miércoles, 16 de julio de 2025

Sentido de la oportunidad

En tiempos lejanos presentamos ante el mundo cierto personaje que se caracterizaba por estar siempre dispuesto a dar lo mejor de sí a la persona equivocada en el momento o lugar incorrecto. Es un rosario de propósitos positivos e intenciones que suelen terminar en un calvario de metidas de pata. No sabemos si este individuo aún anda por ahí, pero hoy lo recordaremos.

Fabio vive lleno de buenas intenciones. Eso no lo discute nadie. Tampoco se le puede criticar por falta de colaboración. Todo lo contrario. Siempre está dispuesto a ayudar. El problema radica en que tiene la habilidad de ser el tipo más inoportuno sobre la faz de la tierra.

Es un don. De todas las actitudes que pueden asumirse en una situación, Fabio siempre escoge la menos recomendable. O la más inadecuada. Para la muestra, varios botones.

- Después de la tragedia del huracán, Fabio se ofreció de voluntario en labores de apoyo destinadas a un campamento de damnificados. Consiguieron un sistema de video y le pidieron el favor de que buscara algunas películas con el fin de que las víctimas se entretuvieran mientras reorganizaban sus vidas. Escogió "Lo que el viento se llevó", “Tornado” y, para los niños, “El mago de Oz”.

- Un grupo de retenidos en la cárcel local han decidido conformar un grupo de lectura, y le solicitan a Fabio el favor de que les consiga libros. Él selecciona: “Alas de Libertad", "Nacido Libre" y “Como disfrutar de los espacios abiertos".

- En otra tragedia natural, Fabio formó parte de los grupos destinados a recoger ropa para los damnificados. Así, Julián consiguió 270 pantalones, Maria Cristina 100 pares de zapatos, Otto 410 camisas, Gloria 160 faldas, Patricia 300 suéteres y Fabio 586... corbatas

- El vecino demoró todo el día limpiando el jardín. Cuando ya tiene toda la basura organizada y acumulada en un rincón, llega Fabio a mostrarle, lleno de orgullo, como funciona su nuevo ventilador recargable de energía solar.

- Fabio siempre está dispuesto a participar en las dinámicas de amigo secreto de sus entornos laborales y familiares. Sus antecedentes en esta actividad incluyen, entre otros, la entrega de los siguientes obsequios:

    • Botella de whisky al jefe, alcohólico en recuperación.
    • Caja de chocolates al diabético de la oficina.
    • Ramo de rosas a la hermosa mujer que es dueña de una igualmente hermosa… floristería.
    • Anillo de oro a una amiga que perdió las dos manos en un accidente de trabajo.
    • En el reencuentro con los compañeros de colegio, una colección clásica de revista para adultos a un viejo amigo de infancia, (Nota, el amigo es, actualmente, el obispo coadjutor de la pastoral de defensa de la moral). 
    • Un primoroso muñequito para colgar del espejo al compañero de oficina a quien ese mismo día, por la mañana, le robaron el carro.
    • Dos hermosos cachorros de San Bernardo para la pareja de recién casados, que viven en un apartaestudio en el último piso.
    • Sendos pitos a los cinco niños justo el día en que a la respectiva mamá, recién operada, le recetaron varias semanas de paz y silencio.
    • Un rompecabezas de 500 piezas para armar al más estresado y menos paciente de los colegas.

miércoles, 9 de julio de 2025

Carrasposo

Un día ya lejano la prima Marta descubrió, horrorizada, que el primo Julio despachaba su afeitada diaria con el mismo jabón que lavaba manos, acompañaba ducha y atendía ocasionalmente otros servicios de aseo. Al advertir al pariente sobre posibles efectos negativos en la piel, este (o sea Julio) contestó que eso era invento de publicistas para vender lociones, cremas, espumas y menjurjes. Y remató con frase lapidaria, “a mí no me la va a ganar la sociedad de consumo”.

La conversación terminó pero la prima no se iba a rendir tan fácil. Todos los años, sin excepción, Julio recibió en Navidad y cumpleaños crema, gel o alguna variante para después de afeitar, de las que prometen sensación de suavidad y efecto revitalizante, sea lo que sea eso. Casi todas terminaron como regalo de última hora para terceros, donación a interesados o simplemente basura. El jabón seguía invicto.

Eso fue hasta tiempos recientes, cuando tuvo que renovar zapatos. Julio es de pata grande y presupuesto variable. Eso de calzar 45 tirando a 46 lo obligó a solucionar sus necesidades de calzado en comercios medio clandestinos ubicados en zonas industriales. Lo que hoy llaman outlets y antes se conocían como saldos e imperfectos. Allí encuentra dotación para sus kilométricos pies a precios bastante razonables.

Al final de la compra, mientras pagaba los tenis destinados a su relación con el piso hasta nueva orden la cajera hizo una extraña propuesta. “Tenemos crema para el cuerpo en promoción, ¿le interesa?” No le interesó, pero sí le pareció exótico que en el punto de fábrica de una fábrica de zapatos le ofrecieran tal producto. 

Fue el banderazo de una curiosa y monotemática ofensiva comercial. Siguieron los mensajes de texto. Los que vienen de esas listas de distribución en las que uno quedó automáticamente suscrito al pedir un domicilio, inscribirse en algún programa de fidelización o pedir una factura electrónica. O sencillamente al entregar datos inocentemente sin saber que terminarían en el mercado negro de bases de datos.

El hipermercado le envió información sobre el madrugón con precios especiales en la línea dermocosmética, definida por alguna inteligencia artificial como cuidado y mejora estética de la piel. De la droguería lo invitaban a probar una nueva marca de productos destinados al embellecimiento cutáneo. Durante un periodo no superior al mes, lo bombardearon con avisos de jabones, mascarillas, vitaminas, aerosoles y bloqueadores especializados en el pellejo del personal con su dosis de descuentos, obviamente,  imperdibles.

El primo descartó definitivamente explicaciones basadas en algoritmos durante una visita al centro comercial de siempre. Ahí, en un corredor, presuntamente peatonal, instalaron un quiosco provisional donde promocionaban, como no, cremas naturales para nutrir la piel. Y en el recién inaugurado mall (otro centro comercial pero con nombre gringo) el primer local ofrecía una amplia gama de marcas y productos para proteger, perfeccionar y suavizar la capa exterior del ser humano. Servicio unisexo y asesoría personal.

En plena temporada dermatológica, Julio se pasó la mano lentamente por el rostro como lo había hecho miles de veces a la largo de su vida. Por primera vez sintió algo áspero que obstaculizaba el movimiento y causaba cierta sensación incómoda, que nunca antes había notado. Podía ser su imaginación, pero...  

Aunque nunca lo reconoció, de repente se volvió prioridad rebuscar en el rincón de los regalos inútiles algún sobreviviente de los obsequios de la prima Marta para estrenarlo en la siguiente rasurada.

La sociedad de consumo había triunfado.

miércoles, 2 de julio de 2025

Misterios de la casa grande

A la hora de construir lugares de residencia, cada vez optimizan más el espacio. Eso traduce en acomodar uno encima de otro apartamentos “familiares” que ocupan áreas equivalentes a la que antes se dedicaba a los baños. Para equilibrar, lo que sí crece de forma inatajable es el precio. Eso es problema de economistas, arquitectos, sociólogos, banqueros, ingenieros y maestros de obra. 

Nuestro problema es de viejos, veteranos, usados, cuchos y demás. De quienes tuvimos la oportunidad de crecer en casa más o menos grande. Por lo menos, lo suficientemente grande para tener misterio (s) propio. Preguntas cuya respuesta aún ignoramos y que, incluso, se replican en tiempos modernos y hogares de dimensiones mínimas.  Van 20 de mi cosecha y, como estoy seguro de que hay muchas más, los invito a dejarlas en los comentarios.

   1. ¿Qué había en ese cajón, puerta, caja grande y hasta cuarto que nunca se abría y cuyo contenido era y sigue siendo absolutamente desconocido?

    2. ¿Qué fue en sus comienzos el trapo de la cocina, antes de convertirse en ese pedazo de tela multiusos, siempre húmedo con algún rezago visual de un pasado más digno?

    3. ¿Por qué sin importar lo moderna que fuera la cocina de gas y las veces que se renovara, siempre se seguía encendiendo con el mismo viejo mechero?

    4. ¿Por qué la casa tenía un comedor si siempre comíamos en la cocina?

    5. ¿Cuáles eran las emergencias que se supone deberían atenderse en el baño de emergencia?

    6. ¿Quién era San Alejo y por qué tenía un cuarto propio lleno de cosas inútiles o de adornos que solo se utilizaban en el fin de año?

    7. ¿De dónde salió esa bicicleta estática, caminadora u otro aparato para gimnasia que nadie utilizaba?

    8. ¿Cuál era el origen de esa extraño y oxidada estructura metálica que había en la terraza o en un rincón del patio?

    9. Y hablando de patios, ¿de dónde salió esa flor o vegetal que nadie sembró?

    10. Si existía más de una puerta de acceso. ¿cuál era el criterio para establecer cuál era la de uso permanente, la que solo se abría en ocasiones especiales y la que nunca se utilizaba?

