miércoles, 29 de marzo de 2023

Un caso rutinario


El supervisor revisa los informes para darles el visto bueno. Llega al documento 7. “Disminución de consumo por disminución de personas” . Le pregunta al inspector de turno: ¿Algo más o dejamos así?...

La revisión 7 del día había sido en un apartamento grande, antiguo, en pleno centro. Habían detectado una reducción inusual en el consumo del agua y el inspector de turno debía descartar posibles fraudes. 

- “Buenas tarde señor, vengo del...”

- Sí, yo sé lo que usted vino a hacer. Así que anote para que entienda. Comenzó con el vago de mi cuñado. Ese sinvergüenza nunca ha trabajado y la vieja con la que vivía se aburrió de mantenerlo hace como cuatro meses y lo echó así que a dónde cree que vino… Le pregunto a usted, ¿a dónde cree que vino?

- Pues...

- Pues donde el bobo de Augusto, aquí presente, el marido de su hermana Catalina. Y quien le dice que no a esa mujer. Se vino para acá. Uno hasta se aguanta eso, pero el tipo todo el día en pantaloneta pegado al televisor... Eso era insoportable. Y como a la semana se quebró el primo. ¿Sabe quién es el primo?

- El hijo de su… ¿tío?

- No hombre, del tío de mi mujer, de Catalina. Ese sí es juicioso pero bruto pa’ los negocios. Y tan mal le fue que le tocó vender la casa. Así que como aquí hay espacio pues cómo no se le da alojamiento por unos días que se volvieron meses. Y con señora y dos hijos. Ya vamos cinco. Y justo a la Chiqui le da por reaparecer.

- Señor pero…

- No me interrumpa. Hace un par de años a la Chiqui le dio el berrinche de independencia y se largó. Y un día suena el timbre y está ahí, con par maletas y cara de yo no fui. Para mí que no fue ningún ataque de mamitis sino física hambre. La calle es dura, ¿cierto? Cómo le digo que no. ¿Usted le diría que no a su hija?

- Yo no tengo hi...

- Y justo en esos días se cae la suegra. Sin ser grave quedó con la pierna chueca y sin poder caminar. Y quién le dice que no si no tiene más familia en esta ciudad y aquí lo que hay es gente pa’ que la cuide. Estos apartamentos son grandes, pero tocó hacer milagros con los tres cuartos y la sala. La suegra quejándose, los dos chinos corriendo y gritando, el inútil ese sin hacer nada, y la Chiqui cambiando de genio todos los días.

- Entiendo señor, pero sobre el consumo...

- Qué, ¿usted cree que esa gente no se baña?, ¿no usa el sanitario?, ¿no empuerca ropa?, ¿no ensucia loza? Y eso sin contar las necesidades de la enferma. Pero vamos a lo que le importa. Yo quería ver ese partido y el cuñado pegado a una de sus series así que le pongo el tatequieto y se las viene a dar de digno. Entonces me voy ¡Pues váyase! Y ahí fue. Que como va a echar al niño, dice la suegra. Cual niño si tiene como 40 años. Que no le hable así a mi mama. ¡Pero esta es mi casa! Augusto, yo le agradezco mucho pero ella es mi tía y además los niños no tienen porque ver esta pelea. Y arranca a llorar mi mujer, y la Chiqui se solidariza. Entonces la suegra se levanta – sí podía la vieja –. Yo no tengo porque aguantar esto, yerno. Me voy para mi casa con mijo. Pero mijo no es pendejo y dice que quien la va cuidar -como si él no pudiera- y ahí mismo se ofrecen el tío y la señora. Pero quien nos ayuda con los niños, y ahí brinca mi mujer, y la Chiqui dice que no deja sola a su mamá. Y en dos días el gentío se larga y me dejan solo. Y así estoy desde hace mes y medio. ¿Anotó todo joven?

...El inspector de turno le contesta al supervisor. - No señor, un caso ”rutinario” de disminución de personas. 

miércoles, 22 de marzo de 2023

Eso es entre el GPS y Boni


Para el resto de la humanidad es una herramienta de movilización. Para los que gustan de las definiciones  precisas es una aplicación social de tránsito automotor en tiempo real y navegación asistida por GPS.  Para Bonifacio es una pelea personal. El GPS y sus aplicaciones para ir de un sitio a otro le caen mal.

Boni, como le dicen sus parientes, utiliza preferencialmente el transporte público en modalidades tradicionales. Lo más tradicionales posibles. Es decir que cada avance de esos que simplifica la movilidad le complica la vida. El paso del pago en efectivo a la tarjeta estuvo a punto de mandarlo a psiquiatría. No entiende para qué, si todavía puede estirar el brazo, sirven las aplicaciones esas de taxis y similares. Y en último caso, siempre se puede llamar por teléfono.

