otros bienes hipotéticos acumulados en los años que todavía no han llegado.
En toda esta historia, solo algo es real.
Esas vainas estresan al pobre Miguel.
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miércoles, 23 de marzo de 2011
Un puesto en los 50
Fanor tiene una curiosa colección de documentos. Incluye su tarjeta de identidad, las diferentes identificaciones laborales, todas las versiones de su cédula, todas las versiones de su pase, todas las versiones de su libreta militar. Y en casi todas ellas el año figura como impreso en piedra. 49 años atrás, el coleccionista llegaba al mundo con el fin de alegrar el hogar de sus padres… es decir que este es el año 50. Su año 50.
Desde que se inventaron los psicoanalistas, la angustia existencial se volvió industria. Y lo que antes era problema individual se encuentra detectado, catalogado, sistematizado, publicado y cobrado. Entonces ya es casi una obligación pasar por la crisis de los 30, la de los 40, y la de los 50. Parece que no existe la de los 60, aunque faltan datos de otros municipios.
Fanor sobrevivió a la de los 30, pasó agachado por la de los 40 pero optó por ponerle el pecho a la brisa al llegar al quinto piso. Y desde hace rató está organizando todas y cada una de las facetas de su vida.
Tipo serio, desde los 37 dispone de un fondo económico de reserva invertido en atractivo y rentable portafolio.Ya los hijos han crecido lo suficiente para no requerir tanta atención, pero dispone de medios para cualquier emergencia.
Tipo sano, pasó de bebedor de fin de semana a bebedor social, y desde hace cinco años soluciona sus compromisos etílicos con par whiskys y mucha labia. Salvo un par de deslices juveniles, no consume otro tipo de sustancias alucinógenas. Se trasteó del café al té verde y su plato de comida equilibra los tres grupos alimenticios, con prioridad para la fibra y consumo moderado de grasa y carbohidratos.
Tipo previsivo, pasa con honores el impajaritable examen médico semestral. Se matriculó en un gimnasio y contra toda evidencia lo visita con periodicidad constante. Si bien en el pasado la bragueta a veces se bajó en sitios no oficiales, hoy en día se conforma con admirar las otras mujeres y calmar la líbido a punta de deberes conyugales.
Tipo eficiente, en el trabajo se encuentra ubicado en una posición acorde con su edad, formación y experiencia. En sus cuentas la palabra jubilación es un cálculo matemático, posible pero no urgente. Nada puede quitarle esa sonrisa de la boca con dientes renovados a punta de implantes. Su rostro ya muestra algunas arrugas, rematadas por ese cabello gris pero abundante y bien peinado.
Ni siquiera la primera etapa del día tres del segundo mes le causó más perturbaciones de las reglamentarias. Sí, el carro se varó inesperadamente. Sí, hubo que llevarlo empujado a un parqueadero cercano, de confianza, donde quedaron a la espera del mecánico. Sí, debió competar su trayecto en taxi…
Pero no había afán así que primero caminó un rato, y de repente vio venir una buseta. Llevaba años sin montar en buseta. Tipo espontáneo, la paró, subió, pagó el pasaje y vio que no había puesto, así que se agarró de la barra y esperó.
Primer arrancón, sacudida inesperada. Casi termina en el suelo. La memoria lo llevo a otros tiempos cuando era usuario permanente del transporte público, pero mientras se activaban músculos dormidos vino un frenazo. Nuevamente trastabilleo. Arrancón. Frenazo. Curva cerrada. Rutina normal para pasajeros de bus urbano, pero incómoda –por decirlo suavemente- para Fanor.
De hecho se sacudía como plumero ante la aerodinámica del chofer, Y entonces pasó. Y como los ladrillos que se yerguen formando una pared, cayeron ante él sus cinco decada años, generándole una crisis que le va dar de comer al siquiatra durante todo lo que resta del año 50 y mucho más
No fue la pérdida del equilibrio, no fueron las maromas que debía hacer para que no se le cayera el maletín, ni siquiera el dolor muscular generado por el irregular movimiento del vehiculo.
Fue la señora, (¡Una señora, ni siquiera un joven o por lo menos una joven!) de edad indefinida, quien se levantó con firmeza, lo miró a los ojos y lo sentenció a cincuentón con esa frase que creía exclusiva de mujeres embarazadas, niños y…ancianos
“¿Se quiere sentar?”
Tipo llevado.
Desde que se inventaron los psicoanalistas, la angustia existencial se volvió industria. Y lo que antes era problema individual se encuentra detectado, catalogado, sistematizado, publicado y cobrado. Entonces ya es casi una obligación pasar por la crisis de los 30, la de los 40, y la de los 50. Parece que no existe la de los 60, aunque faltan datos de otros municipios.
Fanor sobrevivió a la de los 30, pasó agachado por la de los 40 pero optó por ponerle el pecho a la brisa al llegar al quinto piso. Y desde hace rató está organizando todas y cada una de las facetas de su vida.
