martes, 18 de octubre de 2016

Recesos

Manrique es doctor de verdad, no médico con otro nombre o burócrata sobrecalificado. Se pasó muchos años comiendo libro hasta que una prestigiosa –en serio – institución educativa le colgó un Ph D a su hoja de vida. Con semejante bagaje académico encaró el mundo laboral. Y, como era de esperarse, lo contrataron…  para dictar cursos.

La especialidad de Manrique no nos interesa, solo digamos que es multidisciplinaría. Con unos leves ajustes aplica (entre otros) para monjas de clausura, militares alejados del campo de batalla, oficinistas proactivos y de los otros, educadores interesados en sumar puntos para su escala salarial, reinas de belleza en plan de superación, profesionales varios, operadores bilingües de call center y operadores de maquinaria pesada. El problema del conferencista no es adaptar su discurso. El hombre es pragmático y se adapta a lo que venga. Pero no ha podido con los recesos.

Durante jornadas que superan las dos horas de duración llega un momento en el cual  hay que dejar de verse la cara. Es una cuestión de higiene mental, de cansancio físico. A a veces de hambre. Viene a ser lo mismo que el recreo de los tiempos escolares.

Parece el más sencillo de los conceptos. Interrumpir la actividad y tomarse un descanso de 15 minutos. O de 20. Generalmente no supera los 30, nominalmente hablando. Es más, Manrique mira su reloj, indica expresamente la hora de salida y la de entrada. A menos que haya implicaciones alimenticias –léase refrigerio–  o necesidades inaplazables al fondo a la derecha, el hombre permanece en el salón. Y pasados los 15, 20 o 30, no llega nadie.

Los primeros aparecerán 3 o 4 minutos tarde, con un desgano evidente. Otros se quedarán en la puerta o en las afueras para ingresar cuando llegue el grueso, entre 10 y 15 minutos después de la hora fijada. El grueso no es algún participante con sobrepeso, sino los asistentes suficientes para hacer quórum.

Manrique ha ensayado diversas opciones. Una cuidadosa explicación sobre la importancia de aprovechar al máximo el tiempo disponible. Normalmente aprobada con movimientos de cabeza y sonidos aprobatorios (humhuneada). Sobre todo por esa mayoría que regresará tarde en cada uno de los descansos.

Como estos no son alumnos sino clientes, cerrar la puerta no es una opción. Y empezar puntual con los que haya –si es que hay-  tampoco. Los que llegan tarde se rezagan y toca repetir todo. En cierto momento Manrique pensó que era un problema de entorno. Un representativo grupo de asistentes no voluntarios (leáse obligados) aprovechaba los espacios libres para no colgarse tanto en sus obligaciones diarias.

Por eso, durante un tiempo el hombre pidió espacios lejos de oficinas, talleres y demás instalaciones  laborales. Como la pelea que sí ganó fue lograr celulares y demás dispositivos apagados durante las sesiones, cada descanso era aprovechado por los asistentes para abalanzarse sobre la tecnología para actualizarse. O para discutir con otros compañeros temas laborales y de los otros cuya disertación sobrepasaba el tiempo disponible. O para mirar las estrellas. Esa puede ser una explicación plausible a las demoras, porque normalmente las capacitaciones son de día.

Ni la lógica, ni la pedagogía, ni la locación. Nada funcionó. Solo quedaba el truco sucio. Teóricamente. los descansos durante los seminarios de Manrique son de 15 minutos. Así figuran en la cotización y en el programa.  Pero solo él sabe que realmente ha presupuestado 20, con posibilidad de extenderse los 30. Por algo le dieron ese doctorado

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