martes, 31 de mayo de 2016

El misterioso poder detrás del jefe


No tiene nombre. Nadie sabe donde está. Parece que es una sola persona, aunque cuando se refieren a él hablan en plural. Su sola invocación acaba de un tajo con discusiones, argumentos, observaciones o críticas. Es algo así como un dios, pero en versión corporativa. Y su poder está en la palabra, literalmente.

Como no tiene rostro ni ningún otro rasgo identificable, para presentarlo públicamente toca a punta de ejemplos. Ubiquémonos en una empresa. No puede ser cualquiera.  Debe ser lo suficientemente grande para diluir responsabilidades. Para que existan instrucciones claras y específicas de origen incierto. Entre más grande y burocratizada, mejor.

Volvamos a  nuestra organización. Un día queda claro que se prohíbe ir a  trabajar, digamos, en crocs. O en tenis. O en zapatos abiertos. O en tacones de determinadas alturas. No hay memorando ni orden escrita sino un comentario que a velocidad de rayo pasa de dependencia en dependencia: “prohibieron usar esos  zapatos”.

“¿Prohibieron?”, ¿quiénes?  Nunca lo dicen. La frase es así, sin sujeto. Como cuando están preparando la presentación para la junta directiva y alguien dice, cambie eso porque “así es como quieren que quede”. Y así quedará. Se supone que el resultado dejará a alguien tranquilo o satisfecho. ¿A quién? Buena pregunta.

El poder desconocido es especialmente eficiente en momentos de innovación. Para ambos lados. Frena iniciativas excesivamente creativas, cuando los seres de la dimensión superior ven en la propuesta de turno algo “demasiado arriesgado, demasiado innovador, innecesariamente reformista”. Pero también promueve cambios que deben ser aceptados sin ninguna objeción porque “esa es la decisión”, “así  son las cosas ahora” o –para  variar– “eso es lo que quieren”. Y  punto.

La  presencia omnímoda, palabra rebuscada que significa “Que lo abraza y comprende todo” según la Real Academia, hace honor a su significado.  Tiende a aparecer cuando un subalterno cuestiona alguna propuesta del jefe. Aclaración necesaria. No es que se niegue a hacer el trabajo. No es que cuestione la orden como tal.  Simplemente plantea alguna opción razonable en el procedimiento. Y entonces  aparecen los que “dicen que hay que hacerlo así”. Última  palabra.

También es el argumento favorito a la hora de establecer los términos de una labor contratada externamente. Lo que los tecnócratas llaman outsourcing, los sindicalistas tercerización y los trabajadores peor es nada. En esos casos la instrucción comienza con un "aquí quieren que..."

Una característica de estas deidades cuya infalibilidad compite con la del papa es que hablan a través de alguien con mando. No con quien tiene el mando mando –léase gran jefe– sino con quien es la vez jefe y subalterno –léase  mando medio–. En cualquier reunión de área, cualquier discusión sobre temas como, por ejemplo, el almuerzo del Día de la Secretaria se zanjan rápidamente con un “prefieren que sea en ese sitio”.

Tal vez haya por ahí algún malpensado que piensa que los mandos medios no son voceros de un poder superior, sino que se escudan en esas oraciones ambiguas  para imponer puntos de vista propios que no tienen ningún sustento corporativo. A esos personajes negativos les sugiero que guarden para sí sus opiniones, porque pueden generar problemas con…

…ustedes saben con quien.


jueves, 26 de mayo de 2016

Fin de semana tranquilo


Martín lleva una semana levantándose de madrugada y trasnochando hasta pasadas las 10. Ha sido un período de esos en los que el trabajo se acumula, con las consiguientes secuelas de almuerzos embolatados, sueños escasos y ligeros, estrés al por mayor y cansancio crónico. Por eso, la llegada de un fin de semana libre -por fin- es recibida con una esperanza de alivio por nuestro héroe.

