miércoles, 26 de marzo de 2025

Un susto de esos que asustan

 — Todos le tenemos miedo al algo. Otra cosa es si estamos o no dispuestos a reconocer ese miedo.

— Supongo que sí. Pero ya que usted puso el tema, ponga el ejemplo.

— Vale...

(Silencio estratégico mientras todos miran al interpelado).

— Al agua.

— No venga con cuentos, yo lo he visto nadando sin problema en río, mar y piscina.

— No, no estoy hablando de ese tipo de agua. Y como que escogí mal el ejemplo, porque no es un miedo permanente, sino un susto. Esperen pienso otro.

— ¿Ahora nos va a dejar con la duda? Termine lo que empezó. 

— Eso. ¿Hablamos del racionamiento? ¿De los efectos del cambio climático? ¿De las lluvias inesperadas? ¿De los gérmenes en agua sin hervir? ¿De las ollas de agua hirviendo?

(Segundo silencio estratégico. El interpelado sonríe).

— Creativo usted. Pero no es nada de eso. Es agua en bolsa.

— ¡Ja! Yo sabía que tenía alguna relación con el medio ambiente. Es por el plástico no biodegradable que amenaza el planeta, ¿cierto?

—Si me dejan seguir...

Okey. Hágale.

— Son esas bolsas grandes, de cinco litros. Las que se inventaron, creo, para recargar los botellones. Ahora que lo pienso, es una estrategia medio ecológica porque aumenta la vida útil de los botellones plásticos.

—Bueno, y cual es el miedo, o el susto, o lo que sea.

— Un día estaba en la tienda cerca de mi casa cuando una mujer, que se le notaba el afán, entró a comprar una bolsa de esas.

(Ahora el silencio es de los que escuchan).

— Cogió la bolsa del estante, pago y salió corriendo. Se subió al carro y arrancaron.

— ¿Y eso lo asustó?

— Es que todavía no explicó los detalles clave.

(Silencio estratégico número 3. El auditorio está completamente conquistado).

—¡Bueno, cuente a ver!

La compradora tenía uniforme. En principio no lo ubiqué hasta que vi el carro en el que se estaba transportando. Era un camión de bomberos. De bomberos de esos que apagan incendios. El camión era de modelo reciente, con todos los juguetes. Escaleras, mangueras, válvulas, gavetas...

(El auditorio espera, sin hablar, algo más que redondee la historia)

— Supongo que también tenía sirenas, aunque no oí nada. Eso sí, estaba lleno de luces. Luces rojas,  intermitentes, en la parte superior y en los lados. Y estaban encendidas.

Entonces la escena es la siguiente. Un camión de bomberos con luces de emergencia prendidas se detiene frente a la tienda. Una bombera baja con evidente afán y compra una bolsa de agua. Sale, se sube y el carro arranca a toda velocidad.

Eso asusta.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Eso nunca pasa

No es que sea ilegal o sobrenatural. Es más, muchas veces el escenario fue diseñado, construido y puesto en funcionamiento con ese objetivo en específico. Pero Alonso y un grupo privilegiado de personas saben que, por alguna misteriosa razón, casi nadie lo utiliza. La misma misteriosa razón que invierte la constante cuando alguien, Alonso, por ejemplo, quiere o debe aprovechar esa circunstancia.

Ejemplos. La entidad donde se realiza aquel trámite tan innecesario como inevitable. Contrario a sus equivalentes en otros lugares, permanece cuasi vacía.  Cuando el tipo pasa por ahí en horarios de oficina siempre ve la locación despejada y al personal conversando mientras disfrutan una tasa de café.

Pero cuando Alonso es el usuario, algo pasa. Llega a mediodía y en vez de soledad, lo recibe tremenda fila. Tanta que debe volver otro día temprano a no alcanzar ficha. Dos intentos más le permiten finalmente pescar turno y, tras horas (demasiadas) de impaciente e incómoda espera, culmina la diligencia. Días después se cruza de nuevo por el sitio de marras, el cual ha retomado su condición de zona despejada.

No ocurre sólo en locaciones para cumplir obligaciones. Sí, ese restaurante es altamente popular y vive con cupo completo los sábados, domingos y en horario nocturno. Incluso los viernes. Por eso programa el almuerzo un lunes, un martes, un miércoles o un jueves. No importa el día. No habrá mesa disponible y en cambio alguna fila de alegres y abundantes celebrantes de algo masivo (grados, primeras comuniones, premios, encuentros empresariales) que justo en esa fecha escogieron el mencionado negocio  para festejar. 

