martes, 29 de septiembre de 2015

Ventajas y desventajas de una cara estrato 1


El señor Armendiosa, profesional exitoso, ha construido un patrimonio económico gracias a años de trabajo honrado y esfuerzo personal. Pero tiene cara de pobre.

Él financió sus estudios profesionales con una combinación de crédito educativo y apoyo familiar y simplemente ha aprovechado –en el buen sentido de la palabra– las oportunidades que le ha dado la vida. Pero no importa cómo se vista o donde esté, la primera impresión que genera en cualquiera es que se trata de un tipo de bajos recursos.

Nunca ha entendido por qué. Es la forma de mirar, la proporción entre los elementos del rostro, los rictus o muecas o, qué se yo, el tamaño de las orejas, la simetría entre los dos lados del rostro o el ángulo de inclinación de las fosas nasales.

Podría considerarse que una condición como la descrita es una especie de maldición. No es cierto. Tiene sus desventajas pero las ventajas, como el señor Armendiosa ha podido comprobarlo a lo largo de su vida, son bastantes.

Los mendigos lo ignoran. En la fila le piden dinero al que está detrás y al que está enfrente. En los buses los vendedores le dan la muestra al compañero de silla. A él no. En calle, parque, plaza o pueblo, para cualquier persona dedicada a vivir de la generosidad ajena solo basta una mirada para descartarlo como posible cliente. Sin embargo, siempre que pasa cerca de alguna institución o entidad donde hacen algún tipo de caridad, servicio social u asistencial, alguien lo invita a seguir.

El entusiasmo o apatía generado por su presencia cambia si sus requerimientos de bienes o servicios suben de nivel. Al visitar centros comerciales y almacenes de estratos medios y altos es sistemáticamente ignorado por los vendedores, pero suele ser muy popular entre otro tipo de personal, el de seguridad, que no le pierde pista.

Durante su juventud aprendió que aquellos lugares de rumba donde se reservara el derecho de admisión estaban vedados para él. Aún hoy, ya retirado de baile, trago y similares, en restaurantes de los finos y caros solo dispone de acceso garantizado si va con alguien, y tiene el don de la invisibilidad para el gremio de los meseros.

Y aunque no está seguro, parece generar el mismo efecto entre el gremio antisocial. Primero porque nunca ha sido robado, atracado, cosquilleado o similares. Y segundo por múltiples historias transcurridas en noches oscuras y solitarias cuando va por una calle, más oscura y solitaria todavía, algunas veces pasado de tragos.

De repente aparecen uno, dos o más tipos malencarados que se le acercan con evidentes malas intenciones, las manos en los bolsillos o empuñando objetos amenazantes.  En el momento en que la distancia les permite distinguir los rasgos de nuestro protagonista, el desenlace es invariable. Si el sujeto va solo, lanza una mirada rápida e inquisitiva. Si hay más de uno murmuran algo entre ellos. Y simplemente se van.

Solo una vez pasó algo diferente.

El malencarado de turno le regaló unas monedas porque “a usted le hacen más falta que a mí”.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Desarreglos caseros


Antes, el hombre de la casa se encargaba de las finanzas familiares. Hoy, por cuenta de la inflación, eso es imposible para un solo sueldo.

Antes, el hombre de la casa era una figura autoritaria que imponía respeto (y miedo) a los hijos. Hoy, por cuenta de la psicología infantil, y las tendencias educativas, tiene suerte si logra que lo oigan.

Antes, el hombre de la casa daba órdenes y tomaba decisiones importantes. Hoy, por cuenta del feminismo, a lo más que puede aspirar es a una democracia, bajo el signo del sí, del ¡Sí señora!

Sin embargo, el hombre de la casa todavía tiene un ámbito propio e intocable, aunque con variantes respecto a su versión original. Antes, el hombre de la casa hacía reparaciones locativas. Hoy hace estragos locativos.

Toda mujer considera que su hombre tiene habilidad innata para reparar objetos, instalaciones y máquinas dañadas en el hogar. Es la lógica de arréglelo porque usted es hombre.

El problema es que algún instinto prehistórico metido entre los genes masculinos provoca una reacción irracional ante las peticiones de este tipo, y en vez de dar una respuesta razonable como “llamemos un técnico”, el sujeto de turno no sólo dice que sí, sino que trata. Es la lógica de soy capaz de arreglarlo porque soy hombre.

