martes, 29 de noviembre de 2016

La persecución

Era una noche sin luna. Oscura y tenebrosa. Y Suárez no debía estar ahí. Pero se puso de proactivo (¿sapo?) a escoltar a la jefa hasta la casa. Cómo iba a saber que la señora tenía su morada en un barrio tan estrato bajo. Bueno, cada uno vivía donde se le daba la gana. Si había un culpable, era  él.

Él fue el que se ofreció. El que dijo que podían tomar el mismo taxi. Supuso –equivocadamente– que coincidían en ruta y guardó silencio cuando la jefa anunció una dirección al otro extremo de la ciudad. En vez de permitir que la señora pagara insistió en hacerlo. Y en vez de decir que no tenía suficiente dinero para que el taxi lo llevara a su casa simplemente lo despachó para que no tuviera que “esperar”.

Nunca se supo esperar qué, porque cinco minutos después la jefa estaba en casa y él, solitario, en la calle oscura, tenebrosa e insegura. La buena noticia era que a pocas cuadras quedaban la avenida y el paradero. Inició su camino en procura de la zona segura, en este caso la estación del bus.

Paranoico sí estaba. Veía sombras amenazantes y sentía que lo seguían. Periódicamente volteaba pero no, solo se veía un sujeto a la distancia. Posiblemente ni siquiera iba para el mismo lado que él.

Segunda volteada. El tipo seguía ahí. Caminando, y aunque todavía lejos, ya no tanto.

Tercera volteada. Era oficial. El tipo iba en la misma ruta que él. Y cada vez más rápido. Y cada vez más cerca.

Suárez no estaba boyante en materia de efectivo, como ya vimos. Tampoco portaba elementos de mucho valor. Reloj de agáchese, “esmalfon” chino y esfero de $2000 (la caja). Y las gafas, sin las cuales el mundo a su alrededor se volvía tierra de sombras. El problema era que el ladrón –oficialmente ya lo era– no tenía por qué saber eso.

En parte por dignidad y en parte por estrategia apretó el paso pero sin correr, para no alertar a los delincuentes. Sí. Los. Aunque solo había visto uno, estaba seguro de que una banda completa, si no un clan, se habían confabulado para atracarlo.

Y entonces pasó lo que tenía que pasar. Tropezó contra algo y las gafas fueron a dar al piso. El dilema ya no era entre seguridad y movilidad, sino entre visibilidad y riesgo Resignado, se arrodilló y empezó a tantear los alrededores. El sitio del desastre quedaba justo al lado de un negocio,  de esos de barrio,  con tremenda vitrina. Cerrado, por supuesto, pero la mezcla de luces internas y externas generaban un efecto espejo.

Mientras buscaba los lentes de vez en cuando levantaba la mirada para confirmar su inexorable destino. El reflejo de la figura del perseguidor se acercaba cada vez más. Iba directo para donde Suárez. Todo pasó en pocos segundos. Suárez encontró las gafas. El perseguidor llegó. Suárez se puso de pie buscando una ruta de escape. Tensionó los músculos  mientras sentía la adrenalina correr por el cuerpo y veía como su perseguidor… ¿Seguía derecho?

Sí, siguió derecho hasta ubicarse frente a la vitrina, sacar una peinilla, arreglarse el cabello y continuar su camino en medio de la noche sin luna, oscura y tenebrosa.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Vete de aquí, perro criollo colombiano

Aclaremos, aquí no estamos hablando de eso que llaman políticamente correcto. Tampoco vamos a aportar elementos para esa discusión medio esotérica sobre las intenciones subyacentes del lenguaje. Ese problema se lo dejamos a los filólogos, los psicólogos, los sociólogos, los activistas y los desocupados.

Aquí también somos desocupados, pero de los otros. De los que pasamos por cierta cantidad de años y nos damos cuenta de que algunas actividades, objetos, seres vivos, cualidades o condiciones ya no se llaman así. Lo bueno es que da tema para las amilcaradas, como hicimos con ciclas y bicis, o con tintos y otras bebidas calientes.

