miércoles, 25 de octubre de 2023

Himno a la coca (del almuerzo)

 


Grande coca
invento sin par
a todos nos ponés 
a ahorrar,
¡a ahorraaaar!

Ya no hay que 
pues tenemos comida
asegurada,
¡aseguraaaada!

Microoondas
estás disponible
para que usarme 
sea posible,
¡posiiiible!

Sala de juntas
comedor improvisado
o cubículo
en mesa transmutado,
¡transmutaaaado!

El billete
ahora economizamos
porque sin gastar plata
almorzamos,
¡almorzaaaamos!

Aunque ahora 
la acostada aplazamos
o la madrugada
adelantamos,
¡adelantaaaamos!

Pero paga
ese esfuerzo especial
pues comemos
sin tener que pagar,
¡que pagaaaar!

A cocinar sin el Sol
aprendimos 
empacar y llevar
eso hicimos,
¡eso hiciiiimos!

Ese plato
ya no se va a perder
aunque los hijos no
quisieron comer
¡comeeeer!

Le agregamos arroz
y a la coca
para mandar después
a la boca,
¡a la booooca!

Si hubo fiesta en
días pasados
nuestro almuerzo
será estilizado,
¡estilizaaaado!

Y si la cosa
fue un cumpleaños
un ponqué como 
postre llevamos,
¡llevaaaamos!

Poco importa 
que sean sobrados
igual seremos 
privilegiados,
¡privilegiaaaados!

Pero cuando no hay 
comida fina
tendremos arroz, 
papa y proteína,
¡proteiiiina!

Hasta el tope y 
todo revuelto
ese es el menú
más perfecto
¡Más perfeeeecto!

Huevo duro, salchichón,
mortadela, 
lo importante es
llenar la cazuela,
¡la cazueeeela!

Y si la poca plata
no deja
hora de frijol,
garbanzo o lenteja, 
¡o lenteeeeja!

Si la idea es ser
saludable
fruta y verdura
también es agradable,
¡agradaaaable!

Los cubiertos
son tema presente
desechable, prestado
o permanente,
¡permaneeeente!

Muchos celos nos
despierta ese empleado
con su kit de camping
importado,
¡importaaaado!

En el microondas
de los primeros ser
clave es para 
temprano comer,
¡comeeeer!

O si no a formarse
y ser paciente
para tener la
comida caliente, 
¡calieeeente!

Sospechoso ese
personaje es
que siempre primero 
en la fila es,
¡fila eeees!

Negocio raro 
que da mala espina
con la señora
de la cocina 
¡de la cociiiina!

Otro personaje 
es impopular 
por más de una 
coca llevar,
¡lleeeevar!

Se hace coger 
un odio sereno
ese que trae 
almuerzos ajenos,
¡ajeeeenos!

La culpa tiene 
ese patán
los días que toca 
almorzar de afán,
¡de afaaaan!

Para todos
después de almorzar
la hora llega 
de la coca lavar,
¡lavaaaar!

Es curioso 
durante ese rato
nunca hay peleas 
por lavar los platos
¡los plaaaatos!

Y para terminar
esta historia
van unos versos que
hacen memoria
¡memooooria!

Portacomidas
fuiste pionero
homenaje rendimos
al primero
¡primeeeero!

Cocas de metal por 
varilla pegadas
llevaban seco
y sopa reforzadas
¡reforzaaaadas!

A coca plástica 
evolucionamos
y el almuerzo en el trabajo

¡REEE
VOOO
LUUU
CIOOO
NAAA
MOOOOS!


miércoles, 18 de octubre de 2023

La batalla de los uniformes


Un día el Ingeniero Pérez, líder de una mediana empresa ubicada en ciudad de clima cálido, descubrió un excedente en el presupuesto de bienestar. Le pareció buena idea introducir algo de variedad en el uniforme del personal de oficina. Este consistía en una sencilla dotación de yin y camisas o blusas azules. El cambio propuesto consistía en agregar dos colores adicionales para la prenda superior, y así generar un poco de  diversidad en la vestimenta diaria.  

Lo que sí le dio pereza fue botarle neuronas a decidir cuál día usar la camisa azul, cuál la blanca y cuál la azul a rayas blancas, así que optó por delegar. Entonces convocó algunos mandos medios para que ellos definieran el tema. 

En un principio parecía un tema de 20 minutos de reunión. Pero se fue complicando, con posiciones cada vez más radicales. El que argumentaba el libre albedrío en la forma de vestir; la que sugería cambiar la prenda cada semana; quien planteaba un cambio diario sin ningún orden específico; la que tenía una posición similar pero consideraba fundamental definir los colores aplicando el feng shui por aquello de las energías positivas; y el aficionado a las alineaciones de fútbol que planteaba un esquema 2-2-1, rotado alternativamente con un  2-1-2 y en semanas de lunes festivo aplicando el 2-1-1.

Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo, el tema volvió al Ingeniero Pérez con el fin de que designara un solo responsable.  Dijimos que no hubo ningún consenso entre los delegados. Bueno, sí hubo uno. Para efectos prácticos se determinó denominar “Líder de código de vestuario” a quien finalmente quedara como encargado del tema. Y los aspirantes —que a estas alturas incluían a la sindicalista, al brigadista de seguridad industrial y a la del fondo de empleados— activaron el departamento de conversaciones extrañas. 

En lugares públicos y privados (baño incluido), el Ingeniero Pérez fue interceptado por los potenciales LCV (sí, ya la actividad tenía sigla propia).  Al principio se trataba de que él se enterara de los conocimientos del interlocutor sobre moda, colores, estilos y feng shui. Después el objetivo evolucionó y la idea era que el Ingeniero supiera lo mal que se vestían los otros aspirantes, el desorden que caracterizaba su trabajo diario, sus pésimas combinaciones cromáticas y demás antecedentes que demostraban su absoluta ineptitud (la de los otros) para definir la imagen corporativa que proyectaría el personal de oficina.

Hubo incluso dos o tres que optaron por que el Ingeniero los viera, cada día de la semana, en atuendos similares a los uniformes en, cómo no, la distribución temporal que cada uno defendía. Y a eso se le agrega el grupo que optó por la estrategia indirecta de no tocar el tema, pero elogiar a Pérez. 

El asuntó evolucionó de conversaciones inesperadas a correos o mensajes anónimos donde la información tocaba asuntos mucho más personales, como que “Z” tenía intereses ocultos por sus extrañas conexiones en el negocio del lavado de ropa, "W" era fanático de un club de fútbol y por eso priorizaba determinado color, “Y” no se bañaba todos los días y “X” se estaba robando el papel higiénico de los baños.

Hasta ahí le llegó la paciencia al Ingeniero. Convocó a todos los aspirantes, anunció formalmente la cancelación de la propuesta de los uniformes, y se echó un discurso sobre prioridades organizacionales que sonó a regaño. Terminando la reunión, aún quedaba pendiente qué hacer con los recursos de bienestar que inicialmente iban a financiar los uniformes. Alguien propuso que la empresa asumiera uno o dos refrigerios diarios para cerrar las pausas activas.

Parecía muy buena idea hasta que otro alguien preguntó;  “Está perfecto pero ...¿cómo definimos el menú?”

miércoles, 11 de octubre de 2023

Perdedor en peleas ajenas


Como las empresas están conformadas por seres humanos, y muchas veces no hay cama para tanta gente,  la competencia es inevitable. Esa competencia, siempre, involucra posiciones de poder. Lo cual suena muy importante. En ocasiones lo es, cuando se habla de propiedad, alta dirección o decisiones estratégicas. En esas situaciones, los dioses (léase cacaos, inversionistas, altos ejecutivos) se enfrentan y, como alguna vez nos enseñó un jefe, cuando pelean los dioses, los mortales se agachan.

A menos que —suele pasar— los mortales entremos a la pelea. No como contendores, sino como armas. Es decir que usted y yo, sin tener la mínima oportunidad de saborear el ponqué, pasamos a ejercer como tenedores. O como servilletas.

Me explico. Digamos que el gerente general tiene un subgerente de esos que aspiran. Aspiran a quitarle el puesto. Entonces, se dedica a hacer cosas para quedar bien con la junta directiva y para demostrar lo bueno que es. O lo mejor que es. Mejor que el actual gerente. Ahora, lo de hacer es una forma de decirlo, porque ellos no hacen. Le ponen tareas a sus subalternos. Tareas que llegarán al gerente quien, al no formar parte del gremio de los pendejos, evaluará y descalificará sistemáticamente. Hasta que el conflicto estalle y haya acciones contra los implicados. ¿Contra el gerente? ¿Contra el subgerente? No. Contra los subalternos.

Porque un buen aspirante a encajonar a su superior normalmente viene apadrinado, así que no es tan fácil quitarlo de en medio. Pero se puede bombardear desacreditando sus proyectos y resultados. El paganini de turno será el mando medio o empleado al que le tocó esa actividad a la que siempre le encontrarán algún pero, que deberá repetir hasta el cansancio o que simplemente irá al archivo de los olvidados. Y si la cosa se pone más peluda, las diferencias se solucionan con despidos. Y no precisamente de subgerentes.

Otra circunstancia involucra cobros retroactivos. Empieza con una lucha entre dos ejecutivos del mismo nivel donde hubo un ganador. Digamos que en el consejo directivo se registraron criterios encontrados entre Personal y Suministros, pero finalmente se impuso el criterio de este último. El perdedor reconoce que sus argumentos fueron derrotados, elogia al vencedor y ...la guarda.