El jefe, -en una inusual actitud- le permite alejarse de su oficina más temprano que de costumbre. Es viernes en la tarde, el sol brilla, y Martín va camino al paradero gozando de su anticipada libertad.

45 Minutos después es viernes en la tarde, cae un aguacero de los mil demonios, y Martín le saca la mano inútilmente al décimo taxista que se limita a mirarlo con ojos de burla, antes de apretar el acelerador.

Hasta ese momento, Martín ha sido ignorado por tres buses, dos colectivos, 6 busetas y 10 taxis.  Después de otros 45 minutos, y luego de librar una lucha a muerte con una señora y sus ocho meses de embarazo, logra finalmente subirse en un bus camino a su hogar. En ese momento son las 6 de la tarde, y se perdieron completamente las horas libres adicionales dadas por el jefe.

Martín llega a su casa cuando ya es de noche. Obviamente, los 60 minutos de viaje (20 de recorrido y 40 de trancón), los hizo de pie. Obviamente, el sólo quiera llegar a su casa y echarse a dormir.  Allá lo espera su pequeño y tierno hijo de 5 años, quien el verlo se lanza en sus brazos al tiempo que pregunta. ¿Papi, porque el pasto es verde?

Dos horas y 54 preguntas después, el pequeño por fin se queda dormido. Entonces Martín se lava los dientes, va al baño, le dice a su mujer  "esta noche, no, mi amor". se coloca la piyama, se asegura de que el despertador está apagado, se acuesta a dormir  apaga la luz y... suena el teléfono

Es la hermana de Martín. Su casa -situada en el otro extremo de la ciudad- se está quemando.

Martín cumple con el protocolo de estos casos. Se viste rápidamente, consigue un taxi, llega cuando ya los bomberos han controlado el incendio, consulta a su hermana. y se lleva para su casa a cinco sobrinos que esa noche no pegarán el ojo hablando de tan emocionante experiencia. y empezarán a llorar cada vez que Martín trate de alejarse de ellos.

Cuando sean las cinco de la mañana los pequeños se duermen y él intentará hacer otro tanto. Y en efecto lo hará hasta las 6 a.m. cuando su hermana, al otro lado de la línea, le recuerde que él se comprometió a ayudar a remover escombros

Seis horas y media tonelada de ceniza después, su cuñado llegará con una deliciosa carne del sospechoso asadero del barrio. Dos horas después, Martín se encontrará en la EPS con evidentes síntomas de intoxicación. 45 minutos más tarde, entenderá por primera vez en su vida el significado de dos palabras: lavado intestinal.

Culminada la operación de limpieza, y de retorno a su hogar, Martín tratará de conciliar el sueño, teniendo en cuenta que los sobrinos fueron llevados a otro lugar. Sin embargo, ignorando las recomendaciones médicas de abstinencia total, decidirá echarle un mordisco al trozo de panela que se ve seductor en la mesa.

Al principio sólo sentirá como que algo se cayó en su boca. Después palpará con la lengua y notará el hueco. Y el dolor irá apareciendo lentamente, y le hará pasar una noche horripilante, entre buches, calmantes, hielo en las mejillas y respiración entrecortada.

AI otro día su cara de desesperación habrá llegado a tal nivel, que despertará los sentimientos piadosos del dentista cuya residencia será visitada pasadas las seis de la mañana. A las ocho estará anestesiado y curado. A las nueve intentará dormir. A las 10 llegará el vecino a recordarle el paseo a la finca.

Será la una de la tarde cuando finalmente lleguen a ese peladero que su cohabitante de barrio insiste en llamar finca. Martín aprovechará un descuido para echarse a la sombra del único árbol utilizando ese promontorio tan bien ubicado como almohada.