Por ejemplo, siempre han existido perros cuyo árbol genealógico combina tantas razas que es sencillamente imposible clasificarlos en alguna. No se necesita ser un experto, solo hay que mirar ese aspecto donde la cara es de gran danés con peluqueado de french pooddle; las piernas de pastor alemán con un toque de pequinés: el cuerpo alargado como de salchicha con un lomo que evoca un rothweiller;  y el color en algún punto entre cenizo y beige con motitas. Pero como aquí no hablamos de etología sino de  lenguaje, estos caninos eran los gozques.  El gozque de la calle, el gozque del taller, el gozque que nació de la perra del vecino (o de la perra propiedad de la vecina, con esa aclaración en la redacción para evitar confusiones) y que por negocio o donación terminó integrado a  nuestra familia.

El gozque no es el único residente en el mundo de los caninos a prueba de clasificación. Lo acompaña el perro criollo colombiano. Este también es el resultado de una larga mezcla de razas en circunstancias no siempre aptas para menores de edad. Este también pulula por calles y hogares. Este también tiene una larga historia que a veces lo deja bien parado frente a homólogos con más pedigrí. También le ha tocado ser el malo de la película. Ha sido héroe o villano, como salvador entrenado o improvisado, o como transmisor de enfermedades. Y este también parece un gozque. O mejor,  los gozques parecen perros criollos colombianos.

Es decir, que si se ve como gozque, suena como gozque y camina como gozque… es  un perro criollo colombiano. Pero no parece aceptable llamar gozque al gozque. Supongo que se pueden ofender. La palabra no es adecuada para escenarios cultos. O es difícil de insertar en el mundo globalizado.

O simplemente es uno más de esos términos que por criterios basados en la moda, la influencia extranjera, el esnobismo o la vergüenza de aceptar lo que somos se cambian sin  ninguna necesidad.

Así fue como los fracasados se volvieron perdedores (traducción del anglicismo loosers); en los hoteles la gente dejó de registrarse para hacer check in, las historietas pasaron a llamarse cómics; la gente ya no divulga temas sino que los socializa y cuestiones como estas se volvieron adecuadas para organizar conversatorios.

Por si las moscas, le sugiero prepararse. La próxima vez que un can de los mencionados  lo importune en la calle, no se le ocurra decirle “chite gozque”. No señor, hay que decirle: “Vete de aquí, perro criollo colombiano”.

martes, 22 de noviembre de 2016

Tómese uno de esos

En Colombia, en su casa y en la mía, a ese café que uno se bebe en la mañana y a lo largo del día se le llama tinto. Lo mismo pasa en las cafeterías, los espacios laborales, las tiendas y las panaderías. Eso es lo que vende el señor o la señora de los termos. Eso es lo que por tradición le ofrecen a uno cada vez que atraviesa una puerta.  El que no se le niega a nadie: ¿Se toma un tintico?

Solo por dármelas de historiador, economista y sociólogo voy a recordar que Colombia tiene una larga tradición de cultivo, exportación y consumo interno de café. Pero un día la bebida se subió de estrato. Empezaron a venderla en tiendas elegantes. Con variantes  medio exóticas. Y caras. Muy caras. Esos negocios ofrecen múltiples variedades o preparados alrededor de nuestro grano nacional. Con nombres para cada uno. Muy creativos algunos. Entre esa enorme oferta comercial, faltan dos opciones. No hay tinto. No hay café con leche.

Hagan la prueba. Acuda a una de esas cafeterías donde venden café pero no se llaman cafeterías sino tiendas o cafés o “coffee bar”. Mientras reflexiona sobre el anterior trabalenguas, mire el menú. Sí, tienen menú. Impreso y plastificado, como aviso sobre la zona de despacho o –tendencia reciente– escrito con tiza de colores sobre un tablero o pared. Como tablero de restaurante pero con toque alternativo para cazar intelectuales.

Dos nombres brillarán… por su ausencia. Por mucho, a veces, estarán entre paréntesis, a manera de explicación. Con letra pequeña, como con vergüenza. Me refiero al tinto y al café con leche. Al primero le dirán americano, tradicional, café negro, expresso y al que combina con lácteo  “latte”.  Y lo más simpático del asunto es que uno pide un tinto o un café con leche y el despachador entiende. Pero por escrito no puede quedar. Da como pena. La pregunta es: ¿pena con quien?

