jueves, 29 de diciembre de 2016

Citatorio

Norberto N. llega al edificio. El celador, como siempre, lo recibe en la puerta. Hay algo extraño en su actuar. Subrepticiamente se la entrega. Es media hoja impresa, sin sobre, con un lenguaje escueto y directo: Sírvase comparecer el día tal a la Fiscalía tal. No da más datos, salvo una advertencia de tres palabras; Incumplimiento acarreará sanciones.

El recién llegado mira en silencio al vigilante. “No hay duda, lo sabe. Me di cuenta en su manera de mover el cabello al entregarme la notificación. Ya no puedo seguir escondiéndome. La justicia ya lo sabe. Yo... un momento ¿Yo qué? Si yo no he hecho nada.”

Tras sentirse una especie de extraditable, Norberto cae en cuenta que sus relaciones con el Código Penal han sido de mutuo respeto. Y aunque no puede decir lo mismo de los 10 mandamientos (sobre todo el 6, el 3 y el 9 ) no hay ninguna razón por la cual el fiscal y sus muchachos estén interesados en él.

¿O sí? Sí, claro. Su mente evoca todo el proceso. La planeación minuciosa, la espera del momento propicio, la movilización sigilosa en la oscuridad, la apertura del recipiente, el robo. Solo queda una duda ¿Cómo hizo la Fiscalía para saber que cuando tenía cinco años, se había robado el postre de papayuela de la nevera?

Tal vez fue algo más reciente. “¿Será que tengo derecho a rebaja de penas si confieso? Porque es verdad. Las vueltas eran dos monedas de mil y dos de 200, pero la niña de la caja me dio dos de mil y dos de 500. Y yo me quedé callado.”

O será por esa noche en la que le echó la madre al Policía. “Estaba borracho, creo que eso es un atenuante. Claro que tengo que admirar a la autoridad. Primero porque fue hace 10 años. Segundo porque ocurrió a las 3 a.m. Tercero, porque era un policía acostado.”

A medida que se acercan los días, el prontuario crece. “¿Haber estado en una fiesta en la que un tipo se encerró en el baño a fumar mariguana será causal de extradición? ¿Cómo descubrieron que yo había comprado junto con otros compañeros de colegio una Playboy? ¿Como supieron que yo me había robado el afiche de páginas centrales, rompiendo el convenio previo de rifarlo?”

Llega el día tal. El hombre arriba a la oficina donde la fiscal espera.

Fiscal: ¡Es usted Norberto N, con cédula de ciudadanía xxxxyyyy.

Nova: No, Yo soy Norberto N, con cédula xxxxyyyx

Fiscal: Permítame su cédula. No era usted. Muchas gracias. Adiós.

martes, 27 de diciembre de 2016

Por supuesto que tenemos espacio para atender sus reclamos

No voy a decir el nombre, solo anotaré que se trata de una de esas organizaciones que depende de una relación directa empresa - cliente. Dispone de múltiples instalaciones ubicadas a lo largo de la ciudad destinadas a la venta de sus productos o servicios.

Esas áreas comerciales se caracterizan por ser amplias, iluminadas, con abundante personal.  Manejan jornada continua desde temprano en la mañana hasta tarde  en la noche, fines de semana incluidos. En pocos minutos, los consumidores acceden a “soluciones”, mediante el pago de módicos –o de los otros–  contados y cuotas.

Desafortunadamente, no siempre la relación se mueve en esos románticos e idílicos escenarios. A  veces –bastantes– una cosa es el servicio prometido y otra la realidad. O acceder a servicios especiales que se salen del producto básico requiere autorizaciones adicionales. En ese caso, el cliente –yo, el optimista– hace lo lógico: dirigirse al lugar donde adquirió su producto.  Y entonces lo remiten a…

No recuerdo el nombre exacto. Pero sonaba importante. “Centro de atención al usuario”. “Sala de casos especiales”, “Punto de respuesta”. Además de la dirección, le anexan a uno varios números telefónicos para comunicarse previamente y agendar una cita. Esos números tienen un elemento común. A veces están ocupados, a veces nadie contesta. O mejor. Cuando no están ocupados, nadie contesta. Y viceversa. Así que el siguiente paso es ir. Como uno trabaja en horarios de oficina, la movilización debe hacerse por fuera de esos horarios, después de las 5 p.m., por ejemplo.