Además, se enorgullece de conocer, como pocos, rutas, calles, recovecos y trayectos. Pero el mundo le cogió ventaja y solo se vino a dar cuenta cuando, por una circunstancia personal, pasó varios días en calidad de pasajero de los carros de la familia. Aunque ya sabía de las aplicaciones GPS, cuando las vio en acción le generaron antipatía inmediata. No entendió por qué, para ir a cualquier lugar, lo primero que hacía el conductor de turno era marcar ubicación en la máquina respectiva. Le pareció intrusiva y detestable la vocecita de “gire a la izquierda en 200 metros, cambie de carril, ha llegado a su destino...”

Más cuando ese recorrido era un rutina permanente del conductor en camino a su trabajo, en la ruta de los niños al colegio o para hacer las compras del día, de la semana o del mes.  No importaba, si el aparato no estaba encendido, el respectivo automóvil no arrancaba. 

Boni, primero, se atrevió a sugerir alguna ruta alterna. La propuesta fue escuchada con cortesía y cortésmente ignorada. Como lo racional era quedarse callado, Boni siguió hablando. Y como quien no quiere la cosa, soltó algún comentario sobre los efectos nocivos de la excesiva dependencia del ser humano moderno frente a las tecnologías emergentes…

((En realidad lo que dijo fue “¡Cuál es la pendejada con ese aparato!)

Entonces le explicaron las ventajas. Conocer con anticipación las vías congestionadas y evitarlas.  Información sobre rutas alternas que ahorran tiempo y gasolina. Boni entendió los argumentos y de inmediato respondió con una reflexión sobre el impacto del desarrollo urbano en la cultura ciudadana a la hora de planear, realizar y culminar con éxito desplazamientos en las ciudades.

((En realidad lo que dijo fue “¡Pendejadas, la gente llegaba sin necesidad de aparatos!)

Y acto seguido ordenó, “voltee por acá a la derecha y verá”.  En efecto vieron. Y oyeron. Vieron tremendo trancón cuatro cuadras más adelante y oyeron a la vocecita decir “gire a la izquierda en la próxima esquina” cuatro veces. Era evidente que Boni debía reconocer su equivocación. Y él, por supuesto, no lo hizo.

La guerra apenas había comenzado. De ahí en adelante cada trayecto donde coincidían Boni y alguna modalidad de GPS se convirtió en un concierto de órdenes y contraórdenes. Si la máquina decía gire, el hombre insistía en seguir derecho. Cuando la voz artificial pedía avenida principal, el pasajero sugería algún recoveco extraño. Y así hasta que el encargado del volante, exasperado, optaba por hacerle caso al GPS e ignorar a Boni, hacerle caso a Boni e ignorar al GPS o parar el carro y decirle al comunicativo pasajero !Entonces maneje usted!.

Por cierto, Boni no sabe manejar.  Y últimamente ha notado que lo invitan, pero no le ofrecen transporte. 

miércoles, 15 de marzo de 2023

Nuestros viajeros del tiempo

Asumo todas las consecuencias, pero el país debe conocer la verdad.  No hay otra explicación posible: en Colombia, alguien sabe como retroceder en el tiempo, bien sea para cambiar la historia o para recuperar la juventud.

Las señales, realmente, comenzaron hace años. Yo soy exalumno de una universidad cuyo nombre no interesa. En algún momento de mi vida me enteré de que podía obtener un carnet de egresado, que me permitiría seguir utilizando los servicios de la biblioteca y otras ventajas que no recuerdo.

En fin, cuando saqué el documento de marras, me llamó la atención que había que renovarlo anualmente. En ese momento me pareció raro. Creo que había que pagar algo, entonces supuse que era una estrategia económica de esas con la que la Academia complementa sus ingresos. Lo usé durante un tiempo, me parece que nunca lo renové y eso pasó al departamento de olvidos.

Hablando de tiempo, siguió pasando. Días, meses, años. Tercer piso, cuarto piso, quinto piso, sexto… Y para efectos de supervivencia laboral, entré al anualmente renovable mundo de los contratos. Es momento de un paréntesis. Cuando tocó, este sujeto definió su situación militar. Pagada la respectiva cuota de compensación, recibí la libreta. Mientras tuve cara de remiso, la utilicé para salir bien librado en las batidas. Como la cara de remiso desapareció y en cambio las batidas también, la principal función del documento pasó a ser cumplimiento de requisitos de contratación. Fin del paréntesis.

