Kimo Sabi –nombre tomado de la televisión–
es un sobreviviente. Sobrevivió a una recolección que lo arrancó de su hábitat
natural cuando apenas era un bebé. Como en su infancia no había ecologistas ni
animalistas para defenderlo, se estilaba instalar en la calle un acuario
repleto de representantes de su especie, recién salidos del huevo, para venderlos a
precio de ídem. El papá de Toñito consideró que era un buen regalo para su hijo
y un día se apareció con la tortuguita.
El pequeño quedó encantado con su nuevo
juguete e intentó criarlo con restos de lechuga. Un día la puso a nadar en una
ponchera cuando se distrajo en algo. Al regresar encontró a Kimo Sabi patas
arriba flotando en su “piscina”. Vino la histeria, los intentos fallidos de
resucitación y la decisión de darle un entierro digno en el parque que quedaba
justo frente la casa. Allí fue donde conoció a Elsy, la vecina curiosa que se
acercó cuando el pequeño llorón iba a sepultar a su efímera mascota.
Con la emoción de la nueva amiga, a Toñito
se le olvidó enterrar a Kimo Sabi. Solo supo de ella años más tarde, cuando una
versión un poco más grande apareció detrás de unas matas. De alguna forma el
reptil había sobrevivido y creado su propio ecosistema. Así, periódicamente,
una versión cada vez más grande de la tortuga se materializaba por un tiempo y
luego se refugiaba en algún recoveco que nunca nadie pudo encontrar.
Entretanto, Elsita y Toñito evolucionaron a
Elsy y Toño, cómplices de vida de barrio. De jugar golosa pasaron a las
escondidas, de las escondidas a idas a cine en patota, del cine a las fiestas
de barrio. Pero el parche de amigos se fue disolviendo en la medida
en que unos se mudaban y otros, como ellos, armaban su propia historia. De la
vida compartida pasaron al saludo, cada vez más espaciado y menos efusivo.
Hasta cuando los vecinos organizaron una fiesta de cuadra.
Elsa y Antonio convocaron sus respectivas
parejas. Pero la del él nunca llegó. Problema que el caballero encaró a lo
macho. Bebiendo. Entretanto, como la relación de Elsa con su novio tampoco
estaba en su mejor momento, el tipo le hizo una escena y la abandonó en plena
rumba. Ella, desconsolada, terminó caminando sola por el parque. Allí escuchó el
ruido a sus espaldas. Al voltear vio a Antonio de rodillas, con los ojos
cruzados de lágrimas. Las palabras no fueron necesarias. Ella entendió que ese
había sido y sería, por siempre, el hombre de su vida.
Muchas veces Don Antonio ha pensado en
contarle a Doña Elsa lo que realmente pasó. Él estaba tan borracho que salió a
tomar aire. No supo cómo terminó en el parque pero pronto decidió que no era
buena idea andar por ahí a esas horas. Y si no era buena idea para él menos
para la vecina. Así que se le acercó sin ninguna intención diferente de
sugerirle que volvieran a la fiesta cuando tropezó. Cayó sobre sus rodillas en
una posición particularmente dolorosa. Tanto que se le aguaron los ojos. Lo
cual, sumado a la lengua trabada por efectos del alcohol le impidió hablar.
No encontró otra forma de pedir ayuda para
levantarse que poner cara de súplica. En ese momento no entendió por qué ella
lo miró así, le ayudó a ponerse de pie y lo besó. Pero algo comenzó esa noche.
Cuatro hijos, nueve nietos y seis bisnietos lo confirman.
Por cierto, esa fue
una de las cada vez más esporádicas apariciones de Kimo Sabi. La tortuga había
crecido lo suficiente para que un borracho cayera al piso si se estrellaba con
ella. Como le pasó a don Antonio. Cupido también puede usar caparazón.
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