La  buena noticia es que al llegar al lugar este se ve libre y despejado. La mala es que no hay nadie. Solo un letrero –pequeño y medio escondido – que señala los horarios. Lunes a viernes de 8 a 12 y de 2 a 4. Es decir, las horas en las que los asalariados trabajamos, Conclusión, hay que pedir permiso. Eso hicimos. Y digo hicimos porque cuando, un par de días después, llegué (a las tres de la tarde) encontré un montón de gente con intenciones similares.

Resignado, indagué por el orden de atención. “¿No tiene ficha?” Entonces indagué sobre la ficha. “Las reparten a las ocho de la mañana”.

Conclusión: viaje perdido. Como el que se hizo un par de días después con llegada a las 8 a.m., cuando encontré una fila de esas que le dan la vuelta a la cuadra a la espera de  las fichas. Tres intentos después  (cada uno más temprano que el anterior) y finalmente logré obtener el pase para ser atendido. Ahora solo tenía que esperar.

Como soy malo para cálculos mentales, no me arriesgo con cifras y medidas. Me limito a los hechos: sitio pequeño, escasos lugares para sentarse. Mucha gente. Estábamos estrechos, apretados e  incómodos. Y aunque se le veía buena voluntad a los dependientes, eran solo 3. La mañana pasó y mi turno no llegó. A las 12 en punto cerraron el chuzo. Tocó por la tarde. Y pedir permiso adicional.

Eran como las tres cuando finalmente me atendieron. La primera vez. Porque lo que parecía un reclamo sencillo se fue enredando por cuenta de papeles adicionales y plazos que me convirtieron en cliente habitual de la pequeña, incómoda, estrecha y asfixiante locación. Supongo que esa es a la que se refieren en la publicidad de  la empresa cuando dicen “y por supuesto que disponemos de espacio para atender sus reclamos”.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Los traficantes de fichas

Sumergido en la consulta de alguna inaplazable banalidad reportada a través de las redes sociales, Brayan Guillermo no se dio cuenta, en principio, de que algo raro pasaba.  Veterano en las operaciones que involucraban reservar turno, había cumplido con el protocolo. Parqueó moto, ingresó al local, tomó una ficha de la máquina, miró el tablero electrónico y tomó nota mental. Puesto (de él) P-42. Puesto en turno: P-30.

La buena noticia era que en la sala de espera –nombre elegante para las sillas de plástico alineadas en bloques de 5–,  apenas se veían cinco personas. Una pareja de ancianos, una señora en conversación constante con la que parecía su hija y el caballero con cara de  bravo y ojos que saltaban continuamente del tablero a la ficha en su mano.

Tras el paneo inicial Brayan optó por pasar el tiempo navegando en su teléfono inteligente. La lectura solo se interrumpía cuando el sonido de la campana advertía  sobre el cambio de turno. Decía la teoría que iba a pasar lo siguiente: llamarían un turno, ante la ausencia convocarían otro, y otro y en pocos  minutos le tocaría a él.

La primera señal de alarma coincidió con el segundo pitido. En el primero habían despachado a las señoras conversadoras. En el segundo apareció otra señora, con niño, Algo no encajó en la imagen mental previa almacenada por Brayan. Luego vino el viejito. Otro viejito. Sí, había visto un viejito, pero este no era. Una mirada al sitio donde estaba la pareja de ancianos confirmó que tal vez eran contemporáneos, pero definitivamente eran diferentes,

A medida que se despachaban los turnos, la congestión en la sala de espera aumentaba. Pero lo exótico del asunto estaba en que lo que en principio parecía una curiosa coincidencia evolucionó a certeza. Llegaban más personas, pero a todos los atendían antes que a Brayan. ¿Reservas previa de ficha? Tal vez, pero todos hacían el ritual de pasar por el fichero. ¿Entonces?

Dos turnos después –incluyendo al caballero con cara de bravo -  y cuando la convocatoria movió hasta el mostrador a dos jóvenes agraciadas que también habían arribado después de Brayan la situación pasó oficialmente de coincidencia a fenómeno. Entonces concentró toda su atención en el siguiente usuario que ingresara a la dependencia. No tuvo que esperar mucho. Una monja entró y con paso firme caminó hacia el fichero donde tomó su turno...