...Y mientras lo llevan hacia el hospital, para sacarle de encima las miles de hormigas que se ensañaron contra él sólo por que les tumbó el hormiguero, Martín añorará. como pocas veces, el maravilloso placer de trabajar 14 horas diarias.

martes, 24 de mayo de 2016

Los 22 indicadores de crecimiento


Grande no era sinónimo de adulto, grande era el que ya había pasado por eso. Desde ese primer momento que nuestra mente es capaz de recordar, siempre hubo algo que los otros hacían, pero nosotros no. Y cuando digo los otros me refiero al vecino –el que nos llevaba dos años de ventaja– al primo nacido pocos meses antes que nosotros o, referente obligatorio, a los hermanos mayores. Ocasionalmente, a los papás también.

Y es que los indicadores de gestión no son un invento de administradores.  Son un reflejo de la vida. Todos, a medida que crecimos, íbamos llenando nuestra propia  tabla de hitos los cuales demostraban, lenta pero incuestionablemente, nuestro ingreso triunfal al gremio de los grandes.

Las tablas de pesos y estatura son problemas de pediatras. Las etapas de desarrollo – niñez, prepubertad, pubertad, adolescencia– materia prima para psicólogos. Los grados  escolares asunto de pedagogos. Nuestra propia escala evolutiva desde bebé hasta crecido se sustenta en la primera vez que…


  1. Fuimos solos al baño y despachamos la diligencia respectiva sin necesidad de operativos  especiales de aseo.
  2. Prendimos un fósforo sin quemarnos.
  3. Marcamos un número en el telefono de disco y salió la llamada.
  4. Fuimos capaces de leer la hora en un reloj de manecillas.
  5. Alcanzamos la manija de la puerta.
  6. Dormimos solos la noche completa.
  7. Pasamos a la silla de adelante en el carro.
  8. Montamos en bicicleta sin ruedas de apoyo y, lo más importante, sin caernos
  9. Dejamos atrás los cuadernos ferrocarril y empezamos a trabajar con cuadernos rayados o cuadriculados.
  10. Compramos algo, prenda de vestir, juguete, golosina con la plata de mamá o papá pero a nuestro propio gusto.
  11. Nos servimos la comida –o parte de ella– solos.
  12. Escogimos lo que queríamos en un restaurante, cafetería o heladería directamente del menú.
  13. Nos amarramos los cordones de los zapatos sin ayuda y sin que se desamarraran.
  14. Nos vestimos sin ayuda.
  15. Cambiamos el lápiz por el esfero.
  16. Montamos solos en bus.
  17. Nos quedamos solos en la casa.
  18. Recibimos algún dinero para gastarlo a nuestro propio gusto.
  19. Dijimos voy para en vez de decir ¿puedo ir a?
  20. Dijimos voy para en vez de decir ¿puedo ir a?... y fuimos.
  21. Dijimos ya vengo sin tener que detallar para donde íbamos.
  22. Recibimos llave de la casa.

jueves, 19 de mayo de 2016

La venganza del profe Manrique


A Manrique le hubiera gustado decir que planeó minuciosamente la estrategia para saborear, lenta y gustosamente, el dulce sabor de la venganza. Pero no, no fue así.

Ese es el desenlace. Las historias comienzan por el principio. Manrique está en sus 30. Graduado precozmente como ingeniero, suma unos 8 años de experiencia profesional. Se vincula a la academia para hacer realidad su sueño de desarrollar una carrera docente en cierta universidad cuyo nombre no importa.

¿Ya dije que eso pasó hace 20 años? Bueno, 23. Porque lo que pasó hace 20 años fue que hubo un cambio de decano, y ajustes administrativos. Y al terminar el semestre Manrique amaneció un día con cara de ajuste. Así que la nueva administración conjugó el verbo prescindir con él como sujeto.

Hablando de conjugar, él conjugó sucesivamente y en primera persona los verbos sorprender, lamentar, enfurecer,  ofender, resignar y soñar… soñar con ese momento triunfal, donde quienes lo habían desechado lo requerirían de nuevo, y él, desde su posición favorecida, les recordaría la ignominia del pasado.

