miércoles, 12 de marzo de 2025

Mancha polémica

El empleado de la lavandería fue tajante. “Eso no sale. Qué pena, pero creo que la camisa se perdió”. 

Con este sumaban cinco servicios profesionales con un diagnóstico similar. La mancha era un recuerdo póstumo de la fallecida tía (en realidad tía abuela) Marta. También evocaba la torpeza de García. Él insistió en abrir ese recipiente de contenido desconocido y tapa dura. Él hizo fuerza y más fuerza hasta que la tapa cedió de repente. Él, en su camisa, recibió parte de la tinta, sobreviviente de épocas donde en vez de imprimir se escribía, mediante delicadas plumas recargadas directamente del frasco.

Y hablando de recuerdos, una anécdota de tiempos pasados se interpuso entre la prenda manchada y la caneca. Involucraba a la tía Marta, su caligrafía, y cierto incidente que dejó una huella similar en la blusa. No tan grande, pero mancha al fin y al cabo. García apenas era un niño, pero recordaba escenas sueltas. La blusa manchada. Tiempo después, la blusa impecable. Y un diálogo entre la tía y su madre (la de García). “Mi mamá (o sea, la bisabuela de García) la quitó. Usó…” En ese justo momento, la película mental se cortaba. Existía algún truco clásico para lidiar con esas manchas. Pero, ¿cuál era?

Evidentemente, se trataba de uno de esos secretos que pasaban de generación en generación. Los profesionales lo ignoraban. Horas y horas en internet tampoco dieron resultados. La progenitora de García ya no estaba en este mundo, tampoco ninguno de sus hermanos, y mucho menos los de la tía Marta.  

García pensó que la nieta de la iía Marta podría saber algo. Tal vez con otras palabras el resultado hubiera sido distinto. Pero planteó el tema de forma inocente y desprevenida. La camisa estaba manchada. Él recordaba que la familia usaba un método para solucionar esos problemas y era de esos trucos de hogar que pasaban de mujer a  mujer. Y como ella era la única mujer heredera del linaje, se preguntaba si…

No lo dejaron terminar. Tampoco le dieron la fórmula. En cambio recibió tremendo regaño por su actitud machista y patriarcal, la cual estereotipaba al género femenino como un ser limitado a las tareas del hogar. Nada diferente se podía esperar de la visión anacrónica y estrecha de alguien cuyo sexismo lo llevaba a presumir que, solo por ser mujer, alguien tenía la obligación de ser experta en tareas domésticas.

Lo anterior resume 20 minutos de diatriba cuyo único contenido de utilidad inmediata llegó cuando la interlocutora dijo que, si de secretos se trataba, su hermano (el de ella) había sido mucho más cercano a la tía Marta. Realmente, García ni siquiera pensó previamente en consultarlo. Pero ya con el dato, parecía una excelente alternativa. El hombre se escapó de la reprimenda como pudo y localizó al segundo pariente.

Esa conversación fue más o menos tranquila hasta cuando la difunta entró al tema. El interlocutor cambió de humor, semblante y tono. La tía Marta pasó de abuela a vieja infeliz. “En sus últimos años se volvió caprichosa, antipática y desagradecida. De nada sirvió el tiempo que le dediqué sin ningún interés. Cuando hacía mandados apenas me daba algo para transporte y si la diligencia implicaba algún gasto, cada peso era sometido a la más estricta de las auditorías. De la herencia ni hablar. Yo solo quiero olvidar a esa señora”.

Fracasado el tercer intento (profesionales no, nieta no, nieto no), solo quedaba el viudo de la hija de la tía Marta, es decir el padre de los expresivos nietos. Tipo reflexivo y pragmático, por lo menos era de esperarse una reacción menos visceral. Y efectivamente así pasó.

“Seguramente sí había algún truco. Pero los más viejos se llevaron esos secretos a la tumba. ¿Sabe que García?,  bote esa camisa y no moleste (realmente uso una palabra con J) más”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario