jueves, 30 de junio de 2016

Recorrido incoherente desde el barbudo de turno hasta los bancos ecológicos


1.- Volvieron los barbudos. Grandes matas de pelo cuelgan de las quijadas de un determinado grupo de caballeros. En tiempos pasados la barba era como el cabello. Su corte y cuidado dependía de profesionales. Hasta que el señor Gillete se inventó la cuchilla que convirtió la visita periódica a la barbería en rito diario personalizado. Y los cabellos en la parte inferior de la cara cogieron significado. Barba de intelectual, barba descuidada como indicador de malos tiempos, barba intencionalmente descuidada como estrategia de seducción, barba de malo,  barba de submarinista. Una nueva generación de barbudos ha retomado el vello facial. No hay que buscarlos, están en todas partes. Como lo que sigue.

2.- El caminante se encontró con un puesto de empanadas en plena calle. Mientras degustaba el producto, le dio por conversar con el microempresario de turno. Así cayó en cuenta de su error. No estaba comprando empanadas en la calle sino “Soluciones alimenticias que combinan comidas completas en empaques consumibles cerrados distribuidas en puntos con circulación constante de potenciales consumidores”. Y es que no era un rebusque, sino un emprendimiento.

3.-  Hoy está de moda hablar de los millenials. Personajes que no pueden ejercer como médicos, vigilantes ni en cualquier actividad que implique turnos u horarios. No lo digo yo sino perfiles (ejemplo) que aparecen periódicamente en diferentes medios donde destacan de este combo su creatividad, pero alejada de todo elemento formal. Es decir, algo así como yo cambiaré al mundo, pero cuando a mí se me dé la gana. Entretanto, que el mundo se aguante. Y que me mantenga. Lo que parece ser cierto es que este grupo sí quiere hacer del mundo un sitio mejor.  Mejor para ellos.

4.-  A propósito de emprendimientos, tienen sus portavoces oficiales: el asesor empresarial y su lista de instrucciones; y el experto en autoayuda con su seguidilla de frases obvias presentada como fórmulas mágicas en libros, conferencias, entrevistas y todas las anteriores. Tanto los unos como los otros parten de  un principio cuando menos discutible, que es que alguien que toda su vida laboral ha sido asalariado, ha pensado como asalariado, ha actuado como asalariado y se ha ganado la vida como asalariado, puede hacer la metamorfosis  a empresario con solo leer un libro, asistir a unas conferencias o anotarse en una lista.

5 -  Hablando de emprendimientos y millenials, hablemos de call centers. No sé si son un emprendimiento. No sé si los que trabajan ahí clasifican como millenials, pero en cambio tengo claro que son una mezcla extraña entre intruso, mártir, inoportuno y, generalmente, paisa, que se ganan la vida haciendo inoportunas llamadas a horas igualmente inoportunas para intentar vender inoportunos e innecesarios productos nunca solicitados.Y no sé como les pagan, pero si fuera por insulto recibido creo que más de uno sería millonario. Me caen mal, aunque los admiro y respeto. pero por favor, no me llamen.

6- También ofrecen modificaciones a determinados servicios. Por ejemplo, cierto banco se comunica periódicamente con sus clientes exhortándolos a ayudar al planeta renunciando a recibir sus extractos o cuentas por correo y pasándose al formato electrónico. Lo que no dicen es que esa renuncia se traducirá en una reducción de sus gastos de distribución. También son bastante discretos en el tema de cómo esa reducción beneficiará al cliente en concreto. Claro, puede que realmente sea un acto desinteresado cuyo único objetivo sea apostarle al futuro del medio ambiente.Al fin y al cabo... ¿desde cuando los bancos se preocupan solo por la plata?

martes, 28 de junio de 2016

Había que verlas


En mi vida existen tres problemas. Uno, no tengo tema para la columna de esta semana. Dos, no he escrito nada sobre el milenio pasado. Tres, no he visto a los Trinity en ninguna de las antologías del cine del siglo XX.

