jueves, 31 de diciembre de 2015

Vocación precoz


El hijo de este cuento, al igual que todos los pequeños, pasó por una fase en la que exploraba el mundo a través del sentido del gusto. El peladito tenía la costumbre de meterse todo a la boca. Nada que no se pudiera controlar con vigilancia y, sobre todo, manteniendo a distancia lo potencialmente dañino. Como era de esperarse, a más años, menos diversidad alimenticia. En un momento dado la parentela consideró que los problemas nutricionales iban a ser solo de dieta sana versus golosinas.

Pero un día notaron dos cosas. Que el chino –ya por encima de los cinco– era xilófago y papirófago. Una noche pidió el cuaderno, cogió un lápiz y empezó a dibujar esas cosas que pintan los niños. Sin darle mayor importancia al asunto, mordió el lápiz ante los ojos aterrorizados de sus padres. Luego tomó una hoja de papel, hizo una bolita y se la introdujo a la boca como quien hace otro tanto con un chicle. Y se fue a su cuarto.

Los progenitores de este cuento son modernos. Antes de tomar decisiones sobre sus hijos preguntan, indagan, consultan, sopesan, evalúan, analizan e investigan. Pasan por Internet, por el experto calificado y por el empírico, por el vecino y por el vigilante. Gracias a esa práctica la costumbre de morder lápices de madera  pasó a ser xilofagia y la de comer papel papirofagia. Y ya con nombres elegantes, comenzó la investigación.

El primero fue el pediatra quien al conocer detalles como que el niño comía bien lo que sí tenía que comer, y verificar mediante exámenes que no había afectaciones de salud, sugirió que la cosa se solucionara mediante el diálogo o la autoridad. También aprovecho para narrar historias espeluznantes sobre pequeños y adultos cuya dieta  incluía tierra, almidón, piedras, sangre, algodón, papel (pero higiénico), y otras cosas que definitivamente quitan el hambre… solo con mencionar que alguien se las come.

De ahí los padres pasaron a la sucesión de parientes, conocidos, vecinos y amigos cuyas recomendaciones iban desde “dos palmadas en la boca y verán que se le quita ese vicio” de la abuela;  hasta “explíquenle que el papel es el soporte del conocimiento y el lápiz el instrumento, por lo que son alimento del alma, no del cuerpo” del primo filósofo.

Por falta de sugerencias no se pudieron quejar. Algunas bastante crueles (un poco de ají en los lápices y pimienta en el papel); farmacéuticas “el hijo del amigo de una amiga tenía ese problema y le recetaron unas inyecciones”; imposibles “simplemente no le quiten los ojos de encima y cada vez que vaya a comer se ponen a jugar con él y verán que se le olvida”;  y esotéricas “un baño de hierbas y el muchacho queda listo”.

Como medida de seguridad el  menaje de lápices y papel de la casa pasó a ser material restringido. La cosa pareció funcionar.  El pequeño  olvidó los componentes de dibujo y escritura en su dieta. Meses después, un antiguo compañero de colegio los visitó y escuchó la anécdota.

El hombre puso cara de esas que asustan y soltó su propio diagnóstico

- Compadre, se jodieron. Les va a tocar mantener al chino este de por vida.

- Por qué.

- ¿Come lápiz y papel? Eso es claro, el tipo va a ser escritor.

martes, 29 de diciembre de 2015

Puntos de encuentro


Los contemporáneos no son, necesariamente, personas cuya edad coincide con la nuestra. El concepto va más allá de los cumpleaños. Abarca los conocidos, amigos, familiares que, en un momento dado, hacen lo mismo que nosotros. Y esa coincidencia de actividades genera otra, la coincidencia de puntos de encuentro. Veamos.

Los jubilados se encuentran con otros pensionados en la fila para cobrar pensiones, y en la sala de espera tanto del médico como de múltiples servicios de salud.

¿Los casados sin hijos nacidos o en camino? En restaurantes finos, cocteles, eventos sociales y lanzamientos culturales.

¿Los esposos en primer embarazo? En cursos prenatales y almacenes para bebé.

¿Los casados con hijos pequeños? En fiestas infantiles y reuniones de padres de familia.

¿Los adolescentes? En centros comerciales, canchas, fiestas, conciertos y estrenos.

¿Los casados con hijos adolescentes? Parqueados afuera del centro comercial, la cancha, la fiesta, el concierto y el estreno esperando a que sus hijos salgan

¿Los jóvenes? En rumbeaderos acordes con su ciudad, estrato, clima y presupuesto.

¿Los novios jóvenes? En rumbeaderos de moda y costosos.

¿Los novios en pareja a punto de casarse? En negocios donde venden menaje de hogar.

¿Las novias a punto de casarse? En negocios donde suministran de servicios y productos para ceremonias de boda.

¿Los novios a punto de casarse? En bancos y otros establecimientos de crédito.

¿Los parientes cercanos? En fiestas de fin de año, bodas y funerales.

