jueves, 5 de enero de 2017

Desplazamiento laboral

Hace unos años, y no son tantos, yo era indispensable. Mis servicios formaban parte de  los requerimientos diarios en múltiples ambientes: familiares, industriales, laborales, eclesiásticos, militares, festivos y podría seguir.  Muchas cosas eran descartables, pero yo no. Claro, había otros que hacían lo mismo que yo pero con grave riesgo para la salud. Dentistas y oculistas y uno que otro ortopedista pueden dar fe de que no miento.

Lo que yo hacía era sencillo pero práctico. De hecho se  basaba en una ciencia básica, la física, para ser exactos. Pero me pasó algo tan común en este país. Tuve un problema con las roscas. Las roscas han ido llegando, poco a poco y se han ido imponiendo. Me fueron dejando por fuera. Bien lo dicen: lo malo de las roscas es no estar en ellas.

Ese fue solo el comienzo. Otra desgracia vino por cuenta de la tecnología. No tengo nada personal contra los diseñadores industriales, simplemente los odio. Ellos, lentamente,  han ido cerrándome las puertas. Eso sí, les abono la creatividad.

Tengo, como todos, un campo específico de trabajo. Un área en la cual desempeño mis habilidades. Pues bien, en un proceso lento pero constante ese campo ha ido modificándose en beneficio de muchos, pero en total detrimento para mí. Se trata de avances que prestan los mismos servicios, pero sin. Sin mí. Yo ya no soy necesario.

Es más. Tengo un segmento específico de la economía con el cual establecía una relación directa, casi simbiótica. Éramos una especie de pareja perfecta. Ella –sí, es ella- me necesitaba. Yo era su complemento perfecto. A lo que voy es que otros le hicieron una cirugía, mejora, adaptación o llámenla como quieran, cuya único resultado fue eliminar a un protagonista de la historia. Adivinaron, a mí.

Ante el hecho consumado, solo me resta buscar alternativas. Y  aunque puedo ser útil para algunas labores domésticas o prestar servicios opcionales el problema de fondo es que para todo eso ya existen especialistas. Es decir, quienes por sus habilidades lo hacen mejor que yo.  Quienes fueron preparados especialmente para eso. Se pueden soltar o apretar tornillos con muchos instrumentos, pero el mejor para hacerlo sigue siendo un destornillador.

La verdad es que aunque saben que estoy ahí, cada vez menos gente me convoca. No hago falta. Soy, por  mucho, una parte del paisaje o algo medio decorativo. Mi inexorable destino es el abandono, el olvido y, tal vez alguna referencia curiosa de quienes me conocieron en  tiempos de gloria, o de los historiadores de un futuro cada vez  menos lejano.

Soy un desplazado laboral por la evolución de la tecnología, los hábitos y las costumbres. Víctima paulatina de las tapas rosca, los envases innovadores, el plástico y esos sistemas que permiten hacer con la mano aquello para lo cual yo era infaltable. Yo era el dispositivo adecuado para poder consumir cervezas, gaseosas y jugos de otro tiempo. Y todo gracias a una sencilla aplicación del concepto físico de la palanca para efectos bebestibles

Soy un destapador de botellas.

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