Pero en ese momento el problema era de hambre, no de venganzas. Buscando opciones incursionó en el mundo del emprendimiento. Le fue bien. Con el paso de los años se consolidó con uno de los mejores en lo suyo. Pero entre contrato y contrato a veces recordaba su salida del centro docente. Y en esos instantes –cada vez más escasos– visualizaba su desquite, con toques de humillación para quienes lo habían despedido.

Hasta que se dio. La universidad de marras estaba organizando un seminario técnico y lo contactaron por ser el experto más calificado en su área. Diría que no, por supuesto, pero con estilo. Estilo maquiavélico. Preguntaría por su verdugo, y al mencionarlo, agregaría algo así como “sabe, yo no voy a  ir al mismo sitio de donde ese señor me echó”. O mejor, exigiría que fuera él en persona quien lo contactara para decirle “no se acuerda de mí”… y soltar el discurso.  Con risa de malote de película. Ensayada.

El problema comenzó cuando indagó por su verdugo.,
- ¿Quién?
- El señor X, el decano,
- De repente fue decano alguna vez, pero no tengo idea quién es ese.
No importaba. Había otros. El rector, por ejemplo.
- Ah, sí me acuerdo, el que se jubiló.
Vicerrector académico.
- Ese sí me suena. Claro, hay una placa en su nombre, se murió hace como 10 años.
Jefe de personal.
- Sí alcancé a conocerlo,  ahora puso un restaurante o algo así,
Secretaria de la facultad.
- Teresita, claro que sigue ahí…

La fugaz sonrisa de triunfo se le borró de la cara al recordar que, precisamente, Teresita había sido la persona más solidaria y comprensiva en el momento de la crisis. Y sus sueños de venganza quedaron sepultados con el comentario final de su interlocutor.

- …de hecho, ella fue la que propuso su nombre.


martes, 17 de mayo de 2016

Bonito aparato. ¿Para qué sirve?


Lo increíble es que lo dicen sin despeinarse. Sin inmutarse. Ni siquiera preocuparse o sonrojarse.  Ni nada terminado en arse.  Y son coherentes, lo aplican en su vida diaria.

Tienen un teléfono. O varios. Más inteligentes que yo. Sirven para jugar, cuadrar agenda, ubicar lugares, pedir el almuerzo, tomar fotos, manejar un dron…  en fin.

Personajes como sus amigos, conocidos, parientes, superiores y subalternos conocen el número. Múltiples circunstancias diarias, semanales, mensuales o existenciales demandan utilizar el dispositivo de comunicación. En 1875 Alexander Graham Bell le dijo a su ayudante –ubicado en  otro piso- “venga señor Watson, lo necesito” Ahí arrancó un inacabable intercambio verbal a través del teléfono. Inconmensurable.

Porque no hay manera de cuantificar esas historias que comenzaron, culminaron o se desarrollaron a través de una, varias  o muchísimas llamadas. El amor en todas sus formas, desde el romanticismo sublime hasta el empalagoso tono de conversaciones inacabables entre adolescentes enamorados; pasando por conversaciones no aptas para  menores, que terminaron derivando en la exitosa industria de las líneas calientes.

Pero no solo el corazón viajó a través de cables u ondas, También la política, las decisiones claves para el futuro de las naciones o el último recurso antes del holocausto nuclear, mediante un teléfono rojo con derivaciones en Moscú y Washington. La misma tecnología cerró negocios que enriquecieron a algunos y arruinaron a otros. Puso a millones a llorar o reír con buenas o malas noticias en el auricular. Noticias que podían proceder desde pocas cuadras de distancia o desde el otro lado del mundo.

