jueves, 30 de julio de 2015

Comerse... ¿eso?


Aclaremos primero. A Gonzalo le gusta comer bien. Sin exagerar, pero sin aguantar hambre. Ahora, la comida entra por los ojos. Gonzalo ve muy bien. Y existen alimentos que pueden ser deliciosos, pero cuya presencia espantaría al sobreviviente de la peor de las hambrunas.

Empecemos por lo moderno. Helados. Antes había cinco sabores básicos, cada uno con su color correspondiente y fácilmente identificable. Hoy, por cuenta de la apertura y algún químico desempleado se multiplicaron las alternativas, con unas mezclas cromáticas capaces de desinflar el apetito más voraz.

Un ejemplo. Rojo como el más sensual de los labios, rojo como la sangre, rojo como la camiseta del Santafé.... rojo como para que se lo coma Drácula, porque a mí - dice Gonzalo - ni me acerquen esa cosa.

La otra moda son los combinados. Entonces ya viene de una vez el caramelo con vainilla, o el chocolate con coco. Eso parece materia prima de artesano de Ráquira. Y ni hablar de lo que evocan algunos colores más fuertes. No gracias.

El helado, por decir algo simbólico, es solo la punta del iceberg. Un clásico atentado a la estética visual son los potajes, coladas, purés, y potecas. Masas informes arrojadas sobre el plato, de cuyo interior parece que, en cualquier momento, fuera a salir una mano peluda a estrangularnos.

Alguna razón debe haber para que uno de los primeros actos inteligentes de los bebés sea abandonar las compotas, máxima expresión de la comida en versión plastilina. Hasta los primeros astronautas protestaron cuando trataron de alimentarlos con algo parecido a crema dental pero de colores.

Para rematar, no falta el cocinero creativo que perfecciona la terrorífica obra, colocando un par de cerezas (si es dulce) o cebollitas (si es salado) a manera de ojos. En ese momento Gonzalo, y los demás seres humanos con corazón se sienten antropófagos frente a la masa que, para rematar, siempre se parece a alguien conocido.

Y hablando de ojos, debían estar prohibidos por decreto. Esos ojos de lechona, que sindican a todos los marranicidas del mundo. Esos ojos de pescado, que de reojo desde el plato nos recuerdan que alguna vez vieron los mares, y sobre todo, - como dice Ana María Shua, escritora argentina- los huevos fritos, que miran con asombro, con terror, desorbitados.

martes, 28 de julio de 2015

Aerogol glusabroso


La idea del publicista parecía excelente. En el momento del partido definitivo, de la final del campeonato, con el estadio a reventar, un parapentista pasaría por encima del escenario deportivo, arrastrando una pancarta de “Tome Glusabroso”. El mejor lanzamiento posible para  la bebida del siglo XXI.

Todos los problemas logísticos fueron solucionados. Los permisos de las autoridades. La ubicación y contratación del parapentista. El alquiler del avión. Las cuñas en la radio para que, en el momento indicado, avisarán al público que mirara hacia el cielo.

Pero el día del gran lanzamiento, oscuros nubarrones complicaron el panorama. Comenzó con una llovizna suave en la madrugada, que hacia las 10 de la mañana ya era tremendo aguacero. El publicista comenzó a ponerse nervioso. Al mediodía cuando las aguas arreciaron con furia sobre la ciudad y el estadio, ya se había fumado tres paquetes de cigarrillos de chocolate, porque precisamente la semana anterior había decidido dejar de fumar.

Eran las dos de la tarde cuando los elementos se calmaron, aunque gruesas nubes continuaron interponiéndose entre la gramilla y el sol. En el aeropuerto, piloto y parapentista respondieron con un “esperemos” a la pregunta del - a esas alturas - publicista embutido de chocolate. Y el reloj siguió corriendo hasta que la radio anunció el comienzo del partido...

...Faltaban 30 minutos para que el encuentro terminara. El equipo local ganaba uno por cero. El empate le bastaba al visitante para llevarse el campeonato. La torre de control finalmente autorizó el vuelo. Pasaron 15 minutos entre encendido, carreteo y despegue.

Entretanto, el visitante atacaba. Los locales se defendían con uñas y dientes, en inferioridad numérica a causa de las expulsiones. El público se comía las uñas, y le gritaba al hombre de negro, “¡Tiempo!” Nada podía quitar su atención del campo.