Los Trinity -para nuevas generaciones- eran un “caribonito” llamado Terence Hill quien junto con Bud Spencer, un barbudo gordo y grande, protagonizaban comedias en las que les daban tremendas “muendas” a los malos.

 Sus filmes se incluían en la categoría social de los niños y adolescentes. Si uno no los veía, corría riesgos graves como quedar por fuera de las conversaciones, no entender los chistes, o parecer demasiado inteligente. Había que verlos, o fingir que se habían visto.

Con ese criterio, lanzó aquí una lista de las películas HQV (había que verlas) del siglo pasado. Y lo acepto: los argumentos son ridículos, las tramas superficiales, la técnica pobre y muchos de ellas se olvidaban a la semana. Pero en su momento.. había que verlas.

La niña de la mochila azul: Dramonón mexicano con un final maníaco - depresivo. Música de fondo ranchera cantada por Pedro Fernández antes de cambiar de voz.

Porkys: Sucesión inacabable de chistes verdes made in USA. El argumento giraba alrededor de un burdel cerrado a menores, y unos cuantos menores haciendo esfuerzos por entrar a él. Despedida de soltero: Para efectos de historia oficial, se salva por que ahí actuó Tom Hanks (el del Código da Vinci, para los más jóvenes. Para efectos de comentarios callejeros, se salva por una escena en la que se utilizan condones en vez de globos con fines decorativos.

Cupido motorizado: Un Volkswagen mutante con vida propia, que se dedicaba a solucionarle los problemas sentimentales a sus ocasionales propietarios y pasajeros. Fueron como cinco partes. (Y hace relativamente poco hicieron una con Lindsay Lohan que programan día por medio en algún canal de cable).

Las de Louis de Funes: Un viejito calvo francés que se parecía a alguien conocido. A un prefecto de disciplina, a un tío, a un amigo de la casa. Se metía en líos, hacía caras y tal vez la más popular de sus películas fue “Las aventuras de Rabbi Jacob”, o algo así.

Carta de amor: Unas cartas de amor escritas por una joven enamorada de un adolescente torpe para que este conquistara a la mona sexy de la que estaba enamorado que era hija de un policía que termina enredado con la mama del tipo torpe... Bueno, viéndola en cine sí se entendía y era divertido.

jueves, 23 de junio de 2016

Historias de una mujer inolvidable


Técnicamente no es un defecto. Incluso puede llegar a considerarse una cualidad. Es más, le permite hacer cosas que los humanos normales no pueden. Atraviesa  paredes. Supera distancias. Destaca entre las multitudes y es capaz de llamar la atención de cualquiera. Es imposible ignorarla. Así muchos lo quieran.

Tiene que ver con la parte del cuerpo que cumple esas funciones. Ella tiene lo mismo que los demás, pero distribuido, organizado, ubicado o alguna cosa terminada en ado que la hace única, o por lo menos excepcional. Afortunadamente, aseguran algunos.

Esos algunos son quienes la tienen que sufrir a diario. Su esposo, quien la ama de todo corazón pero no termina de acostumbrarse. Los compañeros de oficina, quienes reconocen sus habilidades profesionales, pero viven en permanente estado de alerta o crispación. Y cualquier transeúnte despistado que de un momento a otro recibe una muestra gratis de ese don que destaca a Sandy entre el resto del conglomerado.

Porque la voz de Sandy es, ¿cómo decirlo? No es algo potente, no es algo melodioso, es de una tonalidad especialmente aguda que de alguna manera supera cualquier obstáculo físico y entra directamente (y se queda) en el cerebro de su interlocutor, o de cualquiera que esté en un radio de cinco y hasta más metros a la redonda.

Además de su alcance y eficiencia, es la sensación. La sensación de quien la escucha. Algo así como una fresa de odontólogo tratando de cantar ópera. O un canario que nunca aprendió su canción. O la alarma de un carro preguntando la hora. Es la voz más chillona, penetrante y perturbadora que cualquiera se pueda imaginar.

