jueves, 24 de septiembre de 2015

Desarreglos caseros


Antes, el hombre de la casa se encargaba de las finanzas familiares. Hoy, por cuenta de la inflación, eso es imposible para un solo sueldo.

Antes, el hombre de la casa era una figura autoritaria que imponía respeto (y miedo) a los hijos. Hoy, por cuenta de la psicología infantil, y las tendencias educativas, tiene suerte si logra que lo oigan.

Antes, el hombre de la casa daba órdenes y tomaba decisiones importantes. Hoy, por cuenta del feminismo, a lo más que puede aspirar es a una democracia, bajo el signo del sí, del ¡Sí señora!

Sin embargo, el hombre de la casa todavía tiene un ámbito propio e intocable, aunque con variantes respecto a su versión original. Antes, el hombre de la casa hacía reparaciones locativas. Hoy hace estragos locativos.

Toda mujer considera que su hombre tiene habilidad innata para reparar objetos, instalaciones y máquinas dañadas en el hogar. Es la lógica de arréglelo porque usted es hombre.

El problema es que algún instinto prehistórico metido entre los genes masculinos provoca una reacción irracional ante las peticiones de este tipo, y en vez de dar una respuesta razonable como “llamemos un técnico”, el sujeto de turno no sólo dice que sí, sino que trata. Es la lógica de soy capaz de arreglarlo porque soy hombre.

Los resultados de los ejercicios empírico-machistas de plomería, electricidad, y electrónica suelen ser en su orden inundaciones, cortos circuitos y equipos costosos con daños irreversibles.

Los más racionales (o sea los menos abundantes) se declaran vencidos al primer fracaso y de ahí en adelante consultan las páginas amarillas. El resto sigue experimentando, lo que traduce dañando, rompiendo, arruinando, e inutilizando objetos e instalaciones con una caja llena de herramientas inadecuadas.

Pero lo más grave es que ese rompehogares -literalmente hablando- alguna vez durante su ejercicio de destrucción de fin de semana le pide ayuda a su hijo, quien le alcanza una herramienta, lo oye maldecir, y lo acompaña a buscar al técnico para que arregle lo que su padre estaba “arreglando”. De todo esto, sólo el recuerdo vago de que el hombre de la casa “arreglaba” cosas quedará por allá, perdido en el subconsciente, hasta cuando su propia esposa o compañera pregunte, como quien no quiere la cosa

¿Será que tú puedes arreglar esto?

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