    11. ¿Qué explicación tenía ese infaltable rincón a medio construir, a medio pintar, a medio resanar, a medio arreglar que nunca finiquitaron?

    12. ¿Qué justificaba el hecho de que, no importaba la disponibilidad de espacio, siempre había que guardar algo debajo de las camas?

    13. ¿Quién o quiénes eran los de esa vieja foto colgada en algún corredor que un día desapareció misteriosamente?

    14. ¿Porqué existía un mueble estilo vitrina lleno de utensilios útiles (vasos, platos, cubiertos, jarras) que permanecía bajo llave y cuyo contenido nunca se usaba?

    15.  ¿Cual era la historia de la mancha oculta detrás del cuadro con la foto de los abuelos?

    16. ¿Qué principio físico o acústico generaba la extraña filtración de sonidos de las casas vecinas, con la curiosa sensación de que la fuente del ruido estaba en la nuestra?

    17. ¿Si nacimos y crecimos ahí, por qué tanto miedo (no solo nuestro sino de los adultos) a quedarnos solos en esa casa por primera vez? 

    18.  ¿Porque los pasitos atribuidos a ratas y ratones se escuchaban encima de nosotros, si esos bichos no vuelan?

    19. ¿Por qué cuando la vida nos da la oportunidad de volver a la casa de la infancia después de mucho tiempo, la primera impresión siempre es que todo solía ser más grande?

    20. ¿Dónde terminó ese mueble, objeto, instrumento o similares que toda la familia recuerda, pero cuyo destino nadie conoce? 

lunes, 30 de junio de 2025

La paradoja del cojo

Es 29 de junio y son casi las 11 de la noche. Acabo de ver, como por quinta vez, a un cojo hacer un gol. No en un evento paralímpico. En un partido de fútbol profesional. Esto, sencillamente no debió haber ocurrido.

Es más, el equipo del cojo no debería estar ahí. A lo largo del semestre se dieron todas las circunstancias para que no jugara ese encuentro. Como la lista es larga toca limitarse a hechos clave. Primero: echaron a su técnico y pusieron un provisional. “Interino”, que llaman. Y tapando el hueco mientras conseguían uno de verdad, este personaje logró que el plantel sumara buenos puntos. 

Cuando llegó el encargado en propiedad la racha ganadora terminó. Hasta poco antes de concluir la primera fase del campeonato jugadores e hinchas tenían un ojo en el juego y otra en la calculadora. Si no hubiera sido por lo que hizo el tapahuecos, los números no habrían alcanzado. Eso, sumado a la forma como jugaba evidenciaban un hecho, ese equipo no debía entrar a la siguiente fase. Pero de alguna manera le alcanzó.

Y como toda situación, por mala que esté, puede ponerse peor, dos jugadores de ese equipo pelearon entre ellos en uno de los pocos partidos que ganaron de forma contundente. Y cuando ya estaban clasificados, en la última fecha, un rival ya eliminado los goleó. A los suplentes, pero goleada es goleada. Aún así, lograron ingresar a la ronda siguiente, pero no había razones para que pasarán de ahí.

El asunto arrancó con lógica. Primer partido, de local, perdido. Luego venían dos de visitante, de esos en los que, por mucho, se podía aspirar a un empate. No debió ganar ni uno, pero ganó los dos, uno de ellos con un gol en el último minuto desde su propia cancha. ¿Será que pese a todo, se puede? No, lo siguiente fue  perder otro partido de local. 

En la última fecha su rival solo tenía que empatar para ser finalista. En todos los criterios era superior. Ese día debieron eliminar al equipo del cojo. No podía vencer. Pero lo hizo. 

Repaso rápido. El equipo de los tres técnicos, de la pelea pública entre ellos mismos, del técnico tapahuecos, del técnico oficial que casi no gana, de las derrotas de local en la semifinal se metió de finalista.

Y en la instancia definitiva, en el primer partido de dos, de local, empató y, hay que decirlo, pudo perder.  Seguía otro,  de visitante, en una ciudad donde el futbol es religión. Y contra un rival que era mejor. Y pasó lo que tenia que pasar, el equipo local anotó el primer gol.

Con todo y eso los del cojo hicieron un gol que empataba el partido y, de pasadita, la serie. Entonces vino la otra desgracia, El jugador más destacado de este equipo, su goleador, se lesionó. Quedó cojo. Sí, ese es el cojo al que nos referíamos desde un principio. 

Además, el técnico había hecho un cambio ingresando a otro jugador que no había tenido buen desempeño en el partido anterior pero en cambio, en otros partidos, tampoco. Llamémoslo el calvo. 

El cojo decidió hacer un último esfuerzo antes del cambio obligatorio por su lesión. Cojeando recibió un balón que como pudo le pasó al calvo. Ese que venía jugando mal corrió y a punta de fuerza, habilidad y velocidad entró al área donde le hizo un pase a su compañero que venía cojeando, rezagado, y…

Como es evidente que nadie en este equipo entiende aquello de la lógica, el deber ser de las cosas, las relaciones causa- efecto y como deben desarrollarse los hechos a partir de circunstancia objetivas, el cojo hizo un último esfuerzo con su pierna lesionada y anotó gol.

No cualquier gol. El gol definitivo. En una final. El que le dio el triunfo a su equipo. Y de visitante. Y gracias a esa paradoja un onceno que no debería haber disputado la final, es el campeón. 

El autor de las Amilcaradas ha sido hincha toda su vida de un club deportivo con camiseta roja que juega en Bogotá. Eso traduce en derrotas, fracasos, frustraciones, ilusiones perdidas, y demás historias tristes durante múltiples momentos de su existencia, reciente y pasada, con algunas excepciones.

Por eso no podía dejar pasar este hecho para abusar de la paciencia de sus lectores con esta pequeña historia que explica porque el fútbol es algo que va más allá de la lógica.

Tal vez no sea un milagro, pero se le parece bastante.

Contra toda expectativa, Independiente Santafé es campeón del primer torneo de 2025. Décima estrella.

 

miércoles, 25 de junio de 2025

Yo sí puedo, ellos no

Hace algún tiempo hicimos un recorrido por el cuadrilátero de las batallas empresariales, enfatizando  lo que ocurre con  pesos pesadospesos medios. Uno pensaría que en la parte de abajo de la pirámide, donde la prioridad es pasar al día siguiente, no hay tiempo ni disposición de sumarle conflictos a la rutina. 

Pero no podemos subestimar al ser humano. Ademas está toda la carreta de la evolución, la supervivencia del más fuerte y esa sensación de poder cuando el mundo (corporativo) se divide en dos: los demás y yo. O mejor, yo y los demás. Ese yo nos hace sentir como YO (así, en mayúsculas). Y llegar a ese estado privilegiado demanda una serie de pequeñas victorias que se relacionan con el acceso a recursos escasos. Recordemos algunos casos.

Hora de almuerzo. Cocas en abundancia. Un solo microondas. Hora de  hacer fila. Pero hay quien logró algún extraño convenio con la señora de la cocina y siempre, por razones igualmente misteriosas, tiene su comida caliente a las 12.05. No importa qué tanto madruguen los demás, el recipiente de este personaje tiene garantizado su primer lugar. ¿Cómo lo logró? Otro misterio. Y como nadie está interesado en cultivar enemistades con el personal de aseo y tintos no hay reclamos. 

Buen momento para un paréntesis. En las luchas de poder de la alta dirección, e incluso de mandos medios, suele haber táctica y estrategia. A medida que se baja de categoría en el escalafón, los métodos se vuelven más, cómo decirlo, artesanales. 

Retomamos. Hubo un tiempo en el cual la mayoría de los empleados utilizaban transporte público. Eso de tener carro se reservaba a una élite de dueños y altos ejecutivos. Pero eso ha cambiado. Y a cuenta de incómodos préstamos y más incómodas cuotas mensuales los motorizados se han multiplicado. No solo los de cuatro, sino también los de dos ruedas. En cambio, el espacio destinado al parqueo ha crecido, pero no en la misma proporción. Para ponerla fácil, no hay parqueadero pa’ tanto carro, ni pa’ tanta moto. Ni pa’  tanta cicla, pero eso es otro cuento.

Así que se trata de invertir tiempo, energía y recursos en formar parte de la elite de los que tienen espacio empresarial para parquear. Saber de quien hay que ser amigo, disponer de una red de espionaje para ser el primer aspirante cuando se desocupe un cupo, tener a la mano argumentos irrebatibles que prioricen mi carro frente  a cualquier otro o simplemente llegar a a las 4 de la mañana al turno de las 9, cuando los estacionamientos sean en orden de llegada.  

Y no es solo por el ahorro de pagar particular. No es eso. Es el hecho de estar entre los privilegiados. Así los “privilegios” sean prioridad en el uso de la fotocopiadora, derecho a no hacer fila para el refrigerio, cosedora nueva, cambiar la silla, rollo mensual de papel higiénico, vales para almuerzo en restaurante chino, atención más rápida de los ingenieros cuando se traba el computador, plan de datos corporativo, escritorio al lado de la ventana, escritorio lejos de la ventana, cubículo con paredes altas. En tiempos recientes, teletrabajo; y en tiempos más recientes, retorno a la oficina con horarios fijos.