Los resultados de los ejercicios empírico-machistas de plomería, electricidad, y electrónica suelen ser en su orden inundaciones, cortos circuitos y equipos costosos con daños irreversibles.

Los más racionales (o sea los menos abundantes) se declaran vencidos al primer fracaso y de ahí en adelante consultan las páginas amarillas. El resto sigue experimentando, lo que traduce dañando, rompiendo, arruinando, e inutilizando objetos e instalaciones con una caja llena de herramientas inadecuadas.

Pero lo más grave es que ese rompehogares -literalmente hablando- alguna vez durante su ejercicio de destrucción de fin de semana le pide ayuda a su hijo, quien le alcanza una herramienta, lo oye maldecir, y lo acompaña a buscar al técnico para que arregle lo que su padre estaba “arreglando”. De todo esto, sólo el recuerdo vago de que el hombre de la casa “arreglaba” cosas quedará por allá, perdido en el subconsciente, hasta cuando su propia esposa o compañera pregunte, como quien no quiere la cosa

¿Será que tú puedes arreglar esto?

martes, 22 de septiembre de 2015

El retorno del emigrante


Jeremías llegó a los Estados Unidos hace seis años. De fugitivo de migración pasó a los oficios varios, y la suma de su trabajo honesto y habilidad comercial le permitieron no solo legalizar su estadía, sino adaptarse con éxito al “american way off life”.

Después de 2.190 días de girar dólares con puntualidad a su familia, Jeremías organizó, junto con su esposa Juana, un viaje de dos semanas a Colombia, en plan de vacaciones y descanso.

¿Vacaciones? Ja. Buen chiste.

De entrada hay que decir que seis años a punta de “supermarket” tienen sus implicaciones. Por eso, la bandeja paisa que preparó mamá para recibir a su hijo, lo puso a circular. A circular tres días con regularidad entre la habitación y el baño.

Tras el ataque de los frijoles vino el del licor. Jeremías desarrolló en los Estados Unidos fijaciones cuasieróticas con el aguardiente. Durante seis años pensó en el momento sublime en que disfrutaría la espirituosa bebida. Y ese viernes casi se ahoga al recibir la primera dosis de aquella sustancia transparente que, para su americanizada garganta, solo se diferenciaba del desinfectante para baños en la suavidad... del desinfectante.

Unas pastillas del primo médico, y la inútil, - como veremos más adelante - recomendación de controlar la dieta pusieron a Jeremías a punto para empezar a contactar a los viejos amigos. Pero antes había que visitar parientes. Los de Jeremías. Los de Juana. Mucha gente. Poco tiempo. A cuadrar la agenda como sea.

Un día normal arranca con desayuno donde la Tía Luisa. Mediasnueves donde el primo Bernardo. Almuerzo en casa de la abuela. Una hora para que cada uno llame a los antiguos compañeros. A las cuatro, onces donde otra de las abuelas. A las seis el cuñado insiste en llevarlos a conocer un centro comercial para que vean que aquí también hay. A las ocho los recoge otro cuñado y los lleva a cenar. A las 11, cuando ya se van a acostar, entran la hermana de Jeremías y su esposo y se los llevan de rumba.

Las dos semanas se van volando, lo cual agrega a la agenda unas cinco despedidas. Y un día cualquiera estarán en el aeropuerto, con el estómago destrozado, los ojos hinchados de no dormir y las maletas llenas de productos autóctonos que les significarán largas explicaciones ante gringos escépticos en la aduana del otro lado.

Las “vacaciones” han terminado.

God bless America.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Los grandes atacan de nuevo


Supongo que algún psicólogo, sociólogo, antropólogo u otra profesión terminada en ólogo dispondrá de una documentada explicación. Allá ellos. Nos limitamos a reseñar los hechos. Lo chiquito –en algunas facetas de la vida, sobre todo las que involucran tecnología– tiende a volverse grande.

Ahora, hablamos de cosas que eran grandes, pasaron a pequeñas y de un tiempo para acá, como la serpiente que muerde su propia cola, incrementaron el espacio que le quitan a otros en el universo. Y para las mentes demasiado creativas, aclaramos de una vez que lo de cosas es literal. Esto se refiere a objetos inanimados.