¿Los parientes lejanos? En funerales

¿Los estudiantes universitarios de pregrado? En actividades culturales como conciertos, cine y teatro y en rumbeaderos baratos.

¿Los estudiantes universitarios de postgrado? En comederos nocturnos callejeros (perros calientes, hamburguesas y otros) y en el último servicio de transporte público.

¿Deportistas de alto rendimiento? En el gimnasio, la competencia, las premiaciones y los exámenes antidoping.

¿Deportistas ocasionales? En el gimnasio (cuando se inscriben), la ciclovía y en el gimnasio (cuando intentan la devolución del dinero por no uso).

¿Esa persona que nos encontramos en todas partes? Hasta en la sopa.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (5 de 5 partes)


El último contacto con el médico había sido a las 11 de la noche. Eran las tres de la mañana y Pedrito estaba mal, muy mal. No teníamos forma de salir a buscar al doctor hasta que hubiera luz. Créanme, esa sensación no se la deseo a nadie. Pero tampoco encuentro nada comparable a la alegría que un sencillo sonido produjo en todos los que estábamos allí presentes. El pito de un campero.

El médico y el chofer de la Policía estaban empapados, pero la droga llegó justo a tiempo. Una inyección reversó los síntomas. Pedrito había sobrevivido a esa.

24 de diciembre. 9 de la mañana. El sol finalmente había salido. Estábamos desayunando con el médico y el policía, los héroes de la noche. Leonardo, que es medio poeta, los calificó de esta manera. Pero el agente lo interpeló.

- Me perdona doctor Díaz, pero el héroe es el tipo de la linterna.

- ¿Cuál linterna?

- Pues mire doctor, nosotros salimos del pueblo y claro, a los 10 minutos no se veía un carajo. Entonces el doctor vio las señales que nos hacían con una luz. Y sea quien sea, estaba bien dateado. Nos llevó por todos los tramos de vía que estaban transitables. Tenía que ser alguien que conociera muy bien la región, porque no hubo una sola pista falsa.

- ¿Y quién era?

- Ni idea, doctor. Siempre estuvo lejos aunque la linterna era tremendamente poderosa. Nunca vimos nada distinto de la luz. Pensamos que era uno de ustedes.

Y así fue. Jamás supimos quien había guiado en esa noche oscura y tormentosa el campero que trajo la droga.

Está bien, tengo que contar otra parte de la historia. Pero dejo constancia que me parecen detalles sin importancia. Esa noche, en medio de la tormenta se perdieron algunos perros, algunas vacas y el reno, que seguramente asustado por los truenos y rayos salió a correr. Aunque lo buscamos por varios días, no dejó rastro.

Es cierto que la puerta del granero estaba cerrada, y que la única salida era un hueco en el techo. También que a Leonardo le pareció que el hueco estaba más grande, aunque eso era atribuible a la lluvia.

Listo, acepto que no es claro por donde se salió el reno, —y le digo reno sin estar seguro— . La última persona que estuvo en el granero fui yo, y recuerdo claramente haber cerrado la puerta con tranca como a las 11 y 30 de la noche.

Bueno, un animal asustado se da sus mañas.

Ah, y está el otro hecho. Yo no hice la pregunta. La hizo la abuela Mariela. Y en eso coincidieron el médico y el policía cuando se les interrogó acerca de las características de la luz.

- Roja, era una enorme luz roja, Y a veces parecía venir desde el cielo.

FIN

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (4 de 5 partes)


Fue fácil ubicar al médico. Y el tipo colaboró. Descartó de inmediato que usáramos la droga vencida. En cuestión de horas anunció que él mismo viajaría hasta la finca, porque no era muy recomendable mover a Pedrito en esas condiciones. Vía celular nos dio instrucciones sobre cómo actuar, qué tratamiento darle. Nos tranquilizó diciendo que el ataque apenas comenzaba y que estaba a tiempo para llegar con la droga. Y mientras hablábamos el cielo seguía roto. Llovía, llovía, y llovía.

El 23 recibimos la llamada. El doctor estaba en el pueblo. Pero su llegada fue hacia las 6 de la tarde y como todos los caminos se encontraban inundados todos coincidieron en que lo recomendable era aplazar el viaje hasta el otro día. No había problema.

Pero sí hubo. Esa noche en particular los síntomas se agravaron. Los ojos de mi Pedrito se estaban apagando. Otro contacto telefónico con el médico. Sin ver al paciente entendió lo que pasaba. Era urgente aplicarle la intravenosa. Era cuestión de horas.

Como toda situación, por mala que esté, puede ponerse peor, la lluvia seguía, y la noche no tenía luna. Pero el médico era un tipo verraco. Y la gente del pueblo colaboraba. Así que la Policía prestó su mejor jeep y su mejor conductor y se lanzaron en medio de la oscuridad a buscar la finca.