La situación lo persigue. Estando de novio el hombre se echó una canita al aire con amigos sinvergüenzas y sendas compañías femeninas. Aunque nada comprometedor pasó, para justificar su ausencia ante la pareja oficial dijo haberse reunido con otro amigo, al cual no veían hace años. Ese que apareció al día siguiente en una visita sorpresa, justo cuando los novios estaban en casa de Alonso. Ese cuyo primer comentario fue… ”pues como nos veíamos hace tanto”. Tras el notoriamente incómodo reencuentro el implicado tuvo que decir la verdad, pedir perdón, realizar acciones compensatorias, pedir perdón, pedir perdón...

Más historias. Deja en casa los documentos y fijo se le atraviesa un retén de autoridad competente. Todos los días se topa con indigentes de diferentes edades, tamaños y colores. Excepto cuando saca un atado de ropa vieja para regalar. Mientras anda enhuesado con el bulto, la calle parece un desfile de estratos 4, 5 y 6. Necesita comprar una sanduchera de hierro colado, esa que vende el señor del carrito que se encuentra todos los días. Ese señor que desaparece sin dejar huella de todos los espacios por donde Alonso transita.

Sus decisiones de vestuario siempre coinciden con cambios imprevistos de clima. Hizo el ridículo en un  programa de televisión medio pirata, y todos sus conocidos vieron ese episodioLas vías que siempre están vacías son un trancón cuando tiene afán. Y aunque cumple con casi todas las leyes casi todo el tiempo, solo debe cometer la mas mínima contravención para que alguien esté ahí, lo vea y, por supuesto, lo regañe.

Lo más vergonzoso se deriva de los llamados de la naturaleza (lo que antes denominaban aguas menores, aclaramos). Cuando la situación llega al extremo de evacuar o conseguir una muda urgente de ropa interior, Alonso busca concienzudamente un sitio discreto, oculto y solitario. Uno de esos lugares por donde jamás transitan seres humanos. Hasta ese momento. Porque inevitablemente ese despoblado e inhóspito punto se convertirá en corredor para todo tipo de gente, aunque preferiblemente serán monjas en procesión, familias con menores, mujeres de edad avanzada o miembros del personal femenino de la Policía Nacional. 

Eso nunca pasa, hasta que solo le pasa a Alonso.

miércoles, 12 de marzo de 2025

Mancha polémica

El empleado de la lavandería fue tajante. “Eso no sale. Qué pena, pero creo que la camisa se perdió”. 

Con este sumaban cinco servicios profesionales con un diagnóstico similar. La mancha era un recuerdo póstumo de la fallecida tía (en realidad tía abuela) Marta. También evocaba la torpeza de García. Él insistió en abrir ese recipiente de contenido desconocido y tapa dura. Él hizo fuerza y más fuerza hasta que la tapa cedió de repente. Él, en su camisa, recibió parte de la tinta, sobreviviente de épocas donde en vez de imprimir se escribía, mediante delicadas plumas recargadas directamente del frasco.

Y hablando de recuerdos, una anécdota de tiempos pasados se interpuso entre la prenda manchada y la caneca. Involucraba a la tía Marta, su caligrafía, y cierto incidente que dejó una huella similar en la blusa. No tan grande, pero mancha al fin y al cabo. García apenas era un niño, pero recordaba escenas sueltas. La blusa manchada. Tiempo después, la blusa impecable. Y un diálogo entre la tía y su madre (la de García). “Mi mamá (o sea, la bisabuela de García) la quitó. Usó…” En ese justo momento, la película mental se cortaba. Existía algún truco clásico para lidiar con esas manchas. Pero, ¿cuál era?

Evidentemente, se trataba de uno de esos secretos que pasaban de generación en generación. Los profesionales lo ignoraban. Horas y horas en internet tampoco dieron resultados. La progenitora de García ya no estaba en este mundo, tampoco ninguno de sus hermanos, y mucho menos los de la tía Marta.  

García pensó que la nieta de la iía Marta podría saber algo. Tal vez con otras palabras el resultado hubiera sido distinto. Pero planteó el tema de forma inocente y desprevenida. La camisa estaba manchada. Él recordaba que la familia usaba un método para solucionar esos problemas y era de esos trucos de hogar que pasaban de mujer a  mujer. Y como ella era la única mujer heredera del linaje, se preguntaba si…

No lo dejaron terminar. Tampoco le dieron la fórmula. En cambio recibió tremendo regaño por su actitud machista y patriarcal, la cual estereotipaba al género femenino como un ser limitado a las tareas del hogar. Nada diferente se podía esperar de la visión anacrónica y estrecha de alguien cuyo sexismo lo llevaba a presumir que, solo por ser mujer, alguien tenía la obligación de ser experta en tareas domésticas.

Lo anterior resume 20 minutos de diatriba cuyo único contenido de utilidad inmediata llegó cuando la interlocutora dijo que, si de secretos se trataba, su hermano (el de ella) había sido mucho más cercano a la tía Marta. Realmente, García ni siquiera pensó previamente en consultarlo. Pero ya con el dato, parecía una excelente alternativa. El hombre se escapó de la reprimenda como pudo y localizó al segundo pariente.