Lo notamos primero con los audífonos. Hace años, la escucha individualizada demandaba cubrir las orejas con sendos caparazones de tortuga. Cuando llegó el “gualkman”, los caparazones pasaron a tiernas esponjitas. Más adelante, dispositivos anatómicos, camuflados de manera casi invisible en el pabellón auricular,   acompañaron “discman” y “aipod”. Un discreto cable completaba el discreto conjunto.

Pero la discreción se fue a ese lejano sitio ubicado media cuadra antes de la porra. Presumo que algún experto en mercadeo sabe por qué. Los caparazones volvieron. Y de colores. Y colores chillones. Así que muchas personas andan por la vida aislados en su notoria escafandra musical. Su contacto con el  mundo exterior se limita a ver a los demás vocalizar hasta caer en cuenta que es con ellos. Entonces destapan una oreja y como quien no quiere el asunto preguntan ¿Cómo?

Ante la evidencia en audio, optamos por mirar hacia otros artefactos de la vida diaria. Y aparece como no, el celular. Comenzó con esas panelas cuyo apodo lo dice todo. Pero el ladrillo original fue el punto de partida de una carrera hacia lo diminuto. Al punto de que los machos entraron en una insólita competencia para mostrar quien lo tenía más pequeño. Por supuesto, nos referimos al teléfono móvil. Y ahora leemos que el último aparato de la empresa de la manzanita presume del tamaño de su pantalla, la cual ocupa más espacio en dos de tres dimensiones. Y hablan de algo llamado phablet, que suena como el resultado de una aventura poco santa entre una tableta y un teléfono. Hace algún tiempo contestar un teléfono que se escondía detrás del dedo gordo era un orgullo, ahora sacar la panela –ultradelgada, eso sí– y empezar a teclear es lo “in”.

Sigamos con el gigantismo postmoderno –si le robé la expresión a algún intelectual, me disculpo–. En sus comienzos, la televisión era un mueble. Evolucionó a modelos cada vez más personalizados, léase compactos, que hasta agarradera tenían. Pero hoy en los hogares existen tremendos cuadros que se miden en pulgadas, y ocupan media pared.  Hablando de pantallas, en la época de oro del cine existió algo llamado cinerama (una pantalla que se extendía hacia los lados, y en la práctica permitía ver una espectacular media película). Esto para señalar que las megapantallas, megacines y otros megaformatos son un megarretorno al pasado de lo grandote.

En medio de esa tendencia, solo una expresión minimalista resiste cualquier embate del maximalismo reinante. Como lo anteriormente dicho parece robado de algún crítico literario, con gusto traduzco. Muchas cosas crecen, pero una tiende a reducirse cada vez más, y más, y más…

Nuestros ingresos.

martes, 15 de septiembre de 2015

Una voz seductora


El rumor le llegó a través de una interpuesta persona, muchos años después. Y una breve investigación le confirmó a Ramiro que, evidentemente, la ojiverde de la recepción estaba completamente enamorada ... de su voz.

La ojiverde nunca había tenido nombre para él. Solo era la secretaria buena de la oficina de arquitectos de Constanza, su hermana. Por aquellos tiempos Ramiro combinaba sus estudios con ocasionales servicios de mensajería a sus familiares, lo que le garantizaba unos pesos para las cervezas del fin de semana.

Así, periódicamente pasaba por la oficina de Constanza para pagarle los servicios, reclamar un paz y salvo en impuestos o ayudar en las diligencias de las licencias de construcción.

Todo esto para señalar que vía telefónica, o en persona, hubo un contacto más o menos seguido entre Ramiro y la secretaria buena sin nombre. Y en una conversación suelta, tiempo después, la hija mayor de Constanza, Silvia, se lo dijo “Tío, usted tiene una voz bonita. A Patricia le fascinaba”.

Halagado, Ramiro recordó como, a veces, Constanza llevaba a su entonces pequeña hija a la oficina, y Patricia - la ojiverde buena que acababa de estrenar nombre - ejercía como nana ocasional. También se enteró de que, en su ausencia, la recepcionista siempre dedicaba adjetivos positivos al timbre y tono del ocasional mensajero.