Cuando después de luchar, intrigar, rogar, empujar, disputar, insistir, presionar, rezar, lidiar, solicitar y combatir accedemos a estas u otras prerrogativas importantes como una caja de clips, que el mensajero de la empresa nos traiga el roscón de las medias nueves o una gorra con el logo de la organización podemos decir (así sea para nuestros adentros) mientras observamos al resto del ecosistema laboral.

Yo sí puedo. Ellos no. 


miércoles, 18 de junio de 2025

Papá caña

A propósito del Día del Padre,  retomamos un texto del siglo pasado sobre esas historias con las que los papas de turno entretienen a su prole. Incluye ciertas referencias que requieren edad mínima para ser entendidas, por lo que incluimos un novedoso y patentable recurso: el “Equivalente Para Las Nuevas Generaciones”, identificado con la sigla EPLNG, cuando aplica.  

En algún momento de la vida, el héroe oficial de nuestra existencia es ese señor que ostenta el titulo de papá. En la situación influye —además de su porte y su habilidad para sacar dulces del bolsillo del saco—  algunas historias que nos ha contado sobre relaciones con personajes importantes, aventuras dignas de un héroe de Nintendo (EPLNG: Marvel) o viajes maravillosos a tierras lejanas.

Lo cierto es que un día crecemos, y como quien no quiere la cosa, empezamos a repasar mentalmente los cuentos del progenitor. Y ahí aparecen las incoherencias de fecha, lugar y tiempo. ¿Cómo pudo jugar en el mismo equipo con Willington Ortiz y Oscar Córdoba (EPLNG: el Pibe Valderrama y David Ospina) en una final del Mundial?

Ahí descubrimos la triste realidad. El tipo no mintió, aunque sí exageró "un poquito". Por ejemplo:

Historia: Una vez, estuve en un concierto con Fruko y sus Tesos (EPLNG: Daddy Yankee o Don Omar), hicieron un concurso de salsa (EPLNG: reguetón)  y gane el primer lugar con el paso del espagueti.

Realidad: Una vez hicieron un concurso para ver quien era el más teso para comer espagueti con salsa. Papá no ganó, pero pasó una noche en medio del desconcierto.

Historia: Tuvimos una pelea de jóvenes, éramos 5 contra 20. pero los sacamos corriendo a los 18 minutos.   

Realidad: Ibamos a pelear seis contra cinco pero ellos, de lo grandes, parecían 20. Salimos corriendo y nos persiguieron 18 cuadras.

Historia: En la final del campeonato intercolegiado, anoté en el último minuto el gol que nos hizo campeones. 

Realidad: En un partido con otro colegio, lesioné en el ultimo minuto al arquero rival y luego ganamos por penaltis.

Historia: Cuando viajé a los Estados Unidos, mi compañero de silla fue Silvester Stallone, (EPLNG: Jason Statham) quien había viajado de incógnito a Colombia.

Realidad: Cuando conseguí un puesto de cargamaletas en el aeropuerto, vi a lo lejos un tipo idéntico a Silvester Stallone, pero hablaba como boyacense y era negro.

Historia: Una vez tuve que atravesar el río Magdalena nadando en medio de una tormenta.

Realidad: Una vez me caí a la quebrada la Magdalena y me sacaron con chinchorro.

Historia: No me casé con Amparo Grisales, (EPLNG: Amparo Grisales) cuando a ella no la conocía nadie, porque era en ese tiempo una vieja maluca. Por eso preferí a su mama (la suya mijo, no la de Amparo Grisales).

Realidad: No me casé con Amparo Grisales —la dueña de la tienda de la esquina y homónima de la famosa actriz— porque, es, fue y seguirá siendo una vieja maluca; y su mamá es mucho mejor en todo sentido.

Historia: Cuando Julio Iglesias, el cantante español, (EPLNG: Enrique Iglesias)  vino a Colombia, me habló como se le habla a una amigo de confianza, y me dio recomendaciones para evitar problemas con mi vida.

Realidad: Cuando Julio Iglesias, el cantante español, vino a Colombia, le lanzó un grito a un bobo (yo) parado en medio de la calle. "¡Quitaos de ahí imbécil, no veis que os vamos a atropellar!"

miércoles, 11 de junio de 2025

Alba se siente excluida

Alba acepta que a veces tiende a sobredimensionar comportamientos ajenos. Pero boba no es y sabe reconocer cuando algo raro pasa. De un tiempo para acá viene notando cambios en el personal joven con quienes comparte espacio laboral. ¿O se lo estará imaginando?

El combo menor de 30 años es, por cierto, mayoría en la empresa. No hay uno solo que haya ingresado simultáneamente o antes de Alba. Eso no había sido problema para una agradable convivencia hasta que ella empezó a percatarse o, mejor, a sentir eso que llaman mala vibra en el ambiente. 

Comenzó con el saludo. Ella siempre es la primera en llegar a la oficina. Prácticamente todo el mundo le da los buenos días. Eso no cambió. Tampoco las palabras ni la frecuencia... Pero había algo en el tono. O mejor, en el tonito. Del genuino interés se pasó a sentir una mera y casi que forzada cortesía. ¿O se lo estaba imaginando? Luego vino esa extraña sensación de ser el tema de diálogos ajenas. El silencio repentino cuando llegaba al grupo que conversaba. Los cuchicheos a la distancia donde por alguna razón se sentía observada e incluso señalada. ¿O se lo estaba imaginando? 

La situación llegó a algún punto entre exclusión social, me estoy inventando pendejadas y un cuadro psiquiátrico de paranoia. Una cuarta opción fue el consejo de una amiga (con prejuicio incluido). “Esos jóvenes de ahora se ofenden por todo. ¿Será que usted hizo o dijo algo que los incomodó? Piense a ver”. 

En principio, la alternativa no convenció del todo a nuestra protagonista. Pero un día llegó a trabajar y el resto de la gente... no llegó. Aparecieron mucho después. Muy cortésmente le explicaron que, la noche anterior, habían organizado un encuentro en otro lugar para festejar algo. Y sí, la habían llamado.

Verificó en su teléfono. Efectivamente aparecía la comunicación, poco antes de la medianoche, cuando Alba normalmente llevaba de dos a tres horas dormida. La reunión se coordinó por un grupo de mensajería electrónica. Ella todavía no estaba incluida, pero eso lo iban a solucionar de inmediato. Lo utilizaban (el grupo) para tratar temas tanto laborales como sociales, sobre todo en altas horas de la noche.

Esas palabras dispararon la epifanía. ¡Claro. Eso es! Semanas antes, durante un receso laboral alrededor del café, las y los jóvenes contertulios se despacharon contra lo que ellos calificaban de anacrónica costumbre. Madrugar.  Citaron investigaciones que relacionaban incrementos en la productividad y la eficiencia con aplazamientos en la hora de inicio de la jornada laboral. Mencionaron un proyecto de ley para que los colegios comenzaran sus actividades más tarde. Alguno criticó una cultura que romantiza levantarse al amanecer, en detrimento de acostarse tarde y dormir hasta ídem, sin ninguna base científica.

Cuando a Alba le preguntaron su opinión, ella hizo algo que en tiempos actuales es un comportamiento de alto riesgo: dijo lo que pensaba. Habló de un hábito madrugador inculcado desde la infancia. De productividad ligada a trabajar con la mente recién levantada y del ambiente silencioso y tranquilo que ofrece el amanecer. De la resiliencia de los niños. De que no todos funcionan igual en los mismos horarios.

Incluso intentó hacer un chiste con su nombre, Alba, porque el alba era su mejor momento.  El chiste no salió bien y sus comentarios tampoco. Y aunque nadie le cuestionó su punto de vista, se formaron dos bandos. Los levanta tarde y la madrugadora. Esa que, al no encajar en el pensamiento mayoritario, está siendo sutilmente dejada de lado.

Ahora es Alba, la excluida ¿O se lo estará imaginando?

miércoles, 4 de junio de 2025

Ecologistas precursores

Primero lograron un impuesto al consumo de bolsas plásticas. Luego obtuvieron una prohibición parcial de su uso. Los ecologistas cobran como victorias esos ajustes en el marco legal vigente. No solo (dicen) cambiaron la Ley, sino que ellos generaron nuevos comportamientos de la gente para beneficio del medio ambiente.

Mienten.

Esto comenzó mucho antes del discurso verde, de los objetivos de Desarrollo Sostenible y de que salvar al planeta no involucrara pelear con invasores alienígenas sino cambiar comportamientos. 

Y yo soy la prueba. Pertenezco a una institución, una tradición, una costumbre, un comportamiento cultural atávico arraigado que lleva a resultados similares, así los objetivos sean diferentes.

La verdad no sé cuando aparecimos. En cambio, tengo absolutamente claro quien es nuestro origen, nuestro génesis, nuestra madre. Lo de madre es literal. Venimos de esas mujeres. Mujeres de otras épocas. Amas de casa de tiempo completo. Expertas en hacer rendir los recursos escasos del presupuesto familiar para satisfacer las necesidades ilimitadas de hogares donde lo único que abundaba eran los hijos e hijas. 

Ellas se inventaron el reciclaje. Y gracias a ese aporte un día nacimos, en el seno de una o varias familias.