Tipo serio, desde los 37 dispone de un fondo económico de reserva invertido en atractivo y rentable portafolio.Ya los hijos han crecido lo suficiente para no requerir tanta atención, pero dispone de medios para cualquier emergencia.
Tipo sano, pasó de bebedor de fin de semana a bebedor social, y desde hace cinco años soluciona sus compromisos etílicos con par whiskys y mucha labia. Salvo un par de deslices juveniles, no consume otro tipo de sustancias alucinógenas. Se trasteó del café al té verde y su plato de comida equilibra los tres grupos alimenticios, con prioridad para la fibra y consumo moderado de grasa y carbohidratos.
Tipo previsivo, pasa con honores el impajaritable examen médico semestral. Se matriculó en un gimnasio y contra toda evidencia lo visita con periodicidad constante. Si bien en el pasado la bragueta a veces se bajó en sitios no oficiales, hoy en día se conforma con admirar las otras mujeres y calmar la líbido a punta de deberes conyugales.
Tipo eficiente, en el trabajo se encuentra ubicado en una posición acorde con su edad, formación y experiencia. En sus cuentas la palabra jubilación es un cálculo matemático, posible pero no urgente. Nada puede quitarle esa sonrisa de la boca con dientes renovados a punta de implantes. Su rostro ya muestra algunas arrugas, rematadas por ese cabello gris pero abundante y bien peinado.
Ni siquiera la primera etapa del día tres del segundo mes le causó más perturbaciones de las reglamentarias. Sí, el carro se varó inesperadamente. Sí, hubo que llevarlo empujado a un parqueadero cercano, de confianza, donde quedaron a la espera del mecánico. Sí, debió competar su trayecto en taxi…
Pero no había afán así que primero caminó un rato, y de repente vio venir una buseta. Llevaba años sin montar en buseta. Tipo espontáneo, la paró, subió, pagó el pasaje y vio que no había puesto, así que se agarró de la barra y esperó.
Primer arrancón, sacudida inesperada. Casi termina en el suelo. La memoria lo llevo a otros tiempos cuando era usuario permanente del transporte público, pero mientras se activaban músculos dormidos vino un frenazo. Nuevamente trastabilleo. Arrancón. Frenazo. Curva cerrada. Rutina normal para pasajeros de bus urbano, pero incómoda –por decirlo suavemente- para Fanor.
De hecho se sacudía como plumero ante la aerodinámica del chofer, Y entonces pasó. Y como los ladrillos que se yerguen formando una pared, cayeron ante él sus cinco decada años, generándole una crisis que le va dar de comer al siquiatra durante todo lo que resta del año 50 y mucho más
No fue la pérdida del equilibrio, no fueron las maromas que debía hacer para que no se le cayera el maletín, ni siquiera el dolor muscular generado por el irregular movimiento del vehiculo.
Fue la señora, (¡Una señora, ni siquiera un joven o por lo menos una joven!) de edad indefinida, quien se levantó con firmeza, lo miró a los ojos y lo sentenció a cincuentón con esa frase que creía exclusiva de mujeres embarazadas, niños y…ancianos
“¿Se quiere sentar?”
Tipo llevado.
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martes, 15 de marzo de 2011
Tribulaciones de una embetunada prelaboral
El hombre lleva unos cuantos meses en las estadísticas de desempleo. Mucho más de lo recomendable, aunque sin llegar al punto crítico. Eso le preocupa, pero no tanto. Su hoja de vida cabe en dos páginas tamaño carta a doble espacio, pues apenas cuenta con preparación básica, unos cuantos cursos y experiencias esporádicas. Eso lo inquieta, pero no tanto. La pinta oficial de buscar puesto incluye un vestido de paño que ya brilla en la oscuridad, una camisa heredada y una corbata de hipopótamos rosados sobre fondo verde. Eso le genera algo de intranquilidad, pero dentro de los niveles de tolerancia.
Lo que realmente desestabiliza, asusta, espanta, turba y molesta a Jairo es lo que puede pasar con la embolada.
En algún momento de su formación como ser humano al sujeto le metieron en el subconsciente la idea de que el hombre vale por lo que lleve encima de los pies. Esto ha generado en él una especie de fetichismo social, en el sentido de que lo primero que le mira a cualquier persona que conoce es su dotación de contacto con el suelo.
Finalmente si quiere pasarse la vida mirando para el piso, es problema de él. Más ocurre que lejos de considerarse un ser excepcional, se ve a sí mismo como uno más. Tiene la absoluta seguridad de que todo el universo anda pendiente del calzado ajeno. Y por eso, al abordar su intento XX de engrosar las filas de los explotados pero asalariados, parte fundamental del proceso es tener los zapatos embolados.
Así que luego de aplicar sobre su calzado una mezcla homogénea en estado sólido pero blando de textura aceitosa que resulta de la refinación del petróleo –embetunar–; esperar un periodo razonable de tiempo mientras la influencia combinada de la temperatura ambiente y las corrientes de agua solidifican el producto creando una capa protectora –secar-; y realizar movimiento rítmicos y constante sobre la superficie del calzado en doble tanda, primero con un cepillo y luego con un trapo –brillar-… comienzan los problemas.