Y como suele pasar, si alguna vez a Sandy le importó, eso pertenece al pasado. Así que contesta el teléfono en plena calle con un aló que pone en estado de alerta al público circundante, sigue con alguna historia que le crispa los nervios  -al publico circundante-  y cuando finalmente se despide por lo menos tres subconscientes clasifican para soñar con violinistas destemplados durante las noches subsiguientes.

Ella tiene la tendencia a ponerse citas en sitios concurridos donde su presencia no es evidente hasta que habla.  En ese momento quien la esté buscando la  nota enseguida, junto con las 20, 30, 40 o mil personas que se hallen en los alrededores. Nadie se atreve a echar un chiste en su presencia. Su risa es algo así como su voz. Pero peor

En temas  laborales nunca pierde una discusión, porque su jefe, sus colegas, o cualquier persona que la haya escuchado prefiere darle la razón antes que oírla argumentar. O saludar. O pedir asesoría. No puede reivindicarse como inventora de la mensajería instantánea u otro sistema de comunicación por escrito, pero contribuyó como nadie a su popularización. Por lo menos en su entorno cercano.  . 

¿Y su esposo? Él la quiere. La quiere mucho, pero añora esos primeros tiempos cuando ella apenas lo conocía y comenzó a sentir algo por él. Ese algo era amor. Pasó algún tiempo antes de que se dieran las circunstancias que finalmente los llevaron a relacionarse y convertirse en pareja. Pero nos estamos desviando. ¿Qué es lo que el esposo añora?

Cuando Sandy lo amaba en silencio.

martes, 21 de junio de 2016

Ñapa familiar


De entrada hay que aceptarlo. En todas las familias existen bichos raros. Personajes exóticos con comportamientos -en el mejor de los casos- socialmente inaceptables, o  -en el peor- bordeando la frontera de la irracionalidad y el Código Penal.

Pero a fuerza de convivir con ellos, el núcleo familiar termina por aceptarlos, acostumbrarse e ignorar sus particularidades. Quienes realmente deben sufrir a los parientes extraños son los que ingresan al clan por la vía política.

Así, en las reuniones, las visitas, a horas inesperadas o en cualquier momento del día el esposo o esposa de turno se ve sorprendido y desconcertado por allegados a su cónyugue con manías como las siguientes:

- La adolescente dramática que improvisa una sonora escena de despecho con amenaza de suicidio cada vez que la deja un novio.
- El solterón que llega a cualquier hora con una garrafa de aguardiente y ganas de conversar.
- La rezandera que considera que donde hay dos personas o más es obligatorio empezar un rosario.
- Los parientes de origen campesino que reciben todas las visitas a todas las horas con tamales, chocolate, almojábanas y un insistente “pero coma, mijito”.
- El conversador de malas ideas al que todos ignoran.
- El muerto de hambre que llega directo a la nevera y selecciona lo más caro.
- La viuda que se emborracha con dos tragos y se dedica a evocar durante toda la noche a su marido, muerto cuatro décadas atrás.
- El joven con algún tornillo suelto que habla por horas, y horas, y horas, algo que solo él entiende.
- El pequeño malcriado que por cualquier cosa se tira al piso, llora, se revuelca, aúlla y patalea.
- El anciano que en todas las reuniones repite las mismas siete anécdotas sobre su único viaje a Europa.
- El comerciante que compra al por mayor y regala enormes cantidades de productos perecederos a punto de perecer.
- El caballero de antecedentes penales que periódicamente desaparece y aparece pidiendo -con aire de película de misterio-  plata para un pasaje porque tiene que desaparecer por unos días.
- Los parientes prolíficos que andan a todas partes con su camada de ocho hijos.
- La hipocondríaca que se autodeclara en estado terminal cada media hora.
- El fanático político que desvía cualquier conversación a la defensa de su partido.
- El primo lejano que siempre pide prestado el baño después de saludar.
- La tía abuela que nunca se ha podido aprender nuestro nombre.
- El padre que improvisa un discurso conmemorativo cuando se reúnen más de tres personas.
- El  coleccionista de objetos extraños que lleva una pieza nueva a las reuniones familiares y las describe minuciosamente, mientras todo el mundo lo ignora
- Ese que no habla pero se sienta al lado del esposo o esposa de turno mirándolo directamente a los ojos.

