Hace varios meses que Pablo se levanta todos los días, se
despereza, va al baño, cumple con ciertos procesos anatómicos inevitables, se
afeita, se baña, se viste, se desayuna y sale a buscar empleo. Antes de la
primera consulta en línea, de la primera ojeada al diario o de los kilómetros
diarios de caminata chequeando avisos, haciendo consultas o visitando amigos
con cara de si sabe algo me avisa tiene
un ritual sagrado. Este se repite varias veces a lo largo de la jornada. Es
imprescindible. Inevitable. Es algo así como el Ramadán para los musulmanes, la
misa para los católicos, el baño en el Ganges para los hindúes o la consulta al
smartphone de los milenials.
Pablo no es milenial,
sino que pertenece a un modelo anterior. Por tanto uno de sus valores es la
estabilidad laboral. Una vez culminó su carrera profesional, se vinculó a esa
empresa en la que alcanzó a durar 16 años, 7 meses y tres días. Su salario no
era particularmente alto, pero había peores. Además, era un tipo organizado con
buen equilibrio entre ingresos y gastos. Había sobrevivido a un par de crisis
en su trabajo y aunque no estaba blindado, tenía unas expectativas razonables
de estabilidad laboral.
Hasta que un día se apareció un antiguo compañero de
universidad con inclinaciones empresariales. Por eso lo llamaremos el
Empresario Pedro. Un tipo emprendedor que había creado su propia empresa.
Empresa de verdad, con inversionistas, capital, sede, clientes y señora de los
tintos. Empresa de esas con futuro o mejor, proyección. Empresa de esas donde
necesitaban a tipos como Pablo.
La cosa se fue dando poco a poco, como cualquier romance. Un
encuentro casual, un comentario suelto, luego una cita más formal. Pedro
exploró –en el buen sentido de la palabra– a Pablo. Es decir que indagó sobre
su perfil laboral y condiciones hasta construir una propuesta. Salarialmente
mejor y sazonada con el discurso de que esta es una empresa nueva, tenemos
oportunidades de crecer, etc, etc, etc.
Como ya vimos, la experiencia previa de Pablo no incluía
cambios de empleo. Por tanto –cual doncella inocente ante los embates de un Don
Juan– fue presa fácil de la seducción profesional. Pero su novatada le pasó
factura al no aplicar la norma básica de seguridad a la hora de los cambios. No suelte lo que tenga hasta no
asegurar lo otro.
Pedro culpó a la coyuntura económica internacional y puede
que sea verdad. El asunto es que Pablo renunció y la anunciada plaza en la
empresa de su amigo nunca apareció. Las consultas sobre el tema que en
principio le respondían con “ya casi”, después con “tenemos que esperar un
tiempo”, y luego con “estamos mirando” un día se acabaron porque sencillamente
dejaron de responderle. Ahí fue cuando Pablo se dio cuenta de que se había
quedado sin el pan y sin el queso.
De ahí en adelante él se levanta todos los días, se
despereza, va al baño, cumple con ciertos procesos anatómicos inevitables, se
afeita, se baña, se viste, se desayuna y sale a buscar empleo. Antes de la primera
consulta en línea, de la primera ojeada al diario o de los kilómetros diarios
de caminata chequeando avisos, haciendo consultas o visitando amigos tiene un
ritual sagrado que se repite varias veces a lo largo de la jornada.
Insultar, mentalmente, e incluso en voz alta, con toda la
fuerza de su corazón al empresario Pedro.