El clima, la gente, los perros, los caballos, los carros, las paredes y demás fueras oscuras conspiran para evitar que la embolada llegue a salvo a su destino prelaboral. Primera ley de Jairo. El día que se embolan los zapatos, sin excepción, antes, durante o después... ¡Llueve!
Esta vez fue antes. Noche anterior. La ciudad está llena de charcos emboscados de todos los tamaños. A Jairo le toca andar con los ojos en el piso esquivando cuerpos de agua. Y además estar pendiente de los atarvanes con ruedas que en vez de esquivarlos, los utilizan para lavar peatones indefensos recién bañados y embolados, como Jairo.
Las amenazas no solo vienen en estado líquido, también las hay en fase sólida. Pinturas deficientes, cementos mal señalizados, barros y arcillas aparentemente sólidos que solo revelan su verdadero consistencia al ceder ante el peso de los seres humanos. Y las peores, masas de escasa consistencia y origen orgánico, que además cuentan con un olor característicamente desagradable.
Segunda Ley de Jairo. El betún recién brillado genera un efecto magnético sobre suelas ajenas, sobre todo aquellas que estén más sucias. El día que embola todo el mundo le pide disculpas y asume una actitud sumisa ante él… después de pisarlo. En la calle, en el bus, en el ascensor, en la iglesia donde entró a robar agua de la pila bautismal para limpiar una mancha.
El magnetismo también atrae papeles de esos que el viento agita por la ciudad, y llevan algún elemento pegajoso adherido. Si por alguna razón tiene un ligero roce con una pared es precisamente aquella cuya pintura se está cayendo. Cualquier persona, animal o cosa que entre en contacto con una parte de sus zapatos diferente de la suela desprende algún tipo de material adhesivo.
Pero Jairo ha pasado su vida jugando ese partido. Como Maradona en ruta hacia el arco rival evade uno a uno los obstáculos. Salta, gambetea, baila, se para en puntas, sube al andén hasta que llega a la puerta del ansiado olimpo prelaboral. Cual atleta que rompe la línea de meta entra triunfal y es ahí cuando oye las malditas tres palabras que jamás fallan en esas circunstancias
“¿Perdón, lo pise?”
“¡Pues claro que me pisó, imbécil?” (En su defensa, debemos señalar que esta no es una reacción típica de Jairo, pero ese día la adrenalina estaba a mil).
Siguiente escena. Jairo está a punto de ser llamado a la entrevista de trabajo. Las toallas desechables del baño han solucionado la pequeña mancha resultante del pisotón propinado por el imbécil del primer piso, que resultó ser algo insignificante…
Hasta que se dio cuenta quién era el que lo iba a entrevistar.
Sí. El imbécil del primer piso.
Lo que realmente desestabiliza, asusta, espanta, turba y molesta a Jairo es lo que puede pasar con la embolada.
En algún momento de su formación como ser humano al sujeto le metieron en el subconsciente la idea de que el hombre vale por lo que lleve encima de los pies. Esto ha generado en él una especie de fetichismo social, en el sentido de que lo primero que le mira a cualquier persona que conoce es su dotación de contacto con el suelo.
Finalmente si quiere pasarse la vida mirando para el piso, es problema de él. Más ocurre que lejos de considerarse un ser excepcional, se ve a sí mismo como uno más. Tiene la absoluta seguridad de que todo el universo anda pendiente del calzado ajeno. Y por eso, al abordar su intento XX de engrosar las filas de los explotados pero asalariados, parte fundamental del proceso es tener los zapatos embolados.
Así que luego de aplicar sobre su calzado una mezcla homogénea en estado sólido pero blando de textura aceitosa que resulta de la refinación del petróleo –embetunar–; esperar un periodo razonable de tiempo mientras la influencia combinada de la temperatura ambiente y las corrientes de agua solidifican el producto creando una capa protectora –secar-; y realizar movimiento rítmicos y constante sobre la superficie del calzado en doble tanda, primero con un cepillo y luego con un trapo –brillar-… comienzan los problemas.
El clima, la gente, los perros, los caballos, los carros, las paredes y demás fueras oscuras conspiran para evitar que la embolada llegue a salvo a su destino prelaboral. Primera ley de Jairo. El día que se embolan los zapatos, sin excepción, antes, durante o después... ¡Llueve!
Esta vez fue antes. Noche anterior. La ciudad está llena de charcos emboscados de todos los tamaños. A Jairo le toca andar con los ojos en el piso esquivando cuerpos de agua. Y además estar pendiente de los atarvanes con ruedas que en vez de esquivarlos, los utilizan para lavar peatones indefensos recién bañados y embolados, como Jairo.