Recién salido de una relación sentimental especialmente conflictiva, una revelación de estas era lo que nuestro personaje necesitaba para mandar el ego al segundo piso. Así que en los días siguientes anduvo por el mundo con sonrisa digna de adolescente al que le acaban de quitar los frenillos.

Para redondear la faena, un día iba por la calle y le pareció reconocer una silueta femenina en la distancia. Su aguda vista se enfocó en las formas - aún redondas y atrayentes -, y en esos penetrantes ojos verdes de Patricia, que paseaba acompañada de una mujer de edad, posiblemente la madre.

Ramiro Carraspeó la garganta, lanzó un ooommmm interno y se preparó para saludar en un tono grandilocuente e impostado, con el cual, apenas ella estuvo a distancia prudente, produjo un profundo “Holaaaa, Patricia, me recuerrdasss”.

Patricia no reaccionó, pero la persona que iba con ella sí.

“Háblele más duro que es sorda”.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Subir una foto; ayer y hoy


“Eso está muy pesado. Colguémoslo en la nube”.

Suena lógico. Si un archivo ocupa mucho espacio, en vez de despacharlo por correo es mejor subirlo a un sitio donde otro lo pueda bajar, de acuerdo con la memoria disponible en su dispositivo

Pero en épocas pasadas –y no mucho–  quienes proponían colgar cosas en las nubes eran de dos tipos: los poetas –laureados y reconocidos- y los locos –sedados y encerrados-.

Las memorias se leían en libros escritos por personajes ilustres; subir y bajar eran verbos que se conjugaban en escaleras, rampas y rodaderos; el correo estaba a cargo de señores con bicicleta, uniforme y envidiable estado físico; y ocupar demasiado espacio era privilegio de gordos, tractomulas y bodegas.

Palabras que nos acompañaron toda la vida han ido expandiendo su significado. Y ese cambio se refleja en expresiones comunes. Esas mismas expresiones, hace pocos años, hubieran sonado a delirio, a sueños imposibles, a incoherencia o a estupidez.

Cuántos estudiantes de resultados mediocres soñaron con que la aplicación (afición y asiduidad con que se hace algo, especialmente el estudio, según la Real Academia) en vez de depender del esfuerzo y la constancia, se pudiera instalar. ¿En que momento colgar una foto dejó de involucrar martillo, puntilla, pared, golpe en el dedo y madrazo?

Eran otros tiempos. Y hablando de tiempo, la escasez de minutos no se solucionaba comprándolos en la tienda de la esquina. De hecho, comprar tiempo era una compleja metáfora aplicable a acciones estratégicas encaminadas a despistar al enemigo con el fin de aplazar sus movimientos… Bueno, la idea es mostrar que quien dijera “voy a comprar unos minutos y ya vuelvo”, era firme candidato a cliente de psiquiatra.

Los muros solo se levantaban con ladrillo y concreto. Los virus, antivirus y vacunas concernían al honorable cuerpo médico y a niños llorando: Un programa se veía por televisión o se realizaba entre amigos y un programita en pareja, cuando no era muy católico. La @ servía para comercializar papa al por mayor. Se conectaban los aparatos, no las personas. Las tabletas se tomaban con agua por prescripción o automedicación. Lo único que se podía leer en el teléfono eran los números y letras del discado –o teclado-, y, a veces, una marca y algunos datos técnicos por debajo.

Subir o bajar un video implicaba cambiar de piso el betamax o el VHS. No se requerían fotos para destacar la resolución de alguien. Las tendencias (sin #) eran un asunto de moda guardado en el clóset –del cual se salía en circunstancias diferentes a las actuales, pero eso es otra historia–. Un paquete venía empacado, envuelto y debajo del brazo; y los combos eran de amigos o involucraban gaseosa y plato fuerte.

Y como llegó el momento de cerrar este texto –sin llaves ni puertas – aprovecho para reiterar mi invitación a que suban sus comentarios.

No se necesitan escaleras.

martes, 8 de septiembre de 2015

Terapia de control de ira


La leyenda dice que a Bruno le sacaron la piedra a principios de siglo. La diferencia con el resto del género humano es que él vive molesto e irascible a partir de ese día. Todos los chistes sobre tipos bravos le encajan: desde su genio parejo –furia constante– hasta que en la casilla de “estado” de cualquier formulario pone “enverracado”.