Porque algún día, semanas, meses o años después, Suministros va a necesitar algo de Personal. Contratar gente, hacer un ascenso, mejorar unos sueldos. Y entonces Personal tendrá una lista de inobjetables razones para, luego de evaluar todas las alternativas posibles, negar la solicitud o aceptarla parcialmente. Hará todo lo posible pero no, es que no se puede. Sí, hace poco se pudo con Transporte, pero es que las circunstancias cambiaron. Y lo lamentará. Y aunque el director de Suministros acepta la situación, él sabe que está pagando la cuenta. Cuenta que a él individualmente no le costó nada, sino que dejó sin puesto a varios aspirantes calificados, enterró en su posición actual a algún empleado sobrecalificado o le embolató el aumento a la mitad del personal.

Son solo dos casos. pero hay muchos más. Todos con elementos comunes. Un conflicto, una lucha, un ganador, un derrotado, y una o varias víctimas que simplemente trataban de hacer bien su trabajo... en el lugar y el momento equivocado.

Perdedores en peleas ajenas.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Inteligencia artificial vs torpeza natural



Todos los días aparece alguna historia terrorífica de inteligencia artificial (IA). De esas que meten miedo. Que nos van a suplantar. Que nos van a mostrar sin ropa (qué pena con el personal). Que nos van a dejar sin trabajo. Que las máquinas van a dominar el mundo. Que los artefactos tendrán voluntad propia.

¿Tendrán? Tienen. Y hace rato. Por lo menos los teléfonos inteligentes. Esos dispositivos de múltiple utilidad periódicamente actúan de acuerdo con su deseo y motivación individual. 

¿Qué no? Hagamos memoria. Está esa persona que nos llama periódicamente. Y cuando le contestamos cuelga. Y cuando nos comunicamos asegura que nunca nos llamó. Pero culpa al aparato. Sospechamos acoso hasta que nos pasa a nosotros. Empezamos a encontrar llamadas realizadas que no recordamos. Tal vez porque guardamos el teléfono en el bolsillo sin bloquearlo. O porque le dimos alguna instrucción sin darnos cuenta. Eso queremos creer.

Y eso cuando no existía la mensajería instantánea. Porque al surgir la que hoy es la alternativa preferencial de comunicación los fenómenos paranormales en pantalla portátil se multiplicaron. Mensajes sin ninguna coherencia que aparecen en los grupos, generalmente borrados minutos después y ocasionalmente justificados con un “me equivoqué de grupo”. Audios donde no se oye nada o se escuchan sonidos que una sobredosis de creatividad puede asimilar a un celular guardado. Y, nuevamente, audiollamadas o videollamadas que nadie recuerda haber hecho.

Sigamos. Todos los celulares tienen alguna función que presta un servicio de gran utilidad. Todos, menos el mío. No importa si es barato, caro, grande, pequeño, clásico (léase viejo),  o último modelo. Explico. Me refiero a esa aplicación que se puso de moda y que el resto de la humanidad disfruta. Sí, esa aplicación que a mí, y al parecer solo a mí, no me sirve. Curiosamente, es la aplicación que yo necesito. Preferiblemente de urgencia. Preferiblemente ya.

Peor todavía. Existe otra. Yo sé que funcionó porque alguna vez la utilicé. Exitosamente. Un día la necesito de nuevo. Para consultar un archivo. Para aquello que fue creada. Para mostrársela a un conocido y ponderar su utilidad. Y ahí es cuando, sencillamente, no aparece. No aparece la aplicación, no aparecen los archivos y en cambio encuentro esa otra app que venía con el celular, que a mí no me sirve para nada pero que siempre se materializa cuando estoy buscando cualquier cosa menos eso.

Los lectores recordarán o tendrán historias similares. Ahora vamos por la explicación. Se llaman —o los llaman, mejor— teléfonos inteligentes. Pues era en serio. Esa es la verdadera amenaza de la inteligencia artificial. Aparatos que no hacen lo que sus dueños aspiran, sino lo que el libre albedrío les dicta. 

Skynet (el malo de las películas de robots asesinos que viajan al pasado). La Matrix (el igualmente malo de las películas de mundos artificiales creados por máquinas). El software basado en inteligencia artificial que escribe poemas, redacta noticias, le hace los trabajos a los estudiantes vagos y amenaza con arrasar con múltiples empleos. ¿Esos son los peligros de la inteligencia artificial?

Negativo. El peligro es ese aparato que usted lleva en el bolsillo. Ese que de vez en cuando hace lo que se le da la gana. A menos que el culpable sea (seamos, dice la tarjeta) el sujeto o sujeta que lo manipula.

En ese caso no es un problema de inteligencia artificial.

Es pura torpeza natural.