La memoria que tengo de esas horas no es continua, sino de momentos sueltos. Yo entraba y salía del cuarto de Pedrito y llamaba al médico, hasta que perdimos la señal del celular. No me acuerdo por qué, pero en un momento dado terminé en el granero. Y cosa curiosa, Rodolfo se mostró pacífico. Y entonces se lo conté todo. Le conté como había conocido a Adriana, el difícil parto, la muerte, la enfermedad hereditaria. La condición de padre soltero, el apoyo de la abuela Mariela, la construcción de una vida de familia en condiciones adversas... y hubiera seguido hablando si no fuera por un pequeño detalle. Estaba hablando con un reno.

martes, 22 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (3 de 5 partes)


Situación. Son poco más de las 2 de la tarde. Pasada la curiosidad inicial por “El Peludo”, el siguiente espectáculo son los dos rolos que discuten la forma más adecuada de trasladar al animal. Realmente no era eso lo que discutíamos, sino la forma más adecuada de acercarnos al animal. Una mezcla adecuada de regaño y soborno había alejado a los pequeños que torturaban a la bestia con gritos y piedritas. Pero seguía viéndose amenazante. Y cuando intenté arrimarme al poste para desatarlo trató de embestirme. Yo le caía mal.

Fuimos cobardes pero prácticos, y le pagamos a un campesino para que se acercara a la bestia, la desamarrara y la atara al carro. Una coz en sus partes nobles garantizó la devolución de nuestro dinero sin ninguna satisfacción, y la reducción inmediata de voluntarios para desatar al peludo.

Y entonces pasó. No sé como, no sé a que horas, pero Pedrito estaba ahí a mi lado con una extremo del lazo en la mano. Al otro, mansamente, con su trote corto venía el peludo.

- Me arrimé y lo desamarré papá, yo creo que es mejor que nos vayamos antes de que la noche nos agarre por acá.

Bien, acepto que era un poco raro. Pero recibí el lazo. Grave error. El manso rumiante se transformó en bestia peluda y arrancó a correr arrastrando un bulto que apenas pudo mantenerse en pie tres minutos. Entre risas y fiestas lo agarraron mientras el bulto - yo - limpiaba sus ropas y miraba con odio al bicho al que, definitivamente, le caía mal.

Por lo menos no era personal. A excepción de Pedrito, el animal parecía tener un problema venadal con el género humano. La solución final fue contratar un camión de esos que usan para mover ganado. Pedrito subió a Rodolfo -insistía en llamarlo así- a cabestrillo y él y yo lo acompañamos en el recorrido de regreso a la finca acomodados en la plancha. No sé de donde sacó la idea de la nariz roja mi hijo, pues lo único escarlata que veía en el Peludo eran sus ojos inyectados de sangre, cada vez que me miraba.

Una vez en la finca, el animal se adaptó fácilmente. Le acomodaron un sitio en el granero con pasto del que se le daba al ganado, sal y agua. Los niños se peleaban por alimentarlo y debo reconocer que se le mejoró el genio. Se volvió más sociable con todos. Bueno, casí con todos, porque a mí me seguía detestando. En alguna parte de sus genes debía existir un toro de lidia. porque cada vez que me veía empezaba a patear el piso y bajaba la cabeza dispuesto a conjugar el verbo embestir.

Pedrito impuso su concepto y todos comenzamos a llamarlo Rodolfo. Un baño a punta de balde reveló una pelambre fina y suave bajo la capa de mugre, con tonos que combinaban el marrón con el blanco. El animal se hizo dueño y señor de su rincón del granero, de donde solo salía parte del día a tomar algo de sol. De resto dormitaba, comía y volvía a dormitar. Dicen que de noche miraba las estrellas. Eso me lo contaban los demás, porque apenas percibía mi presencia lo único que miraba era alguna manera de agredirme.

El espectáculo nocturno se le dañó muy pronto, porque el cielo pasó de despejado a encapotado. Como una situación inusual en esa época del año se vino un aguacero. Yo no sé si ustedes saben lo que es un aguacero en el llano. Llueve dos, tres días seguidos. Y los caminos se vuelven ríos. Así como suena. Nosotros no teníamos problema. La finca estaba bien dotada de comida, y era una construcción resistente a las lluvias. El ganado sabía donde guarecerse y el mismo Rodolfo tenía su granero. Sería una Navidad bajo techo, pero tranquila.

Como el 21 el niño empezó a sentirse desalentado. No quiso desayunar, y se quedó acostado. A mediodía ya estaba comenzando a ponerse verde. Yo ya me conocía los síntomas de memoria. Era un ataque. Así que fui a buscar la intravenosa que había comprado desde hacía dos años... y que tenía la fecha vencida.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (2 de 5 partes)


El apunte puso a reír a todos los presentes. A Leonardo y su esposa, porque ellos se reían de cualquier cosa. A los llaneros por lo de la nariz roja, ya que para ellos la palabra reno no figuraba en su lista de conocimientos. Ni falta les hacía. Y a los pocos que entendimos la alusión porque...

