Arrinconado sin ninguna
posibilidad de escapatoria, la víctima entendió que no tenía alternativa
distinta a la resignación. Cualquier resistencia era inútil. El verdugo,
entretanto, seguía con su rutina. Como una melodía monocorde, de forma
constante, sistemática y entusiasta. Y eso no era lo peor. Lo peor era que el
único responsable de la situación, en algún punto entre incómoda e
insoportable, era el mismo torturado.
¿Y cómo pasó? Ridículamente
sencillo. El mártir de turno cometió un error fatal. Una equivocación
imperdonable. Un fallo trascendental. Un desliz desastroso. Por simple cortesía, en algún momento de la conversación,
fingió o expresó interés por ese hobby, afición o pasatiempo…
Ese es el asunto. Muchas personas tienen un espacio de su vida dedicado a
alguna actividad no clandestina, no secreta pero sí discreta. En tiempos de
Internet y redes sociales, incluso encuentran personas para compartir esos
gustos. La lista es inacabable, Desde la A de aeromodelismo (los drones cuando
eran chiquitos) hasta la Z
de zoología (animal planet sin televisión). Pasan horas –por no decir días- en su
pasatiempo, acumulando pacientemente, año tras año, el resultado del mismo en
museos particulares. Hoy en día la tecnología permite que
muchos de esos museos sean virtuales.
Hasta ahí no hay problema. Puede que no estén en la Declaración Universal ,
pero las obsesiones particulares forman parte de los derechos humanos. Y aunque
el obseso difícilmente lo reconoce, en alguna parte de su subconsciente hay una
voz silenciada que quiere gritarle al mundo su afición, su orgullo... su,
obvio, obsesión.
El mundo, aclaramos, no son esos colegas u homólogos que ha ido encontrando
a través de las redes sociales. El mundo es ese pobre sujeto –o sujeta– que cometió
el error de mostrar interés o curiosidad y ahora está atrapado viendo una
interminable sucesión de fotos de perros (cada una, como no, con su particular
historia). O recorriendo, arrastrado por una cadena imaginaria, la colección de
carros de juguete, muñecos de dragon ball, monedas, estampillas, latas de
cerveza, revistas de geología o cualquier otro objeto coleccionable elaborado
por el ser humano o la naturaleza.
Y si no es el inventario acumulado, es la detallada explicación técnico
cientifico de los microorganismos y sus procesos de reproducción, la
visibilidad de las nebulosas con telescopios caseros, la física aplicada a las maquinas de moler
manuales, los secretos de un buen vino, la pintura renacentista del siglo XVII,
los edificios más altos del mundo o los mecanismos clásicos de relojería.
El interlocutor suele emocionarse tanto que ni siquiera oye cuando su víctima
amablemente le dice que ya es suficiente. Entonces al escucha se le sale el
mal genio y cambio el tono conciliador por la grosería y... no pasa nada. El
otro sigue hablando, explicando, detallando... exasperando