Porque de ahí venimos. De un lugar de residencia donde conviven padre, madre, prole y demás parientes. Hablando de parentela, en tiempos recientes algunos de nuestros descendientes se han extendido a empresas, comercios y lugares públicos. Pero nosotros comenzamos como un asunto familiar. 

Inicialmente teníamos otra vocación. No todos somos iguales. Algunos nos caracterizamos por belleza y elegancia dignas del más rebuscado diseño. Otros, en cambio, destacan por valores físicos como fuerza y resistencia. El elemento común es el tamaño. Ese que sí importa. Entre más grandes, mejor.

Llegamos a las familias cumpliendo una función similar a aquella que ocupará el resto de nuestra existencia. Una vez cumplida esa misión ella, la madre, decidió. Decidió darnos una segunda oportunidad que incluye ubicación y nuevo oficio.

Podemos estar en la cocina, en un clóset, en el garaje, en el cuarto de San Alejo, en un patio o en cualquier otra parte de la casa o apartamento de turno. Como se darán cuenta, la discreción es parte del trabajo. Existimos pero no a la vista del público en general. Todos en casa nos conocen y saben dónde estamos, pero rara vez nos presentan a las visitas.

En principio nuestra usuaria es, de nuevo, la madre, pero poco a poco el resto de la familia se integra. Lo bueno es que así vamos creciendo. Lo malo es que cada vez los proveedores son más descuidados  Empezamos el nuevo trabajo de una forma ordenada y sistemática pero poco a poco pasamos al descuido y la improvisación. Aún así, ahí estamos, disponibles en horario de 24 x 7. 

De nuestra constitución y resistencia depende el tiempo que prestaremos servicio. Solucionamos todo tipo de problemas que pueden involucrar alimentos, encargos, almacenamiento, estudio, objetos prestados,  trasteos y aseo —entre otros muchos— y, de pasadita, le damos una mano al medio ambiente.

Soy la bolsa (usada) de las bolsas usadas.

miércoles, 28 de mayo de 2025

La chaqueta de Vladimir


Nota de la redacción. Retomamos con algunos ajustes menores una historia escrita en los años 90 del siglo pasado, cuando por acá escaseaban los celulares, no había pagos electrónicos, pero en cambio ya existían las fiestas retro.   

Todo comenzó cuando Vladimir le pidió prestada a su primo Álvaro la chaqueta de cuero. Era un modelo algo clásico, medio hippie, con broches y flecos por todo lado. Esa noche el hombre estaba invitado a una fiesta, modelo 60,  y pensó que la chaqueta sería buena idea. Solucionado el problema de vestuario, el siguiente era el de plata. Día: viernes. Hora. 7.30 p.m. 

Afortunadamente la pinta modelo 60 correspondía a un hombre de los 90, lo que significa cajero automático igual a billete. Vladimir, con aspecto de anacrónico pandillero buscó un dispensador de dinero. En realidad se veía ridículo. Chaqueta de cuero llena de adornos. Pantalón de Terlenka* y bota campana. Una camiseta con un descomunal signo de paz impreso. Y una balaca en el pelo... pero era un disfraz.

De todas formas, agarró taxi para seguirse de una vez hacia la fiesta. Y apenas vio un cajero vacío, en plena avenida, se bajó a hacer el retiro y le dijo al conductor que lo esperara. Las pocas personas que pasaban lo miraron extrañadas. Pero a Vladimir no le importó, era cuestión de minutos. Introdujo la tarjeta, algo lo distrajo... y entonces sintió un tirón en el brazo y vio en la pequeña pantallita el letrero: este cajero se encuentra fuera de servicio.

Iba a cogerse la cabeza cuando se dio cuenta de que no podía levantar el brazo derecho, pues el mecanismo del dispensador, de alguna forma, había atrapado los flecos de la chaqueta. Y esta no salía.

En lo primero en que pensó Vladimir fue en quitarse la chaqueta. Lo segundo fue como destrabar el cierre. Lo tercero fue una alusión poco respetuosa a la madre del cajero, de la chaqueta y del cierre. Allí estaba, vestido como un viajero del tiempo de 30 años atrás, en una de las calles más concurridas de la ciudad, atrapado por una máquina y sin plata para... ¡el taxi!

El vehículo se hallaba parqueado en la acera de enfrente. El conductor podría ver a Vladimir, pero no oírlo. Así que el hippie trasnochado empezó a gesticular con su brazo libre a ver si lo notaban. Y sí, lo vieron. Lo vieron unas 200 personas que pasaron en ese momento por ahí a pie, en bus, carro particular, buseta, taxi, zorra, patines y bicicleta. Lo vieron los vecinos de la casa de enfrente. Lo vieron los jóvenes, los viejos, los ejecutivos, las universitarias, los colegiales. Lo vieron todos...  menos el chofer del taxi.

Descartada esa posibilidad, empezaron a llegar los equipos de rescate... o mejor, los patos de rescate. Se arremolinaron alrededor de Vladimir dando cada uno su mejor propuesta de solución. Que arrancara la chaqueta a la brava. Que fuera jalando poco a poco.  Que se cortara el brazo. Que apretara las teclas hasta que respondiera.

La víctima ejerció como atracción turística por una hora cuando finalmente se apareció el técnico del banco, quien después de desternillarse de la risa 20 minutos se introdujo al interior de la máquina, algo hizo y liberó al esclavo del cajero.

Lo único que este quería era largarse, así que cruzó la calle y agarró el taxi, cuyo conductor no se había percatado de nada. Y tal vez fue la ofuscación, el afán, o el mal genio... pero lo cierto fue que solo cuando le dijeron el costo de la carrera, cayó en cuenta de una cosa.

No tenía plata.

* Terlenka es una tela gruesa de poliéster que fue ampliamente utilizada para elaborar pantalones bota campana cuando estos eran lo último en materia de moda.

miércoles, 21 de mayo de 2025

El intocable señor Barreto

Si usted ve al señor Barreto por la calle lo más probable es que ni siquiera perciba su presencia. Y si por alguna razón lo nota, solo es cuestión de tiempo para que forme parte (Barreto) del inventario de asuntos olvidados. Razones sobran. La ropa del tipo es genérica, se comporta con discreción casi invisible, el rostro carece de particularidades y anda como uno más en la marea humana que transita a diario por la vida.

Pero los omnipotentes, los que tienen la autoridad en escenarios específicos, los que rigen el destino de organizaciones o personas por elección, delegación o herencia poco o nada pueden hacer para ejercer su máximo poder frente a este caballero.

No existe dueño, administrador o empleado que pueda sacarlo de una larga lista de locales. Se incluyen meseros, chefs y metres de restaurantes. Cantineros, barmans y vigilantes de bares. Canchero o tendero de canchas de tejo. Artista principal, guardia o acomodador de concierto. La inmunidad de Barreto alcanza los clubes sociales, donde ni siquiera la junta directiva tiene la capacidad de expulsarlo de las instalaciones.

Tampoco es factible retirarlo de catedral, capilla, templo, sinagoga,  iglesia de garaje o ermita, sin importar lo que hagan obispo, sacerdote, rabino, pastor o monja (incluye madre superiora). Lo mismo ocurre con esos medios de transporte donde regulaciones aceptadas por todos los países le otorgan autoridad absoluta al comandante de la nave. No hay piloto capaz de bajarlo de un avión o capitán que pueda desembarcarlo de yate, crucero o barco de carga.  

Para dar algunos ejemplos con nombre propio, el gran Elon Musk no puede eliminarlo de X (antes Twitter), el insigne Mark Zuckerberg es incapaz de sacarlo de Facebook, Instagram, WhatsApp o Threads y, por increíble que parezca, ni siquiera el todopoderoso Donald Trump tiene como expulsarlo de Estados Unidos.

No existe árbitro con la capacidad de excluirlo de actividades deportivas, gerente calificado para prescindir de sus servicios, funcionario de alto nivel (superintendente, viceministro, ministro, presidente) que pueda removerlo de la nómina.

No siempre fue así. Hubo épocas en las que el señor Barreto salió por la puerta de atrás y no siempre en los mejores términos de lugares físicos y organizaciones. Pero cuando cumplió los requisitos y se pensionó supo que nunca podrían volver a echarlo de ningún trabajo, oficial o privado, ya que nunca volvería a trabajar.

También decidió (con ayuda del calendario y las recomendaciones médicas) restringir el consumo de alcohol a una que otra copita en casa, lo que lo alejó para siempre de bares y similares. Y como ya vivió bastante y sabe la diferencia entre lo que debe hacer y lo que es opcional, empezó a quitarle escenarios a la vida.

El señor Barreto no va a restaurantes (existen domicilios y comida casera). No juega tejo. No asiste a conciertos. No es socio de clubes. Maneja su relación con el omnipresente ser superior en la intimidad de su casa. Limita sus traslados intermunicipales a zonas cercanas que no requieren aviones o barcos. No hace deporte en plan competitivo y no tiene redes sociales. 

Por eso es imposible que lo saquen, retiren, expulsen o eliminen de múltiples espacios, físicos, organizacionales o virtuales. Porque él no está ahí. Y no importa que tanto poder tenga alguien para decidir sobre la presencia de otros en su jurisdicción. Es imposible sacar al que no está adentro.