Por eso ni ellos, ni los jugadores, ni el arbitro, ni los camarógrafos, ni los fotógrafos le prestaron atención al parapentista que empezó a volar en círculos alrededor del estadio con su pancarta de “Tome Glusabroso" arrastrada a sus espaldas.

Solo una persona reaccionó. Durante cinco segundos, el arquero local levantó la mirada. Suficiente para que los delanteros rivales le hicieran el gol del empate. Y suficiente para que toda una ciudad se pusiera de acuerdo en una cosa.

Aquí nadie toma Glusabroso.

jueves, 23 de julio de 2015

Como ser caro y malo pero próspero. ¡La película!


Hace poco leí la diatriba de un bloguero indignado contra los abusos de algunos restaurantes. Contenía muchos argumentos, como por ejemplo un caldo a 20 mil (o un poco más) pesos, o un lugar donde se negaron a empacar media porción –porcionsota, al parecer- de carne que alguien no había consumido. Los comentarios de los lectores ratificaban la situación o narraban anécdotas similares.

En una economía de mercado, donde rigen principios de oferta y demanda, este tipo de negocios deberían tener sus días contados. Si son exageradamente caros pues es obvio que la gente acudirá máximo una vez y jamás regresará y el propietario tendrá que escoger entre racionalizar sus precios o cerrar.

No, no es obvio. En vez de acabarse, prosperan. Es como de película, así que propongo los siguientes argumentos para explicar el singular fenómeno.

El uno. Estos negocios son tan costosos, que con un cliente diario que caiga, tienen para pagar sus gastos y generar ganancias. Y el usuario se siente en un ambiente exclusivo

Fama. Los cocineros, personas muy respetables que hacen un oficio valioso para la sociedad se volvieron superestrellas. Y a la gente le gusta andar cerca de las superestrellas. Así terminen estrellándose con supercuentas irracionalmente altas.

Retroceder nunca, rendirse jamás. Después de entrar, sentarse, pedir la carta y ver los precios… son pocos los valientes dispuestos a reconocer la irracionalidad de los mismos, pararse e irse a buscar un sitio más barato.

Retroceder nunca, rendirse jamás II: Algunos restaurantes tienen una copia de la carta en su puerta, que permite conocer precios sin necesidad de pasar por el rito anterior. Pero hay quienes ni siquiera así se atreven a dar el paso atrás.

Todo por tu amor. No existe límite en lo que un hombre enamorado –o con intenciones horizontales para con su compañera de turno – está dispuesto a hacer. Es más fácil pedir frente a un plato de nombre raro y costo irracional que frente a un corrientazo. Claro que pedir no significa recibir. En asuntos de pareja mediado por la gastronomía, lo único seguro es la cuenta.

Los otros. Ellos miran la cuenta. Usted no. Ellos consultan el precio y el bolsillo antes de pedir. Usted no. Ellos se preocupan por el saldo y la cuota de su tarjeta de crédito. Usted no. Como usted alguna vez –no necesariamente lejana- estuvo con ellos, ahora se siente obligado a demostrar que superó esa etapa. Ellos son un cliente para el dueño del restaurante, usted es una maravilla.

Las apariencias engañan. Usted no va allá a comer pero como es un restaurante toca pedir comida, y como en los restaurantes cobran toca pagar, Usted va allá a ver quién está ahí y a que lo vean los que están allí, porque este es el sitio adonde debes ir para que te vean porque si no te ven es como si no estuvieras. (…o algo así)

Cobardes. Nunca se supo quien propuso la idea. Lo cierto es que un grupo social –familia, amigos, compañeros de trabajo, turistas- terminan en el sitio. Todos, sin excepción, lo ven demasiado costoso. Todos, sin excepción, rebasan su presupuesto. Todos, sin excepción, tienen en la mente alguna opción. Pero ninguno habla. Sin excepción. Así que todos, sin excepción, comen, pagan, se descuadran y culpan al genio anónimo que los llevó a ese sitio tan caro del que ninguno se atrevió a escapar.

martes, 21 de julio de 2015

Mirón, acosador y verde


Patricia trabaja como secretaria en una universidad. Un día la invitó a salir el profesor de Microbiología II. Alto, barbudo, mono, de ojos verdes, un poco descachalandrado pero atractivo. En honor a la verdad, ella llevaba meses haciéndole insinuaciones hasta que por fin.