Un día la dictadura del cable se acabó. Primero los inalámbricos, después los celulares. El ritual salió de la casa, los teléfonos públicos pasaron al retiro forzoso. Lo que era patrimonio familiar se convirtió en servicio individual 24 x 7. Lo que permanecía en mesita conectado a la pared empezó a  viajar por el mundo en bolsillos y carteras.  En  todo tiempo y lugar se pudo hablar de lo divino, de lo humano, de lo trascendental, de lo efímero, de lo propio y de lo ajeno.

Y mientras la gente boleaba garganta, una alternativa se abría paso. Nada nuevo, como siempre. Hablar a través de la palabra escrita existe desde que el hombre empezó a escribir. Primero fueron los intercambios epistolares –carta va, carta viene–. Mucho tiempo después Morse inventó el telégrafo que evolucionó hasta el telex, algo así como dos máquinas de escribir separadas por la distancia, donde se podía ver lo que escribían en la otra. Tecnologías que quedaron obsoletas al aparecer Internet, la mensajería instantánea, la posibilidad de escribirse en tiempo real, y la generación del chateo.

El chat saltó a los celulares con esa tecnología que en español traduce algo así como “Qué ha habido”. A la opción tradicional de la palabra hablada, se sumó la novedosa del texto escrito. Hablamos de teléfonos, por supuesto. Y como el  hijo que mata a su padre, la serpiente que devora a su propia cola, o alguna otra metáfora igualmente dramática, llegan los protagonistas a los que aludíamos en el primer párrafo.

Nos referimos a esos que jamás contestan. Quienes –comunicativamente hablando- solo lo usan para leer y escribir textos y que, sin despeinarse, inmutarse, preocuparse ni sonrojarse proclaman “No, es que yo ya no hablo por teléfono.


jueves, 12 de mayo de 2016

Nestor, el gasolinero


Las vacaciones de Néstor habían entrado ya en la recta final. Como el dinero disponible prohibía los aviones, iban a ser casi 24 horas en bus para retornar a su casa en el interior.

Por eso, cuando el viajero se enteró de que la prima segunda del hermano de la novia del viejo Miguel iba a viajar por tierra y necesitaba acompañante, las instintos "gasolineros" se alborotaron de inmediato. Sin pedir mayores detalles, se matriculó de copiloto.

Ocho de la mañana. Néstor acaba de cumplir su segunda hora parado en plena calle. El sol quema, y la prima no aparece por ninguna parte. De repente, una dama de 40 años (a 2 kilos el año) surge al timón de un flamante Renault 4.

Después de las disculpas de rigor, la prima segunda del hermano de la novia del viejo Miguel acomoda el equipaje del pasajero. Este, automáticamente, al subir intenta abrir una ventana... “¡No!”

Néstor suelta la manija como si fuera un corrientazo.

- “Disculpa, pero es que tengo una enfermedad en los bronquios y no puedo recibir vientos fuertes pero no te preocupes, el aire acondicionado funciona después de un rato.”

El rato duró tres horas. en las que Néstor  sudó como gallina en sauna, tras de las cuales el aire por fin empezó a funcionar. Inicialmente era una corriente fría que se colaba por la rendija, poco a poco se fue tibiando y de repente se convirtió en... humo.

El incendio fue rápidamente apagado por la chaqueta nueva del acompañante, prenda comprada especialmente para su retorno a tierra fría. Una vez se disipó el humo el daño no parecía tan grave. Claro que la prima no sabia nada de mecánica, y el pasajero en cambio... tampoco

Ahí estaban, varados en una carretera en medio de nada. Y entonces apareció el camionero que sugirió la posibilidad de llevar el carro empujado hasta donde Julio, el mecánico

Tres horas después  un agotado Néstor lograba llegar al montallantas de Julio. En honor a la verdad el camionero, que habló de tres, sólo se había descachado en dos kilómetros, porque eran cinco. Claro que no precisó que el último era en subida.