Está bien. Quien quita que algún día el local que los cuatro amigos montaron cerca a una universidad se vuelva multinacional. O el caso contrario, siempre existe la posibilidad de que un turista se descache y aterrice en algún negocio de esos. Por eso es que el producto debe tener una denominación “internacional”. O algo así.

Contraataque

El asunto iba cogiendo cara de otra derrota cultural por cuenta de la globalización. Pero en una tienda de barrio revivió la esperanza. Estos negocios solían tener su greca. Las empresas grandes les han ofrecido una opción. Una máquina en comodato –como los enfriadores de las gaseosas o las neveras de las empresas de lácteos y embutidos–. La máquina, debidamente identificada con propósitos publicitarios,  prepara diferentes opciones de café y otras bebidas calientes.

Su diseño es sencillo y su operación también. Solo se aprieta un botón, que tiene a su lado el nombre de la bebida. Terminología  internacional, por supuesto. El aparato forma parte de una familia que incluye modelos con autoservicio.

En el que vi en la primera y luego en muchas tiendas, así como en otros negocios, los nombres rebuscados desaparecieron.¿Cambios en el diseño? ¿Nacionalismo corporativo?

No. Letreros hechos a mano y fijados con cinta pegante sobre lo preimpreso en el artefacto. Artesanal, si se quiere. Pero práctico.  El tinto se llama tinto. El café con leche, café con leche. Tómese uno de esos. Sin pena. Se llaman así.

jueves, 17 de noviembre de 2016

En defensa del arte universal

El mundo de las bellas artes nunca sabrá de la que se salvó. Cualquier admirador de la expresión estética, creativa o pictórica tiene mucho por agradecer.  Aunque la profe Cubillos, en principio, no estaba tan segura.

Ella era, a la vez, estudiante de arte en universidad pública y profesora de lo mismo en colegio privado. Sabía que era casi imposible que entre sus alumnos hubiera un Picasso, pero, y esto es importante, consideraba que todos tienen un mínimo de habilidad para el arte. Y todos son todos.

Al otro lado estaba Monroy. Buen tipo él. Aunque le perdimos la pista hace rato, actualmente es un exitoso empresario en el gremio del alquiler de maquinaria pesada o algo así. Se podía definir como estudiante promedio. Hábil para algunas materias, no tan hábil para otras y absolutamente negado en ciertos ámbitos.

Esto pasó en tiempos pedagógicos distintos a los presente, donde todo lo relacionado con el alumno debe incluir opiniones de padres, asesores, psicólogos, Ministerio de Educación y, a veces, profesores y estudiantes. En esas épocas la familia depositaba al niño en el colegio y lo retiraba graduado de bachiller. Los dos ámbitos (parientes y educadores) solo coincidían en la entrega bimestral de notas y la sesión solemne

Volvamos a Monroy y sus competencias. Específicamente a la del arte. Era único. Excepcional. Singular.  Nunca, en toda la historia, una sola persona había reunido tantas habilidades para hacer las cosas… mal. Planchas torcidas y asimétricas. Dibujos deformes. Pintaba una silla y parecía un extraño organismo unicelular. Distorsionaba todo, hasta lo que calcaba. No en un tono surrealista. Simplemente chueco. Y feo.

En lo que antes se llamaba primaria –1 a 5– y en los dos primeros años de bachillerato (6 y 7 en términos actuales), el hombre se benefició del realismo del sistema educativo. En cierta forma fue un pionero de la promoción automática. Lo pasaron porque era evidente que no daba más. Hasta cuando la materia de la discordia pasó de obligatoria a vocacional. El colegio respectivo abrió su pénsum en dos opciones; una para los creativos (dibujo) y otra con un oficio medio olvidado en la actualidad, pero muy útil en otros tiempos: taquigrafía, la técnica para escribir tan rápido como se habla.