Como al Señor Barreto. Quien, por cierto, es un tipo feliz.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Llamen a Charles

Charles es un pisco eficaz y eficiente. Su función en la vida es solucionar problemas, lo cual logra (eficacia) con relativo poco esfuerzo (eficiencia). Eso sí, su particular forma de trabajar suele generar efectos colaterales. Pero eso es otro cuento.

Al sujeto lo conocimos en tiempos estudiantiles, junto a un tal Baldor. Fue cuando pasamos de la tradicional aritmética a la compleja álgebra. Cuando noches y fines de semana se convirtieron en campo de batalla contra ecuaciones de primer y segundo grado, factorización, logaritmos y otras pesadillas.

Apenas empezaba. Vendrían luego la trigonometría, el cálculo, la química, la física. Brochazos de conocimiento que para la mayoría de nosotros solo fueron problemas. Literalmente. Eran materias que demandaron solucionar listas interminables de desafíos intelectuales con fórmulas cada vez más complejas. 

Lo bueno era que la solución, normalmente, ya estaba publicada en el libro respectivo. Lo malo era que, después de una juiciosa aplicación del paso a paso especificado en esa fórmula explicada al detalle y escrita en todos los textos relacionados, llegábamos a una respuesta… que no coincidía con la oficial. Entonces repetíamos todo el proceso hasta alcanzar otro resultado… que tampoco coincidía. Y tras reiterar las acciones cuantas veces fuera necesario, de acuerdo con la paciencia del protagonista, quedaban dos opciones: reconocer la derrota o llamar a Charles.

No se crea que el caballero en mención únicamente sirve para propósitos académicos. El paso del tiempo mostró su idoneidad en otros quehaceres. Solo citaré algunos: labores de costura, de esas que requieren la paciencia y destreza de las abuelas para reparar un daño o ajustar medidas; manualidades cuyo resultado final está ligado a habilidades dignas del mejor artesano, como la maqueta para la tarea de nuestro hijo; decoración de interiores, mediante la aplicación profesional de bases y acabado de pintura; preparación de alimentos mediante largos y complejos procesos de sazón y cocción; o reparaciones locativas a nivel hogar de daños que involucran, por ejemplo, plomería.

Quien esto escribe no sabe coser ni posee rasgos de abuela, es torpe para los trabajos manuales, carece del tiempo y la perseverancia que demandan pintar por capas, tiene demasiada hambre para pasarse horas cocinando y le faltan tanto herramientas como conocimientos de plomería. Pero no se vara. Así que…

Como puede,  arma un remiendo deforme y chambón o sale del paso con esparadrapo de tela;  a punta de silicona y cartón construye una maqueta estilo terremoto y despacha a su hijo al colegio con ese desastre estético; combinando pintura en aerosol y cuadros tapa los daños de la pared; soluciona sus requerimientos alimenticios aplicando a los productos crudos aceite en cantidades industriales o agua hirviendo; y “sella” la gotera usando una bolsa plástica sujetada a la salida de la llave con bandas elásticas (cauchitos, que llaman).

Es lo mismo que hacía en sus tiempos de estudiante. Derrotado por los problemas algebraicos, físicos, químicos y trigonométricos, simplemente ajustaba los pasos para que —sin importar lógica, coherencia o exactitud del proceso­— la solución coincidiera con la planteada en el libro. (Y a rezar para que el profesor no mirara el proceso, solo los resultados).

El corte preciso y quirúrgico del bisturí requerido en los casos mencionados se cambiaba por el golpe seco, destructor y chambón del machete. Dicho de otra forma, esto lo solucionamos, así sea a machetazos.

Ahí es cuando llamamos a Charles, el de la Ley de Charles. El de e… de “E´Charles machete”.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Sobre todo

Como mide casi dos metros antes de peinarse, le dicen Manotas. Al igual que muchos contemporáneos, vivió y aceptó la revolución sexual y los cambios en materia de parejas y relaciones. Solo considera inaceptable y contra natura una combinación. Se opone radicalmente al matrimonio entre la industria alimenticia y el correo físico. 

Manotas se educó en un mundo donde la hora de comer implicaba manipular recipientes. La sal salía del salero, las salsas de botellas plásticas estrujables con boquilla pequeña, las galletas de tarros y el azúcar de un azucarero, a veces en prácticos cubitos. Los sobres, en cambio, guardaban cartas, tarjetas, postales y hasta plata, con fines de envío. Pero empezaron a usarlos para empacar alimentos en porciones individuales. El proceso se fue tomando la sal, el azúcar, la leche condensada, la salsa de tomate, la mermelada, el café, la mayonesa, la mostaza… y la lista puede seguir indefinidamente.

Normalmente, esos sobres (plásticos, metalizados, o en materiales indescifrables) vienen señalizados para facilitar el acceso al contenido. Mienten. Donde dice “Ábráse por acá” no abre. Ahí es cuando toca hacer maromas con el cuchillo, las llaves, el cortaúñas o los dientes. Cuando no, pasa lo contrario. Ante la más mínima fuerza medio paquete vuela. Si no se han tomado medidas de seguridad otro tanto ocurre con el contenido. Más para tipos dotados de enormes, gruesos y torpes dedotes como, por supuesto, Manotas.

Así que parte de su existencia transcurre en batalla contra la nueva generación de empaques. Poniendo cara de yo no fui ante un inesperado reguero en la mesa del restaurante. O con recorridos contra reloj en busca del baño más cercano para descargar o limpiar los restos de algún alimento que disparó sobre su humanidad. Manchas indelebles en pantalones, camisas, o suéteres evidencian el desenlace de esos enfrentamientos.

No son los únicos derrames. Condimentos como sal y pimienta requieren una distribución estratégica a lo largo del plato. Para eso se inventaron saleros y pimenteros. Como estos brillan por su ausencia, el resultado suele ser todo o la mayor parte del contenido del sobrecito en un solo punto del pedazo de carne, pollo, pescado o de los huevos. Y el desafío quirúrgico de distribuir el pegote por toda la porción a punta de tenedor, cuchara, cuchillo, dedos, gravedad o todos las anteriores. 

A veces el contenido del pequeño contenedor es demasiado para su gusto particular. Manotas vivió épocas complicadas en su infancia. Tiempos donde en la mesa familiar apenas había lo justo, o menos. Algún rincón perdido de su subconsciente guarda el instinto de no desperdiciar comida. Por eso siempre utiliza el sobre completo, lo que se traduce en sobredosis de salsas, dulces o similares. 

Tampoco falta la mente perversa, esa que definió que la cantidad depositada en cada empaque siempre será insuficiente para las papilas gustativas de Manotas. Opción 1,  aguantarse. Opción 2, aguantarse la mala cara de quien sirve al pedir un sobrecito adicional (mala cara que hace sentir al peticionario como glotón insaciable o consumidor abusivo). Y si recibe el adicional, sumado al ya disponible… será mucho. Uno no alcanza, dos es demasiado. Volvemos al dilema del desperdicio.

En su hogar, Manotas realiza largos y aburridores procesos de pasar, sobre a sobre, los productos a recipientes tradicionales. De visitante (casa ajena, restaurantes) busca la resistencia. Los que no han caído en la tendencia del empaque individual.  Incluso hubo épocas cuando aplicó una medida radical. Cargaba una lonchera con recipientes tradicionales y su propia dotación de salsas, condimentos y aditamentos. 

No funcionó. O funcionó demasiado bien. Sus ocasionales compañeros de mesa agotaron las existencias.

miércoles, 30 de abril de 2025

Especialmente para ti

Al amigo Josué le llegan periódicamente mensajes de texto, correos electrónicos y llamadas telefónicas con ofertas que suenan interesantísimas. Son de esas que uno no se puede perder. Lástima que el inconsciente sujeto y protagonista de esta historia se las pierde todas, bajo el igualmente inconsciente método de ignorar, borrar y hasta bloquear. Y, cosa curiosa, su vida no ha tenido cambios significativos.

De un tiempo para acá, los desconocidos interlocutores, preocupados por su bienestar, ajustaron la estrategia. No se limitan a elogiar el producto o servicio, sino que le explican a Josué (con nombre y hasta apellido) que es una oferta especial para él. Solo para él o, por mucho, para él y un grupo de elegidos.

Entonces un día aparece ese correo donde le advierten “Josué, aprovecha esta oportunidad, estará vigente por pocas horas”. Lo de aprovecha no es un dato menor. Porque en lugar de un formal aproveche usted, va el confianzudo y cómplice “aprovecha tú”. Sí, el asunto varía de región a región, pero el protagonista de esta historia habita una zona donde el tuteo es solo para gente con lazos cercanos de amistad o parentela. 

Otro dato clave es lo de las pocas horas. La vida es de oportunidades y quien las deja pasar, paila*.  Pero tus amigos no dejarán que eso pase. Por eso te avisan. A ti, Josué.

Eso de hacerte sentir importante no solo aplica para ventas. Por lo menos no para ventas inmediatas. Algunos mensajes solo promueven participación. Informan a Josué que es uno de los pocos expertos escogidos para opinar sobre X tema, o elogian sus competencias y conocimientos (sin especificar cuáles) antes de invitarlo a contestar una encuesta o conocer, sin ningún compromiso, algún producto o servicio.

