Se trata del antiguo compañero de colegio, del vecino de toda la vida, del hermano de juergas y estudios. Y claro, él sigue soltero y quiere pasar una noche de tragos en casa de su camarada casado. Para los dos amigos, es un momento sublime. Para la esposa, es su peor pesadilla.
El amigote, para empezar, puede aparecer en cualquier momento. A las dos de la mañana con una botella de aguardiente y un salchichón bajo el brazo, o tres meses después de aquella tarde de sábado en la que llamó a decir “ya voy para allá”.
Cuando entra, se posesiona del apartamento o casa. Invade la cocina, utiliza los cuchillos de plata para picar el salchichón, insiste en servir el mismo el aguardiente, derramándolo sobre la mesa de centro, la alfombra y el equipo de sonido. Saca de su bolsillo un inacabable mp3 de corridos prohibidos y lo coloca a todo volumen. E insiste “ya saben como es la cosa conmigo, si algo les molesta, sólo díganme”.
Una hora después, los dos hombres están borrachos cantando “Cruz de mariguana”. En ese momento la evaluación parcial de daños incluye un cenicero de cristal de murano rayado, una vela de colección derretida, una enorme mancha de aguardiente en la alfombra y una perentoria advertencia de los vecinos sobre acudir a las autoridades competentes si no le bajan el volumen al equipo.
Con un “acuéstate tranquila, mi amor”, la despachan. Mientras cierra la puerta de la habitación alcanza a escuchar un sospechoso “ahora sí podemos hablar” seguido de una sonora carcajada. El destemplado coro de dueto norteño la arrulla hasta que se queda dormida.
Amanece. A su lado, todavía vestido, el esposo duerme la borrachera. Ella se levanta suavemente para no despertarlo y se prepara a hacer el inventario final de la indeseable visita.
No son los vasos sucios regados a todo lo largo de sala y comedor, ni la gran cantidad de colillas que “abonan” sus indefensas plantas, ni el reguero de casetes y discos compactos que decoran la alfombra manchada los que hacen que la esposa sienta ganas de ponerse a llorar. No. Es la figura de camisa desabrochada desparramada en el sofá que ante la presencia de la dueña de casa pronuncia, en medio de un tufo monumental, palabras que la hacen pensar en cometer un amiguicidio.
¿Qué hay para desayunar?
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