El profe insistió en recogerla en su casa. Patricia se puso la pinta conquistadora: tacón alto, falda corta, medias veladas con bordados. Al filo de la hora oyó el timbre. Era él. Los mismos bluyines y tenis de siempre. La único raro era la ¿bicicleta?

Sí, la bicicleta, el vehículo no contaminante y saludable en el cual se iban a transportar hasta el centro de la ciudad (50 cuadras al sur), para almorzar.

Patricia tuvo que maximizar sus habilidades diplomáticas para convencer al barbudo de que era mejor acudir a otros medios de transporte, pero finalmente lo logró. Claro, la solución fácil hubiera sido cambiarse, pero pudo más la vanidad. Sobre todo por la insistente forma en que él le miraba las piernas

Lamentaría eso.

Después de caminar 10 cuadras con sus kilométricos tacones, Patricia imploró una pausa. El barbudo se declaró enemigo de las tiendas repletas de paquetes no biodegradables y azucares tratados con químicos, así que tuvieron que recorrer otras 10 cuadras hasta que encontraron un parque. Y el seguía mirándole las piernas.

Se sentaron en una banca rodeada de arboles. Había, de cualquier forma, un bonito sol. El sonido de los niños jugando daba un toque especial al ambiente. Y mientras ella se recuperaba, sintió la pesada mano sobre su pierna derecha.

- ¡Como se le ocurre!

Patricia enmudeció. Medio segundo antes de que ella gritara, el barbudo lo había hecho. Algo no funcionaba. Si el abusivo era él... ¿Por qué parecía tan bravo?

- Nylon, eso es nylon. Pensé que podía ser seda. Eres una chica plástica, sabías. Porquerías como esta son las que acaban con nuestros ecosistemas. Cuando deseches estas medias nunca desaparecerán. Se quedarán allí, para siempre, ensuciando el planeta. ¿Esa es la herencia que le quieres dejar a nuestros hijos?

Como lo de nuestros hijos sonaba peligrosamente a invitación, Patricia optó por despedirse cortésmente, subirse al primer emisor de gases contaminantes (bus) que encontró y retornar a su casa.

Así, nuestra secretaria aprendió una lección.

No todos los hombres miran las piernas de las mujeres con buenas intenciones.

Algunos quieren salvar el planeta.

jueves, 16 de julio de 2015

Por el derecho a no ser perfecto


A Gómez no lo volvieron a invitar a las jornadas de promoción y prevención de la empresa. Y todo comenzó durante la presentación de la experta de riesgos profesionales. A la izquierda de la pantalla había un tipo y una mujer, jóvenes ellos, vestidos con ropa deportiva ceñida. Sobra decir que eran cuerpos perfectos, bronceados, que sus cabellos suaves y ondulados estaban peinados y que la ropa parecía –o era–  nueva. El ambiente se veía sospechosamente natural, con árboles, prados y un cielo azul.

Al lado derecho había un gordo especial y desproporcionadamente barrigón, semicalvo y despeinado donde aún tenía cabello, sin camiseta, con los hombros caídos, mirando hacia donde miran los caballeros cuando orinan en baño público. Por suerte, la imagen terminaba justo en su cintura. Podía estar en cualquier parte porque no había fondo.

La tallerista miró cuidadosamente a los asistentes a la jornada. Suponemos que hizo un escaner mental con rayos y escogió a quien, bajo la ropa, semejaba más al sujeto de la derecha. Y en tono inocente le preguntó a Gómez “¿Cual cree que es mejor?”. (Hay versiones más agresivas de la historia como “¿Usted a quien se parece?”, o “¿usted donde está?” incluso “¿Cuál cree que vivirá más tiempo?”, pero el espíritu es el mismo).

El interpelado se sintió como acusado en indagatoria pero algo dentro de él lo impulsó a buscar una respuesta digna. Y antes de hablar pensó que aunque siempre ha existido admiración por eso de ser bonito y saludable, hoy en día la cosa pasó de admiración a obsesión. No hay términos medios, si no eres portada de revista de fitness, vas a serlo de revista de obesidad. Y todo el tiempo quienes no son así –gran mayoría- están recibiendo mensajes cuya traducción es “Si no eres perfecto, no eres bueno”.

