martes, 15 de septiembre de 2015
Una voz seductora
El rumor le llegó a través de una interpuesta persona, muchos años después. Y una breve investigación le confirmó a Ramiro que, evidentemente, la ojiverde de la recepción estaba completamente enamorada ... de su voz.
La ojiverde nunca había tenido nombre para él. Solo era la secretaria buena de la oficina de arquitectos de Constanza, su hermana. Por aquellos tiempos Ramiro combinaba sus estudios con ocasionales servicios de mensajería a sus familiares, lo que le garantizaba unos pesos para las cervezas del fin de semana.
Así, periódicamente pasaba por la oficina de Constanza para pagarle los servicios, reclamar un paz y salvo en impuestos o ayudar en las diligencias de las licencias de construcción.
Todo esto para señalar que vía telefónica, o en persona, hubo un contacto más o menos seguido entre Ramiro y la secretaria buena sin nombre. Y en una conversación suelta, tiempo después, la hija mayor de Constanza, Silvia, se lo dijo “Tío, usted tiene una voz bonita. A Patricia le fascinaba”.
Halagado, Ramiro recordó como, a veces, Constanza llevaba a su entonces pequeña hija a la oficina, y Patricia - la ojiverde buena que acababa de estrenar nombre - ejercía como nana ocasional. También se enteró de que, en su ausencia, la recepcionista siempre dedicaba adjetivos positivos al timbre y tono del ocasional mensajero.
Recién salido de una relación sentimental especialmente conflictiva, una revelación de estas era lo que nuestro personaje necesitaba para mandar el ego al segundo piso. Así que en los días siguientes anduvo por el mundo con sonrisa digna de adolescente al que le acaban de quitar los frenillos.
Para redondear la faena, un día iba por la calle y le pareció reconocer una silueta femenina en la distancia. Su aguda vista se enfocó en las formas - aún redondas y atrayentes -, y en esos penetrantes ojos verdes de Patricia, que paseaba acompañada de una mujer de edad, posiblemente la madre.
Ramiro Carraspeó la garganta, lanzó un ooommmm interno y se preparó para saludar en un tono grandilocuente e impostado, con el cual, apenas ella estuvo a distancia prudente, produjo un profundo “Holaaaa, Patricia, me recuerrdasss”.
Patricia no reaccionó, pero la persona que iba con ella sí.
“Háblele más duro que es sorda”.
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