jueves, 16 de junio de 2016

El arte de no saludar


Saludar es  relativamente fácil.  Se puede ser efusivo, con grito, beso y abrazo; o se puede ser parco, con un leve arqueo de cejas o una pequeña señal de mano. Entre esos dos extremos se admiten todas las variantes. Con respecto a quien saluda primero, se puede acudir a la urbanidad de Carreño para conocer el reglamento respectivo.

Pero la realidad es que muchas veces no queremos saludar. Y para eso no hay normas, sino que rige la ley de la selva. El más vivo se abstiene. El más diplomático ignora. El más grosero no responde. El resto (o sea usted, yo, y el 99 por ciento de los colombianos), se traumatiza  tratando de ejercer el arte de no saludar.   

La situación más común es una calle. Caminamos norte - sur. La persona que estamos evitando viene de sur a norte. Pocos metros antes nos percatamos de su presencia. Primera reacción, cruzar la calle. Mala idea porque tenemos afán, hay mucho tráfico o no podemos ser tan ridículos

Así que seguimos avanzando hasta que se acaba la disculpa de la distancia. Viene entonces la fase dos, o el arte de desviar la mirada. Las mujeres clavan los ojos en el piso. Los hombres miran la calle, miran el cielo, miran la hora o miran al frente, entendiendo por frente una línea imaginaria que no permite ver a la persona que está al frente.

(En realidad es bastante complicado. No intentaré explicarlo más, porque tres matemáticos, dos oculistas, dos oftalmólogos, un ingeniero calculista y un tipo que se metió de sapo se suicidaron cuando trataron de  hacerlo)

En ese momento hay dos posibilidades. La otra persona tampoco quiere saludar, lo que implica un tranquilizador acto de ignorancia mutua, o sí quiere, nos ve y - lo peor de todo -, nos saluda.

Ante la última y terrorífica eventualidad, nos quedan tres opciones. Uno, hacernos los pendejos. Dos, responder con una señal apenas imperceptible, aplicando la ley del tinto (no se le niega a nadie), y tres, tragarnos el orgullo, y responder de la misma manera, y rogar a Dios para que la otra persona no tenga ganas de conversar.

Eso de ser grosero es un problema.

Más cuando uno quiere hacerlo educadamente.


martes, 14 de junio de 2016

La pelea del día: JJ contra SITP


En alguna parte del SITP hay un equipo multidisciplinario cuyo trabajo es tan eficiente y eficaz que sería injusto atribuirlo a un solo individuo. No sé como se denominarán internamente, pero JJ tiene claro lo que hacen: fregarle (con J) la  vida. A él.

JJ es Jose Jairo, ciudadano promedio y usuario del SITP. SITP es Sistema Integrado de Transporte Público, eso que se inventaron en Bogotá para montar en bus. Combina automotores de distintos tamaños y colores, tarjetas recargables para pasajes, y un sistema de rutas con trasbordos para llegar a su destino. Al de JJ.

Así que el primer asalto es descifrar el laberinto de rutas para definir su propio camino. El suyo. Y el de JJ. Suena filosófico, aunque es de un pragmático subido. A  veces el trasbordo es gratis, en otros vale 300 pesos. O más. Pero eso es otra historia.

Suena la campana. JJ llega al paradero. Alguien le ha dicho que por ahí pasa una ruta que le sirve. Hay unos letreros donde aparecen las rutas y el resumen del recorrido. Donde aparecen casi todas las rutas. ¿Cuál falta? La que le sirve a JJ. Claro que hay espacios en blanco donde, tal vez, algún día figure esa ruta.  (En otro punto de la ciudad existe un paradero en sentido contrario. Con su lista de rutas, incluyendo una que le sirve a JJ para volver a casa. Es decir, le serviría si algún experto en eficiencia no hubiera decidido eliminarla. No hay ruta, pero queda el letrero).