Esa conversación fue más o menos tranquila hasta cuando la difunta entró al tema. El interlocutor cambió de humor, semblante y tono. La tía Marta pasó de abuela a vieja infeliz. “En sus últimos años se volvió caprichosa, antipática y desagradecida. De nada sirvió el tiempo que le dediqué sin ningún interés. Cuando hacía mandados apenas me daba algo para transporte y si la diligencia implicaba algún gasto, cada peso era sometido a la más estricta de las auditorías. De la herencia ni hablar. Yo solo quiero olvidar a esa señora”.

Fracasado el tercer intento (profesionales no, nieta no, nieto no), solo quedaba el viudo de la hija de la tía Marta, es decir el padre de los expresivos nietos. Tipo reflexivo y pragmático, por lo menos era de esperarse una reacción menos visceral. Y efectivamente así pasó.

“Seguramente sí había algún truco. Pero los más viejos se llevaron esos secretos a la tumba. ¿Sabe que García?,  bote esa camisa y no moleste (realmente uso una palabra con J) más”.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Ternas de uno

El perfil laboral de Velandia cuenta con buena experiencia y formación adecuada que responden a lo que el mercado está pidiendo, aunque podría ser mejor. Eso determina, y él lo sabe, la posibilidad de perder algunas oportunidades. ¿Pero todas? ¿Y muchas veces en el último minuto?

Retrocedamos. Con el fin de salir de las estadísticas de desempleo, el caballero lleva varios meses aplicando estrategias tradicionales y de las otras. Gracias a la persistencia y algo de suerte ha sido llamado para muchos procesos, todos promovidos desde organizaciones del sector privado. 

Parte de las convocatorias incluyen actividades (dinámicas de grupo o exámenes de conocimiento) donde varios o todos los candidatos participan simultáneamente.  En ocasiones, se evidencia cierta familiaridad de un aspirante con el equipo reclutador o con personal de la empresa. Curiosamente, ese personaje que saluda con nombre propio a la secretaria o al facilitador resulta ganador del cargo en disputa.

En aquellos procesos donde ha llegado más lejos, para la entrevista definitiva convocan a los finalistas. Casi siempre son tres. Parece haber una especie de fetichismo por las ternas entre quienes seleccionan personal. Cuando el llamado es el mismo día a la misma hora, los escogidos comparten sala de espera.  Al llegar el turno de Velandia el entrevistador, sin ser agresivo, se toma su tiempo enfocándose en los aspectos menos favorables del interesado para ese trabajo en particular. 

No se sabe que ocurre con los otros dos aspirantes, por tratarse de conversaciones privadas. Pero mientras uno termina con cara de aburrido tras una reunión con duración similar a la de Velandia, el otro entra y sale rápido con cara de ganador. Una situación muy parecida invierte la cronología. Esta vez quien refleja en su rostro la inminencia del nuevo empleo es el que demora más tiempo a puerta cerrada. A Velandia lo despachan con un par de preguntas y un “nosotros lo llamamos”. Por la duración de la entrevista del número tres, se presume un tratamiento similar.

Por cierto, tanto la cara de ganador como el rostro de nuevo empleo inminente son completamente proféticos. Ese es el elegido o la elegida

No siempre hay que compartir sala de espera para notar sutiles diferencias. Velandia llega a su entrevista y ve a un competidor recibiendo información, algo así como una lista de documentos de esos que piden para firmar contratos. Atienden a Velandia. Cree que le fue bien. Le dan las gracias y lo mandan para la casa sin ninguna información adicional. Excepto el impajaritable “nosotros lo llamamos”. 

Uno de esos procesos fallidos lo realizó cierta empresa donde trabajaba un amigo de Velandia. Días después los dos se encontraron y en la conversación apareció el nombre del nuevo titular del cargo en disputa. El nombre y un dato adicional,: “es el primo del gerente”.

Velandia reconoce que su conclusión puede ser paranoia, envidia, mecanismo inconsciente de defensa o una manera de justificar sus fracasos. El cree que por razones no del todo claras ciertas compañías (o personas en cargos clave como alta dirección o mandos medios) están interesadas en que sus contrataciones se vean transparentes y competitivas, así desde un principio el elegido tenga nombre propio. 

Entonces convocan perfiles, los evalúan, entrevistan y van filtrando hasta llegar a la terna final. La decisión beneficiará al que siempre fue el único aspirante con posibilidad real. Pero si alguien pregunta tienen un proceso para mostrar. Ahí es cuando los Velandias del mundo descubren su verdadero rol en ese proceso.

Ser material de relleno para una terna… de un solo nombre.