Don Julio, negro de grasa y tierra, canoso y con un pucho en la boca levantó la tapa del motor, metió la mano, movió dos o tres clavijas y sentencio: "Está quemado". Cuando Néstor le hizo caer en cuenta que eso ya lo sabían, don Julio agregó en tono profundo: "fue una chispa, traigan a Matías".

Matías era el mecánico del pueblo siguiente, a 40 kilómetros de distancia. El copiloto fue designado mensajero y en una chiva de sillas de madera llegó en “solo” hora y media. Después de gastarle al experto tres tandas de chicha amarilla y consumir otro tanto, logró convencerlo de trabajar en su día libre.

Matías insistió en que regresaran en su carro, un Plymouth 58  remodelado que "solo” demoró 1 hora y 15 minutos. Al llegar (ya siendo las seis de la tarde), Matías declaró que estaba muy oscuro, y hubo que darle cuatro cervezas para que le volvieran las luces.

A las ocho de la noche vino la sentencia. Un corto total en el sistema eléctrico, no había repuestos a la mano, y había que ordenarlos a la ciudad.

A las 11 de la noche la prima se decidió, dejaría el carro y llamaría a su hermano a la costa para que la recogiera. A las dos de la mañana el cansancio pudo más que el calor y ambos (prima y Nestor) se quedaron dormidos en el carro.

A las tres de la mañana el hermano de la prima la recogió y juntos iniciaron el retorno a la ciudad. 

Ella estaba tan agotada que sólo al otro día recordó que había olvidado una cosa en el carro.

A Nestor, el gasolinero.



martes, 10 de mayo de 2016

Todos no somos vendedores


El experto de turno maneja la rutina de los motivadores profesionales. La entrada teatral –música de fondo, juego de luces–, imágenes espectaculares proyectadas en el momento clave y una premisa básica empacada como fórmula mágica “Todos somos vendedores”.

Ernesto es el primero en abandonar la conferencia. También es uno de los mejores ingenieros. Desde que le paguen bien y a tiempo, no le interesa la fama.Se le conoce por sus resultados y su bajo perfil. Tampoco se preocupa por "vender" su trabajo o a su persona.

Pero no siempre fue así. En tiempos de adolescente, incursionó en el mundo de las ventas. Incursión que lo alejó para siempre del mismo. Y todo por culpa de  la prima.

El  nepotismo del asunto fue porque la prima viajaba periódicamente a Miami a comprar cosméticos, cremas, jabones, perfumes y demás insumos para la vanidad femenina, así como alguna loción destinada al mercado masculino. Eran tiempos sin globalización y sin negocios especializados en elterritorio nacional. El perfume se descargaba de botellones bajo el genérico pachulí, el maquillaje estaba en las góndolas de almacenes populares y las cremas eran asunto de droguería. Quien quería subirse de estrato tenía cuatro opciones: otro país, San Andrés, sanandresito... o la prima y sus colegas.

Cualquier cosa que tuviera nombre en ingles y etiqueta de made in USA  –porque lo de  USA se hacía en USA, no en China- contaba con mercado. Llegó un momento en que la prima no dio abasto para  distribuir sus productos y empezó a formar una red informal de vendedores. Y Ernesto terminó metido en el baile con un cargamento de sombras, pintalabios, rubor, cremas, pestañina, esmalte, acondicionador, perfumes y demás.

Los  primeros días fueron sencillos, con el mercado natural de  mamá y hermanas financiadas con plata de papá. Pero cuando el progenitor se cansó de subsidiar al hijo, este tuvo que empezar a buscar otros clientes. Y allí la realidad salió a flote.

El hombre tenía sus habilidades, pero vender no era una de ellas. No tenía el discurso, no tenía la paciencia, no conocía tantas mujeres y, lo mas importante, no tenía idea de lo que estaba vendiendo. Las pocas veces que logró concretar una posible cliente sus intenciones comerciales se estrellaron con su cara de bobo ante preguntas técnicas como tono ideal, posibles reacciones capilares o dermatológicas o la más inocentes de todas ¿pero a mí eso sí me quedara  bien? Cuando respondía algo así como “yo no sé, usted verá”, generalmente cerraba la venta, pero sin venta.