Aquí hay otra constante. Los halagos abundan, pero los detalles particulares escasean. Por mucho, nombre y apellido que a veces fallan en ortografía (Josue en vez de Josué). O con sutiles variaciones (José o Josías en vez de Josué). Son problemas menores que contrastan con anuncios rimbombantes como “oportunidad diseñada pensando en ti”, “tú nos importas y por eso tenemos una gran oferta” o “es lo que tú te mereces”.

Lo que casi nunca le explican al destinatario es porque esa oportunidad es para él, cuál rasgo individual lo hace tan importante o qué lo hizo digno de merecimientos. El casi del nunca es cuando el mensaje llega por alguna red social donde, si dan algún argumento, coincide con la información pública del respectivo perfil. 

En todos los casos, como siempre es por tiempo limitado, no hay espacio para reflexionar. Hay que actuar de inmediato. Y como dijimos, habrá quienes reaccionan ante las tentadoras propuestas de sus nuevos amigos. Pero siempre existirán tipos estilo Josué que desperdician la ocasión.

Y aunque esto debería terminar aquí no faltan los malpensados. Los que desconfían de esos mensajes “personalizados”. Los que creen que como hoy en día piden datos hasta para entrar a un baño público estos terminan en un poco de bases de datos. Los que han leído o escuchado que esa información se vende y se compra y es usada con propósitos comerciales o incluso delictivos. Los que creen que existen cazadores de perfiles buscando potenciales clientes (o víctimas) en redes sociales para hacerlos sentir importantes y engancharlos en algún tipo de negocio, no siempre lícito o, por lo menos, no siempre bueno.

En realidad no es nada novedoso. Sin importar, género, edad, experiencia o conocimiento, todos los seres humanos (Josué incluido) tuvieron, tenemos y tendrán una debilidad especialmente vulnerable a los elogios.

Los sicólogos y psiquiatras lo llaman ego.

*Traductor intergeneracional. Paila es una expresión que alguna vez estuvo de moda para indicar efectos negativos. 

miércoles, 23 de abril de 2025

La profecía de la abuela del cerrajero

Cuando el cerrajero cotizó la chapa digital para Fernández, este puso cara de no me alcanza. El técnico, acostumbrado a esas reacciones, ya tenía listo el plan B. Si aparecían mínimo 4 clientes adicionales habría un descuento significativo. La idea le sonó al comprador potencial, quien puso manos a la obra.

Logró convencer a un hermano, a una cuñada y al vecino. Con su mamá (viuda) el asunto estuvo complicado, pero finalmente ella se sumó a la lista. Lo mismo pasó con algún primo y hasta una tía. En total, encontró 7 que, junto con él, sumaron 8 interesados en cambiar la tradicional cerradura de llave por una que combinaba el sistema tradicional con lectura de huella digital. Bienvenidos al futuro,

Entretanto al presente se le atravesó la agenda del cerrajero. Y cuando los cambios de sistemas de seguridad amenazaban con entrar en lista de espera surgió una alternativa. Miércoles y Jueves Santo. Eso sí, medio en broma, el cerrajero advirtió que esas fechas no tenían problema, pero que el Viernes Santo se respetaba. “Mi abuela me enseñó que ese día no se debe hacer nada. Ni siquiera bañarse. Porque el que se bañe ese día, se vuelve pescado. Además, yo viajo a mediodía”.

Milagrosamente, todos los interesados estaban disponibles en la Semana Mayor. El miércoles comenzó la maratón de instalaciones. Ya era tarde en Jueves Santo al terminar el penúltimo procedimiento. Solo faltaba la casa de Fernández. Como el técnico tenía un compromiso inaplazable no alcanzaba a redondear la jornada. Fernández logró convencerlo de hacerlo día siguiente, temprano, antes de su viaje.

Así que todas las cerraduras quedaron ubicadas, probadas y funcionando. Al cliente, sin embargo, se le ocurrió preguntar por la alternativa en caso de falla. Claro que existía. Una tarjeta magnética para cada usuario. Pero eso sería la próxima semana porque de momento no había existencias y por la fecha tampoco tenía dónde adquirirlas. “Tranquilo señor Fernández que nada va a pasar. Pero por si las moscas, yo le dejo a usted una tarjeta maestra que sirve para todas las cerraduras. La próxima semana la desactivamos y personalizamos cada una. Seguridad ante todo. Me toca viajar así que nos vemos”.

La primera llamada llegó en la tarde de ese mismo viernes, cuando mamá Fernández intentó salir para el templo donde siempre escuchaba el sermón de las siete palabras. Algo pasaba con la chapa y no podía salir. Fernández se movió rápido, tarjeta en mano, y abrió exitosamente la puerta. Cuando iba de regreso llamó el primo. El paseo familiar del festivo había terminado con un portón que no respondía ni a llave ni a huella.

Así que el retorno a casa incluyó desvío para franquear la entrada del pariente. Y un desvío adicional a donde la hermana, cuya cerradura también se negaba a responder. A Fernández le entró la preocupación y buscó al cerrajero quien, efectivamente, no contestó llamadas ni mensajes.

El fin de semana el hombre se la pasó recorriendo la ciudad lidiando con cerrojos tan modernos como caprichosos que funcionaban al estilo chino. A veces chi, a  veces no. Solo uno no tuvo fallas: el de su propia residencia. En todas las demás a Fernández le tocó acudir al rescate, por lo menos una vez.

La explicación apareció claramente en su mente mientras ayudaba a su madre a ingresar. No era solo la abuela del cerrajero. Algún pariente de vieja generación alguna vez había formulado una advertencia similar. “No se bañe en Viernes Santo mijo, porque se puede volver pescado”.

Él no se había bañado, pero había instalado una cerradura. Por eso se convirtió en llave. 

miércoles, 16 de abril de 2025

La villana está en el cielo

Ella lo persigue con saña. El asunto es personal. Ella lo tiene entre ojos, lo odia por motivos desconocidos pero, sobre todo, juega con él. Nunca se sabe cómo actuará, no se guía por patrones lógicos y disfruta convirtiendo a su blanco en víctima constante, no solo de sus prácticas, sino de la incertidumbre.

Lo peor es que el Ciclonauta no tiene a quien acudir. Nadie le creería si denunciara a su enemiga. Ella, tan astuta como perversa, tiene un comportamiento en apariencia inocente y casual. De hecho, sus acciones pueden perjudicar, pero también beneficiar o ser inocuas para los demás. 

No es lo que hace, es cuándo y cómo lo hace. Así demuestra su fijación enfermiza. Se trata de una guerra perdida. Incluso si alguien le creyera, ella es incontrolable. No existe persona, institución, autoridad, corte, organismo de socorro, científico, técnico, fuerza armada o argumento capaz de enfrentar a… la nube negra.

Esa nube negra que en el día menos esperado hace que Bogotá no tenga un clima sino varios, que cambian de cuadra a cuadra. Esa nube negra que aparece de repente y en cuestión de segundos oscurece cielo y ambiente. Esa nube negra que existe para amargarle la vida al Ciclonauta.

Como les sonará a algunos lectores, el Ciclonauta no se llama así, pero anda en bicicleta. Una bicicleta de esas que tienen ruedas, pedales, sillín, etc. Lo que no tiene es techo para proteger a su usuario de la lluvia. Por eso, ante las precipitaciones, este debe buscar donde guarecerse o utilizar algún elemento artificial. 

La primera opción sirve si no hay afán. La nube negra lo sabe. Por eso solo atacará cuando el destino de turno incluya horario inaplazable. O mientras se transite por lugares sin espacios adecuados para protegerse del aguacero. Y cuando por fin surja un escampadero, la lluvia cesará. Como por arte de magia.

El plan B son elementos antilluvia. El paraguas deshabilita una mano para efectos de conducción. Además,  la nube negra tiene un cómplice. El viento. Ese que produce lluvia diagonal para que el agua entre por los lados. Ese que desencadena fuerzas capaces de dañar o llevarse la sombrilla con destino desconocido. O al Ciclonauta con destino conocido: el duro piso mojada o algún charco con ínfulas de laguna.

Quedan los impermeables. Pero no hay que subestimar a la nube negra. Lanzará una llovizna de advertencia para que el sujeto se acomode las prendas protectoras.  Aumentará la pluviosidad y dejará que avance un rato. Y de repente detendrá el chaparrón y dejará al tipo enfundado en pantalones, chaquetón o poncho con un calor de los mil demonios y sudor en cantidades industriales.

Entonces este se quitará el impermeable, arrancará y… comenzará a llover otra vez. Se pondrá las prendas protectoras, avanzará otro poco y... escampará. Así,  sucesivamente hasta llegar, convertido en sopa por la mezcla de sudor y aguas lluvias, a su destino.

La nube negra en el cielo no es invisible. Quien la ve intenta predecir su comportamiento. Verifica su presencia antes de salir, calcula tiempos cuando aparece, revisa las zonas azules y despejadas del firmamento, busca señales de lluvias previas, dosifica su velocidad. Todo para evitar las precipitaciones.

Vana esperanza. Ella no perdona. Espera pacientemente ese momento exacto cuando el hombre inicia su recorrido.  Entonces aparece. Y lo persigue, a él. Si el de la bicicleta cambia inesperadamente de rumbo, ella también.  Se cierra como tenaza en los sectores despejados mientras el optimista de abajo pedalea esperanzado hacia un clima seco que nunca alcanza. Siempre contra él. Siempre victoriosa.

