martes, 19 de julio de 2016

Insoportables, inaguantables… (léase inmamables)

Mama.creerse uno la  mama de Dios” (…) Sentirse uno superior a los demás en alguna cosa, jactarse uno directa o indirectamente de poseer buenas calidades en una profesión, oficio, arte, etc.
Breve diccionario de colombianismos

Ahora que vinieron los Rolling Stones, un grupo de elegidos se dedicó a  regañar a  los potenciales asistentes al evento. ¿La razón? Ellos, los regañadores, eran los “stonianos” de verdad. El resto solo irían al concierto por moda, exhibicionismo, esnobismo, proyección social o efecto rebaño. 

Los argumentos de la élite roquera era que “ELLOS” ameritaban las comillas y las  mayúsculas. Porque “ELLOS” conocían todas las canciones e historias. Ellos tenían los vinilos comprados hace 40 años en algún cuchitril de algún extinto parque de hippies. Ellos sí eran poseedores del sagrado derecho de escuchar al grupo en vivo y en directo.

Lo de los roqueros es un evento específico. Pero esta categoría de personajes abunda en todas las facetas de la vida. No ven las películas que ve todo el mundo. No oyen la música que oye todo el mundo. No comen lo que come todo el mundo. No se visten como se viste todo el mundo. No leen lo que lee todo el mundo. No ven un partido de fútbol como todo el mundo.

En cambio, aprovechan cualquier oportunidad para mostrarle su privilegiada condición a, por supuesto, todo el mundo.

Sus gustos musicales, en el mejor de los casos, incluyen las canciones menos conocidas de cantantes y autores conocidos. Van a restaurantes raros o a restaurantes conocidos a  pedir platos raros o a negocios extraños a comprar ingredientes exóticos para preparar menjurjes más exóticos todavía. Donde la gente ve un gol, ellos ven una compleja combinación de táctica y estrategia que culmina en la vulneración de la red. 

Su aire de superioridad se exterioriza de diversas maneras. Llevan años perfeccionando esa mirada de desprecio, conmiseración y lástima para cuando alguien les dice, por ejemplo, que un baguette es un pan francés, pero más grande. Si los ojos no son suficientes para pordebajear a su interlocutor, viene el discurso en el que –otro ejemplo–  ilustran al simple mortal sobre la diferencia entre mirar una estatua y disfrutar la experiencia de una obra de arte.

Algunos perfeccionan tanto el discurso que viven de eso. Se acomodan como expertos y críticos. O crípticos, porque lo que dicen suena importante, aunque nadie lo entiende.

En su sapiencia, el vino no tiene sabor, tiene textura. La cocina no es de cocineros, es de autor. La  ropa no es para vestirse, sino para expresarse. El libro de anécdotas pasa a ser una sincera recopilación de cotidianidades compartidas.  La plata no se gasta sino que se invierte y lo que se adquiere o contrata no es un producto o servicio: es una solución.

Esa es la impresión que causan al observador desprevenido. Sin embargo, si este  observador es, además, un desocupado, tarde o temprano descubre que la cosa no es tan complicada. Que no se trata de un grupo de elegidos con acceso a un mundo cerrado, sino de gente que le pone nombres complicados al universo. Que no es que sepan mucho, sino que sobredimensionan lo que saben para proyectarle al resto de la especie su condición de, como decían las señoras de antes, mejor familia.

Pasado un tiempo, suelen generar un consenso entre sus conocidos o seguidores.

Son insoportables, inaguantables… (léase inmamables).

No hay comentarios:

Publicar un comentario