Lo que aconteció después le dio para pensar a Guillermo durante los 45 minutos adicionales que debió esperar hasta cuando, por fin, despacharon su turno. La primera idea fue hacer un reclamo,  pero una breve reflexión le mostró el poco futuro de esa iniciativa. Así que ante la imposibilidad de cambiar su destino, solo le quedaba la opción de intentar entenderlo.

Primera duda. ¿Qué extraño gusto, placer o retribución encontraba la pareja de ancianos en tomar muchas fichas y dedicarse a entregarlas a los clientes que iban llegando?

Y segunda, por qué, de todos los clientes, precisamente a él, a Brayan Guillermo, no le cambiaron la ficha, lo que lo dejó, en la práctica, al final de la fila.

Para Brayan Guillermo, ese par de hechos siguen siendo el mayor de los misterios.

martes, 20 de diciembre de 2016

Reciclaje triunfalista

Ahora que Santa Fe obtuvo su novena estrella los hinchas del rojo expresan (expresamos) nuestra alegría de diferentes maneras. Proliferan en las redes sociales los mensajes conmemorativos. El que transcribo al final de esta nota sería uno más si no fuera porque algún cable se cruzó y el autor terminó subiendo, además del texto final, el borrador y las correcciones previas. Y todo parece indicar que la nota inicial había sido preparada para otro triunfo que, finalmente, no se dio. Juzguen ustedes.

(¿Borrador?) “Hemos triunfado. La voluntad popular del pueblo colombiano abrió la puerta a un nuevo país que construiremos entre todos. Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los colombianos sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de trabajar juntos para dejarle un mejor país a nuestros hijos.  Es para ellos, para las futuras generaciones que se ha firmado este acuerdo, ratificado en las urnas. Es momento de dejar atrás los rencores y diferencias levantados a lo largo de esta campaña. El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico. Múltiples escenarios esperan para hacer realidad ese sueño tantas veces aplazado de tener un país en paz. Adelante Colombia. No exageramos al decir que la victoria del Sí en el plebiscito es la puerta de entrada al futuro de nuestra Nación”
…..
(¿Correcciones?) Hemos triunfado. La voluntad popular (cambiar esto por la disciplina, constancia y tesón) del pueblo colombiano (cambiar por  jugadores y cuerpo técnico) abrió la puerta a un nuevo país que construiremos entre todos (cambiar por para sumar un título a  la histórica galería de nuestro equipo)

Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los colombianos (cambiar por santafereños), sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de trabajar (cambiar por celebrar)  juntos para dejarle un mejor país (cambiar por gran recuerdo) a nuestros hijos.  Es para ellos, para las futuras generaciones (cambiar por los sufridos hinchas rojos) que se ha firmado este acuerdo, (cambiar por se ha logrado este triunfo) ratificado en las urnas (cambiar por las canchas)

Es momento de dejar atrás los rencores y diferencias (cambiar por momentos difíciles) levantados (cambiar por presentados) a lo largo de esta campaña. (agregar lo importante es que somos  campeones)

El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico Múltiples escenarios (agregar deportivos) esperan para hacer realidad (cambiar por ratificar frente a otros oncenos) ese sueño (cambiar por el triunfo alcanzado) tantas veces aplazado de tener un país en paz (cambiar por y llevar la grandeza futbolística del león más allá de las fronteras). Adelante Colombia (cambiar por Santa Fe). No exageramos al decir que la victoria del sí en el plebiscito (cambiar por la novena estrella) es la puerta de entrada al futuro de nuestra nación (cambiar por a mayores glorias en las canchas de Colombia y el mundo). (Agregar Dale  Rojo, te amamos con todo el corazón)
………….

(¿Final?) Hemos triunfado. La disciplina, constancia y tesón de jugadores y cuerpo técnico abrió la puerta para sumar un título a la histórica galería de nuestro equipo.

Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los santafereños, sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de celebrar juntos para dejarle un gran recuerdo a nuestros hijos  Es para ellos, para los sufridos hinchas rojos, que se ha logrado este triunfo, ratificado en las canchas.

