Situación. Son poco más de las 2 de la tarde. Pasada la curiosidad inicial por “El Peludo”, el siguiente espectáculo son los dos rolos que discuten la forma más adecuada de trasladar al animal. Realmente no era eso lo que discutíamos, sino la forma más adecuada de acercarnos al animal. Una mezcla adecuada de regaño y soborno había alejado a los pequeños que torturaban a la bestia con gritos y piedritas. Pero seguía viéndose amenazante. Y cuando intenté arrimarme al poste para desatarlo trató de embestirme. Yo le caía mal.
Fuimos cobardes pero prácticos, y le pagamos a un campesino para que se acercara a la bestia, la desamarrara y la atara al carro. Una coz en sus partes nobles garantizó la devolución de nuestro dinero sin ninguna satisfacción, y la reducción inmediata de voluntarios para desatar al peludo.
Y entonces pasó. No sé como, no sé a que horas, pero Pedrito estaba ahí a mi lado con una extremo del lazo en la mano. Al otro, mansamente, con su trote corto venía el peludo.
- Me arrimé y lo desamarré papá, yo creo que es mejor que nos vayamos antes de que la noche nos agarre por acá.
Bien, acepto que era un poco raro. Pero recibí el lazo. Grave error. El manso rumiante se transformó en bestia peluda y arrancó a correr arrastrando un bulto que apenas pudo mantenerse en pie tres minutos. Entre risas y fiestas lo agarraron mientras el bulto - yo - limpiaba sus ropas y miraba con odio al bicho al que, definitivamente, le caía mal.
Por lo menos no era personal. A excepción de Pedrito, el animal parecía tener un problema venadal con el género humano. La solución final fue contratar un camión de esos que usan para mover ganado. Pedrito subió a Rodolfo -insistía en llamarlo así- a cabestrillo y él y yo lo acompañamos en el recorrido de regreso a la finca acomodados en la plancha. No sé de donde sacó la idea de la nariz roja mi hijo, pues lo único escarlata que veía en el Peludo eran sus ojos inyectados de sangre, cada vez que me miraba.
Una vez en la finca, el animal se adaptó fácilmente. Le acomodaron un sitio en el granero con pasto del que se le daba al ganado, sal y agua. Los niños se peleaban por alimentarlo y debo reconocer que se le mejoró el genio. Se volvió más sociable con todos. Bueno, casí con todos, porque a mí me seguía detestando. En alguna parte de sus genes debía existir un toro de lidia. porque cada vez que me veía empezaba a patear el piso y bajaba la cabeza dispuesto a conjugar el verbo embestir.
Pedrito impuso su concepto y todos comenzamos a llamarlo Rodolfo. Un baño a punta de balde reveló una pelambre fina y suave bajo la capa de mugre, con tonos que combinaban el marrón con el blanco. El animal se hizo dueño y señor de su rincón del granero, de donde solo salía parte del día a tomar algo de sol. De resto dormitaba, comía y volvía a dormitar. Dicen que de noche miraba las estrellas. Eso me lo contaban los demás, porque apenas percibía mi presencia lo único que miraba era alguna manera de agredirme.
El espectáculo nocturno se le dañó muy pronto, porque el cielo pasó de despejado a encapotado. Como una situación inusual en esa época del año se vino un aguacero. Yo no sé si ustedes saben lo que es un aguacero en el llano. Llueve dos, tres días seguidos. Y los caminos se vuelven ríos. Así como suena. Nosotros no teníamos problema. La finca estaba bien dotada de comida, y era una construcción resistente a las lluvias. El ganado sabía donde guarecerse y el mismo Rodolfo tenía su granero. Sería una Navidad bajo techo, pero tranquila.
Como el 21 el niño empezó a sentirse desalentado. No quiso desayunar, y se quedó acostado. A mediodía ya estaba comenzando a ponerse verde. Yo ya me conocía los síntomas de memoria. Era un ataque. Así que fui a buscar la intravenosa que había comprado desde hacía dos años... y que tenía la fecha vencida.
Por lo menos no era personal. A excepción de Pedrito, el animal parecía tener un problema venadal con el género humano. La solución final fue contratar un camión de esos que usan para mover ganado. Pedrito subió a Rodolfo -insistía en llamarlo así- a cabestrillo y él y yo lo acompañamos en el recorrido de regreso a la finca acomodados en la plancha. No sé de donde sacó la idea de la nariz roja mi hijo, pues lo único escarlata que veía en el Peludo eran sus ojos inyectados de sangre, cada vez que me miraba.
Una vez en la finca, el animal se adaptó fácilmente. Le acomodaron un sitio en el granero con pasto del que se le daba al ganado, sal y agua. Los niños se peleaban por alimentarlo y debo reconocer que se le mejoró el genio. Se volvió más sociable con todos. Bueno, casí con todos, porque a mí me seguía detestando. En alguna parte de sus genes debía existir un toro de lidia. porque cada vez que me veía empezaba a patear el piso y bajaba la cabeza dispuesto a conjugar el verbo embestir.
Pedrito impuso su concepto y todos comenzamos a llamarlo Rodolfo. Un baño a punta de balde reveló una pelambre fina y suave bajo la capa de mugre, con tonos que combinaban el marrón con el blanco. El animal se hizo dueño y señor de su rincón del granero, de donde solo salía parte del día a tomar algo de sol. De resto dormitaba, comía y volvía a dormitar. Dicen que de noche miraba las estrellas. Eso me lo contaban los demás, porque apenas percibía mi presencia lo único que miraba era alguna manera de agredirme.
El espectáculo nocturno se le dañó muy pronto, porque el cielo pasó de despejado a encapotado. Como una situación inusual en esa época del año se vino un aguacero. Yo no sé si ustedes saben lo que es un aguacero en el llano. Llueve dos, tres días seguidos. Y los caminos se vuelven ríos. Así como suena. Nosotros no teníamos problema. La finca estaba bien dotada de comida, y era una construcción resistente a las lluvias. El ganado sabía donde guarecerse y el mismo Rodolfo tenía su granero. Sería una Navidad bajo techo, pero tranquila.
Como el 21 el niño empezó a sentirse desalentado. No quiso desayunar, y se quedó acostado. A mediodía ya estaba comenzando a ponerse verde. Yo ya me conocía los síntomas de memoria. Era un ataque. Así que fui a buscar la intravenosa que había comprado desde hacía dos años... y que tenía la fecha vencida.
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