Eso de tener un hijo enfermo y medio genio que ve demasiada televisión lo convierte a uno en psicólogo empírico. El médico me lo advirtió alguna vez, había que establecerle constantemente fronteras entre realidad y fantasía al pequeño. Explicó algo relacionada con sociabilidad y procesos de adaptación al mundo. No le entendí muy bien hasta el día que me pidió que fuéramos de vacaciones a la ciudad de Saltadilla, la de las Chicas Superpoderosas. Y tanto en ese como en otros casos, he tenido que desarrollar una metodología psicológica encaminada a demostrarle, sin traumatizarlo, que eso no existe.

- No puede ser mijo.

- Claro que sí papá.

- Los renos viven en el Polo Norte -realmente no estaba seguro de esto, pero sabía que era por allá cerquita- y Rudolph es un personaje de cuentos y de televisión. Ya sabe que eso es para divertirse, pero no más. Además, si viven en el Polo Norte... ¿Como llegó hasta aquí? Ni siquiera sabemos si es un reno. Puede ser un venado peludo (si, yo sé que no existen los venados peludos, pero lo importante era sonar lógico. Pero mi lógica iba por un lado, y la de mi hijo por otra. Así que su respuesta fue tan absurda como contundente).

- No sea bruto papá, pues volando. Los renos de Santa Claus vuelan.

- (Me la puso difícil. Una cosa es trazar fronteras entre realidad y fantasía, y otra es destruir ilusiones. Creer en el Niño Dios, en los Reyes Magos o en Papá Noel no tiene nada de malo. Dudé un rato antes de decir) Humm, no sabemos si en verdad el viejo vive en el Polo Norte. Pero viva donde viva debe cuidar a sus renos, y este se ve muy descuidado. (Punto en contra, acababa de aceptar que era un reno).

- Sí papá, por eso tenemos que llevarlo y cuidarlo para que esté listo el Día de Navidad.

El problema no fue que, sin proponérmelo, había llevado la conversación al punto donde el verbo amenazaba peligrosamente en convertirse en hechos. Sino que el cazador, que no veía como sacarle plata al “Peludo” oyó al pequeño y se le alborotó su instinto comercial.

- Pero señor, yo se lo vendo solo por...((aquí una cifra absurda))

- Le doy ...((aquí una cifra racional y hasta baratera.))

Era Mariela. Junto con Leonardo, su esposa, los tres hijos de esta pareja, Pedrito y yo, completaba el paseo. Es mucho lo que le debo a mi suegra, y solo le reprocho una cosa. No se mide en gastos cuando se trata de complacer a mi pequeño. Ella me lo ayudó a criar después de que Adriana murió. ¿Les conté que le regaló televisión satelital al niño? Bueno, así son los presentes de la vieja.

En resumen, el cazador y ella regatearon un rato. Hasta que la doña consiguió el animal por una cifra inferior incluso a la que ella misma había planteado como propuesta inicial. Buena para negociar sí es. Pero el cazador anunció que la mercancía se entregaba allí mismo. Es decir, que nos tocaba a Leonardo y a mí llevarlo hasta la finca, que queda a hora y media del pueblo en verano.


domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (1 de 5 partes)


La verdad es que el niño ve demasiada televisión. Vive con los ojos en el aparato ese todo el día. Y para rematar, la abuela Mariela le compró un sistema satelital, que son como 300 canales, así que todo el tiempo es dele, zaping; dele, zaping; dele zaping. Y ni modo de decirle que no. Porque con el tal síndrome de cómo se llame, la vida no le da para entretenerse de la misma manera que los demás.

Es un problema de nacimiento. Mi Adriana se lo dejó de recuerdo, antes de morirse en la sala de partos. El médico dice que si se cuida no lo va a matar. Y cuidarse implica evitar los ejercicios fuertes, no exponerse demasiado a los elementos externos, consumir puntualmente la droga. Aún así le han dado ataques. ¡Eso ha sido cada susto! Se va poniendo verde, pierde el habla, los ojos se van perdiendo y claro, corra para donde el médico. Afortunadamente ya tenemos la intravenosa esa para aplicarle en caso de emergencia.

Por eso es que podemos tener vacaciones como la gente normal, es decir, saliendo de la ciudad. Y le aceptamos la invitación al cuñado Leonardo, el de la finca en los llanos. El hombre aseguró que eso no era mundo salvaje, que tenía todas las comodidades de la civilización, que disponía de teléfono, celular, radioteléfono, carretera y señales de humo en caso de necesidad. ¡Ah! Y no había televisor.

Pero el viaje lo hicimos un 15 de diciembre y el alud de películas navideñas había comenzado desde el 1. Yo creo que ahí fue donde conoció la historia de Rudolph, o Rodolfo. El reno de la nariz roja. Se trata de un bicho de esos que tenía la naríz como bombillo de Navidad. Pues claro, todos sus congéneres se burlaban de él hasta que una noche de tormenta Papa Noel estuvo a punto de perderse. Y fue el reno de la nariz roja el que con su luz incorporada salvó la patria. O algo así.