Las amenazas no solo vienen en estado líquido, también las hay en fase sólida. Pinturas deficientes, cementos mal señalizados, barros y arcillas aparentemente sólidos que solo revelan su verdadero consistencia al ceder ante el peso de los seres humanos. Y las peores, masas de escasa consistencia y origen orgánico, que además cuentan con un olor característicamente desagradable.
Segunda Ley de Jairo. El betún recién brillado genera un efecto magnético sobre suelas ajenas, sobre todo aquellas que estén más sucias. El día que embola todo el mundo le pide disculpas y asume una actitud sumisa ante él… después de pisarlo. En la calle, en el bus, en el ascensor, en la iglesia donde entró a robar agua de la pila bautismal para limpiar una mancha.
El magnetismo también atrae papeles de esos que el viento agita por la ciudad, y llevan algún elemento pegajoso adherido. Si por alguna razón tiene un ligero roce con una pared es precisamente aquella cuya pintura se está cayendo. Cualquier persona, animal o cosa que entre en contacto con una parte de sus zapatos diferente de la suela desprende algún tipo de material adhesivo.
Pero Jairo ha pasado su vida jugando ese partido. Como Maradona en ruta hacia el arco rival evade uno a uno los obstáculos. Salta, gambetea, baila, se para en puntas, sube al andén hasta que llega a la puerta del ansiado olimpo prelaboral. Cual atleta que rompe la línea de meta entra triunfal y es ahí cuando oye las malditas tres palabras que jamás fallan en esas circunstancias
“¿Perdón, lo pise?”
“¡Pues claro que me pisó, imbécil?” (En su defensa, debemos señalar que esta no es una reacción típica de Jairo, pero ese día la adrenalina estaba a mil).
Siguiente escena. Jairo está a punto de ser llamado a la entrevista de trabajo. Las toallas desechables del baño han solucionado la pequeña mancha resultante del pisotón propinado por el imbécil del primer piso, que resultó ser algo insignificante…
Hasta que se dio cuenta quién era el que lo iba a entrevistar.
Sí. El imbécil del primer piso.
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lunes, 7 de marzo de 2011
El tiempo contra Abel Antonio
Abel Antonio tiene nombre de vallenato, no tiene enemigos y el tiempo lo odia. Los calendarios, relojes y demás instrumentos destinados por el ingenio humano a medir el paso de las horas, los días, los meses y los años conspiran para hacerle la vida miserable.
El concepto puntualidad no existe para él. Llega tarde o llega temprano, pero nunca coincide con la hora prevista.
Y no es falta de voluntad. Es que, reiteramos, Cronos, el padre tiempo, le tiene ojeriza. No importa cuántas veces cambie de reloj, siempre dará con uno empeñado en diferenciarse del resto de sus congéneres. A veces la maquinaria es como esas personas que escogieron andar por la vida a un ritmo lento y pausado, otras se trata de un feroz competidor decidido a ocupar siempre el primer lugar. Pero nunca tiene en su muñeca un aparato que señale la hora correcta.
Y esa es la parte sencilla. Finalmente siempre se puede preguntar la hora. Lo difícil es que el tiempo coincida. ¿Coincida con qué? Con todo lo previsto. Abel le calcula media hora al desayuno y lo despacha en cinco minutos. Toma un transporte público cuya ruta siempre gasta veinte minutos, a excepción de ese día, que por cualquier cadena de razones llega a las dos horas. Asume que demorará la tarde completa en un complejísimo trabajo que termina en 45 minutos, después de, como no, cancelar todas las demás actividades pendientes.
Y en el momento en que la magnitud pasa de minutos y horas a fechas, se pone peor. Cuando cinco personas lo requieren para algo urgente, cuatro solo disponen del mismo día en la mañana, y viven en los 4 extremos de la ciudad. El quinto, el que puede por la tarde, lo llamará a primera hora a anticiparle la cita. Y solo en ese momento él recordará que las otras cuatro citas no son el próximo viernes, sino ese viernes.
Cuando deja para el martes algo previsto para el lunes, se le anticipa todo lo del miércoles. Hace una reserva para viajar en Semana Santa y cuando ya pagó, se da cuenta que estaba mirando el calendario del año pasado. Siempre que escoge un lunes al azar para algo relacionado con trabajo, resulta ser el único festivo del mes.
Es verdad que alcanza sus metas, pero cuando ya no se usa. Llega al banco 5 segundos después de que el implacable celador conjugó el verbo cerrar. Aparece en la cita médica justo cuando el doctor, que lleva un retraso de media hora en su jornada del día, llamó al paciente siguiente. Entra al teatro tarde cinco minutos, y no ve esos 300 segundos claves para entender la película. Solo alcanza puntualmente aviones y buses cuando estos sufrirán retrasos de horas asntes de despegar
Cómo puede sobrevivir un personaje así… Ni él mismo lo sabe. Hay algo. Es bueno en lo que hace. Incumplido pero bueno. Y poco a poco ha aprendido a pensar y actuar a largo plazo para poder sobrevivir en el corto. O algo así. Lo cierto es que todos los vacíos de su existencia se han ido llenando. Bueno, casi todos.