Es momento de dejar atrás los momentos difíciles presentados a lo largo de esta campaña. Lo importante es que somos  campeones.  El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico. Múltiples escenarios deportivos esperan para ratificar frente a otros oncenos el triunfo alcanzado y llevar la grandeza futbolística del león más allá de las fronteras.

Adelante Santa Fe. No exageramos al decir que la novena estrella es la puerta de entrada a mayores glorias en las canchas de Colombia y el mundo. Dale  Rojo, te amamos con todo el corazón.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Crisis

Gilberto hizo cuentas y se dio cuenta.  No cuadraban. O dejaba de comer, o dejaba de pagar arriendo, o dejaba de pagar servicios o sacaba a los hijos del colegio... o conseguía más plata.

El, su esposa y sus tres hijos eran, en cierta forma, gente con suerte. Los cónyuges tenían ambos empleo, los hijos estudiaban y nunca les había faltado lo esencial. Pero la situación había llevado la tijera de las cuentas familiares a su punto límite.

Ya eran historia las comidas callejeras, los viajes recreativos, y las compras suntuarias (o sea, todo lo que no fuera alimento básico, o elementos para mantener un nivel mínimo de aseo). Una prenda de vestir sólo se renovaba cuando no aceptara un remiendo o una remonta más. La palabra desechable había desaparecido de su lenguaje, porque todo era reutilizado hasta su última posibilidad. Y sin embargo, no alcanzaba.

Así que Gilberto tuvo que empezar a pensar en una vieja oferta de El Paisa. El Paisa era dueño de un negocio de comida en el terminal  que funcionaba 24 horas. Para ahorrarse prestaciones, no contrataba empleados permanentes, sino que tenía turnos nocturnos semanales. Y en alguna ocasión le había propuesto que si le quedaba tiempo ahí se podía ganar unos pesos.

La operación mesero nocturno entró en marcha. Existía, sin embargo, un problema llamado jefe. El jefe de Gilberto en el que llamaremos su empleo uno. Un jefe que, como todos los jefes, vivía bien, no tenía problemas de plata, supervisaba constantemente la labor de sus subalternos y consideraba el trabajo un compromiso exclusivo e ineludible. El jefe era envidia de todos sus empleados, más que por su poder, por su estabilidad financiera en tiempos de crisis. Hasta tenía carro.

Así que Gilberto tomó medidas para evitar que el superior sospechara. Negoció un turno que en nada se cruzaba con su horario normal.  No hizo ningún comentario de su actividad complementaria en la empresa. Y al fin, una noche de jueves, se dispuso a comenzar.

No había acabado de llegar cuando le pidieron atender a su primer cliente. Tomó el pedido y fue al mostrador a pasarle el dato al cocinero que se parecía muchísimo a....

...No se parecía, era ¡el jefe!

Mientras Gilberto lo miraba con cara de estúpido, su superior jerárquico explicó con voz resignada.

- Que quiere que haga hombre, la crisis está grave.

martes, 13 de diciembre de 2016

Manual para echar piropos

Las noticias llegan de diversas partes del mundo. Decisiones locales por  medio de las cuales eso de echar piropos pasa de práctica cotidiana a delito. O contravención, si se trata de meterle precisión jurídica al tema. El asunto es que elogiar el aspecto físico de otro puede terminar en multa y hasta en cárcel.

El argumento de quienes promueven las iniciativas es que se trata de una agresión. Y  algunos comentarios callejeros que parecen un diagnóstico de gineco-obstetricia en términos para nada científicos confirman esta visión. Pero también existen los que involucran contextos como botánica (flores), cromatismo oftalmológico (color de ojos), analogías varias y relaciones forzadas entre el color blanco y los ángeles caídos.

Cuando un piropo se basa en la cruda descripción de alguna parte del cuerpo y sus posibles usos, los calificativos de agresivo, censurable, insultante y ofensivo le calzan a la perfección (al piropo). Y cuando se trata de una descripción poética que enfatiza la belleza de un rostro… también, por lo menos para algunas personas.

Ese es el problema. El ingrediente subjetivo. Siempre existe la posibilidad de que la más inocente de las expresiones resulte ofensiva o intimidante para alguien. Por eso –más allá de lo que diga la ley– la lógica invita a abstenerse, o por lo menos aplicar la siguiente lista de verificación antes de destacar verbalmente el aspecto físico de alguien.