Veamos algunos: “esos kilitos de más”, frase presuntamente inocente repetida constantemente en medios de comunicación; “recuperar (peso) ganado en vacaciones”  (¿Cómo se recupera lo que uno ha ganado?);  “cuidarse” o, en una versión más cariñosa, “Quererse a sí mismo”; “tú (así, en confianza)  también puedes lucir…”

En tiempos de internet, la cosa se pone agresiva. Cualquier figura pública que deje ver un gordito es inmediatamente comentada, satirizada, twiteada, retwiteada y acosada por millones de anónimos y –suponemos– perfectos usuarios. Lo mismo ocurre, aunque en menor escala, con alguna dama o caballero que se arriesgue a selfiar (me lo acabo de inventar, bueno tal vez ya alguien se lo habían inventado, pero lo defino, tomarse una selfie y publicarla) su imperfecta anatomía. Eso sí, se convierte en nominado a las enemil listas que pululan en la red de las “peores selfies”.

En un mundo donde diseñadores y diseñadoras de moda centran su esfuerzo en destacar abdómenes planos y chocolatinas toráxicas, donde se valora a la gente por lo que tiene –o mejor, lo que no tiene– entre la cintura y el pecho; el interpelado de los primeros párrafos tuvo su instante de gloria.

Gómez se levantó saco y camisa dejando ver un abdomen surcado de estrías, con desordenados pelos y un sonriente ombligo y dijo: “En un saludable equilibrio entre las dos, doctora”.


No lo volvieron a invitar. 

martes, 14 de julio de 2015

Diatriba en cuatro patas contra el amo que no saca a su perro


Guau, guau, guau ((Traductor activado)) Estoy acá, en la calle, con 9 colegas y el tipo este que acabo de conocer. Nunca nos llama por el nombre que nos pusieron. Se mueve cuando quiere que nos movamos, y jala las correas si su objetivo es que nos detengamos. A veces nos sentimos un poco apretados. Fue mucho mejor aquella vez que salimos apenas 3, pero eso solo duró una semana. Claro, nada es comparable a cuando voy yo solo con el amo, pero eso pasa cada vez menos ¿o ya no pasa?

Al principio no era así. Cuando era cachorro, el amo y sobre todo sus hijos andaban pendientes de mí. Como todos éramos niños pasábamos el tiempo jugando. A medida que fui creciendo era menos juego, aunque sí salíamos a pasear todos los días.

Los niños al principio me sacaban por la tarde cuando volvían del colegio, pero lo que era diario pasó a ser cada dos días, luego dos veces por semana, luego una vez. Me acuerdo que cuando estaba en el almacén de mascotas la mamá les preguntó “Pero ustedes lo cuidan, lo bañan, lo sacan a pasear?” Y ellos gritaron “¡Siiiii!!!”.

La verdad las últimas veces que me sacaron sentí que no me estaban prestando mucha atención. Qué día casi nos atropellan por andar hablando (ellos) por celular. Entonces empezamos a salir por la noche con el amo o la ama. No juntos, sino por turnos. A la semana empecé a percibirlos cansados, como si prefirieran  hacer otra cosa.

Y un día llegaron los tipos.  Me ha tocado con varios. El de la bicicleta. El que se iba para un parque, nos amarraba al árbol y se ponía a fumar cosas raras. El que nos pegaba, El que se armó un lío con las correas que casi se mata, el que nos hablaba, la chica…

Cuando vuelvo a casa, veo que los amos no le pagan a otra persona para que vea su televisión. Que al carro le prestan atención constante y solo lo usan ellos. Que siempre disponen de tiempo para sacar a pasear las bicicletas.

Claro que el irracional soy yo, pero no entiendo.  Para qué tienen un perro, si no lo van a sacar a pasear. Esa es una de las razones de mi existencia. Moverme, correr, caminar, y de ñapa ayudarlos a ellos a que se muevan, corran, caminen.

Que día oí unas personas discutiendo sobre los paseadores de perros, que quien los regulaba, que algunos eran irresponsables, que debía intervenir la autoridad. Pero no oí a ninguno preguntar por personas como mis amos, que son buenos, me dan de comer, no me tratan mal, pero no salen conmigo. O como otros que –cuentan mis colegas- nunca lo hicieron y desde que eran cachorros se los entregaron a los tipos. Digo, si no tienen tiempo para eso, para qué nos compran.

Los paseadores son unos pelados a los que, supongo, les pagan el mínimo. Algunos quieren a los animales, otros no. Algunos recibieron capacitación, otros no. Y ahí podríamos seguir dividiendo el gremio entre buenos y malos. Pero todos, sin excepción, existen por un acto de irresponsabilidad de alguien que realizó una acción sin medir consecuencias,  y trata de lavar sus culpas pagándole a otro para que asuma lo que es su obligación. El que compra un perro, debe sacarlo a pasear.

