martes, 23 de agosto de 2016

Pispirispis

Se trata de atrapar seres que habitan una realidad alterna. Demanda movimientos encaminados a capturarlos. Con las manos.  Con los dedos. Pueden ser lentos o rápidos.  Y cuando culmina la cacería, suele celebrarse mediante una exclamación de júbilo.

¿Pokemones? No.  Pispirispis.

Mis escasas habilidades sociales me impiden comentar si las nuevas generaciones aún agarran pispirispis. Solo estoy seguro de algo. Ellos –los jóvenes– al igual que nosotros –los no tan jóvenes– tal vez cacen pispirispis, pero nunca han visto uno.

Porque si bien todos en el algún momento de la vida intentamos capturar algún representante de la susodicha especie, no conozco al primero que haya tenido la dicha de coronar su intento. Tampoco conozco al primero para quien esa situación sea un problema. Es que cazar pispirispis no es un fin en sí mismo. Es más bien un medio.

Los ejemplos ayudan. Caza pispirispis quien está tratando de recordar una palabra o dato. Abre y cierra la mano, mientras mueve los dedos. Cuando la información requerida escapa de algún rincón perdido de su cerebro y se expresa en tono jubiloso la cacería termina. Los pispirispis atrapados escapan y la vida sigue.

No es la única circunstancia. Quien está siendo regañado suele bajar la mirada e iniciar la captura moviendo nerviosamente dedos y manos. Condiciones de edad, género, nivel académico, experiencia o contenido del regaño son irrelevantes. En cambio, requisito fundamental para que asuma el mencionado comportamiento es que el regaño sea justo. Lo imperativo es ser culpable. Y la relación es directa. A mayor culpabilidad más pispirispis atrapados. Triturados. Pulverizados.

Al nemotécnico y al culpable le sumamos el comunicador. Dícese de aquel que en toda conversación, independientemente del tema, interlocutor, horario u tono, caza pispirispis. Agresivamente, en la nariz de su escucha. Tímidamente, con las manos ocultas o abajo. Nerviosamente, si la situación lo amerita. Momentos previos a solicitudes matrimoniales, peticiones de aumento de sueldo, requerimientos para permisos maternales o paternales y revelaciones de bajos resultados académicos al mismo público son situaciones que lo ameritan.

Claro, algunos no requieren entornos especiales.  En cualquier hora, momento o circunstancia realizan los movimientos que, supongo, a estas alturas el lector ya tiene completamente identificados. Fue uno de ellos. Injustamente olvidado por la historia. Ese anónimo personaje creó con su respuesta contundente una especie, una actividad, un recurso comunicacional, una estrategia para ganar tiempo, una terapia para los  nervios. No conocemos nombres, pero sí la conversación.  Algo como esto.

- ¿Qué hace?

-  Aquí cazando pispirispis.

- ¿Y qué es un pispirispi?

- No tengo ni idea, todavía no he cogido ninguno.

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