Y nos hemos demorado en decir que si bien en teoría aquí no hay diferencia de género, la verdad es que las principales víctimas de los piropos inadecuados son ellas, razón por la cual el sujeto receptor pasa a ser, a partir de este momento, la sujeta.

1.- Jamás, nunca, never, piropee a una desconocida, o a alguien que acaba de conocer.

2.- Mantenga la distancia dentro de un margen mínimo de seguridad que haga imposible el contacto físico. Barreras artificiales como pared de cubículo, escritorio o máquina fileteadora son un valor agregado.

3.- Antes de hacer el respectivo comentario, solicite de la destinataria una aprobación –escrita– de una lista de palabras. Dicha aprobación debe certificar que los términos no implican propuestas inadecuadas y de las otras, afirmaciones políticamente incorrectas, invasión de la privacidad, mensajes disonantes y discriminación con motivo de género.

4.- Asegúrese de que haya testigos, cámaras o grabadoras para garantizar evidencia  cierta durante el inevitable proceso judicial, administrativo y fiscal.

5.- Disponga de un traductor simultáneo que debe activarse de acuerdo con la cara de la receptora. En caso de que esta insinúe el más mínimo sentimiento de disgusto o consternación ante el piropo, el traductor deberá explicar, palabra por palabra, la connotación, objetivos y significado de las mismas.

6.- Asegúrese de que su lenguaje no verbal sea completamente aséptico. Es decir que el movimiento del resto de su cuerpo y la expresión de su cara expresen lo que expresarían al pagar un recibo de servicios públicos, al comprar un repuesto de plomería o al amarrarse los cordones de los zapatos.

7.- Si pese a todas las advertencias y observaciones anteriores, usted considera inevitable mencionar como la sonrisa de esa vecina que ve todos los días en el ascensor alegra su día puede hacerlo, siempre y cuando cumpla con la siguiente condición: ni ella, ni nadie, debe enterarse de que usted dijo eso… jamás. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Revivamos nuestra historia: ­­películas que quiero ver (y 2)

Perdón por la incoherencia. Me explico. “Revivamos nuestra historia” era un programa de televisión que dramatizaba hechos del pasado colombiano. Por ahí pasaron Bolívar, Núñez, Gaitán, Mosquera y Obando. Como se supone que la idea de estas notas es dar alternativas a los poco creativos guionistas de Hollywood, de ahí lo de incoherente.

Ya en paz con mi conciencia aquí van dos propuestas sacadas de épocas previas. Una conocida y otra no tanto. Primero la famosa. En plena batalla del Pantano de Vargas los españoles le iban dando tremenda muenda a los locales.  Eso parecía partido del Barcelona contra burro amarrado (léase cualquier equipo que no sea el Real Madrid o – a veces–  el Atlético)

Una parte del libreto ya está escrito. Cuando Bolívar dice “se nos vino la caballería y se perdió la batalla”. Aparece un llanero. Rondón. Pide pista,  Bolívar suelta otra frase histórica: “Coronel, salve usted la patria”. Rondón sabe que su responsabilidad es mantener la altura del guión, así que responde con otra frase de esas que suenan importantes:  “los que sean valientes síganme”. 

Quince tipos le cogen la flota. Y se mandan en tremenda carga de caballería. Los españoles pierden la batalla y salen corriendo. Unos días después Bolívar los remata en el Puente de Boyacá y 200 años después comemos sancocho en vez de gazpacho, arrendamos apartamentos en vez de tomar pisos, decimos ustedes en vez de vosotros y nuestros gilipollas arrancan en pendejo y terminan en el tamaño de las gónadas.

Dejando de lado la lingüística y volviendo al cine, esa carga de caballería tiene material para película y hasta para miniserie. Quiénes eran esos 15, cómo llegaron ahí, qué les pasó después. En el Pantano de Vargas un soldado o policía le recita a los turistas parte de la historia que, si mal no recuerdo,  incluye hasta trío entre uno de los lanceros, su esposa y un español. ¿Quieren más?

