martes, 6 de septiembre de 2016

Cupido con caparazón

Kimo Sabi –nombre tomado de la televisión– es un sobreviviente. Sobrevivió a una recolección que lo arrancó de su hábitat natural cuando apenas era un bebé. Como en su infancia no había ecologistas ni animalistas para defenderlo, se estilaba instalar en la calle un acuario repleto de representantes de su especie, recién salidos del huevo, para venderlos a precio de ídem. El papá de Toñito consideró que era un buen regalo para su hijo y un día se apareció con la tortuguita.

El pequeño quedó encantado con su nuevo juguete e intentó criarlo con restos de lechuga. Un día la puso a nadar en una ponchera cuando se distrajo en algo. Al regresar encontró a Kimo Sabi patas arriba flotando en su “piscina”. Vino la histeria, los intentos fallidos de resucitación y la decisión de darle un entierro digno en el parque que quedaba justo frente la casa. Allí fue donde conoció a Elsy, la vecina curiosa que se acercó cuando el pequeño llorón iba a sepultar a su efímera mascota.

Con la emoción de la nueva amiga, a Toñito se le olvidó enterrar a Kimo Sabi. Solo supo de ella años más tarde, cuando una versión un poco más grande apareció detrás de unas matas. De alguna forma el reptil había sobrevivido y creado su propio ecosistema. Así, periódicamente, una versión cada vez más grande de la tortuga se materializaba por un tiempo y luego se refugiaba en algún recoveco que nunca nadie pudo encontrar.

Entretanto, Elsita y Toñito evolucionaron a Elsy y Toño, cómplices de vida de barrio. De jugar golosa pasaron a las escondidas, de las escondidas a idas a cine en patota, del cine a las fiestas de barrio. Pero el parche de amigos se fue disolviendo en la medida en que unos se mudaban y otros, como ellos, armaban su propia historia. De la vida compartida pasaron al saludo, cada vez más espaciado y menos efusivo. Hasta cuando los vecinos organizaron una fiesta de cuadra.

Elsa y Antonio convocaron sus respectivas parejas. Pero la del él nunca llegó. Problema que el caballero encaró a lo macho. Bebiendo. Entretanto, como la relación de Elsa con su novio tampoco estaba en su mejor momento, el tipo le hizo una escena y la abandonó en plena rumba. Ella, desconsolada, terminó caminando sola por el parque. Allí escuchó el ruido a sus espaldas. Al voltear vio a Antonio de rodillas, con los ojos cruzados de lágrimas. Las palabras no fueron necesarias. Ella entendió que ese había sido y sería, por siempre, el hombre de su vida.

Muchas veces Don Antonio ha pensado en contarle a Doña Elsa lo que realmente pasó. Él estaba tan borracho que salió a tomar aire. No supo cómo terminó en el parque pero pronto decidió que no era buena idea andar por ahí a esas horas. Y si no era buena idea para él menos para la vecina. Así que se le acercó sin ninguna intención diferente de sugerirle que volvieran a la fiesta cuando tropezó. Cayó sobre sus rodillas en una posición particularmente dolorosa. Tanto que se le aguaron los ojos. Lo cual, sumado a la lengua trabada por efectos del alcohol le impidió hablar.

No encontró otra forma de pedir ayuda para levantarse que poner cara de súplica. En ese momento no entendió por qué ella lo miró así, le ayudó a ponerse de pie y lo besó. Pero algo comenzó esa noche. Cuatro hijos, nueve nietos y seis bisnietos lo confirman. 

Por cierto, esa fue una de las cada vez más esporádicas apariciones de Kimo Sabi. La tortuga había crecido lo suficiente para que un borracho cayera al piso si se estrellaba con ella. Como le pasó a don Antonio. Cupido también puede usar caparazón.

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