Preocupada por la poca movilidad del inventario,  la prima sugirió intentarlo con sus iguales. Así que como último recurso Ernesto desplegó toda su mercancía en un sitio relativamente público –la cafetería del colegio- . Si se trata de asistencia, realmente fue exitoso. Chicas de cursos superiores e inferiores, personal administrativo y hasta profesoras se aglomeraron a su alrededor mientras él mostraba la mercancía. Solo cuando retornó a casa y revisó sus inventarios descubrió que muchas personas habían aprovechado para surtirse, la mayoría sin pasar por el molesto paso intermedio de pagar.

Y durante  el siguiente año y medio, mientras abonaba la  mitad de su mesada para ponerse al día con la prima, Ernesto tomó, maduró e implantó en su vida una directriz: Todos no somos vendedores.

jueves, 5 de mayo de 2016

La leyenda de Semáforo


Lo curioso es que Jairo Alberto no maneja. Pero eso no ha sido problema para consolidarse como negociante exitoso en el comercio al por menor de textiles. No hay relación causa efecto entre los dos hechos, solo es un dato curioso alrededor del apelativo con el que todo el mundo lo conoce en su ámbito laboral: Semáforo.

Todo comenzó en su adolescencia. El no era hijo de papi, pero tampoco tenía que trabajar. Lo básico (casa, tres golpes diarios, transporte, educación) estaba disponible, junto con una mesada para los gastos que podía tener una persona a los 14 años. Pero soñaba con unos pesos obtenidos por sus propios medios, bajo la premisa de “hacer con esa plata lo que me dé la gana porque  nadie me la regaló”, o algo así

Hasta que llegó la oportunidad. El amigo de la novia de un primo tenía unos almacenes de  telas. El amigo le preguntó a la novia del primo que si conocía un pelado que quisiera ganarse una plata los domingos, reemplazando al asistente que laboraba de lunes a sábado. La novia le comentó a su novio, o sea al primo, como un apunte suelto en alguna conversación. Dos días después,  el primo se acordó de que alguna vez Jairo Alberto le había pedido plata prestada, bajo la promesa de pagarle cuando consiguiera trabajo. Aunque era una cantidad mínima, vio la oportunidad de recuperar su inversión y le dijo a su novia, quien le dijo a su amigo, quien le dio los datos gracias a los cuales Jairo lo contactó y, para resumir, al fin llegó el día de su debut laboral.

Nervioso como estaba, casi no durmió la noche anterior. Aunque el horario de entrada eran las 9 de la mañana, llegó desde las 8 a cuidar la puerta del respectivo almacén donde estuvo hasta las y 55, cuando finalmente apareció el dueño (sí, el amigo de  la novia del primo) llave en mano, y el personal de administradora, vendedoras y cajeras.

El perfil requerido era lo que técnicamente se conoce como muchacho oficios varios. Es decir, aquel joven encargado de abrir la puerta, colaborar con el aseo, ayudar a descargar y cargar cosas pesadas y de las otras, apoyar la vigilancia, hacer mandados y cualquier necesidad surgida en la jornada laboral sin responsable especifico.

Pero al nuevo empleado nadie le explicó eso. El dueño solo le dio una instrucción antes de irse a disfrutar de su domingo: párese ahí y eche ojo.  En las siguientes 9 horas Jairo no habló, no fue al baño, y no se atrevió a mover la cabeza. El resto del personal tenía la idea de que este muchacho manejaba algún nivel de cercanía con el patrón, –o con la novia del patrón. o con un primo del patrón– por lo que nadie, ni vendedor, ni cajera, ni administradora, se atrevió a decirle algo.