La decisión lógica, normal, coherente e inteligente para Monroy era escoger taquigrafía. Pero como buen adolescente, en él escaseaban la inteligencia, la coherencia y la lógica. Es decir, lo que podía definirse como normal entre sus contemporáneos. Por eso, y por seguir al lado de su grupo de amigos, optó por la clase de arte con la profe Cubillos.

A ella le advirtieron que ese muchacho no tenía nada que hacer en su curso. Pero ella, que sí era coherente,  insistió en que todos pueden ser artistas. En cierta  forma, lo tomó como un reto. Y asignó un primer trabajo para desarrollar durante la clase.

El resultado lo dejamos a la imaginación del lector. Pero le contamos que a lo largo de la hora la profe transitó entre los pupitres, lanzando uno que otro consejo. A Monroy le hizo par sugerencias. Y seamos justos: él intentó ponerlas en práctica. Poco antes de que sonara la campana Cubillos pidió que le entregaran los trabajos. Cuando llegó el de Monroy le bastó una mirada para darse cuenta de que en nombre de cualquier criterio estético mínimo y de su obligación moral como artista tenía que hacer lo que hizo.

Miró la hoja, miró al autor y en tono de sugerencia ordenó: “Pásese a taquigrafía”.

martes, 15 de noviembre de 2016

Ofrécese analista oficios varios

El tipo era lo que llaman una voz autorizada. Por su experiencia, su conocimiento y sus antecedentes. Pero de autoridad pasó a hazmerreír. Quienes lo admiraban lo miran feo y le aplican ese tratamiento destinado al pariente enfermo, al mendigo y al perro cojeante. El “pobrecito” en el mejor de los  casos.

Al tipo, de hecho, le tocó reinventarse, como dicen ahora. Y no es solo desarrollar competencias en otro oficio, sino asimilar conceptos nuevos. La humildad, por ejemplo. Aceptar los fracasos. Perder. 3 a 0, para ser precisos. 

Comenzó con los ingleses, beneficiarios directos de la Unión Europea.  Un país de gente inteligente que no iba a comerle cuento a un grupo de populistas. Por  ejemplo a los que dijeron que había que salirse la Unión Europea porque… Bueno, nunca se supo exactamente por qué, pero era algo así como que todo lo malo que le estaba pasando a los británicos era por culpa de este tratado que los integraba con el resto del continente.

Luego vinieron los colombianos, donde el susodicho jugaba de local. Esta era más fácil todavía. Se trataba de poner en la balanza la posibilidad de acabar con medio siglo de guerra interna frente a una sucesión de afirmaciones que podía dividirse entre las que no tenían nada que ver, las que surgían de intereses personales y las que, aunque válidas, eran demasiado complejas para que influenciaran al hombre común.

Y por supuesto, el gringo con cara de mal genio, una especie de comadreja en el cabello y su inacabable sucesión de bestialidades verbales. Ese que carecía de cualquier opción como político. Nadie iba a votar por semejante payaso quien, además, cada vez que hablaba se indisponía con grupos específicos e influyentes de su país.

En los tres casos el tipo no desaprovechó momento para dar a conocer sus opiniones. Concluyentes. 

1.- No había oportunidad de que los compatriotas de Shakespeare y los Beatles le dieran la espalda a Europa. 

2.-  Ninguna nación en el mundo iba a desperdiciar la alternativa histórica de poner fin a un conflicto interno que la había desangrado durante años. La mayoría acudiría a ratificar ese acuerdo, bendecido por la comunidad internacional. 

3.- Solo era cuestión de tiempo para que el payaso gringo se ahogara en su propio discurso. Aunque lograra un par de victorias, la derrota era parte de su esencia.

Adicionalmente, contaba con el respaldo de los oráculos del siglo XXI: las encuestas. No solo era lo que él pensaba, era la opinión de la gente, medida científicamente. 

Sabemos lo que pasó. El brexit ganó y a los ingleses les toca salirse de la Unión Europea. En Colombia ganó el no y estamos en la fase de maromas a ver qué se puede hacer. El payaso gringo tendrá un trabajo nuevo a partir del otro año: presidente de los Estados Unidos.