Ahora es de noche. Los buses andan a la  máxima velocidad posible. Algunos disponen de aviso luminoso que se divisa en la distancia. Otros incluyen la tradicional tabla, un pedazo de madera con letras y (a veces) una luz inferior para efectos de visualización nocturna. Luz que funciona cuando el bus está cerca. Muy cerca. A veces el el usuario lo alcanza a reconocer y le extiende la mano para que se detenga en el paradero, fijo y obligatorio.

Fijo y obligatorio es un concepto relativo para las rutas, o mejor, para los conductores de las rutas que le sirven a JJ. Para algunos conductores esas palabras significan mirar al usuario y seguir derecho. Otros paran, 15 o 20 metros delante del letrero. Y hay casos especiales donde lo que está en juego no involucra velocidad, sino congestiones de tránsito que ubican al respectivo bus frente al respectivo paradero. En tercera fila.  Ahí lo ve JJ. Y ahí lo despide sin poder subirse porque, contrario al  sistema tradicional, estos buses solo abren la puerta cuando están al lado de la acerca.

Claro que eso es cuando llegan. Porque hay rutas que pasan cada cinco minutos, casi vacías. Y ha rutas como las que usa JJ. Las que se demoran 20, 30, 45, 60 minutos. Eso sí, cuando arriban la cosa es masiva. Tres automotores seguidos. ¿Se acuerdan de los 300 pesos? Hay un límite de tiempo. Superado ese límite se paga tarifa completa.  Es un límite racional para las rutas, pero no para las de JJ. Una noche el saldo alcanzaba  para tarifa especial, no plena. El bus se demoró y cuando finalmente apareció uno que se detuvo ese saldo no alcanzó. Y el punto más cercano para recargar la tarjeta estaba a unas 17 cuadras. De las largas. JJ las contó mientras hacía el recorrido. También contó como tres locales donde alguna vez vendieron recargas pero ya no.

Rutas sin información.  Rutas eliminadas. Letreros imposibles de leer en la noche. Buses que no pasan. Buses que no paran.. JJ lo reconoce, los del equipo multidisciplinario son buenos. Tan buenos, piensa, que deberían utilizar esas habilidades en algo más  productivo. Como mejorar el servicio. Para JJ. Y para usted. Y para mí.

jueves, 9 de junio de 2016

Gestión de riesgos


Si quiere caminamos.  O vamos  en carro, pero en bicicleta  no. Es que eso es muy peligroso. No, en serio. La cosa fue que hace como un par de años me insistieron tanto en que comprara la  bici (¿o la cicla?) que decidí cogerle la caña a mis hijos. Además porque me dijeron que era solo para los fines de semana. Y que Bogotá era plano. Alguna vez, el médico me había recomendado lo mismo. Combinado con dos o tres rondas de gimnasio semanales.

Bueno, yo hago spinning martes y jueves. Clave para eso de la salud. Porque  usted sabe que yo me preocupo mucho por mi salud. Sí, conozco el apodo. Pero diccionario en mano le puedo demostrar que no soy Hipo.  Hipocondríaco. Yo no me invento enfermedades que no tengo. Yo las prevengo. Eso es distinto.

Cuando yo aprendí a montar en bicicleta tuve unas cuantas caídas. Igual que todos, supongo. Así que si quería volver a pedalear por las calles tocaba garantizar la seguridad. De manera que me documenté y actué en consecuencia.

Primero la bicicleta. Anatómica. Sobre medidas. Con sistema de amortiguación para proteger los riñones. Ensayé  siete sillines diferente hasta dar con el que era más ergonómico, donde el cuatro letras quedaba mejor ubicado y con el mullido adecuado. Luego los EPP. Los elementos de protección personal, acuérdese. Uno aprende cosas en los cursos de HSEQ. Como que no sabe, la sigla en inglés de salud, seguridad, medio ambiente y calidad. Donde uno aprende cosas como que el autocuidado trasciende el ámbito laboral y que hay que usar EPP.