Porque en una primera versión ante autoridad eclesiástica, y en una segunda ante notario público, las fuerzas del tiempo conspiraron. La boda estaba programada con la debida anticipación, la fecha verificada y el viaje de negocios que coincidió daba margen... pero por allá en el otro extremo del mundo alguien que debía actualizar un antivirus lo deja para el otro día. Justo esa noche algo se filtra y se cae el sistema. Comienza una reacción en cadena que atrasa uno tras otro vuelos en todo el mundo. Al aeropuerto donde está Abel Antonio, un ejecutivo llega en avioneta contratada para enfrentar la emergencia. Esta no había sido sometida a su mantenimiento semestral y tiene una falla al tomar la pista. No hay heridos, pero sí una pista bloqueada. No hay transporte aéreo. Toca por tierra.
Resultado: a la iglesia no se pudo llegar a tiempo. Entonces se pidió cita en Notaría. Adivinen quien llegó tarde —la novia. Tarde es 45 minutos justo el día en que el Notario tenía más turnos y la obligación de cerrar a la hora en punto para atender una cita programada a las boda + 20 minutos p.m.
Ella, la novia, se sintió mal, muy mal. Y optó por alejarse a rumiar su culpabilidad. Ella, hay que decirlo, no era particularmente brillante, ni especialmente bella. Pero era la mujer de su vida. Abel la buscó sin éxito. Pero ella se negaba a ponerle la cara. Consideraba su comportamiento el día de la frustrada ceremonia nupcial algo inexcusable.
Por eso no contestaba llamadas, correos ni cualquier otro tipo de mensaje. Pero un día, Abel la vio en la distancia. Se le acercó de forma que fuera imposible ignorarlo. Y con el ánimo de no ofuscarla, optó por un abordaje casual.
“Hola”, dijo él. Dubitativo.
“Hola”, dijo él. Dubitativo.
“Hola”, dijo ella. Tímidamente.
Nada, ninguno dijo nada hasta que él optó por tratar de limitar la cosa por el lado de su viejo rival, el tiempo. “Tranquila, solo te pido que me regales un minuto”.
Ella lo miró extrañado
Él insistió “¿Tienes un minuto?”
Ella respondió en tono sorprendido “¡Nooo! Claro que no”. Luego salió corriendo enjugando lágrimas mientras Abel no sabía que hacer
Tampoco sabía dos cosas.
Que años de planes con diferentes operadores celulares, de compras a vendedores callejeros y de intercambio de favores con amigos y parientes habían puesto en el subconsciente de ella que cuando alguien pedía un minuto, se refería a tiempo... de celular.
Y que a ella el plan del mes ya se le había vencido.
Tampoco sabía dos cosas.
Que años de planes con diferentes operadores celulares, de compras a vendedores callejeros y de intercambio de favores con amigos y parientes habían puesto en el subconsciente de ella que cuando alguien pedía un minuto, se refería a tiempo... de celular.
Y que a ella el plan del mes ya se le había vencido.
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lunes, 21 de febrero de 2011
Pantallazos improductivos
Ojos fijos en la pantalla. El movimiento de las pupilas revela interés. El rostro se ve serio, algo tenso. De vez en cuando una ceja se arquea en señal de preocupación. Es posible que golpee furiosamente el teclado, o que mueva el mouse sin quitar la vista del monitor. Periódicamente mira una libreta de notas, una hoja suelta y hace alguna anotación.
Los que pasan frente a él –o ella- solo ven la cabeza que sobresale detrás del monitor. Y el cabello, desordenado. Resultado lógico porque a veces pasa la mano por la testa de manera inconsciente, como señal de trascendencia. Tras ella -¿él?- hay pared, a veces ventana. Su concentración solo se ve interrumpida por el teléfono, el celular, el blackberry, el avantel. Sea cual sea tiene que sonar dos o tres veces para llamar su atención, y cuatro o cinco para merecer contestación.
Los conocemos. Claro que sí. Los hemos visto. No importa su profesión. No importa si manejan un portátil de esos que casi cabe en un bolsillo, un aparatoso equipo de escritorio con su maraña de cables, o un práctico mac de última generación. No sabemos qué hace, pero es claro que está ocupado. Es el trabajador productivo del siglo XXXI. El que integra cerebro y máquina. El sistema nervioso unido al chip para generar respuestas a las necesidades empresariales…
O el vago que se aprovecha de la tecnología para parecer ocupado.
Porque se la concedo. Aunque la tecnología es un asco. Aunque nos complica la vida. Aunque cada vez que creemos haberla dominado se inventan una versión más compleja. Aunque convirtió el trabajo en una maldición portátil tiene una ventaja incuestionable. Permite, como nunca en la historia, ese estado ideal para el empleado y satisfactorio para el jefe. Parecer ocupado trabajando.