Dice la teoría que las posiciones políticas de la gente maduran hasta generar manifestaciones como marchas callejeras, las cuales obligan al poder a convocar elecciones. Pues bien, aquí sí se han dado las marchas, pero después de las elecciones. Claro que el tipo ya no se preocupa por detalles como ese. Él revisó su currículo y empezó a promocionarse con el siguiente texto: “Pongo a su consideración mi capacidad profesional y laboral para desempeñar cualquier actividad que considere conveniente. Favor no tener en cuenta mi experiencia reciente y formación”. 

Versión corta: “Ofrécese analista político para oficios varios”.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Zona de lectura

El documento era un mal necesario. Tocaba leérselo. Pero cada palabra, oración y párrafo estaban allí con un fin claro:  espantar al lector de turno. El autor había elegido cuidadosamente todos los recursos para lograr efectos somníferos. Manejaba un estilo pseudointelectual insoportable. Tenía más citas que una casa de las que sabemos. Y era largo con tendencia a eterno.

Matías, el lector, no purgaba cadena perpetua ni vivía en una isla solitaria. Por tanto, disponía de abundantes tentaciones frente al desproporcionadamente largo, latoso, pesado y confuso mamotreto. Todos los intentos –madrugada, trasnochada, parque, encierro, comedor, sala, baño, estudio– habían sido derrotados por alguna alternativa que lo alejaba de la concentración necesaria para asimilar el contenido del ladrillo.

Mientras la fecha final se acercaba peligrosamente, la cosa se iba poniendo urgente. La primera conclusión fue que no había posibilidad de avance mientras jugara de local. Era imperativo alejarse de territorios conocidos con influencia –real o posible– de amigos, parientes, vecinos, novia y demás distractores. También era obligatorio poner espacio entre cualquier dispositivo de entretenimiento –léase PC, teléfono, radio, televisor, crucigrama, Condorito, cubo de rubik o similares– y el sagrado rito de la lectura.

En la pesquisa por un escenario adecuado, el subconsciente comenzó a susurrar extrañas palabras. Algo así como biblia, bibliografía… biblioteca. Eso. Biblioteca. Voces de tiempos lejanos hablaban de sitios diseñados para sumergirse en el mundo de las letras. El siguiente paso fue teclear la palabra mágica en el buscador. Lotería. No muy lejos de su casa había una. Y de las poderosas. Resulta que los espacios amplios, acogedores y cómodos no eran patrimonio de los centros comerciales. Incluso contaba con una zona bautizada y al parecer diseñada acorde con sus necesidades, la sala de lectura. Un enorme, amplio y cómodo salón donde había sillas, mesas y… computadores.

Entre los servicios del centro cultural estaba la conexión gratuita a Internet.  Para evadir esa tentación Matías descartó la sala principal y empezó a recorrer las instalaciones. El asunto mejoró. En los pasillos encontró sillas. Cómodas ellas. Grandes. Incluso un poco aisladas. Solo era cuestión de escoger una y sumergirse en el documento de marras. El desafío lector, por fin, parecía tener un final feliz.

La cosa funcionó tan bien que logró aislarse del entorno. Por eso no se percató de la presencia. Era un grupo de personas, unidos por algún interés común que poco a poco fueron llegando. Sumergido en su lectura, Matías ignoró la conversación. No vio como se apoderaron de las demás sillas mientras sacaban cosas de los paquetes de supermercado. Tampoco notó a la señora de la caja, ni cuando sacaron el ponqué, ni la vela encendida. Pero lo que no pudo ignorar fue el destemplado coro del “happy birthday to you…”

Y cuando constató que justo ese día, en ese sitio, a esa hora el grupo de informática básica de la biblioteca había decidido homenajear a su profesor, aprendió que el centro cultural también servía para actividades sociales, que ciertas áreas de la biblioteca no eran garantía de silencio y que la lectura del documento de marras acababa de embolatarse... otra vez. 