La segunda idea del día es un hermano desconocido de la primera. Tengo entendido que en un canal regional de TV ya la hicieron. Misma época.  Los españoles esperaban a los criollos por el norte porque de ahí para abajo estaban Los Andes y nadie iba a ser tan estúpido de intentar atravesar la cordillera. Pero mi general Bolívar les salió general y fue eso lo que hizo. Cuando los que estaban arriba se dieron cuenta de que les habían metido un gol geográfico-militar, inmediatamente se lanzaron a reforzar los que estaban abajo. Pero no llegaron. 

En Charalá, en el Puente de Pienta, un grupo de patriotas se les atravesó. Suficiente para que hoy en día tengamos muchísimas reinas y reinados, aunque Juan Carlos, Sofía y Felipe de Borbón no forman parte de ellos.

Lo que pasó en ese puente fue heroico y glorioso. Ojo: heroico y glorioso no son sinónimos de victorioso. Una pista, algunos historiadores llaman al hecho la masacre del Puente de Pienta. Con el agravante de que después de arrasar con los que estaban en el puente siguieron con el pueblo.

Pero en eso hay que tomar el ejemplo de los gringos y su Álamo. Se parece bastante. Una batalla de civiles gringos contra un ejército regular mexicano donde, como era de esperarse, la tropa volvió chicuca a los civiles. Y podemos agregar que con algo de razón, porque ellos (los gringos) eran los invasores. Nada de eso importa. Los gringos volvieron héroes a estos tipos  y les han hecho libros, miniseries, monumentos y, por supuesto, películas. 

En Pienta están los mismos elementos, con una ventaja. Ellos sí  eran los buenos. Otra: con todo y masacre, funcionó y Barreiro nunca recibió esos refuerzos.  Ahí quedan dos ideas para sendas películas. Me gustaría verlas algún día.

martes, 6 de diciembre de 2016

El perro y la robot: ­­las películas que quiero ver (1)

De nada, Hollywood. Esto es gratis. Ahora, si quieren pagar, favor notificar por este medio. Pero no se trata de ser materialista sino optimista. En tiempos donde está de moda hacer refritos y ponerles nombres elegantes (“nueva versión”, “visión del director”, “actualización”) tengo ideas no tan originales para películas. De repente alguien las tuvo antes que yo pero se embolataron en algún punto. Y hablando de puntos,  al punto.

Esos seres de cuatro patas que andan en bloques de 3 a 10 amarrados a un paseador tienen un pasado. Un pasado glorioso y digno. Antes de ser juguetes de amos creativos –de los que les ponen gafas, zapatos y moños– sus antepasados eran animales libres y salvajes. Leí en alguna parte que empezaron a seguir a otros animales. Hoy les decimos homo sapiens. Andaban en dos patas, se cubrían del frío con pieles, hacían hogueras por las noches y se parecían al presidente electo de cierto país del norte, pero sin copete.

Los cuadrúpedos  no eran desinteresados. Perseguían  a los bípedos porque estos armaban campamentos y al levantarlos dejaban sobras de comida. Pero un día, un bípedo se acercó a un cuadrúpedo, un cuadrúpedo a un bípedo, varios cuadrúpedos a varios bípedos u otra combinación de “pedos” y se hicieron amigos.

La descripción no suena bonito y debe haber olido a diablos. (El homo sapiens no se bañaba y el tatarabuelo del perro tampoco ¿De qué creyeron que hablaba?). Retomo. En ese  momento comenzó una amistad que todavía perdura. Como nadie recuerda los detalles, cada uno es libre de inventárselos. Es decir que no hay problemas de derechos de autor. Señores animadores, ahí está su primera película.

Donde sí habría que pagarle o por lo menos pedirle permiso a alguien es en la pequeña  maravilla convertida en la gran maravilla que no es la mujer maravilla. Expliquemos en que consiste tanta maravilla. Se trata de una comedia de los años 80. El argumento giraba alrededor de un ingeniero que construía un robot en forma de niña pequeña. Los personajes eran el  ingeniero, su esposa y su hijo, cuya edad coincidía con la forma de la robot. Y unos vecinos detestables cuyo padre era, a  la vez, el abusivo jefe del ingeniero.

(Paréntesis. La robot tuvo su momento de popularidad. Algo así como Justin Bieber pero sin cantar. Aquí –hablo de Colombia–  la trajeron –a la actriz que la representaba–  alguna vez para algún evento de esos que organizan los políticos).