(Traductor desactivado) Guau, guau. Guauu.

jueves, 9 de julio de 2015

Frases inocentes... por fuera de la cama


“¡Más!¡Más!¡MÁS!” gritaba ella mientras agitaba los brazos y mantenía los ojos fijos en la pareja. Mientras, su mente trataba de lograr la unión perfecta entre… el carro y el espacio de parqueo.

Que pena si se ilusionaron, No es aquello. A manera de test para medir hasta donde puede llegar una imaginación excesivamente creativa, sigamos con otras frases que, definitivamente, significan algo diferente según el sitio donde se pronuncien.        

 “Ahora por la boca” ordenó el hombre mientras movía el estetoscopio sobre la espalda del interlocutor, como hacen los médicos mientras auscultan sus pacientes con instrucciones claras sobre como aspirar y espirar 

“¡Mmmmmmmmmmmmm!” expresó el empleado/estudiante/pareja cuestionado por su jefe/profesor/pareja sobre algún tema cuya respuesta ignoraba o, peor, conocía pero no era conveniente divulgar.

“¡Echemos el otro!”, exclamó tras ese momento culminante donde todos los factores involucrados alcanzaron su punto de perfección, y el cocinero consideró que la mezcla en la estufa había alcanzado la temperatura, olor y consistencia adecuada para la siguiente tanda de ingredientes.

“Por ahí no”, advirtió en tono firme la pasajera al conductor para que no tomara la vía equivocada.

“¡Aaaaaaaaaaaaa!” gritó desde la silla, con la boca abierta, la joven mientras el instrumento de madera introducido… por el otorrinolaringólogo le bajaba la lengua –al fin y al cabo se llama baja lenguas-.    

“¿Ya me la sacó?” fue la pregunta de la mujer sudorosa, nerviosa y asustada para el profesional de la odontología durante su exodoncia. 

“Métala despacio y muévala suavemente” le explicó el cerrajero a su cliente frente a una chapa excesivamente temperamental.

“¿Quieres que te lo caliente?”, el almuerzo, por supuesto.

“¡Falta lubricación!” señaló el mecánico ante el chirrido constante de la máquina. 

“Solo la puntita” instruyó la decoradora al maestro sobre como taladrar los agujeros para colgar cuadros livianos.

“Probemos a meterla por detrás” manifestó tras varios intentos infructuosos con los puertos delanteros de la vieja CPU el ingeniero que intentaba conectar la USB.

“¿Me va a doler?” consultó, con las nalgas descubiertas y recostado boca abajo mientras   la enfermera preparaba la inyección. 

“Por el otro lado también se puede”…imprimir.

martes, 7 de julio de 2015

Guillermo el Conquistador, la mujer de su vida… y un aparatico


Muchos no lo recuerdan. En cambio, muchas tienen malos recuerdos de él. En los rankings particulares de citas desastre, Guillermo el Conquistador siempre está escalafonado en los primeros lugares. Nadie como él para hacer eso que convierte en calamidad el más prometedor de los escenarios. Pero el hombre, no se rinde.

Ante la inacabable sucesión de catástrofes amorosas, Guillermo cambió de estrategia y se virtualizó. Ahora busca pareja por Internet. Todo va viento en popa. Nadie lo ha plantado, nadie lo ha abandonado a mitad de la cita, nadie ha malinterpretado algún comentario inocente y, hay que decirlo, nadie lo ha visto en vivo y en directo.

El mundo real puede aplazarse. Pero tal vez con Natalia –nombre real, verificado en otras fuentes- ya era hora. Con Naty –@Natylamuybella– la comunicación fluyó. Por todos los canales disponibles. Sitio de contactos, red social, correo electrónico, mensajería instantánea y, como una cosa lleva a otra, al fin acordaron el encuentro personal.

Quedaron de verse en un centro comercial, a dos cuadras del restaurante. Allí apareció. Las fotos no mentían. Rostro maduro con rasgos de niña. Silueta agradable… y una expresión alegre a la distancia apenas reconoció a Guillermo. Se acercaron. Era realidad. Ya no estaban intermediados por ninguna tecnología. Al fin iban a estar juntos. Había llegado el tiempo de conversar, de compartir, de interactuar y –pensaba Guillermo– tal vez de empezar a construir en pareja un futuro que…

Justo en ese momento, el teléfono de ella sonó.