Pues bien. El hecho es que dos días después de haber llegado a la finca fuimos al pueblo a comprar no sé qué cosas. Y estando allá se aparece un cazador con un venado inusualmente grande que había agarrado por allá cerca a un estero. Para ser preciso, era un cazador y como cuatro ayudantes, porque el bicho ese era bien difícil de controlar. Miren, yo no soy un tipo de campo, pero por lo que sé de venados, ese se veía muy grande. Y además estaba como peludo para ese calor de los demonios que hace en la región. Y pataleaba y bufaba como loco mientras los hombres trataban de arrastrarlo hasta un poste, donde finalmente lo amarraron.

Al cazador le pareció tan raro el animal, que no lo mató sino que se lo trajo para el pueblo a ver si le aparecía dueño. Un par de semanas antes había pasado un circo, con algunos animales raros. La gente recordaba un par de cebras escuálidas, un león viejo y perezoso y algunos burros, caballos y perros, pero el venado peludo no aparecía en las evocaciones. Cabía la posibilidad de que el animal se les hubiese fugado antes de llegar, aunque comentarios no hubo.

De todas formas, en ese pueblo nunca pasaba nada, así que “El Peludo” -así lo bautizó alguien- pasó a ser el centro de atención. Y mientras los adultos miraban, recordaban, evocaban y aplicaban su experiencia en la llanura los niños se dedicaban a acosar al pobre animal.

Un niño, sin embargo, no lo molestaba. Solo miraba y daba vueltas. Era, -pues claro- mi Pedrito. Como se había pasado la vida viendo televisión y alejado del aire libre se veía flaco, medio pálido y con cara de genio, complementada con sus enormes gafas. También hablaba poco, y con seriedad de cura. Tenía la costumbre de lanzar, sin previo aviso, solemnes bobadas en tono de frases célebres. Como por ejemplo ¡Es Rudolph!

- ¿Quién?

- Rudolph papá. El reno de la nariz roja.

jueves, 17 de diciembre de 2015

15 razones por las que somos civilizados


Y ya en la segunda década del siglo XXI, la humanidad da muestras de su evolución intelectual y social mediante comportamientos rutinarios donde se nota la diferencia entre el homo sapiens de la postmodernidad y el cavernícola. 15 ejemplos 

1.- Los hombres andan detrás de los perros con una bolsa recogiendo sus excrementos (los del perro).

2.- Aparatos de comunicación de última tecnología sirven para convocar grupos de personas que se reúnen a manipular, –cada uno por su lado, mientras ignoran a sus acompañantes– sus aparatos de comunicación.

3.- La Navidad comienza en noviembre.

4.- Los avances de la química y la técnica aplicados a la alimentación humana se usan para convertir la carne en sorbete, la sopa en gelatina y los garbanzos en helado, lo que permite cobrar 10 veces más por los mismos productos. ¡Y hay personas que pagan!

5.- La gente hace fila en sitios de rumba cuya única diferencia con otros sitios de rumba es la fila.

6.- Todo el mundo tiene tiempo de tomar fotos de todos los momentos. La gente cada vez dispone de menos tiempo para ver fotos.

7.- Los que pueden se lanzan como locos a comprar, sin comparar precios, cada vez que alguien convoca una promoción, y después se quejan porque los precios  -que nunca compararon- no son de promoción

8.- Para ver televisión hay que pagar por un aparato que hace un montón de cosas, cada una de las cuales demanda pagar de nuevo.

9.- La gente que usa ropa vieja y fea se divide en dos. Los que solo tienen ropa vieja y fea y los que compran ropa nueva que se ve vieja y fea, a precios exorbitantes,  para exteriorizar su pertenencia a un grupo social que rechaza el consumismo

10.- Los perros tienen guarderías.

11.- La tecnología de información y comunicación le permite a cualquier ser humano insultar, criticar, descalificar, vilipendiar, ultrajar, humillar, zaherir e infamar impunemente, preferiblemente con mala redacción y peor ortografía.

12.- La casa en el aire ya no solo es un vallenato, ahora es un negocio –a veces no tan bueno- llamado comprar sobre planos.

13.- El que puede lo primero que hace cuando tiene plata es comprar carro. El que puede lo primero que hace cuando se le pregunta por los problemas de la ciudad es quejarse del tráfico pesado

14.- Cualquiera que pinte un mamarracho en una pared ajena se gradúa como artista.

15.- La televisión hace programas sobre la intimidad de gente famosa, quienes son famosos porque la televisión hace programas sobre su intimidad.

martes, 15 de diciembre de 2015

Nudos familiares


Toda persona tiene derecho a intentar rehacer su vida, si una o varias relaciones de pareja fracasan. Y si la separación –o separaciones– se dan en términos civilizados,  mucho mejor. En la práctica, las familias se disuelven por un lado, pero crecen por el otro. O por los otros. Perfectamente entendible para el local, absolutamente enredado para el visitante. Y todo comienza con una pregunta inocente.