El  tipo no peleó, no intentó reubicarse, ni siquiera trató de retomar de nuevo el texto, pero la cara que puso fue tan, pero tan, pero tan…

…que le dieron ponqué.

martes, 8 de noviembre de 2016

Cuestión de precio

La conversación la escuché en la fila. Una fila larga, común en ese negocio. El tono de los dialogantes era de indignación. En parte porque la vehemencia de los conversadores hacía difícil ignorarlos, y en parte porque no tenía nada mejor que hacer, opté por  escucharlos. No fui el único. De hecho, un par de personas en la fila hicieron comentarios aprobatorios.

El tema no era nuevo. Hace días venía oyendo o leyendo alusiones al mismo. Al parecer existe un celular –teléfono inteligente, para ser precisos–, que podría llegar a costar cinco millones de pesos. Finalmente la cuenta quedó en cuatro. Millones. En serio.

Parece haber muchas personas interesadas en el tema. No solo interesadas. Escandalizadas. Como los contertulios de la fila. No dudaron en calificarlo de robo y abuso. Aseguraron que no era justo, culparon al sistema tributario nacional, hicieron desventajosas comparaciones con otros países, y dedicaron poco agradables adjetivos a la empresa que fabrica el equipo en mención.

Yo no sé cuanto vale un Rolls Royce. Tampoco sé cuanto vale un Rólex, o un vestido de alta costura de la pasarela de Paris. Sigo con mi ignorancia en materia de precios. Champaña Dom Perignon. Una noche en el hotel ese que queda en Arabia que parece una vela. Un plato en el restaurante del español famoso. La boleta para la ópera en el Scala de Milán. Una cartera en algún negocio de la Quinta Avenida de Nueva York. Lo que sí sé es que todos y cada uno de esos productos o servicios son carísimos, finísimos y sencillamente están lejos de mi alcance.

Por eso no me transporto en Rolls Royce sino en bus, mi reloj lo compré en un todo a 10 mil, mi familia adquiere su ropa en almacenes de cadena, tomamos vino de caja, pasamos vacaciones en cajas de compensación, las salidas a comer son de pollo asado, no vemos ópera en Milán (ni en Colombia) y las carteras de mi señora son de feria artesanal.

No veo ninguna razón de peso para cuestionar a quienes distribuyen su presupuesto de otra manera. Solo hay algo que no entiendo. Si algo les parece tan caro, ¿por qué simplemente no compran otro modelo o marca en vez de indignarse?

Reconozco que estuve tentado a fijar mi posición de manera explícita frente a los conversadores de la fila. Por supuesto que no lo hice. Además, ellos tampoco se estaban quejando por el alto costo de los Rolls Royce, los Rolex, la champaña Dom Perignon y el plato en el restaurante famoso del español (El Buli, creo que se llama).

La hilera avanzaba rápidamente. Es una de las ventajas de estos formatos ubicados en un punto medio entre tiendas y supermercados. Esos donde no dan bolsas, la decoración es mínima, la publicidad no existe y tienen otra serie de particularidades que permiten ofrecer precios mucho más bajos que los que ofrecen los proveedores tradicionales.

Un buen sitio para ahorrarse unos pesos comprando productos baratos de marcas no tan conocidos, y para indignarse públicamente por el precio de un producto costoso de una marca conocida.

Aquí hay algo que no cuadra.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Condoritest

El pajarraco más popular de Latinoamérica tendrá película dentro de un año. Por lo menos ya tiene trailer. En 1949 apareció por primera vez en la revista Okey de Chile, y de ahí voló –editorialmente hablando-  por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Centroamérica y, por supuesto, Colombia. Y como lo revelan las estanterías y góndolas de los cada vez  más escasos sitios donde venden revistas, ahí sigue. 

Antes de caer en medio de un “plop”, exijo una explicación. O mejor, 50 explicaciones. Si usted es un Condoritólogo clásico, será capaz de responder a las siguientes 50 preguntas.

Las fáciles
1.- ¿Cómo se llama el pueblo de Condorito?
2.- ¿Cómo se llama el pueblo vecino y rival al de Condorito?
3.- ¿Cuál es el eterno clásico de fútbol al que Condorito asiste en calidad de jugador, árbitro, técnico o público?
4.- ¿Cómo se llama el “cumpa”?
5.- ¿Cómo se llama la novia?
6.- ¿Cómo se llama la suegra?
7.- ¿Cómo se llama el suegro?
8.- ¿Cómo se les dice familiarmente a los suegros?
9.- ¿Cómo se llama el sobrino?
10.- ¿Cómo se llama el rival?