Pero un día ya no solo servía tener el documento, sino que había que adjuntar una constancia de que el documento estaba registrado por allá en una página web. Creo que fue por un fallo judicial. Le permitió a la gente trabajar sin libreta, siempre y cuando esta estuviera en trámite. O algo así. Y como de todas formas tocaba demostrar que estaba en trámite, esa información estaba en la página web. Así que, con libreta o sin ella, tocaba acudir a la tal página. Tranquilos, yo tampoco entendí la lógica del asunto, pero parecía fácil.

Pues no. Tenía 60 años y no aparecía en la tal página. Varias fuentes -de uniforme y de las otras- me confirmaron que de los 50 en adelante eso de la situación militar queda solucionado en automático. Lo que significa que convierte a la libreta en un pedazo de plástico que nadie debe pedir.

Pero mi potencial empleador no estaba convencido así que tocó que alguien me certificara que yo no necesitaba que nadie certificara mi situación militar. Fue un trámite sencillo. La autoridad militar competente emitió un certificado donde explicaban que por ser mayor de 50 años, etc, etc, no tenía que definir situación militar porque por cuestión de edad ya estaba definida, etc, etc,.

Y ahí fue cuando descubrí lo del viajero en el tiempo. Porque, y cito, la certificación de marras tenía una validez de 30 días. Es decir, que por alguna razón, quien la expidió consideraba que, pasado ese periodo, de alguna forma yo podía volver a tener menos de 50 años. 

Eso sólo sería posible yendo al pasado. Contactando a mi yo de, digamos, 1980, y trayéndolo a la época actual. Y como ese yo aún no había estudiado en la universidad,  de repente quedó claro el porqué era necesario renovar el carnet de egresado.

No sé quien posee ese gran poder de trasladarse entre épocas - yo no soy, por lo menos – ni para que lo ha utilizado. Hay muchas cosas que no entiendo. Sobre todo una.

¿Por que un conocimiento tan valioso, al parecer sólo sirve para generarle trámites y gastos a un pobre tipo que solo quiere trabajar?

miércoles, 8 de marzo de 2023

El puchero del silencio


Un silencio de esos que todos escuchan se apoderó, en círculos concéntricos, de la reunión familiar. Primero, en el grupo donde se produjo la sacrílega afirmación. Súmele los que estaban cerca y oyeron suficiente para reaccionar. Otros no oyeron, pero fueron informados por el rumor que en segundos copó la estancia. Y todos, absolutamente todos, dejaron de emitir sonidos y centraron su mirada en el mismo personaje.

La mayoría expresaba estupefacción y desconcierto. Otros reflejaban algo de miedo. No faltaban, aunque minoritariamente, los rasgos de rabia. Tampoco la sonrisa, honesta y divertida, en plan de conmiseración. No lo entendían, no le temían, pero tampoco lo odiaban. Simplemente le tenían lástima.

A todas estas Alejandro – viejo conocido de las Amilcaradas – siguió devorando su ración de puchero bogotano, a sabiendas de que – nuevamente – había sido derrotado, aplastado y triturado por muenda. Fiel a su estilo confió en que pronto dejaría de ser el centro de atención, como en efecto pasó. 

Comenzó como un leve murmullo, con tono dramático o por lo menos algo de fastidio.  Pero a medida que la ola se extendía se impuso una actitud más bien risueña. Fueron algunas sonrisas que evolucionaron a risa e, incluso, a carcajadas. La reunión familiar motivo grado retomó sus rutinas con varios temas, aunque el predominante siguió siendo ese, ese que había generado la pequeña tragedia del puchero bogotano.

Las opiniones iban y venían. En tiempos de tecnología se reforzaban con intercambio de memes y, al haber conflicto de por medio, era inevitable que la mayoría de los interlocutores tomaran partido por una de las partes, algunos y algunas con evidente apasionamiento.

Alejandro había llegado un poco tarde, cuando ya se habían formado los diferentes grupos de conversación típicos de una reunión sin baile. Los viejos, los jóvenes, las mujeres, los hombres, las tías comunicativas, los adolescentes malencarados del rincón y el equipo de cocina que daba los últimos toques al puchero… todos hablaban de lo mismo.

Mientras no hubo almuerzo, Alejandro logró mantenerse en un margen de seguridad. Pero ya con el puchero en la mano fue necesario ubicarse en un punto fijo adonde llegaron el suegro libertino, dos primas risueñas, la tía recién jubilada y el tío conferencista. Precisamente, fue este ultimo quien le planteó el tema. 

- Y.. ¿qué piensas de la canción, Alejo?