Cierro paréntesis y mando la idea. El hijo del ingeniero creció y estudió la misma carrera que su padre, pero especializado en mecatrónica (sé que no era necesario usar esta palabra, pero quería chicanear). Heredó también lo malo que sostenía el argumento de la comedia. Un jefe abusivo y un talento subvalorado.

Un día el ex pequeño encuentra los pedazos de la  robot, desactivada años atrás.  Su cuerpo ya no sirve pero su memoria sí. Así que la instala de nuevo –con alguna trampa  tecnológica que estoy seguro que se puede hacer, o por lo menos inventar con un mínimo de credibilidad– en el cuerpo artificial de una mujer adulta.  Cuya edad equivale, como no, a la del hijo grande.

De ahí para delante es problema de los libretistas, Tampoco les voy a hacer todo el trabajo. Pero cero y van dos ideas. Esperen más.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Desahogos gastronómicos de un viejo envidioso

Lo reconozco.  Soy envidioso y mezquino. No hay ninguna intención loable o positiva en lo que usted ha comenzado a leer. Me motivan sentimientos bajos, roñosos y sórdidos. No me quejo de mi infancia, pero cada día que pasa, me siento estafado. Y pienso que así como me tocó a mí, a ellos también debería tocarles.

Ellos son los niños de hoy. Ellos, los que deciden la actividad de fin de semana, escogen el restaurante, establecen el menú y a duras penas lo prueban antes de arrastrar a sus progenitores a cualquier actividad complementaria, elegida, como no, por ellos, los niños de hoy.

Nada que ver con mi generación, que no solo debía resignarse al dónde, cuándo y qué le servían en el plato, sino, lo más complicado, tenía que comérselo. En serio. Abstenerse implicaba graves riesgos que podían hacerse efectivos de inmediato (léase pellizco, bofetón y otras acciones pedagógicas) o la condena diferida…”espere a que lleguemos a la casa”.

Así que el sentido común recomendaba engullirse el manjar de turno. Inevitablemente incluía alguna delicia como poteca de ahuyama, brócoli o sopa de mano (véase párrafo siguiente). En casos excepcionales había algo adecuado para nuestra edad o gusto (pollo frito, papitas fritas, salchichas), generalmente combinado con remolacha o ensalada bañada en alguna vinagreta, de esas que impregnaban todo el plato con su sabor.

(Sopa de mano: Potaje de origen e ingredientes desconocidos y consistencia espesa, que genera la sensación de que en cualquier momento surgirá de su interior una mano con la firme intención de agarrarnos el cuello).

Cumplida la gesta contra la comida saludable, venía el momento de… esperar. Pararse de la mesa sin permiso y supervisión adulta no estaba en el libreto. Incontables fueron las horas perdidas para columpios, rodaderos, parques y demás espacios infantiles mientras los adultos hablaban de cosas “importantes” en medio de la sobremesa. Ellos decidían cuando levantarse y lo que venía después. A veces juegos, pero otras, muchas, simplemente para la casa. Y no haga mucho ruido que su papá necesita descansar.

Sí, de niños soñábamos con ese momento en que íbamos a ser los grandes. Íbamos a escoger el restaurante. Íbamos a comer lo que quisiéramos. Íbamos a definir lo que venía después.

La ventaja era que no había que preocuparse por la cuenta. Prerrogativa que se hizo notoria con el paso del tiempo, cuando crecimos, generamos ingresos y empezamos a conjugar el verbo pagar. En los comienzos, el salario no permitía darse demasiados gustos. Luego nos casamos, nos reprodujimos y ya sabemos lo que pasó. Por cuenta de los derechos del niño y el libre desarrollo de las personalidad los roles se invirtieron. Así que la autonomía gastronómica se aplazó hasta nueva orden. 

Pero como no hay plazo que no se cumpla, finalmente llegó ese día en que teníamos el tiempo, la autonomía y el dinero para comer en la calle lo que se nos diera la gana. Siempre y cuando coincidiera con las recomendaciones –o prohibiciones– del médico ese que nos restringió la grasa, los carbohidratos, los postres… etcétera.

Definitivamente, me siento estafado.