Primero el casco. Con normas  ISO, como no. Bueno, claro que a mí me tocó verificar, normas en manos, porque ninguno de los negocios a donde fui sabía lo qué era eso. Y las rodilleras, coderas y hombreras. Y el peto. Y la máscara filtro. Y los guantes. Y las gafas de seguridad. Y los reflectivos para garantizar la visibilidad. Y el pito.

Le acepto que sentí que me miraban un poco raro con mi pinta de robocop, más apta para pista de ciclocross que para vía recreativa. Tras el calentamiento previo y estiramiento muscular, inicié mi primer recorrido. Sí, sudé un poco. Más bien como mucho. Ese dia en particular al Sol le dio por salir y metido en toda esa parafernalia el calor se sentía un poquito. Okey, okey, casi me aso.

Una rápida revisión me permitió escoger de cual EPP podía prescindir. La  máscara. Diseñada para filtrar el monóxido de carbono. Aunque por supuesto el aire de ciudad tenía algún rasgo de CO2, en domingo, en vía cerrada a carros, la incidencia era mínima. Además, me incomodaba un poco para respirar. Bueno, casi que me ahogaba.  Así que me quité la máscara y empecé a disfrutar del pedaleo.

Aire en la cara, bonito paisaje, buen equilibrio, sensación de relajamiento y libertad. Le reconozco que se sentía bien y parecía racionalmente seguro. Hasta que un peligro casi imposible de controlar me atacó. Ya le dije que la mascara impide respirar bien y aunque lo intento, no puedo mantener la boca cerrada todo el tiempo. Y por eso ya no  pedaleo por  la calle. Es peligroso.  En serio.

¿Qué cuál fue el problema? La maldita mosca que apareció de  ninguna parte y me  tragué en menos de medio segundo. Es mas, creo que todavía no he podido sacarla.

martes, 7 de junio de 2016

Dinámica de clima organizacional


Habla el instructor. "Para la actividad que viene a continuación necesito que formen grupos. Ya sé que no se conocen pero precisamente ese es uno de los objetivos. Equipos de cinco personas, por favor. Listo. Ahora les voy a dar cinco palabras y ustedes escogen una e improvisan un diálogo. Las palabras son perro, avión, cumbia, zapatos y elefante".

- Bueno, y cómo hacemos.
- No sé, lo que ustedes digan.
 (Silencio grupal).
-  ¿Perro?
- Un perro me mordió.
- ¿Empezamos así?
- No, de verdad, a mí me mordió un perro.
- A mí me gustan los perros.
- A mí no, les tengo miedo.
 (Silencio grupal).
- Cambiemos ¿qué tal avión?
- Yo nunca he montado en avión
- Yo tampoco.
- Yo sí pero no me gusta porque me mareo.
- Listo, sigamos.
 (Silencio grupal).
- Que  tal, ehh, cumbia.
- Sí, cumbia, todos hemos oído cumbia.
- ¿Cumbia colombiana, argentina o mexicana?
- ¿Hay cumbia argentina?
- Creo que sí.
 - No sabía.
-  ¿Y qué decimos?
(Silencio grupal).
- Zapatos, esa es.
- Y qué se puede decir de unos zapatos.
- Modelos, tallas, colores
- Ni que fuéramos viejas.
- ¡Oiga, yo soy mujer!
- Y yo también
-  Perdón, fue una… una…
- No nos enredemos. Esto es muy fácil
(Silencio grupal).
-  Escojamos los elefantes.
-  Todos hemos visto elefantes.
-  Pues de verdad no pero en foto y en películas sí.
- Yo si veía elefantes en los circos cuando era niño.
- Ahora está prohibido, creo.
- ¿De verdad? No sabía. Hace años que no voy a un circo.
- Listo, elefantes.
(Silencio grupal)
- Esto es difícil.
- Sí.
- ¿Y si tratamos de combinar temas?
- Cómo así.
- No sé,  un perro bailando cumbia con un elefante…
(Risa grupal).
(Silencio grupal).
-…y con zapatos de tacón alto.
- ¿el perro o el elefante?
 (Risa grupal).
- Hagámosle que se está acabando el tiempo.
- ¿Esto a qué horas se acaba?
- Yo no sé, en el correo que mandó Talento Humano decía que duraba una hora.
- ¿A usted le mandaron correo de Talento Humano? A mí el jefe me escribió y me dijo que tenía que asistir.
- A mí me pasó lo mismo, esta mañana.
- Fijo que le tocaba a él y lo delegó.
- Y una con tanto trabajo.
-  Sí, yo no entiendo para que hacen estos talleres que lo sacan a uno de línea.
- Creo que es un asunto de clima organizacional.
 (Silencio grupal).
- Y…entonces, ¿qué hacemos?
- No sé.
- Es que eso de improvisar una conversación con desconocidos es muy difícil
(Asentimiento grupal).

