González, aficionado al cine, siempre se ha preguntado si ese cuento del multiverso tiene alguna base científica real, o es simplemente un invento de guionistas para poder hacer cambios radicales en sus personajes sin dañar la continuidad de las historias. Como saben los que ven películas de súper héroes y los que leen o leían historietas, se supone que no existe una sino múltiples realidades simultáneas en diferentes dimensiones donde la misma persona puede ser alguien (o algo) completamente diferente.
González vive una sola realidad. En ella terminó relacionado con la familia de Mechas de Fuego vía la hermana mayor, con la que alguna vez tuvo uno de esos romances que terminan en buenos términos, pero terminan. En esos tiempos de amores adolescentes Mechas de Fuego no pasaba de los 5 años, pero ya tenía esa cabellera roja que le generó su apodo, reforzado por su nombre de pila, Mercedes.
El asunto es que González creció, consiguió otra novia en el mismo barrio, se casó y armó vida propia. Entretanto, peleas de esas que involucran herencias, separaciones conyugales y metidas de pata dividieron a la familia de la hermana mayor en bandos irreconciliables. Sin embargo, González nunca se desconectó del todo de su ex y parentela, y mantuvo contactos esporádicos con todas las facciones del conflictivo clan.
Así supo que, cerca de su mayoría de edad, Mechas de Fuego se abrió de la casa familiar. Volvió a saber de ella años más tarde, cuando la hermana mayor lo contactó para pedirle que, si sabía de algo, le ayudara a su hermana menor a conseguir un mejor trabajo. Y claro, yo le mando la hoja de vida. Ella hace tatuajes.
El currículo nunca llegó. No pasaron muchos días y González se encontró con uno de los hermanos de su exnovia. Vino un diálogo de usted en qué anda y de la familia qué. El interlocutor no sabía mucho de la vida de sus parientes salvo de uno: Mechas de Fuego, quien, según el, trabajaba hace tiempo en un call center.
González iba a preguntar por lo de los tatuajes, pero terminaron hablando de otras cosas. El tema pasó al olvido hasta que tuvo que comprar un regalo en tiempos de baja liquidez. Su esposa sugirió acudir a las ventas por catálogo (a crédito) de una amiga. Esa que se había encontrado, contó la señora González, en una reunión de vendedoras con una antigua vecina. Mercedes, a la que le decían Mechas de Fuego.
Si la pelirroja no hubiera “aparecido” tantas veces, González jamás hubiera “aparecido” en la casa de su amor de juventud. Nada planeado. Estaba cerca y tenía tiempo, así que timbró. Le abrió el papá, quien vivía solo desde su divorcio. El diálogo no fue largo pero incluyó un “pues Merceditas hace eso del mantenimiento de computadores y le va como bien”.
Todo esto explica la sensación de alivio mezclada con mucha curiosidad el día que González reconoció, a la distancia, cierta cabellera roja. Ya no brillaba tanto como él la recordaba, y probablemente estaba reforzada por algún tinte pero, sin duda, era Mechas de Fuego. El saludo lejano con nombre propio permitió a Mercedes identificar al antiguo novio de su hermana mayor. Claro, tomémonos un café.
...“y sí, eso fue muy duro cuando me fui de la casa. Pero aprendí lo de limpiar los teclados, las pantallas y las CPU y con eso me ganaba unos pesos. Por esos días vivía con el man de los tatuajes. Terminamos, pero antes me enseñó a tatuar. Y estuve de buenas porque me salió un trabajo más o menos fijo para limpiar los equipos de un call center. Como una de las operadoras sabía que yo hacía tatuajes a veces me piden alguno. También les vendo productos por catálogo. Ahí estoy a la orden, por si se le ofrece algo”.
Ese fue el día en que González empezó a creer en el multiverso.
Muy de buenas el gonzsles
ResponderEliminarNo sé si de buenas pero por lo menos mejor informado.
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