- ¿Cuál canción tío?

- Como que cuál mijo, la de Shakira donde le da garrote a Piqué.

(Silencio mientras Alejandro trata de ubicar a los personajes).

- Shakira, la cantante, Piqué el futbolista (dice el tío con el mismo tono pedagógico de sus conferencias).

Alejandro piensa un momento mientras degusta una costilla sudada hasta que responde – Creo que no.

En ese momento el suegro, las primas, y la tía recién jubilada centran su atención en el personaje. El suegro dispara – Pero Alejandro, usted en qué mundo vive, todo el mundo habla de eso.

Y sin ninguna maledicencia pero con algo, mucho de inocencia, Alejandro responde – Pues a mí esa vaina de cantantes y futbolistas no me importa.

A partir de ese momento, un silencio de esos que todos escuchan se apoderó, en círculos concéntricos, de la reunión familiar.


miércoles, 1 de marzo de 2023

Letras malvadas

Wilfredo tiene una deuda impagable con el personal pedagógico que acompañó sus primeros años de infancia. El hombre, que no tuvo hijos, ignora como funciona eso de la letra en los colegios del siglo XXI. Pero en los del siglo XX, que le tocaron a él, era una especie de obsesión académica. Los renglones torcidos, los caracteres chuecos, la desproporción entre la altura de las vocales, o los parámetros diferenciales entre mayúsculas y minúsculas estaban en posición privilegiada dentro de las prioridades educacionales.

El problema es que Wilfredo nunca compró ese discurso. O no lo compró la parte del cerebro, de la mano, o de la coordinación cerebro-mano que debía hacerlo. Por eso los garabatos amorfos y desproporcionados con los que inició su proceso de deserción del analfabetismo evolucionaron hacia otros garabatos... más amorfos y más desproporcionados.

Pero los educadores y educadoras no se iban a rendir tan fácil. Así que acudieron a todo. Algunos recursos que ya perdieron vigencia, como el uso de instrumentos de medición a manera de estímulo físico (Wilfredo no sabe cuantos reglazos recibió en las manos, incluso con regla metálica, pero la A y la R seguían torcidas).

Como la letra – literalmente - con sangre no entró, el turno fue para la práctica. Las planas. Cuadernos interminables que debió llenar con abecedarios, palabras y frases sospechosamente conectadas al complejo de Edipo (“mi mamá me ama”); animales de comportamientos extraños (“ese oso pisa mi masa); y actividades cotidianos o no tan cotidianas (mi papá rema rápido, esa señora pone un mono a mi muñeca cada mañana).

Más allá del mensaje, el asunto era de estética. Las letras no debían torcerse y, sobre todo, no debían salirse del renglón. Como la primera hoja del primer cuaderno estaba llena de caracteres deformes y desubicados y en cambio la última también, la profesora cambió la cancha. Las planas siguieron ahí, pero en cuadernos ferrocarril, aquellos que tenían lineas impresas de distinta altura. 

Se trataba de un recurso diseñado para desarrollar la habilidad de escribir adecuadamente respetando la proporción entre mayúsculas y minúsculas, y nivelar la altura de las letras. Así que Wilfredo llenó uno tras otro de esos cuadernos de letras tan proporcionadas como incomprensibles. Y a medida que pasaron los años de las planas repetitivas se pasó a la transcripción de párrafos, páginas y hasta capítulos de libros, pero letra que nace torcida, jamas su trazo endereza.

Como el departamento de planas no dio mayores resultados, el siguiente paso fue la psicología. Conversaciones en el aula y en entornos más personalizados sobre lo que una buena letra reflejaba de una persona, sobre la importancia de que los demás vieran la pulcritud y cuidado a la hora de escribir. Observaciones de las que Wilfredo tomó atenta nota con sus torcidos y desproporcionados caracteres.

La batalla duró casi toda la primaria e incluso el bachillerato, con observaciones tipo “no entiendo lo que dice ahí” en los previos, quizes, parciales y trabajos a mano. Pero aquello de despacito y buena letra solo se quedó en el primer enunciado para Wilfredo. 

Hoy son tiempos de teclados, pantallas e impresoras y presentar textos con una buena caligrafía está al alcance de cualquiera. Sin embargo, cuando Wilfredo garabatea cualquier cosa en un papel y revisa sus notas, no puede evitar pensar en profesoras y profesores que tanto tiempo y esfuerzo dedicaron a una causa perdida.

Esta gente solo quería hacer su trabajo. Pero fracasaron. Dieron su mejor esfuerzo sin siquiera acercarse a la meta. Esa letra no la entiende nadie.