Si quiere caminamos.
O vamos en carro, pero en
bicicleta no. Es que eso es muy
peligroso. No, en serio. La cosa fue que hace como un par de años me
insistieron tanto en que comprara la bici
(¿o la cicla?) que decidí cogerle la caña a mis
hijos. Además porque me dijeron que era solo para los fines de semana. Y que
Bogotá era plano. Alguna vez, el médico me había recomendado lo mismo.
Combinado con dos o tres rondas de gimnasio semanales.
Bueno, yo hago spinning
martes y jueves. Clave para eso de la salud. Porque usted sabe que yo me preocupo mucho por mi
salud. Sí, conozco el apodo. Pero diccionario en mano le puedo demostrar que no
soy Hipo. Hipocondríaco. Yo no me
invento enfermedades que no tengo. Yo las prevengo. Eso es distinto.
Cuando yo aprendí a montar en bicicleta tuve unas cuantas
caídas. Igual que todos, supongo. Así que si quería volver a pedalear por las
calles tocaba garantizar la seguridad. De manera que me documenté y actué en
consecuencia.
Primero la bicicleta. Anatómica. Sobre medidas. Con sistema
de amortiguación para proteger los riñones. Ensayé siete sillines diferente hasta dar con el que
era más ergonómico, donde el cuatro letras quedaba mejor ubicado y con el mullido
adecuado. Luego los EPP. Los elementos de protección personal, acuérdese. Uno
aprende cosas en los cursos de HSEQ. Como que no sabe, la sigla en inglés de
salud, seguridad, medio ambiente y calidad. Donde uno aprende cosas como que el
autocuidado trasciende el ámbito laboral y que hay que usar EPP.
Primero el casco. Con normas
ISO, como no. Bueno, claro que a mí me tocó verificar, normas en manos,
porque ninguno de los negocios a donde fui sabía lo qué era eso. Y las rodilleras, coderas y hombreras. Y el peto. Y la máscara filtro. Y los guantes. Y las gafas de seguridad.
Y los reflectivos para garantizar la visibilidad. Y el pito.
Le acepto que sentí que me miraban un poco raro con mi pinta
de robocop, más apta para pista de ciclocross que para vía recreativa. Tras el
calentamiento previo y estiramiento muscular, inicié mi primer recorrido. Sí,
sudé un poco. Más bien como mucho. Ese dia en particular al Sol le dio por salir y
metido en toda esa parafernalia el calor se sentía un poquito. Okey, okey, casi
me aso.
Una rápida revisión me permitió escoger de cual EPP podía
prescindir. La máscara. Diseñada para
filtrar el monóxido de carbono. Aunque por supuesto el aire de ciudad tenía
algún rasgo de CO2, en domingo, en vía cerrada a carros, la incidencia era
mínima. Además, me incomodaba un poco para respirar. Bueno, casi que me
ahogaba. Así que me quité la máscara y
empecé a disfrutar del pedaleo.
Aire en la cara, bonito paisaje, buen equilibrio, sensación
de relajamiento y libertad. Le reconozco que se sentía bien y parecía
racionalmente seguro. Hasta que un peligro casi imposible de controlar me
atacó. Ya le dije que la mascara impide respirar bien y aunque lo intento, no
puedo mantener la boca cerrada todo el tiempo. Y por eso ya no pedaleo por
la calle. Es peligroso. En serio.
¿Qué cuál fue el problema? La maldita mosca que apareció
de ninguna parte y me tragué en menos de medio segundo. Es mas,
creo que todavía no he podido sacarla.
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