Parecer ocupado trabajando. Maravillosa trilogía. Veamos. Si decimos parecer, puede ser o no ser, pero a primera vista el observador desprevenido dice: ese está haciendo algo. Y sabemos que el jefe nunca le dedica a uno más de una vista a menos que le vaya a poner más trabajo o lo vaya a regañar. Pero si uno se ve ocupado, tal vez el jefe le ponga el trabajo a otro. Más cuando la ocupación aparente tiene suficientes características para ser considerada trabajo.
Y ahí es cuando entra en juego la tecnología. Ubíquese detrás de una pantalla de computador. Qué ve al otro lado. Un hombre o mujer teclean furiosamente, mueven el mouse y ponen cara de circunstancia frente a la pantalla. Se colocan el índice derecho bajo la nariz e inclinan ligeramente el hombro ídem mientras apoyan el codo en el descansa brazos. De vez en cuando, miran un cuaderno o una hoja suelta sobre el escritorio.
En esa pantalla puede haber cualquier cosa. Una foto de la familia, un video musical, alguna animación, una red social, un trino, un correo con chismes. nada... Gracias a todo ese cuento de la multimedia y la teleconferencia incluso es admisible –y a veces obligatorio- portar una diadema con micrófono y audífonos.
Así, detrás de la parodia laboral es altamente probable la presencia de una actividad tan gratificante a nivel personal como improductiva para propósitos corporativos.
El jefe de turno de repente cree que a punta de arquitectura se soluciona el problema, De hecho, en el planeta de los cubículos la intimidad laboral escasea. Las pantallas están a la vista de todos. Problema solucionado.
¿Problema solucionado? No. La tecnología, bendita sea, ofrece todas las opciones improductivas para llenar el monitor. Una página de Excel en la que vean filas y columnas de cualquier cosa. Unos gráficos. Incluso el mismo correo electrónico. O un texto con letra lo suficientemente pequeña para que el lector de paso no alcance a captar su contenido.
Y si el empleado de turno tiene suficientes reflejos, solo se trata de rotar ventanas. Viene el jefe, paso a excel, se va el jefe, paso a youtube, messenger, juegos gratis. O al último power point de chistes verdes, reflexiones espirituales, recomendaciones saludables, paisajes espectaculares, fotos turísticas, fotos prohibidas y esa interminable lista de etcéteras que conforman las cadenas de correo.
Nos tocó un mundo donde el trabajo persigue al hombre –y a la mujer– a través de una inacabable colección de dispositivos. Donde gracias a celulares aislarse es una utopía, y gracias a portátiles y blacberrys las tareas viajan por el ciberespacio. Donde el derecho a alegar desconocimiento se perdió porque siempre te habrán mandado un correo electrónico. Pero aún así, siempre existen opciones.
La improductividad tiene sus pantallazos.
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lunes, 14 de febrero de 2011
Tres son confusión
Que Vladimir José estuviera enamorado no era novedad. De hecho, poseía un altísimo indicador de traga/hora/metro cuadrado. Eterno admirador del bello sexo, su interés en el mismo era inversamente proporcional a su éxito. Pero algo se le abona al hombre y es que nunca perdía la fe. Aunque la nariz amenazara con salírsele por la nuca ante la enorme cantidad de puertas que se le habían cerrado sobre la primera.
Esta vez, en particular, la situación pintaba realmente bien. En un comienzo M… (tenía la costumbre decimonónica de referirse a sus proyectos amorosos con la inicial) ignoró a Vladimir. No fue de esas ignoradas con posible segunda intención. Fue de esas ignoradas que evidenciaban, de una manera incuestionable, que la existencia de Vladimir no formaba parte de los conocimientos de M.
Pero un extraño e inolvidable día de febrero (el 17), para ser exacto; aunque era la 73ava vez que pasaba frente al cubículo de Vladimir por cualquier razón, ese día, a las 11.35 a.m. un hecho inesperado marcó diferencia: M saludó.
Cuando decimos saludó no nos referimos a un “Hola”. Ni siquiera a un ¡Hola! Nos referimos a un “Vladito”. Sí. Con diminutivo y todo. Luego vino el “Hooolaaa” pero de esta manera, cantadito. Y cerrando la coreografía verbal, un coqueto “como estás”. ¿Quedan dudas? ¡ELLA SE QUITÓ UN MECHÓN DE PELO DEL ROSTRO!(*)
(*) Interrupción sociológico-científica. En pruebas realizadas a nivel de laboratorio en universidades se ha demostrado que una señal no verbal inconsciente de seducción de parte del espécimen femenino A dirigida al especimen masculino B, es juguetear con el cabello. (Ella con el de ella). Vladimir no es capaz de citar cuando fueron las pruebas, en que laboratorio se realizaron, a que universidad pertenecían, qué científicos hicieron el estudio, en que medio se publicaron los resultados, pero está absolutamente seguro de haber leído eso en alguna parte. (Fin de la interrupción sociológico científica).