Visitante .- ¿Dónde van a pasar la Navidad?
Local .- En la casa de mis abuelos.
Visitante .- ¿Maternos o paternos?
Local - Medio maternos.
Visitante - Cómo así.
Local .- Es que mi abuelo se volvió a casar.
Visitante .- Ah, entonces van a casa de su abuelo con su nueva esposa.
Local.- No, a la de mi abuela con su nuevo esposo.
Visitante .- La mamá de su mamá.
Local - No, la mamá de la esposa de mi papá.
Visitante .- ¿Cómo?
Local .– Usted sabe que mis papás se separaron y desde entonces siempre recibimos la Navidad en la casa de la abuela, con los tíos y los primos de mis hermanos.
Visitante .- Sus tíos y primos.
Local .- Míos no, bueno sí, pero son los tíos y primos de los hijos de la esposa de mi papá.
Visitante .- Y usted vive con ellos.
Local- No, yo vivo como mi mamá y con su compañero.
Vistante - ¿Y por qué pasa Navidad con los otros?
Local .- Porque en Año Nuevo siempre vamos a la finca de la tía.
Visitante .- La tía de quien.
Local .- La segunda esposa de mi tío.
Visitante .- El hermano de su mamá.
Local .– Sí.
Visitante .- Y esa finca de donde salió.
Local .- Le quedó a mi tía después de que se divorció del que era mi tío.
Visitante - ¿Cómo así, entonces con quien está casada su tía?
Local .- Pues con mi tío.
Visitante.- Pero no me acaba de decir que se divorciaron.
Local .- Es que mi tía estuvo casada con uno de los hermanos de la esposa de mi papá.
Visitante - Su tío.
Local .- No, el que era mi tío.
Visitante - Lo lamento, ¿Hace mucho que falleció?
Local .- Cómo se le ocurre. Ella no ha fallecido.
Visitante .- ¿Quién es ella?
Local .– Mi tía.
Visitante.- Cuál tía.
Local.- La que le dejó la finca a mi tía.
Visitante.- ¿No había sido su tío?
Local.- Ah, es que se me olvidaba explicarle que cambió de sexo. Creo que por eso se divorciaron.

jueves, 10 de diciembre de 2015

El tesoro del tatarabuelo


La leyenda había pasado de generación en generación entre los miembros de la familia. Decían que en algún punto abandonado de las montañas del pueblo lejano donde vivió el Tata San Jorge – tatarabuelo de los San Jorge del siglo 21-  estaba el tesoro.

Nadie tenía claridad sobre el contenido del mismo. Una versión hablaba de morrocotas, otra de implementos religiosos de oro, había una tercera con ornamentos indígenas forrados en esmeraldas. El lugar donde reposaba el entierro, era, por supuesto, un secreto que se había ido a la tumba junto con el Tata. Los hijos de este, lease bisabuelos, lo buscaron con vehemencia pero no encontraron nada. La siguiente generación –abuelos– también cogió monte con menos entusiasmo pero iguales resultados.

Algunos padres lo intentaron, aunque más en plan de paseo que de arqueólogos. A ellos les fue mejor. Tampoco localizaron nada, pero en medio de las montañas la familia se creció. En una de esas excursiones concibieron a Augusto. Augusto San Jorge.

El hombre pasó por la infancia hace rato, se casó, tuvo sus hijos y los vio crecer. Por ejemplo Maria del Carmen, que terminó sus estudios de enfermería y labora en un ancianato. Una noche llegó más acelerada que de costumbre a preguntar por las muy antiguas fotos del tatarabuelo que reposaban en un baúl del cuarto de San Alejo.

Hora de sorpresas. La misma imagen en la que el viejo posaba al lado de un caballo y de un niño peón –esos eran malos tiempos para los derechos de la infancia– estaba en una amarillenta copia que María del Carmen tenía en sus manos. Su propietario era un paciente del asilo muy, pero muy viejo, que aseguraba ser el niño de la foto.

Así que Augusto y el resto de la familia le montaron excursión al viejo. Y en efecto, pese a sus años recordaba cosas que confirmaron el nexo con el Tata San Jorge. Y aunque no era la intención, alguien habló del tesoro y el hombre, sin darle mayor importancia pero sin dudar soltó la bomba: “Claro, el Tata San Jorge me dijo exactamente dónde estaba”.

Augusto, hasta el cuello de deudas y con la estabilidad laboral de un lápiz parado en la punta abrió ojos como platos al tiempo que en su cerebro comenzaba a tintinear la caja registradora. Pidió detalles y el viejo comentó como el Tata San Jorge había ido a visitarlo y le había entregado referencias acerca del punto en el que había almacenado su fortuna. ¿Que si los recordaba? ¡Cómo si hubiera sido ayer!