Así actúa la nube negra. La que odia al Ciclonauta. La Malvada Nube Negra.

miércoles, 9 de abril de 2025

Tensa calma familiar en tiempos pretéritos


Nota de la redacción. Eran otras épocas. La educación en el hogar funcionaba con herramientas diferentes. Las madres amaban a sus hijos, pero también ejercían la más implacable autoridad. En ese contexto transcurre la historia que retomamos a continuación (con algunos ajustes menores) escrita a finales del siglo pasado.

El niño —necio e inquieto como todos— comete alguna travesura. Rompe algo. Daña algún objeto o documento importante. Asalta la nevera antes de tiempo, descompletando los postres. Realiza alguna actividad de esas que están explícitamente prohibidas, aprovechando la falta de supervisión. O combina, irresponsablemente, todas o parte de las anteriores.

El niño —inmaduro pero no bobo— sabe lo que le espera. La madre de turno cree en la pedagogía... del chancletazo. Y en los beneficios educativos de una buena cantaleta. O del regaño en vivo y en directo. 

Pasado el gusto inicial de la chiquillada, la picardía abre paso al temor. Él sabe que ella lo sabe todo. Que de alguna manera se entera de la totalidad de los hechos que ocurren en la casa, con sus respectivos autores intelectuales y materiales. Y que a cada uno le llega, tarde o temprano, su merecido.

Ese día, el pequeño condenado se las ingenia para evadir la justicia maternal durante la tarde. Pero al fin llega el momento inevitable: la hora de la comida. La madre aparece en el comedor, se sienta, lo mira a los ojos y...

Nada. No ocurre nada.

Al niño —inteligente pero desubicado— le falta mucho por aprender. Ignora que a veces los adultos tienen preocupaciones que, por un día o dos, lo mandan a él a un segundo plano. Que a veces, por la cabeza de la madre rondan inquietudes lo suficientemente trascendentes para cancelar o por lo menos aplazar un regaño.

El solo sabe que donde debería haber cantaleta hay silencio. Y en su mente infantil las sensaciones evolucionan con rapidez. Del desconcierto inicial se pasa al regocijo. Del regocijo a la curiosidad. De la curiosidad a la expectativa. Y de la expectativa... al miedo.

Porque las citas con la justicia no se evaden. Se aplazan. Y si no fue ahí, será mañana. O pasado. O mientras ve televisión. O cuando se esté graduando de bachiller. O el día de su matrimonio.  

Esa es la razón por la cual, en los días subsiguientes, el pequeño vive en un ambiente de tensa calma. Esperando el regaño. Pendiente de la cantaleta. Presto a evadir el primer chancletazo.

Y nunca recuperará del todo la tranquilidad a menos que llegue ese momento maravilloso cuando un grito rasgue el aire con su nombre y la pregunta ¡Quien (espacio libre para colocar una descripción de la travesura)!

El orden natural de las cosas habrá vuelto.

miércoles, 2 de abril de 2025

Asambleístas a la carta

Le pasa a quienes están metidos en el negocio de la escritura creativa. Es decir guionistas, autores, compositores, libretistas, teatreros, dramaturgos y faltan etcéteras. Los representantes de este personal también deben asistir a las asambleas de propietarios de edificio, conjunto cerrado o similares.  Por acá creemos que a los mencionados les ha pasado por la mente aprovechar todo lo que pasa en una de esas asambleas para crear una  novela, o película,  u obra de teatro, o monólogo de comediante, o canción o por lo menos poema.

Un punto de partida para escribir historias es definir personajes. Pues bien, aquí va una lista con algunos especímenes presentes a la hora de reunir a quienes comparten espacios por cuenta de la propiedad horizontal y demás zonas comunes.

— Ese que lleva cinco o más años poniendo la misma queja en todas las asambleas.

— Esa que solo asiste para evitar la multa y se ubica estratégicamente cerca de la puerta del salón comunal para escaparse a la primera oportunidad.

— Ese al que siempre le cambian el nombre cuando toman lista.

— Esa que rota por varias sillas para repetir refrigerio o llevarse jugos de caja y empanadas para el resto de la familia.

— Ese que lleva una montaña de poderes porque se ofrece de voluntario (o se inventó algún negocio) para representar a los ausentes.

— Esa que tiene una pelea casada con el administrador, con la junta, con algún miembro específico de la junta, con un vecino o con todos los anteriores.

— Ese que siempre pide la palabra para aportar unas ideas tan maravillosas como complicadas de realizar, bien sea porque son demasiado costosas, porque su implementación es excesivamente difícil o porque algún día serán posibles, pero no en este siglo.

— Esa calculadora humana, que realiza cualquier cuenta requerida de manera mental más rápido que el excel en pantalla.

— Ese que siempre mete algún tema de proposiciones y varios mucho antes de que la agenda llegue a ese punto, convirtiendo el orden del día en un desorden absoluto.

— Esa despistada que no entiende nada, pero quiere intervenir en todos los temas.

— Ese que pregunta varias veces que es lo que se va a votar y qué implicaciones tiene, pero cuando llega el momento se equivoca y vota en sentido contrario a lo que quiere.

— Esa propietaria que acumula una gigantesca deuda de administraciones pendientes con muy buena voluntad pero escasa efectividad a la hora de pagar.

— Ese tipo que hace chistes de todo lo que dicen o pasa.

— Esa asistente que se pone furiosa por culpa del tipo que le saca chistes a todo lo que dicen o pasa.

— Ese enguayabado que se acomoda en un rincón a sufrir en silencio.

— Esa que se postula a todos los cargos.

— Ese que en vez de prestar atención se dedica a chatear, mirar redes, incluso contestar el teléfono. Es el mismo que antes de que existieran los celulares, se llevaba a la asamblea un radio con audífono para oír el partido.

— Esa que no quiere tomar ninguna decisión ni participar en ninguna votación y pretende que todo lo decida el consejo.

— Ese que convierte cada una de sus intervenciones en una dramática descripción de situaciones tan terribles como que la luz del garaje se apaga muy rápido.

— Esa contadora pública titulada que hace preguntas sobre los estados financieros tan, pero tan, pero tan especializadas que solo ella las entiende.

— Ese que interrumpe a todos los que tienen el uso de la palabra.

— Esa que siempre se pone de pie a la hora de hablar y le pide disculpa a alguien por darle la espalda.

— Ese que riega la bebida del refrigerio.

— Esa que trata de convertir en problema comunitario una situación que solo la afecta a ella.

— Ese que todo los años llega con propuestas para cambiar la vigilancia o el aseo por un servicio que ofrecen unos “amigos” y que es mucho más barato.

— Esa que cuenta historias de un parqueadero maldito donde ocurren todas las desgracias como la invasión por parte de un vehículo desconocido, un rayón en el carro propio de origen misterioso, una inundación o el enorme carro del vecino que le roba espacio.

— Ese que llega tarde y empieza a intervenir sobre temas que ya se trataron.

— Esa que llegó temprano pero insiste en retomar temas que ya se trataron y cerraron.

— Ese que no interviene directamente en ninguna discusión pero apoya con un ruidoso ¡ESO! y hasta con aplausos las intervenciones de otros. 

— Esa que pide a gritos moción de orden cada vez que comienza ese rumor creciente que termina por opacar a los oradores.

— Ese que alguna vez estuvo en el consejo y no quiere volver pero no pierde oportunidad para recordar su paso por el organismo administrativo.

— Esa que desde antes de salir de su casa o apartamento se hace el propósito de no intervenir en ninguna discusión, pero siempre termina involucrada en varias.

— Ese que termina anotándose en los chicharrones mas complicados, porque “si nadie más se le mide, pues tocará”.

Cerramos con un corte a comerciales, si creen que falta alguno, déjenlo en los comentarios del blog.


 

 

 

miércoles, 26 de marzo de 2025

Un susto de esos que asustan

 — Todos le tenemos miedo al algo. Otra cosa es si estamos o no dispuestos a reconocer ese miedo.

— Supongo que sí. Pero ya que usted puso el tema, ponga el ejemplo.

— Vale...

(Silencio estratégico mientras todos miran al interpelado).

— Al agua.

— No venga con cuentos, yo lo he visto nadando sin problema en río, mar y piscina.

— No, no estoy hablando de ese tipo de agua. Y como que escogí mal el ejemplo, porque no es un miedo permanente, sino un susto. Esperen pienso otro.

— ¿Ahora nos va a dejar con la duda? Termine lo que empezó. 

— Eso. ¿Hablamos del racionamiento? ¿De los efectos del cambio climático? ¿De las lluvias inesperadas? ¿De los gérmenes en agua sin hervir? ¿De las ollas de agua hirviendo?

(Segundo silencio estratégico. El interpelado sonríe).

— Creativo usted. Pero no es nada de eso. Es agua en bolsa.

— ¡Ja! Yo sabía que tenía alguna relación con el medio ambiente. Es por el plástico no biodegradable que amenaza el planeta, ¿cierto?

—Si me dejan seguir...

Okey. Hágale.

— Son esas bolsas grandes, de cinco litros. Las que se inventaron, creo, para recargar los botellones. Ahora que lo pienso, es una estrategia medio ecológica porque aumenta la vida útil de los botellones plásticos.