Más difíciles
11.- ¿Cómo se llama el restaurante?
12.- ¿Cómo se llama el bar?
13.- ¿Cómo se llama el periódico?
14.- ¿Cuál es el lema del periódico?
15.- ¿Cómo se llama el argentino?
16.- ¿Cómo se llama el caballo?
17.- ¿Cómo se llama el loro?
18.- ¿Cómo se llama el perro?
19.- ¿Cómo se llama el más “inteligente” de los personajes’
20.- ¿Cómo se llama la sobrina de la novia?

Para expertos
21.- ¿Cómo se llama el más “sobrio” de los amigos?
22.- ¿Cómo se llama el tercer calvo, descartando a Condorito y al sobrino?
23.- ¿Cómo se llama el que usa “african look”?
24.- ¿Cuál es la frase con la que don Chuma siempre apoya a Condorito?
25.- ¿Cómo le dicen al rival?
26.- ¿Cómo se llama la sección que durante muchos años estuvo en la mitad de la revista?
27.- ¿Cómo se llama el más “generoso” de todos?
28.- ¿Cómo se llama el que siempre está sonrojado?
29.- Un personaje que empieza por F amigo de Condorito.
30.- El medio de transporte más común para ir a la población vecina.

Para historiadores
31.- ¿Cual era el grafiti que aparecía en las primeras historietas?
32.- En las primeras revistas había un personaje muelón. ¿Cómo se llamaba?
33.- ¿Cómo se llamaba el judío?
34.- ¿Cómo se llama el asesino, al que normalmente Condorito defiende en calidad de abogado?
35.- ¿Cuál es la marca de vino?
36.- ¿Cómo se llama un personaje que siempre anda pidiendo plata prestada?
37.- ¿Cuál era la marca de gaseosa?
38.- ¿Cuál era el lema de la marca de gaseosa?
39.- ¿Cómo se llama el hotel?
40.- ¿Cómo se llamaba el personaje boliviano?

Para investigadores
41.- ¿Cómo se llamaba el personaje que no tenía brazos ni piernas?
42.- ¿Cuál es el nombre real de Pepo?
43.- ¿Qué caracteriza al Condorito loco?
44.- ¿Cual es el insulto más común en las historias de Condorito?
45.- Describa la vestimenta básica de Condorito.
46.- Cómo se llama el niño genio.
47.- Cómo se llama la otra ciudad vecina.
48.- El hijo de Ungenio.
49.- Cuales personajes aparecen casados en más ocasiones.
50.- Cómo se llama el sacerdote.


Respuestas
1.- Pelotillehue.
2.- Buenas Peras.
3.- Pelotillehue F. C. vs Buenas Peras F.C.
4.- Don Chuma.
5.- Yayita.
6.- Tremebunda Vinagre.
7.- Cuasimodo Vinagre.
8.- Doña Treme y Don Cuasi.
9.- Coné
10.- Pepe Cortisona.
11.- El Pollo Farsante.
12.- Bar el Tufo.
13.- El Hocicón.
14.- Diario pobre pero honrado.
15.- Che Copete.
16.- Mandíbula.
17.- Matías.
18.- Washington.
19.- Ungenio.
20.- Yuyito.
21.- Garganta de Lata.
22.- Huevoduro.
23.- Cabellos de Ángel.
24.- No se fije en gastos compadre.
25.- Saco de Plomo.
26.- Panamericana.
27.- Máximo Tacaño.
28.- Tomate.
29.- Fonola.
30.- Tren.
31.- Muera el Roto Quezada.
32.- Chuleta.
33.- Don Jacoibo.
34.- Chacalito.
35.- Santa Clota Tres Tiritones.
36.- Juan Sablazo.
37.- Pin.
38.- Tome Pin y haga Pun.
39.- Dos se van tres llegan.
40.- Titicaco.
41.- Cortadito.
42.- Rene Ríos Boettiger.
43.- Los círculos concéntricos en los ojos.
44.- Jetón.
45.- Camiseta, pantalón con parches y sandalias.
46.- Mateíto.
47.- Cumpeo.
48.- Genito.
49.- Garganta de Lata y Ungenio.
50.- Venancio.