Dicen los cánones de la investigación que únicamente se puede extrapolar un resultado cuando se prueba bajo condiciones controladas. Como Vladimir quedó en algún punto entre sorprendido e idiotizado con el inesperado saludo de M, y solo atinó a responder una incoherencia cuyo significado ni siquiera él mismo entendió, optó por hacer pruebas.
Día cinco. Desde tempranas horas de la mañana el investigador ha estado pendiente del sujeto –en este caso la sujeta– experimental. Para efectos de anotaciones en el cuaderno –es en serio, compró un cuaderno– ha decidido hablar de M1 y M2. Entiéndase por M1 la versión inicial, y M2 la interesante variante del saludo cantadito. Durante el 100 por ciento de los últimos encuentros M2 ha predominado. Tanto que Vladimir ha decidido pasar a la fase II.
Anotación en el cuaderno: vamos a invitar… (tachado), vamos a preguntar si le interesa… (tachado), vamos a ver si.. (tachado). ¡Aquí viene!
Día quince. Vladimir llega sonriente. Compró camisa. Afeitó barba. Echó loción. Planchó pantalón. Embetunó zapatos. Lavó dos veces los dientes. Peinó cuidadosamente. Se sienta sobre el escritorio como quien no quiere la cosa esperando a que aparezca M2 para saludar como lo ha hecho durante los últimos días. Ella lo mira y musita algo que parece un rugido. Sigue su camino.
Primera reacción. Estupor. Segunda reacción. Estupor. Tercera reacción… No hay.
Día 19. Vladimir se siente ignorado. Pero ya no es M1. Esto es distinto. Hay cierta actitud que muestra molestia. Es algo en la forma de mirar. En la forma de actuar, en la forma de reaccionar. Es como si Vladimir hubiera hecho o dejado de hacer algo que cambió las reglas del juego. Pero por más que se devana los sesos tratando de saber cuál fue la actitud, expresión. omisión o circunstancia no encuentra la respuesta.
Días 20, día 21, día 22. Dos regaños y un elegantísimo “Bermúdez le ayuda” cuando intentó un abordaje por la vía laboral. Confirmado. M1 no existe, M2 tampoco, esta es M3.
Decíamos al principio que el hecho de que Vladimir José estuviera enamorado no era la novedad. Pero ante los inexplicables cambios de actitud de la chica de marras él sólo ha podido obtener una explicación.
…deben ser trillizas.
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martes, 1 de febrero de 2011
Cosas de papa y mamá
Cuando uno era pequeño (uuuuuuu) había zonas prohibidas de acuerdo con el género. Menos elegante: había cosas de mujeres, y cosas de hombres. La cosa llegaba al extremo de que no era necesaria una prohibición expresa. Era un tabú. Si usted es mujer, o si usted es hombres, usted hace o no hace… eso.
Suena rarísimo en un mundo como el actual, donde para ser hombre hay que “explorar el lado femenino”. Es curioso. Hoy, cuando las mujeres juegan fútbol a lo Maradona y los hombres cocinan sin oler a carne de gallina tenemos por allá, en el subconsciente, una lista de tareas, actividades o simplemente reacciones que tienen sexo. No importan los hechos, todos los que hemos pasado por una determinada cantidad mínima de calendarios en el prontuario “sabemos” que…
1. Los hombres destapan frascos. Las mujeres los organizan por colores.2. Los hombres juegan fútbol, ven fútbol, respiran fútbol, sueñan fútbol. Las mujeres preguntan sobre fútbol.
3. Las mujeres consultan cuando buscan un lugar. Los hombres no preguntan cuando están perdidos.
4. Las mujeres organizan celebraciones de cumpleaños en el sitio de trabajo. Los hombres huyen –antes, durante y después- de las celebraciones de cumpleaños en el sitio de trabajo.
5. Las mujeres van al baño en grupo. Los hombres se rascan.
6. Los hombres comen carne y toman cerveza. Las mujeres comen verdura y toman cocteles.
7. Los hombres arreglan electrodomésticos. Las mujeres llaman al técnico después de que su hombre “arregló” los aparatos.
8. Los hombres son diestros para la tecnología. Las mujeres son hábiles para los trabajos manuales de precisión.
9. Las mujeres ordenan el baño. Los hombres llenan el baño.
10. Los hombres no cosen botones. Las mujeres no cambian llantas.
11. Los hombres prenden el fuego y preparan el asado. La mujer cocina todo lo demás.
12. Las mujeres se dejan invitar. Los hombres pagan.
13. Las mujeres observan y critican el aspecto físico de otras mujeres. Los hombres jamás se expresan públicamente sobre el aspecto físico de otros hombres.
14. Las mujeres regañan a los hijos. Los hombres no se meten en eso.
15. Los hombres compran zapatos. Las mujeres realizan excursiones en busca del calzado perfecto.
16. Las mujeres fingen que están indefensas, los hombres fingen que no necesitan ayuda.
17. Las mujeres tiene citas regulares con el médico. Los hombres solo van cuando no hay ninguna otra alternativa.
18. Las mujeres disponen de un centro social recreativo llamado salón de belleza. Los hombres son fieles a un peluquero.
19. Las mujeres le comunican a alguien todo lo que hacen, piensan o sienten. Los hombres despachan el 90 por ciento de sus conversaciones con un “más o menos”.