Se le reconoce que su trabajo no es fácil. Es gerente de algo en una empresa donde todo el mundo parece confabulado para mantenerlo en su estado natural. Los empleados no hacen lo que deben, los jefes tratan de imponer ideas absurdas, los clientes exigen resultados imposibles… Cada vez que coge el teléfono un mensaje, una llamada, un guasap o una foto condimentan su receta diaria de irascibilidad.

Vive solo y está separado –adivinen por qué– . Y un día paso lo que tenía que pasar. No se asusten, no hubo heridos. Pero la tensión arterial de Bruno sí se disparó.  El médico le puso el tema sin eufemismos. De nada servía cualquier medicamento, si no había cambios profundos en su estilo de vida. Cálmese. Y haga algo para relajarse.

El paciente –bravo pero no estúpido–, hizo varios intentos. Los deportes de conjunto terminaron todos en cuasipeleas –incluido el yoga–. En el gimnasio no tuvo problemas con las personas, pero no hubo máquina que se salvara de una andanada de insultos.

Pero un lunes llegó a trabajar con algo raro en la cara. Sus colegas tardaron casi medio día en reconocer una sonrisa. La cosa se puso realmente asustadora en esa reunión que transcurrió sin sobresaltos. Y entró al terreno de lo sobrenatural cuando le reportaron un problema menor. El hombre pidió detalles, esbozo una solución y, con una tranquilidad sobrecogedora, prosiguió con su jornada.

Su jefe directo no aguantó la curiosidad y, cuando tuvo la oportunidad, puso el tema. Bruno le respondió que ahora neutralizaba las malas energías a través del ciclismo recreativo de fin de semana.

­ – La primera vez salí con una bicicleta nueva, con cambios y otras cosas. Y como yo no sabía manejar ese aparato, a las tres cuadras ya estaba trabado. Me tocó arrastrarla 20 cuadras hasta que di con un mecánico que me cobró un poco de plata por mover tres resortes. Y luego funcionó muy bien, como 10 cuadras. Y cuando volvió a trabarse no aguante más, me bajé, levanté la bicicleta, la tiré contra el piso y la cogí a patadas. Entonces llegaron unos policías. Aparecieron mientras yo estaba saltando encima del aparato. Me dijeron que me tranquilizara y…

– … ¿Y?

– …Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajado, fresco, sosegado, despejado. Los mismos agentes quedaron desconcertados ante el cambio súbito de actitud y el posible conflicto se solucionó amigablemente. Desde ese día estoy saliendo a pedalear los fines de semana. Claro que el asunto sale caro, pero vale la pena

– ¿Caro?, ¿y por qué?

– ¿No ve que tengo que romper una bicicleta cada ocho días?

jueves, 3 de septiembre de 2015

Encuentro con el ídolo


Desde ese día en que lo (o la) viste por primera vez en una pantalla, una revista o un escenario lejano se convirtió en tu ideal. Por eso fueron años coleccionando sus imágenes, pendiente de cada uno de sus movimientos. Atesorando en forma obsesiva todo lo que se relacionaba con él (ella). Cada entrevista, cada nuevo disco, cada recorte, cada producto que comercializaba su imagen o nombre.

Tenías tu cuarto empapelado con sus afiches. Tenías sueños románticos y hasta eróticos evocando su figura. Alguna vez lograste un autógrafo burlando todos los controles de seguridad. Era tu ídolo. Era tu estrella inalcanzable.

Pero claro, vas creciendo. Y el amor platónico da paso a los amores reales. Y quien fuera tu ídolo de juventud o adolescencia se convierte en una caja de cosas inútiles, destinada al cuarto de San Alejo, o a algún evento de caridad.

Y todo sería un hermoso recuerdo si no fuera porque la vida te la hace. Un día, por razón de tu profesión, de algún amigo común o de una desgraciada coincidencia lo conoces, o la conoces. Y entonces los vuelos de juventud se convierten en aterrizaje forzoso.

Lo primero que descubres es que él (o ella) es siempre más de lo que te imaginabas. Más flaco, más gordo, más arrugado, más peludo, más grosero, más bajito, más pálido y, sobre todo, más viejo.

