No tiene nombre. Nadie sabe donde
está. Parece que es una sola persona, aunque cuando se refieren a él hablan en
plural. Su sola invocación acaba de un tajo con discusiones, argumentos,
observaciones o críticas. Es algo así como un dios, pero en versión
corporativa. Y su poder está en la palabra, literalmente.
Como no tiene rostro ni ningún otro rasgo identificable,
para presentarlo públicamente toca a punta de ejemplos. Ubiquémonos en una
empresa. No puede ser cualquiera. Debe
ser lo suficientemente grande para diluir responsabilidades. Para que existan
instrucciones claras y específicas de origen incierto. Entre más grande y
burocratizada, mejor.
Volvamos a nuestra organización. Un día queda claro que
se prohíbe ir a trabajar, digamos, en
crocs. O en tenis. O en zapatos abiertos. O en tacones de determinadas alturas.
No hay memorando ni orden escrita sino un comentario que a velocidad de rayo
pasa de dependencia en dependencia: “prohibieron usar esos zapatos”.
“¿Prohibieron?”, ¿quiénes? Nunca lo dicen. La frase es así, sin sujeto.
Como cuando están preparando la presentación para la junta directiva y alguien
dice, cambie eso porque “así es como quieren que quede”. Y así quedará. Se
supone que el resultado dejará a alguien tranquilo o satisfecho. ¿A quién?
Buena pregunta.
El poder desconocido es
especialmente eficiente en momentos de innovación. Para ambos lados. Frena
iniciativas excesivamente creativas, cuando los seres de la dimensión superior
ven en la propuesta de turno algo “demasiado arriesgado, demasiado innovador,
innecesariamente reformista”. Pero también promueve cambios que deben ser
aceptados sin ninguna objeción porque “esa es la decisión”, “así son las cosas ahora” o –para variar– “eso es lo que quieren”. Y punto.
La presencia omnímoda, palabra rebuscada que
significa “Que lo abraza y comprende todo” según la Real Academia, hace honor a
su significado. Tiende a aparecer cuando
un subalterno cuestiona alguna propuesta del jefe. Aclaración necesaria. No es
que se niegue a hacer el trabajo. No es que cuestione la orden como tal. Simplemente plantea alguna opción razonable
en el procedimiento. Y entonces aparecen
los que “dicen que hay que hacerlo así”. Última
palabra.
También es el argumento favorito a la hora de establecer los términos de una labor contratada externamente. Lo que los tecnócratas llaman outsourcing, los sindicalistas tercerización y los trabajadores peor es nada. En esos casos la instrucción comienza con un "aquí quieren que..."
Una característica de estas
deidades cuya infalibilidad compite con la del papa es que hablan a través de
alguien con mando. No con quien tiene el mando mando –léase gran jefe– sino con
quien es la vez jefe y subalterno –léase
mando medio–. En cualquier reunión de área, cualquier discusión sobre
temas como, por ejemplo, el almuerzo del Día de la Secretaria se zanjan
rápidamente con un “prefieren que sea en ese sitio”.
Tal vez haya por ahí algún
malpensado que piensa que los mandos medios no son voceros de un poder
superior, sino que se escudan en esas oraciones ambiguas para imponer puntos de vista propios que no
tienen ningún sustento corporativo. A esos personajes negativos les sugiero que
guarden para sí sus opiniones, porque pueden generar problemas con…
…ustedes saben con quien.