No importa si es joven o vieja, bonita o fea. El físico, la inteligencia, o la sensualidad es lo de menos. Su presencia es la peor pesadilla para cualquier esposo de pareja sin hijos. Es ella, la tercera persona, es... la amiga de la esposa.
La víctima de turno aclara que le parece muy bueno que su esposa tenga amigas y que no ve ningún problema en que la visiten de vez en cuando. El problema es que para él, de vez en cuando es una tarde de sábado cada 4 meses y para la esposa y su amiga, de vez en cuando es un fin de semana completo cada 15 días.
Así, un viernes en la tarde ella aparece. A partir de ese momento el esposo queda excluido automáticamente de todas las conversaciones. Solo escuchará risas que se acallarán cada vez que se acerque.
Bueno, queda la televisión. Falso. La televisión tiene dueñas. Como ese día ella tiene refuerzos, toca ver alguna melcochuda historia de amor en video. Y ni modo de ponerse romántico, pues la amiga está acostada en la mitad de la pareja, pendiente y comentando el capítulo respectivo.
Esa visita se las ingenia para estar siempre donde él quiere estar. El baño se convierte en zona prohibida para el género masculino. En la radio se escuchan las emisoras que quiere la amiga, en el almuerzo se sirve lo que a ella le gusta. La invitada ocupa el sillón de lectura, abre las ventanas, fuma en la cocina, y su presencia obliga al caballero a cambiar la informal sudadera de fin de semana por pantalón, camisa y zapatos.
Si el sábado fue difícil, el domingo será largo. Empezará a las 5.30 de la mañana cuando la invasora insista en sacarlo de la cama para hacer aeróbicos. Y el resto del día él deambulará cual fantasma por la casa o apartamento tratando de no interrumpir la conversación de las dos mujeres.
En la noche, si el señor tiene carro, tendrá que llevarla al otro extremo de la ciudad. Si no tiene, deberá esperar una hora en una calle helada que ella agarre su bus. Pero vale la pena, pues es la única forma de asegurarse que no regresará. Estará tan cansado que olvidará hacer los respectivos reclamos y únicamente se acordará de que debió haberlo hecho, 15 días después, cuando una voz melcochuda le diga al oído.
“Adivina quien viene a acompañarnos este fin de semana”.
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