El experto de turno maneja la rutina de los
motivadores profesionales. La entrada teatral –música de fondo, juego de
luces–, imágenes espectaculares proyectadas en el momento clave y una premisa
básica empacada como fórmula mágica “Todos somos vendedores”.
Ernesto es el primero en abandonar la
conferencia. También es uno de los mejores ingenieros. Desde que le paguen bien y a tiempo, no le interesa la fama.Se le conoce por sus resultados
y su bajo perfil. Tampoco se preocupa por "vender" su trabajo o a su persona.
Pero no siempre fue así. En tiempos de
adolescente, incursionó en el mundo de las ventas. Incursión que lo alejó para
siempre del mismo. Y todo por culpa de
la prima.
El
nepotismo del asunto fue porque la prima viajaba periódicamente a Miami
a comprar cosméticos, cremas, jabones, perfumes y demás insumos para la vanidad
femenina, así como alguna loción destinada al mercado masculino. Eran tiempos
sin globalización y sin negocios especializados en elterritorio nacional. El
perfume se descargaba de botellones bajo el genérico pachulí, el maquillaje
estaba en las góndolas de almacenes populares y las cremas eran asunto de
droguería. Quien quería subirse de estrato tenía cuatro opciones: otro país,
San Andrés, sanandresito... o la prima y sus colegas.
Cualquier cosa que tuviera nombre en ingles
y etiqueta de made in USA –porque lo
de USA se hacía en USA, no en China-
contaba con mercado. Llegó un momento en que la prima no dio abasto para distribuir sus productos y empezó a formar
una red informal de vendedores. Y Ernesto terminó metido en el baile con un
cargamento de sombras, pintalabios, rubor, cremas, pestañina, esmalte,
acondicionador, perfumes y demás.
Los
primeros días fueron sencillos, con el mercado natural de mamá y hermanas financiadas con plata de
papá. Pero cuando el progenitor se cansó de subsidiar al hijo, este tuvo que
empezar a buscar otros clientes. Y allí la realidad salió a flote.
El hombre tenía sus habilidades, pero
vender no era una de ellas. No tenía el discurso, no tenía la paciencia, no
conocía tantas mujeres y, lo mas importante, no tenía idea de lo que estaba
vendiendo. Las pocas veces que logró concretar una posible cliente sus
intenciones comerciales se estrellaron con su cara de bobo ante preguntas
técnicas como tono ideal, posibles reacciones capilares o dermatológicas o la
más inocentes de todas ¿pero a mí eso sí me quedara bien? Cuando respondía algo así como “yo no
sé, usted verá”, generalmente cerraba la venta, pero sin venta.
Preocupada por la poca movilidad del
inventario, la prima sugirió intentarlo
con sus iguales. Así que como último recurso Ernesto desplegó toda su mercancía en un sitio relativamente público –la
cafetería del colegio- . Si se trata de asistencia, realmente fue exitoso.
Chicas de cursos superiores e inferiores, personal administrativo y hasta
profesoras se aglomeraron a su alrededor mientras él mostraba la mercancía.
Solo cuando retornó a casa y revisó sus inventarios descubrió que muchas
personas habían aprovechado para surtirse, la mayoría sin pasar por el molesto
paso intermedio de pagar.
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