Así que ese domingo Jairo se ubicó donde él había entendido que era ahí –al lado de  la puerta– y sin moverse un centímetro, se dedicó a seguir con la mirada a todas las personas que entraron y salieron del almacen respectivo.

Quiso la suerte que el propietario, notificado sobre el extraño comportamiento del ayudante le diera una segunda oportunidad. Como habrán deducido, fue el comienzo de una exitosa carrera. Pero esta vez si hubo inducción:  “Hermano, necesito que se mueva y ayude en lo que haga falta.  Parado en la puerta de semáforo no me sirve”

Y el nombre de Jairo Alberto se perdió para siempre, por  lo menos en el ambiente  laboral. De allí en adelante y hasta el día de hoy se convirtió en “Semáforo”.

martes, 3 de mayo de 2016

Los oficios del 21


Este personaje deambula por las instalaciones de un centro comercial. Tiene una caja de embolar, se ve como embolador y hace lo que hacen los emboladores. Pero, como lo señala su chaleco, él no es un embolador. Es un “embellecedor oficial de calzado”. 

Este tipo es un visionario. No está  lejos ese futuro donde oficios y profesiones evolucionarán. Donde, por ejemplo, al tomar un bus quedaremos a cargo del “operador de maquinaria encaminada a movilizar usuarios de sistemas de transporte masivo”.

En cualquier restaurante –desde ejecutivo hasta alta cocina- para acceder a los servicios acudiremos al “facilitador de la relación entre artistas de la preparación de alimentos y potenciales consumidores”, a quien en otras épocas convocábamos como ¡mesero!

Claro, sabemos que nuestro principal proveedor de comida y otros seguirá siendo el tendero, perdón el  “asesor de soluciones de consumo inmediato para sus clientes en pequeños  negocios, especializados en  productos  básicos, ubicados en sectores residenciales”.

Si el aire de las llantas en motos o bicicletas desaparece,  no habrá  problema. Siempre podremos encontrar un "consultor técnico especializado en soluciones para fugas en aros tubulares de caucho rellenos de aire utilizados en sistemas personalizados  de transporte”. De esos que solían identificarse como montallantas o bicicleterías.

¿Se dañó la llave de la puerta? ¿Tiene que cambiar guardas? Busque un “especialista en dispositivos mecánicos y electrónicos de apertura, cierre y aseguramiento utilizados en los elementos arquitectónicos que permiten el paso entre dos espacios separados por algún tipo de cerramiento” que le colabore con esos trabajos de cerrajería.

Aunque estrenar prendas es muy bueno, a veces tocará reparar las que tenemos. Desde cambiar un botón hasta un forro, esa labor estará a cargo del “restaurador de piezas artesanales o industriales utilizadas para proteger a los seres  humanos de fenómenos naturales y con propósitos estéticos”, quien normalmente labora en una clínica de ropa.

También habrá que abrirle campo a la diversión. Parques, conciertos, espectáculos deportivos demandarán contacto previo con  el “proveedor de comprobantes de acceso para actividades destinadas al entretenimiento en espacios para públicos masivos”. Generalmente estará en la taquilla. 

Otra opción será ver películas en casa. Habrá formas legales y de las otras, como acudir al “distribuidor de copias no autorizadas de productos audiovisuales sin establecimiento comercial conocido” quien venderá los DVD de dudosa procedencia en la calle.

¿Tiene problemas de pareja? O está a punto de formalizar su unión matrimonial. Será buen momento para acudir a “intérpretes de instrumentos musicales con repertorios especializados  para presentaciones callejeras o domiciliarias contratadas a destajo” y darle una serenata a esa persona especial.


Eso sí, en caso de que sea un edificio o conjunto, asegúrese de contactar previamente a la “autoridad encargada de regular el acceso a inmuebles destinados a vivienda  multifamiliar, producción industrial, oficinas o almacenamiento” porque de lo contrario, ese vigilante no lo va a dejar entrar.