jueves, 6 de abril de 2017

Yo pregunto, yo contesto

El periodista de turno habla con su fuente sobre cómo controlar el peso con una dieta basada en frutas y verduras. Si el entrevistado es un experto, por ejemplo un nutricionista, las preguntas serían algo así como esto: ¿Qué ventajas tiene para la salud restringir el consumo de harinas y aumentar el de frutas y verduras?  ¿Cuáles son las frutas y verduras más saludables?

Las preguntas parten del principio de que esta dieta es ideal. Pero a veces el interpelado se sale del libreto. Por ejemplo señala que estudios recientes cuestionan la tradicional satanización al consumo de grasas y harinas. Lo que podría esperarse es que ante la modificación en la idea original, la entrevista tome otro rumbo.

Pues no.

Aquí nos referimos a un estilo particular de periodismo. Aquel en el cual el periodista hace entrevistas donde la única respuesta que le sirve es la que él espera. En la que se dedica a manipular, acosar o silenciar a la fuente hasta que ella diga lo que él comunicador espera escuchar. Yo lo llamo periodismo de autoafirmación.

Aparece en cualquier área. En la cultura. Los reporteros altamente especializados montan sus entrevistas en un código casi que críptico, que solamente entienden él, la fuente y un selecto grupo de personas, todos intelectualmente privilegiados.

Así, en vez de simplemente consultar a un escritor sobre sus influencias, el entrevistador da la obra, el autor, la página y el párrafo de donde su entrevistado “sacó“ la idea. La cosa suena prepotente, pero es aceptable. El lío viene cuando el entrevistado niega la influencia. Vendrá una catarata de preguntas repletas de referencias para demostrar que él (el escritor) sí tiene esas influencias, aunque él (sí, el escritor) no lo sabía.

Otro escenario es cuando la fuente debe responder por algún hecho ilegal o inmoral.  Hasta ahí todo bien: los personajes  públicos y no tan públicos deben dar su versión de hechos que afecten a la sociedad. Pero en el periodismo de autoafirmación, la fuente está condenada de antemano y la entrevista solo sirve si hay un “mea  culpa”. Es una sucesión interminable de ataques disfrazados, camuflados como preguntas. Solo terminará cuando la fuente “confiese” o corte la conversación.

Este estilo no es novedoso. Mi memoria ubica ejemplos en transmisiones radiales de fútbol del siglo pasado. Era costumbre buscar a los protagonistas y hacerles preguntas relacionadas con su desempeño.  Con “diálogos” como los siguientes.

Periodista: Felicitaciones por la forma en que engañó al defensa.  Usted permaneció agazapado detrás y solo corrió para desmarcarse cuando presintió que venía el centro, lo que le permitió elevarse y cabecear para anotar el primer gol.
Futbolista. Sí, fue un bonito gol.
Periodista: ¿Y ahora qué viene? El próximo partido es fundamental para las aspiraciones de su equipo. Una victoria los pondría a las puertas de la clasificación pero una derrota los llevaría a una situación comprometida.
Futbolista: Hay que seguir trabajando... 

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