Pero lo que te llega al fondo del corazón no es su aspecto físico, sino su humanidad. Es decir, cuando te das cuenta de que él (o ella) sí es un ser humano. Un ser humano que va al baño, que se molesta y trata mal a cualquiera que esté por ahí cerca (como el antiguo admirador que acaba de conocer), o que está preocupado por cosas tan prosaicas como el arriendo, la cuota del apartamento o la caída del cabello.

Ahora, no necesariamente es antipático, De hecho, puede ser un buen conversador. Así que tú evocarás, en un momento determinado, ese instante mágico cuando, burlando los controles de seguridad, lograste acercarte a él y obtener ese autógrafo que fue, por muchos años, tu más preciada posesión.

Y cometerás el fatal error de preguntarle ”¿Tú te acuerdas?

Y cuando el (o ella) carraspee, mire hacia el cielo y finalmente responda, “la verdad no, a mí esas cosas me pasaban todo el tiempo”, entenderás una cosa.

No es bueno volver realidad las fantasías.

martes, 1 de septiembre de 2015

Doctorado minutis causa en consultoría económica


El Señor Canelo y Doña Esneda están, de lejos, entre los más informados sobre la evolución de la economía nacional, regional y mundial. Constantemente acceden a datos privilegiados de sectores productivos, cifras clave, estudios, decisiones corporativas, proyecciones e iniciativas. Pero curiosamente, semejante bagaje de sabiduría no ha afectado para nada su rutina diaria. De hecho, siguen siendo los mismos que eran antes de conocer a Guali. 

Porque en materia de conocimientos financieros, solo alguien los supera: Gualberto, el más cotizado, más conocido, más buscado y más ocupado consultor empresarial de este país.

Gualberto –Guali para los amigos- es un caso excepcional. Sus proyecciones –que algunos denominan profecías- han anticipado una y otra vez el comportamiento de sectores clave en la economía. Muchos clientes lo dicen; hacerle caso es la diferencia entre la quiebra y la opulencia.

Aunque con lo que cobra por una sola consultoría podría vivir durante el año completo, la palabra NO brilla por su ausencia cuando recibe alguna propuesta. Como su insumo es la información, vive, literalmente, conectado 24 horas. 24 por 7 dedicado al trabajo.

La doctora Pili –Pilarica para otros– encendió las alarmas. Ella era una de las pocas personas a las que Guali escuchaba en cuestiones personales o de salud. Bueno, si uno no escucha a su propia hermana, ¿entonces a quién? La instrucción fue desconectarse, en principio, por lo menos una hora diaria. Reto complicado para un trabajomaniaco en tiempos en los que un aparato que cabe en el bolsillo permite acceder al mundo entero

Tras una larga negociación, finalmente lo convencieron de dejar, durante un periodo de 30 a 45 minutos, el teléfono inteligente. Y el televisor. Y la radio. Y los periódicos. Y las revistas. Comprobado,  permanecer en casa era inútil. Había que salir de ahí.

Entonces el señor Canelo entró al rescate. Cuando llegó era simplemente Canelo, pero los hijos de Pili le agregaron el “Señor“. Tuvo su momento de gloria, pero pasó lo inevitable: creció. Una cosa es el tierno cachorro y otra pasear –con bolsa plástica para atender necesidades- al perro grande. Además es medio gozque y no muy bonito.

Todo encajaba. Guali y Pili vivían cerca. El compromiso era que el primero dejaba en casa sus artefactos de comunicación, recogía al Señor Canelo y lo llevaba a su caminata nocturna. El resultado: un ritual diario de desconexión para la salud mental del consultor, y la solución a las salidas técnicas del can.

Las dos primeras noches el asunto funcionó. Pero la tercera, el destino puso enfrente a Doña Esneda, poseedora de un puesto de dulces que cerraba tarde y un celular que comercializaba por minutos. Y solo bastó una llamada de verificación con un cliente para que Guali encontrara la forma de hacer trampa.

Así que noche tras noche, mientras el señor Canelo y doña Esneda oyen, Guali discute, controvierte, recomienda, explica, soluciona y hace planteamientos empresariales a través del celular alquilado. Doña Esneda no entiende nada, y lo único que le importa es la jugosa paga que recibe por el uso del teléfono. Y el señor Canelo, por razones obvias, tampoco puede hacer mucho con esa información.

Pero nadie ha oído tanto como ellos, los primeros candidatos a un grado “Minutis Causa“ en consultoría económica.