Repaso
Si usted exige una explicación del porqué un cóndor sin alas es el personaje de historieta más popular de América Latina, entonces debe conocer a Pepo, su creador, quien falleció en el 2000.

Condorito nació en 1949 de la pluma del dibujante chileno René Ríos Boettiger, un médico potencial que cambió el bisturí por la pluma y el estetoscopio por la tinta. Después de incursionar en diversas publicaciones fue creando personajes, unos políticos, otros picaros. Cómo respuesta a un programa de Disney que hacía una representación poco amable de Chile, hizo nacer a Condorito, quien poco a poco se fue rodeando de ese mundo de personajes y ambientes que lo han ido incluyendo – a su manera – dentro de la mitología moderna de Latinoamérica.

martes, 1 de noviembre de 2016

Pajarraco

Queda en algún punto entre la Patagonia y Ciudad Juárez. Es una ciudad de mediano tamaño o un pueblo grande. Sabemos que cuenta con equipo de fútbol propio, restaurante, bar y hotel, entre otros servicios. Pero lo que realmente nos interesa son sus habitantes. Rebuscadores, sin empleo fijo, a veces pícaros y cambiantes de acuerdo con las circunstancias externas.

El único que parece tener empleo fijo es un carpintero caracterizado por un eterno cigarrillo humeante en la boca. La estabilidad económica no es patrimonio local, como ya vimos. Tal vez solo la disfrutan cierto personaje –pesado él– cierta familia de hija única y cierto empresario fácilmente identificable por un estado permanente de restricción de gastos.

Un rápido recorrido por la fauna local nos muestra alguien cuya inteligencia es inversamente proporcional a su nombre; los dos extremos en materia de situación capilar; un aficionado a la dieta de felino (no a comer lo que come el felino, sino a comerse al felino); un argentino vestido como cantante de tangos; un boliviano vestido como la gente se imagina que deben vestirse los bolivianos y un sujeto bajito y barrigón en estado de rubor permanente.

Pero todos ellos son personajes de reparto frente a quien, sin lugar a dudas es la luminaria local. Local no. Internacional. Porque su fama ha ido más allá de las fronteras de ese pueblo grande, al punto de ser un símbolo en prácticamente todos los países de habla hispana a este lado del Atlántico (gringolandia incluida).

No ha sido por sus obras, evidentemente. Aunque prácticamente ha incursionado en todas las profesiones, no se le conocen aportes valiosos en ninguna. En cambio tiene una larga colección de errores, embarradas y fracasos debidamente documentados en sus desempeños laborales. Pero la mayor parte del tiempo está en algún punto entre vago y desocupado. Su eterno atuendo de camiseta,pantalón remendado y sandalias refuerzan esta idea. Atuendo que por cierto no es una concesión a la descomplicada moda actual, sino una imagen coherente desde 1949, cuando el mundo lo conoció.

Bueno, primero lo conoció Chile, su país de origen. De ahí saltó al resto de un continente que se ha visto reflejado en sus historias, su humor, sus personajes y -aquí viene la justificación de este texto- la película que lo llevará a la pantalla grande en el 2017, cuyo trailer fue divulgado hace pocos días.

Así que en las Amilcaradas declaramos oficialmente esta semana la semana de Condorito, personaje ilustre de Pelotillehue. Reconocimiento más que merecido a la única historieta que sobrevivió la edad de oro de nuestra infancia y que, dicen, hace no mucho llegó a ser la de más circulación en Colombia. Es la coyuntura ideal para rendir homenaje a nuestro pajarraco favorito, a la tan sexy como paciente Yayita, a la insoportable Doña Tremebunda, al noble Don Chuma y –por supuesto- al saco de plomo de Pepe Cortisona.

Nos declaramos oficialmente a la espera de la premier mundial del filme de nuestro héroe, anunciado para octubre del 2017. Y cerramos esta nota de la única forma posible.

¡Plop!