jueves, 2 de junio de 2016

Teoría y práctica del arte de humhunear


Preocupado ante la caída en el rendimiento de sus estudiantes, el profe González optó por revisar su estrategia pedagógica. Educador de la vieja guardia, basaba el proceso de enseñanza aprendizaje en una antigua máxima: “En sentido figurado, cada uno de los signos gráficos que componen el alfabeto de un idioma pueden entran a formar parte del conocimiento de un individuo mediante el uso alternado de  reprensión, aviso, consejo, amonestación o corrección, incluso con la presencia del líquido, generalmente de color rojo, que circula por las arterias y venas del cuerpo de los animales”.

González sabe que este principio –cuya versión tradicional es “la letra con sangre entra” – no es aplicable, de forma literal,  en estos tiempos,  Ni siquiera para sus alumnos, que teóricamente ya no están protegidos por el derecho del niño, porque su ámbito de trabajo es la universidad. Pero ya que el color rojo está desterrado del aula como fluido corporal, hace presencia mediante aplicación sistemática de ceros y otras notas que aparecen en tono carmesí en los reportes parciales.

Pero el esquema ya no parece tan exitoso como en otros tiempos, donde una mala nota administrada a tiempo estimulaba al estudiante para la superación personal. Alguien le propuso a González trabajar más de cerca con sus aprendices, mediante asesorías personalizadas. Y funcionó. Bueno, en parte de los casos. En otros, González detectó una curiosa constante. Él se sentaba frente al estudiante, quien lo miraba con interés. El educador comenzaba a explicar porque algún trabajo no obtuvo el resultado esperado, mientras su interlocutor rotaban la mirada entre el profesor y el trabajo, hasta que –tarde o temprano– sonaba el primer Hummm.

Más adelante, frente a algún punto especialmente complejo donde González ponía toda su habilidad pedagógica para garantizar la cabal comprensión del tema volvía a aparecer el susodicho comentario; Hmmmm, hummmm

Y proseguía. El sonido nunca cambiaba, la entonación sí. Había un hummm que sonaba a curiosidad, otro que expresaba a satisfacción, un tercero interpretable como cabal comprensión del tema (normalmente reforzado por el lenguaje corporal del asentimiento con la cabeza) y así sucesivamente.

La cosa hubiera tenido un final feliz, si no fuera porque en el siguiente trabajo los mismos estudiantes cometieron los mismos errores. Y una nueva sesión de asesorías personalizadas generó idéntica reacción que en la anterior. Y cuando el fenómeno pasó de esporádico a constante, González empezó a caer en cuenta de que la situación le parecía conocida.

No demandó mayor esfuerzo encontrarla en otros escenarios. El padre que regaña al hijo. La autoridad que amonesta al civil sorprendido en alguna falta menor. El jefe que entrega a su subalterno información detallada sobre algún procedimiento. La novia que narra detalladamente  a su pareja algún problema personal, mientras este responde con el sonido de marras mientras su cerebro espera el siguiente partido de la Selección. 

Diferentes personajes y circunstancias que han convertido a Gonzalo en el principal promotor para la inclusión de una nueva palabra en el idioma español.

El verbo humhunear