En medio de la emoción, el tataranieto y la siguiente generación de tatatas comenzaron a bombardear al hombre con preguntas en las que predominaba el interrogativo dónde. Maria del Carmen, finalmente la que tenía experiencia con la tercera edad, fue quien formuló los dos interrogantes fundamentales.

El primero. Y por qué, conociendo la ubicación del tesoro nunca lo había buscado. “Yo ya estoy muy viejo para esto, señorita”.  ¿Viejo? ¿Acaso, cuándo le habían entregado la información.

“La semana pasada señorita, después de que usted vino y se llevó la foto el Tata San Jorge vino a visitarme. Junto con Simón Bolívar, San Pedro y Napolón Bonaparte que vienen todas las noches, si viera cómo conversamos de bueno”…

martes, 8 de diciembre de 2015

El otro "mouse"


El acta por medio de la cual se protocolizaba el mejor negocio del año reposaba en el mismo escritorio donde Abelardo, eficiente secretario general, la había dejado la noche anterior. Pero en el parágrafo del artículo 7, que fijaba las condiciones del traspaso; en el artículo 11, que establecía las obligaciones comunes a las partes, y en el inciso j del artículo 15 - la cláusula de seguridad - habían metido la pata.

No se trataba de un error mecanográfico, un exabrupto jurídico o una redacción cuestionable. No. Era, literalmente, la presencia sucesiva de pequeñas huellas, señal inequívoca de que, tras una pequeña ausencia, el pequeño destructor había vuelto. El mismo pequeño ratón que siempre se las ingeniaba para ser un gran problema.

El conflicto entre este roedor de oficina y Abelardo era algo personal. En su primera aparición había entrado al computador del eficiente Secretario General, haciendo desaparecer de manera igualmente eficiente el trabajo de seis años. Luego había desarrollado un especial gusto por el papel viejo, llenando de pequeños mordiscos el archivo de la Secretaría.

Un día descubrió alguna manera de ingresar al cajón donde Abelardo almacenaba los mojicones que llevaba al trabajo para mojar el café, dejando marcas de pequeños dientes como testimonio en esas harinas que pasaron directo de la bolsa a la basura.

Como hombre que no rehuía a los retos, el Secretario General lo intentó todo, desde trampas en el archivador hasta mojicones con pesticida. Pero lo único que logró fue una secretaria con el dedo fracturado mientras buscaba una carpeta, y un perro de celador intoxicado por andar hurgando la basura.

Decidido a librar la batalla final, Abelardo buscó en el directorio a los exterminadores de plagas de la ciudad. Hombre meticuloso, se sentó frente a su ahora enrejado computador. Allí redactó un detallado informe, lo imprimió y se dirigió a la fotocopiadora, para producir las copias que entregaría a cada especialista, con el fin de definir la mejor propuesta para acabar de una vez con la pequeña gran plaga.

Pero algo pasó al interior de la máquina, porque apenas sacó una copia antes de escucharse un ruido en su interior y paralizarse misteriosamente, mientras una pequeña sombra se alejaba.

En el papel, la ovoide figura rematada en una fina y larga cola le mostraba al secretario general que el ratón no solo había vuelto.

También había aprendido a entrar a la fotocopiadora.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Deformación profesional


Nadie pasa 24 horas haciendo su trabajo, no importa lo afiebrado, pobre o necesitado que sea. En la vida siempre hay espacio para vida social, obligaciones familiares, recreación, finanzas personales. Y ahí es cuando se evidencia que la gente tal vez no es lo que hace, pero sí es como lo que hace.

Es obvio que los pilotos actúan como pilotos cuando están “pilotando”, los médicos como médicos cuando están “medicando” y los plomeros como plomeros cuando están ¿plomereando?  No tan obvio pero real es que el ejercicio constante de una actividad laboral genera actitudes que se trasladan a la vida diaria. El nombre elegante es deformación profesional. Uno no tan elegante es “mañas de”… repasemos algunas.

Comencemos por la localía. Maña de periodista y de profesor es seguir hablando. Estos personajes se ganan la vida comunicando información y conocimiento. Pero por fuera de la jornada laboral, algo impide apagar el reproductor de sonido. En cualquier conversación, discusión o diálogo se sienten obligados a opinar, aportar, concluir, es decir, meter la cucharada. O la pata, porque nadie puede ser experto en todos los temas.

Una variante de lo anterior son filósofos, pensadores, politólogos, semiólogos. Estos no hablan tanto, pero todo lo que dicen debe ser trascendental. Les preguntan que quieren para desayuno, y se despachan con media hora de discurso sobre la epistemología del comienzo del día y la razón profunda del huevo. Así es con todo. No se les puede preguntar la hora sin arriesgarse a la cátedra sobre la relatividad del tiempo y el espacio.