—Bueno, y cual es el miedo, o el susto, o lo que sea.

— Un día estaba en la tienda cerca de mi casa cuando una mujer, que se le notaba el afán, entró a comprar una bolsa de esas.

(Ahora el silencio es de los que escuchan).

— Cogió la bolsa del estante, pago y salió corriendo. Se subió al carro y arrancaron.

— ¿Y eso lo asustó?

— Es que todavía no explicó los detalles clave.

(Silencio estratégico número 3. El auditorio está completamente conquistado).

—¡Bueno, cuente a ver!

La compradora tenía uniforme. En principio no lo ubiqué hasta que vi el carro en el que se estaba transportando. Era un camión de bomberos. De bomberos de esos que apagan incendios. El camión era de modelo reciente, con todos los juguetes. Escaleras, mangueras, válvulas, gavetas...

(El auditorio espera, sin hablar, algo más que redondee la historia)

— Supongo que también tenía sirenas, aunque no oí nada. Eso sí, estaba lleno de luces. Luces rojas,  intermitentes, en la parte superior y en los lados. Y estaban encendidas.

Entonces la escena es la siguiente. Un camión de bomberos con luces de emergencia prendidas se detiene frente a la tienda. Una bombera baja con evidente afán y compra una bolsa de agua. Sale, se sube y el carro arranca a toda velocidad.

Eso asusta.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Eso nunca pasa

No es que sea ilegal o sobrenatural. Es más, muchas veces el escenario fue diseñado, construido y puesto en funcionamiento con ese objetivo en específico. Pero Alonso y un grupo privilegiado de personas saben que, por alguna misteriosa razón, casi nadie lo utiliza. La misma misteriosa razón que invierte la constante cuando alguien, Alonso, por ejemplo, quiere o debe aprovechar esa circunstancia.

Ejemplos. La entidad donde se realiza aquel trámite tan innecesario como inevitable. Contrario a sus equivalentes en otros lugares, permanece cuasi vacía.  Cuando el tipo pasa por ahí en horarios de oficina siempre ve la locación despejada y al personal conversando mientras disfrutan una tasa de café.

Pero cuando Alonso es el usuario, algo pasa. Llega a mediodía y en vez de soledad, lo recibe tremenda fila. Tanta que debe volver otro día temprano a no alcanzar ficha. Dos intentos más le permiten finalmente pescar turno y, tras horas (demasiadas) de impaciente e incómoda espera, culmina la diligencia. Días después se cruza de nuevo por el sitio de marras, el cual ha retomado su condición de zona despejada.

No ocurre sólo en locaciones para cumplir obligaciones. Sí, ese restaurante es altamente popular y vive con cupo completo los sábados, domingos y en horario nocturno. Incluso los viernes. Por eso programa el almuerzo un lunes, un martes, un miércoles o un jueves. No importa el día. No habrá mesa disponible y en cambio alguna fila de alegres y abundantes celebrantes de algo masivo (grados, primeras comuniones, premios, encuentros empresariales) que justo en esa fecha escogieron el mencionado negocio  para festejar. 

La situación lo persigue. Estando de novio el hombre se echó una canita al aire con amigos sinvergüenzas y sendas compañías femeninas. Aunque nada comprometedor pasó, para justificar su ausencia ante la pareja oficial dijo haberse reunido con otro amigo, al cual no veían hace años. Ese que apareció al día siguiente en una visita sorpresa, justo cuando los novios estaban en casa de Alonso. Ese cuyo primer comentario fue… ”pues como nos veíamos hace tanto”. Tras el notoriamente incómodo reencuentro el implicado tuvo que decir la verdad, pedir perdón, realizar acciones compensatorias, pedir perdón, pedir perdón...

Más historias. Deja en casa los documentos y fijo se le atraviesa un retén de autoridad competente. Todos los días se topa con indigentes de diferentes edades, tamaños y colores. Excepto cuando saca un atado de ropa vieja para regalar. Mientras anda enhuesado con el bulto, la calle parece un desfile de estratos 4, 5 y 6. Necesita comprar una sanduchera de hierro colado, esa que vende el señor del carrito que se encuentra todos los días. Ese señor que desaparece sin dejar huella de todos los espacios por donde Alonso transita.

Sus decisiones de vestuario siempre coinciden con cambios imprevistos de clima. Hizo el ridículo en un  programa de televisión medio pirata, y todos sus conocidos vieron ese episodioLas vías que siempre están vacías son un trancón cuando tiene afán. Y aunque cumple con casi todas las leyes casi todo el tiempo, solo debe cometer la mas mínima contravención para que alguien esté ahí, lo vea y, por supuesto, lo regañe.

Lo más vergonzoso se deriva de los llamados de la naturaleza (lo que antes denominaban aguas menores, aclaramos). Cuando la situación llega al extremo de evacuar o conseguir una muda urgente de ropa interior, Alonso busca concienzudamente un sitio discreto, oculto y solitario. Uno de esos lugares por donde jamás transitan seres humanos. Hasta ese momento. Porque inevitablemente ese despoblado e inhóspito punto se convertirá en corredor para todo tipo de gente, aunque preferiblemente serán monjas en procesión, familias con menores, mujeres de edad avanzada o miembros del personal femenino de la Policía Nacional. 

Eso nunca pasa, hasta que solo le pasa a Alonso.

miércoles, 12 de marzo de 2025

Mancha polémica

El empleado de la lavandería fue tajante. “Eso no sale. Qué pena, pero creo que la camisa se perdió”. 

Con este sumaban cinco servicios profesionales con un diagnóstico similar. La mancha era un recuerdo póstumo de la fallecida tía (en realidad tía abuela) Marta. También evocaba la torpeza de García. Él insistió en abrir ese recipiente de contenido desconocido y tapa dura. Él hizo fuerza y más fuerza hasta que la tapa cedió de repente. Él, en su camisa, recibió parte de la tinta, sobreviviente de épocas donde en vez de imprimir se escribía, mediante delicadas plumas recargadas directamente del frasco.

Y hablando de recuerdos, una anécdota de tiempos pasados se interpuso entre la prenda manchada y la caneca. Involucraba a la tía Marta, su caligrafía, y cierto incidente que dejó una huella similar en la blusa. No tan grande, pero mancha al fin y al cabo. García apenas era un niño, pero recordaba escenas sueltas. La blusa manchada. Tiempo después, la blusa impecable. Y un diálogo entre la tía y su madre (la de García). “Mi mamá (o sea, la bisabuela de García) la quitó. Usó…” En ese justo momento, la película mental se cortaba. Existía algún truco clásico para lidiar con esas manchas. Pero, ¿cuál era?

Evidentemente, se trataba de uno de esos secretos que pasaban de generación en generación. Los profesionales lo ignoraban. Horas y horas en internet tampoco dieron resultados. La progenitora de García ya no estaba en este mundo, tampoco ninguno de sus hermanos, y mucho menos los de la tía Marta.  

García pensó que la nieta de la iía Marta podría saber algo. Tal vez con otras palabras el resultado hubiera sido distinto. Pero planteó el tema de forma inocente y desprevenida. La camisa estaba manchada. Él recordaba que la familia usaba un método para solucionar esos problemas y era de esos trucos de hogar que pasaban de mujer a  mujer. Y como ella era la única mujer heredera del linaje, se preguntaba si…

No lo dejaron terminar. Tampoco le dieron la fórmula. En cambio recibió tremendo regaño por su actitud machista y patriarcal, la cual estereotipaba al género femenino como un ser limitado a las tareas del hogar. Nada diferente se podía esperar de la visión anacrónica y estrecha de alguien cuyo sexismo lo llevaba a presumir que, solo por ser mujer, alguien tenía la obligación de ser experta en tareas domésticas.

Lo anterior resume 20 minutos de diatriba cuyo único contenido de utilidad inmediata llegó cuando la interlocutora dijo que, si de secretos se trataba, su hermano (el de ella) había sido mucho más cercano a la tía Marta. Realmente, García ni siquiera pensó previamente en consultarlo. Pero ya con el dato, parecía una excelente alternativa. El hombre se escapó de la reprimenda como pudo y localizó al segundo pariente.

Esa conversación fue más o menos tranquila hasta cuando la difunta entró al tema. El interlocutor cambió de humor, semblante y tono. La tía Marta pasó de abuela a vieja infeliz. “En sus últimos años se volvió caprichosa, antipática y desagradecida. De nada sirvió el tiempo que le dediqué sin ningún interés. Cuando hacía mandados apenas me daba algo para transporte y si la diligencia implicaba algún gasto, cada peso era sometido a la más estricta de las auditorías. De la herencia ni hablar. Yo solo quiero olvidar a esa señora”.

Fracasado el tercer intento (profesionales no, nieta no, nieto no), solo quedaba el viudo de la hija de la tía Marta, es decir el padre de los expresivos nietos. Tipo reflexivo y pragmático, por lo menos era de esperarse una reacción menos visceral. Y efectivamente así pasó.

“Seguramente sí había algún truco. Pero los más viejos se llevaron esos secretos a la tumba. ¿Sabe que García?,  bote esa camisa y no moleste (realmente uso una palabra con J) más”.