Con la destreza propia del experto, abrió la cartera y sacó el dispositivo. Y comenzó la multitarea. Contestó y pidió un momento. Besó a Guillermo en la mejilla y le hizo la señal de espera con su mano libre. Retomó la llamada. Conversó algo. Interrumpió y le preguntó a Guillermo para donde iban. Nuevamente a la llamada. Comenzó a caminar. Guillermo la acompañaba. Guillermo la miraba. Ella hablaba –por teléfono- y de vez en cuando miraba a Guillermo, sonreía y seguía hablando.

Siguió hablando hasta que llegaron al restaurante. Allí tuvo una pausa –medible en segundos– antes de la otra llamada. Y luego la otra. Y cuando no eran llamadas era el “dame un minuto para contestar este mensaje”. Y el hombre la veía frente a él, tecleando. Hay que ser justos. Conversación hubo, mucha, solo que Guillermo no sabía si estaba hablando con él, con la jefe –de ella- con la amiga, con el tipo de relación indefinible, con el señor con el que estaba negociando el carro o con todos al tiempo.

Terminada la cena, el Conquistador había entendido que la comunicación con Naty fluía, básicamente, con el resto del universo. Y eso sí, hubo foto de la puerta del restaurante, de la comida, del mesero y hasta de Guillermo publicada en tiempo real. Aunque no pudo confirmarlo, al parecer se creo un grupo de discusión y en un momento dado el postre amenazó con ser Trending Topic.

A estas alturas el hombre no sabe estuvo en una cita, en un foro o en un reality.


Mucho menos después de ese mensaje de Naty: “Que buen tiempo pasamos juntos :-) . Tenemos que volver a hablar”.

jueves, 2 de julio de 2015

Antología de chistes antiguos y perversos


La canción fue un éxito del Binomio de Oro. Del nombre no estamos seguros, pero sí recordamos – y escuchamos de vez en cuando- una parte del coro.,. “dime pajarito”. Hace bastantes años de manera inconsciente algunos especímenes del género masculino repetíamos el coro, mirábamos la cremallera del pantalón y… nos toteábamos de la risa.

Porque eso era un chiste.

Más ejemplos de humor prehistórico. “Un paisa llegó a un restaurante y pidió un pollo con arepa... y le trajeron una gallina”. Se los juro, uno se reía con ese cuento

Para seguirlos torturando, a continuación una selección de chistes en su momento exitosos y hoy en día… bueno.

Quién vive en el centro de la Tierra, es verde, monstruoso y come piedras. Pues el Monstruo Verde Come Piedra que vive en el centro de la tierra

Cuál es el nombre alterno del Instituto Caro y Cuervo: Academia Barato y Gorrión.

Hagamos una vaca…y compramos un toro

¿Qué es una onomatopeya? Un pollito cruzando la vía al que de repente se le viene encima un camión y grita “¡O no! ¡Ma topeya!

Tuve un accidente en un carro convertible. ¿Y qué pasó? A mí no me pasó nada, pero “Vertible” se murió.

¿Cuál es el colmo de los colmos? El colmillo. En que se parecen un gato y una araña. En que el gato araña.

Un sujeto toma un taxi y cuando este arranca saca un revolver. El conductor pregunta ¿esto es un asalto? Respuesta: No. ¡Pa Cuba!

(Explicación para los menores de 40. Hubo una época en la que la única manera de llegar a Cuba era secuestrando un avión. Corolario. Sí, era muy gracioso).

Con el fin de que este blog tenga un mínimo de seriedad, una prueba de conocimientos geológicos para terminar. Se sabe que el globo terráqueo es hueco en su interior. Supongamos que la tecnología de perforación disponible permitiera abrir, simultáneamente, dos agujeros en puntos ubicados  en su respectivas antípodas hasta llegar a la zona hueca. El resultado sería una línea recta de extremo a extremo.

Tómese un tiempo antes de mirar la última línea de este texto, donde encontrará la respuesta a la siguiente pregunta: Si una persona toma una piedra lo suficientemente pesada y la arroja por el agujero, jamás llegará al otro lado.¿Por qué?

Respuesta:

Porque se la come el Monstruo Verde Come Piedra que vive en el centro de la tierra.