martes, 17 de noviembre de 2015

Los talentos ocultos de Leonardo


El destino se manifestó a finales de la década de los 90. El mismo día en que se producía el estreno mundial de Titanic, también se dio el estreno absoluto de Silvi. Fueron muy diferentes. El de la película ocurrió en un glamoroso teatro, con alfombra roja, limosinas, fotógrafos y estrellas. El de Silvi, en la sala de partos de un hospital.

Cada debut, a su manera, trajo positivas consecuencias a los implicados. El del filme lanzó al estrellato a Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, enriqueció a unos productores y garantizó premios y reconocimientos. El de la pequeña generó alegría entre parientes y amigos, y consolidó el trío de hijos de la familia con la presencia de la niña consentida.

Y se llamó Silvi –no Silvia, no Silvina, no Silvana– porque en opinión del flamante padres rimaba perfecto con el nombre de la abuela, Yovana. Pero Silvi Yovana quedó como referencia en el registro civil y la tarjeta de identidad, porque en su círculo cercano, mediano y lejano el segundo nombre nunca se usó.

La pequeña creció junto a cambios revolucionarios en la industria del entretenimiento. El video casero evolucionó hasta el DVD; los sistemas de televisión paga invadieron los hogares e Internet se convirtió en un canal para ver cine. Un día, por cualquiera de esto medios, “Titanic” ¡La película! captó la atención de la niña. Y a medida que pasó de niña a adolescente, el melodramático naufragio se le atravesó una y otra vez.

No sobra aclarar que el interés de Silvi por el filme de marras no tenía motivaciones náuticas, históricas o cinematográficas. Ella, al igual que millones de contemporáneas de todo el mundo, amaba platónicamente al protagonista. Y ella, al igual que millones de contemporáneas de todo el mundo, a medida que creció fue cambiando sus gustos por vecinos o amigos no tan meritorios, pero mucho más accesibles.

Entre tanto, el tiempo de estudiante de colegio terminó y, llego el momento de acceder a la universidad. Nunca fue gran estudiante, pero tampoco era mediocre. Era de esas niñas que cumplían sin destacarse, a veces con algo de trabajo pero nunca a nivel de desastre.

El asunto es que logró un desempeño aceptable en los exámenes de estado y en las pruebas de admisión de la universidad a la que aspiraba. El último obstáculo era la mitológica entrevista. Llegó con los temores heredados de mitos familiares e historias pasadas y presentes sobre interrogadores despiadados, errores fatales y detalles determinantes.

Iba, como no, disfrazada de ejecutiva, y previamente se había documentado de la actualidad  nacional e internacional. Sin embargo, algo no iba bien. Podía sentirlo. Hubo un momento en el cual Silvi dejó de mirar a su interlocutor y fijó los ojos en la pared detrás de él, con reproducciones de pinturas famosas. Una de ellas era La Monalisa.

El entrevistador notó que no lo miraban y para tratar de tranquilizar un poco a su nerviosa interlocutora le preguntó si le gustaba el arte. Silvi pensó que ese era el momento de ganar puntos y sin dudar un momento pronunció su sentencia de muerte académica.

- Sí señor, pero sobre todo La Monalisa, la que pintó Leonardo Di Caprio.

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