Y hablando de espacio, los seres humanos manejamos una cuadra, un barrio, una ciudad. Pero quienes transportan personas o carga entre ciudades o países tienen otra concepción. La panadería favorita del conductor de tractomula queda en Ipiales, aunque hay una muy buena en Sutamarchán. La del piloto está ubicada en Barcelona, sin dejar de lado la de Nueva Orleans donde venden esos pasteles tan sabrosos. Los puntos de referencia del gremio transportador saltan de municipio y municipio, de frontera en frontera. Nosotros compramos vino en el supermercado. Ellos lo hacen en el duty free de Paris o en los expendios caseros de vino de palma al norte del Valle de Cauca. Y sí, suena prepotente. Y sí, ellos no se dan cuenta.

La gente que puede compra casas o apartamentos. Cuando son productos terminados se quedan así, terminados hasta que el tiempo demanda reparaciones locativas A menos que quien los compre sea un arquitecto o decorador profesional, gremios que sienten la obligación de modificar cualquier espacio habitable adonde lleguen, tumbando muros donde los haya o instalándolos donde no, reubicando cuartos, baños y cocinas y ajustando lo que ya está hecho para que quede –en su concepto– hecho.

Podríamos seguir con ingenieros obsesionados por entender, ajustar, reparar –y muchas veces dañar– cualquier máquina que se atraviese en su vida, desde la licuadora hasta el ascensor. Médicos impecables a la hora de diagnosticar y tratar enfermedades ajenas, pero indisciplinados, tercos y necios cuando les toca asumir el papel de pacientes. Comerciantes que buscan siempre el mejor precio y regatean desde paquete de papas en tienda hasta corte y peinado en peluquería estrato seis. Y blogueros que siempre quieren terminar con una frase memorable.

Una frase memorable.

martes, 1 de diciembre de 2015

Lenguaje corporal con interferencias


Sí hubiera sido en otro tiempo el cuento solo clasificaría para revista médica. Pero fue a los pocos días de la separación, cuando la familia de ella estaba claramente parcializada. A favor de ella. Necesitaban un malo y claro, el ex cumplía todos los requisitos
En justicia, el ex sí había hecho méritos para ser el antagonista del bueno, (o mejor, de la buena). En la parte económica siempre cumplió, en la relación respetó a su mujer y con los hijos nunca hubo queja. Sus problemas se relacionaban con los dos mandamientos que son múltiplos de tres y suman 15. Así que cuando lo ubicaron mal parqueado, aunque bien acompañado, la pareja hizo crisis.
Y por las buenas, cada uno cogió por su lado. Los pequeños quedaron con la madre y a manos de los abogados pasó lo de cuadrar visitas, bienes y demás. Por eso cuando el ex recibió la llamada del excuñado preguntándole en tono agresivo qué le había hecho a su antigua pareja, fue sincero al responder que no tenía idea del asunto en mención.
Vamos hacia atrás. La llamada del cuñado se originó en una de su madre (la de él). Ella le describió una situación que había notado durante una corta visita de su hija. Aunque no le habían dado detalles, era “obvio” que todo era atribuible al tipo ese.
En efecto, la hija –a quien supongo ya identificaron como la recién separada– pasó un momento a saludar a su mamá. Ya venía un poco ofuscada por los comentarios en la oficina. Tal vez por eso olvidó dar ciertas explicaciones que el paso del tiempo revelaría como necesarias.
Y es que en la oficina, apenas la vieron llegar comenzaron las murmuraciones. Qué era normal, qué antes había aguantado mucho. Se formaron dos bandos, los que (sobre todo  las) respetaban su derecho al desahogo y culpaban al individuo y los que (en su mayoría los) pensaban que exageraba. Nadie lo dijo de frente, pero de alguna manera comentarios sueltos e inoportunos le hicieron entender que ella era el tema del día.
Pero solo hasta la noche dimensionó la situación. Y fue cuando se encontró con la amiga simpática pero apocalíptica. Ella –la amiga– no pensó en peleas o sufrimiento, sino en escapismo. Y en un tono mitad consejera y mitad juez le advirtió que no importaba el tamaño de su pena, no debía refugiarse en vicios, y mucho menos en aquellos que dejaban efectos tan visibles.
Allí la ex cayó en cuenta que tanto en la oficina, como en casa de su mamá, debió haber explicado claramente el origen de su aspecto. Pero a esas alturas solo pudo hacerlo con su amiga. La cosa era ridículamente sencilla. 

El médico especialista que, por coincidencia, era vecino, la había diagnosticado temprano. El síntoma podía ser indicio de algo grave pero no,  el suyo era un caso simple. Por eso fue fácil responderle al primero que lo había detectado en la mañana, su pequeño hijo. Era algo relacionado con contaminación del aire o simple cansancio. Nada relativo a llanto o consumo de sustancias prohibidas. Así se lo dijo antes de mandarlo para el colegio. Y el nené quedó tranquilo.
Finalmente, él fue el único que antes de apresurarse a sacar conclusiones o armar videos le hizo la preguntó obvia que todos los demás ignoraron.

¿Mamá, por qué tienes los ojos rojos?