El periodista de turno habla con su fuente sobre cómo
controlar el peso con una dieta basada en frutas y verduras. Si el entrevistado
es un experto, por ejemplo un nutricionista, las preguntas serían algo así como
esto: ¿Qué ventajas tiene para la salud restringir el consumo de harinas y
aumentar el de frutas y verduras?
¿Cuáles son las frutas y verduras más saludables?
Las preguntas parten del principio de que esta dieta es
ideal. Pero a veces el interpelado se sale del libreto. Por ejemplo señala que
estudios recientes cuestionan la tradicional satanización al consumo de grasas
y harinas. Lo que podría esperarse es que ante la modificación en la idea
original, la entrevista tome otro rumbo.
Pues no.
Aquí nos referimos a un estilo particular de periodismo.
Aquel en el cual el periodista hace entrevistas donde la única respuesta que le
sirve es la que él espera. En la que se dedica a manipular, acosar o silenciar
a la fuente hasta que ella diga lo que él comunicador espera escuchar. Yo lo
llamo periodismo de autoafirmación.
Aparece en cualquier área. En la cultura. Los reporteros
altamente especializados montan sus entrevistas en un código casi que críptico,
que solamente entienden él, la fuente y un selecto grupo de personas, todos
intelectualmente privilegiados.
Así, en vez de simplemente consultar a un escritor sobre sus
influencias, el entrevistador da la obra, el autor, la página y el párrafo de
donde su entrevistado “sacó“ la idea. La cosa suena prepotente, pero es
aceptable. El lío viene cuando el entrevistado niega la influencia. Vendrá una
catarata de preguntas repletas de referencias para demostrar que él (el escritor)
sí tiene esas influencias, aunque él (sí, el escritor) no lo sabía.
Otro escenario es cuando la fuente debe responder por algún
hecho ilegal o inmoral. Hasta ahí todo
bien: los personajes públicos y no tan
públicos deben dar su versión de hechos que afecten a la sociedad. Pero en el
periodismo de autoafirmación, la fuente está condenada de antemano y la
entrevista solo sirve si hay un “mea
culpa”. Es una sucesión interminable de ataques disfrazados, camuflados
como preguntas. Solo terminará cuando la fuente “confiese” o corte la
conversación.
Este estilo no es novedoso. Mi memoria ubica ejemplos en
transmisiones radiales de fútbol del siglo pasado. Era costumbre buscar a los
protagonistas y hacerles preguntas relacionadas con su desempeño. Con “diálogos” como los siguientes.
Periodista: Felicitaciones por la forma en que engañó al
defensa. Usted permaneció agazapado
detrás y solo corrió para desmarcarse cuando presintió que venía el centro, lo
que le permitió elevarse y cabecear para anotar el primer gol.
Futbolista. Sí, fue un bonito gol.
Periodista: ¿Y ahora qué viene? El próximo partido es fundamental
para las aspiraciones de su equipo. Una victoria los pondría a las puertas de
la clasificación pero una derrota los llevaría a una situación comprometida.
Futbolista: Hay que seguir trabajando...
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