20. Las mujeres convierten en su enemiga mortal a su mejor amiga y viceversa. Los hombres cambian de mejor amigo cada vez que se emborrachan.
21. Los hombres invitan a la casa, las mujeres atienden las visitas.
22. Los hombres ponen el trago en las fiestas. Las mujeres llevan la comida.
23. Los hombres son groseros. Las mujeres son chismosas.
24. Los hombres negocian. Las mujeres regatean.
25. Los hombres ganan plata. Las mujeres la hacen rendir.
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lunes, 24 de enero de 2011
Viejo verde vs galán otoñal
Un día reviven las pasiones de los años juveniles. Entonces, el cabello cano decide darle otra oportunidad al sentimiento y trata de llegar a un corazón lejano en el calendario, pero cercano en ilusiones. Hay cosas en la vida que trascienden el tiempo. El amor es una de ellas. Así es como él se convierte en un galán otoñal.
Puede que esto pase a veces, aunque no nos consta. La mayor parte, el pisco es simplemente un viejo verde.
Para clarificar la diferencia ampliemos algunos conceptos.
El galán otoñal tiene las sienes plateadas, o su cabello ya pinta algunas canas que le dan aspecto interesante. El viejo verde es o se está quedando calvo. A veces tiene incipientes canas, pero en forma de parches, lo que le da –o refuerza la condición real– aspecto casposo. Claro que algunos no son calvos o canoso a parches, sino ambas cosas al tiempo.
El galán otoñal tiene mirada profunda y enigmática. El viejo verde no quita los ojos del escote. O mejor, del contenido del escote.
Puede ser clásico o informal, pero hay algo en la forma de vestir del galán otoñal que le queda siempre bien. En cambio, nada le queda bien al viejo verde. Si se viste juvenil, parece que le hubiera robado la ropa al hijo. Si se viste de acuerdo con su edad, asume el aspecto de una figura de cera escapada del museo idem. Cuando opta por colores oscuros le preguntan en que funeraria trabaja, y si se cambia a los colores vivos, donde dice funeraria ponga circo.
Si el galán otoñal va por la calle con su pareja, lo máximo que comentará algún patán –en tono respetuoso– será “Hola suegro”. Al viejo verde todos los patanes que se le atraviesen le recordarán su condición de asaltacunas, depravado y viejo verde.
La conversación del galán otoñal representa una interesante novedad en la rutina diaria de la compañera ocasional. Cuando el viejo verde trate de lanzar el más inocente de los piropos, sonará como comentario morboso. Al intentar mostrar que conoce el mundo de su interlocutora evidenciará su absoluta ignorancia en la materia. Y de alguna manera, entre todos los temas pasados, presentes y futuros de conversación seleccionará el que más bostezos por segundo genera en su pareja.
Las invitaciones del galán otoñal son a lugares tranquilos y diferentes. El viejo verde lleva a sitios aburridos… para su pareja. Cuando no son aburridos para su pareja… son aburridos para él, porque se siente como viejo verde en negocio para jóvenes, entre otras cosas, porque suele ser un viejo verde en negocio para jóvenes.
El galán otoñal sorprende a su pareja al mostrarle que conserva habilidades propias de la juventud, como el baile o incluso alguna capacidad deportiva. El viejo verde hace el ridículo tratando de parecer joven, sin mencionar aquello momentos en los que sus esfuerzos generan consecuencias ortopédicas.
Ella se ríe ante los comentarios del galán otoñal. Los chistes del viejo verde ni siquiera los entiende. De hecho, nunca se entera de que eran chistes.
El galán otoñal maneja los medios tradicionales de comunicación. El viejo verde intenta adaptarse a las nuevas tecnologías con resultados entre patético y desastrosos.
Cualquier insinuación del galán otoñal es una propuesta. Cualquier comentario del viejo verde es acoso sexual demandable.
El galán otoñal administra sus recursos. El viejo verde no puede medirse en gastos, y eso no significa necesariamente que vaya a obtener algún rédito a su inversión.
El galán otoñal regala símbolos. El viejo verde regala precio y tamaño.
La familia de la chica mira con algo de recelo al galán otoñal pero cuando la dama de turno supera ciertos límites de edad respeta sus decisiones. Al viejo verde le toca: 1. Ser clandestino. 2.- Comprarse el cariño o por lo menos la indiferencia de la familia de la niña a punta de: A. Regalos. B: Invitaciones. C. Palancazos. D: Todas las anteriores.
El himno del galán otoñal dice “quererse no tiene horarios, ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan”. El del viejo verde dice “por favor ya no insistas, es que el tiempo ha pasado, su huella ha dejado, ya no eres muchacho” con un coro que canta: “Se le para ¿si? se le para ¿no? Se le para el corazón al viejito” (Video)
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