lunes, 21 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad (2 de 5 partes)


El apunte puso a reír a todos los presentes. A Leonardo y su esposa, porque ellos se reían de cualquier cosa. A los llaneros por lo de la nariz roja, ya que para ellos la palabra reno no figuraba en su lista de conocimientos. Ni falta les hacía. Y a los pocos que entendimos la alusión porque...

Eso de tener un hijo enfermo y medio genio que ve demasiada televisión lo convierte a uno en psicólogo empírico. El médico me lo advirtió alguna vez, había que establecerle constantemente fronteras entre realidad y fantasía al pequeño. Explicó algo relacionada con sociabilidad y procesos de adaptación al mundo. No le entendí muy bien hasta el día que me pidió que fuéramos de vacaciones a la ciudad de Saltadilla, la de las Chicas Superpoderosas. Y tanto en ese como en otros casos, he tenido que desarrollar una metodología psicológica encaminada a demostrarle, sin traumatizarlo, que eso no existe.

- No puede ser mijo.

- Claro que sí papá.

- Los renos viven en el Polo Norte -realmente no estaba seguro de esto, pero sabía que era por allá cerquita- y Rudolph es un personaje de cuentos y de televisión. Ya sabe que eso es para divertirse, pero no más. Además, si viven en el Polo Norte... ¿Como llegó hasta aquí? Ni siquiera sabemos si es un reno. Puede ser un venado peludo (si, yo sé que no existen los venados peludos, pero lo importante era sonar lógico. Pero mi lógica iba por un lado, y la de mi hijo por otra. Así que su respuesta fue tan absurda como contundente).

- No sea bruto papá, pues volando. Los renos de Santa Claus vuelan.

- (Me la puso difícil. Una cosa es trazar fronteras entre realidad y fantasía, y otra es destruir ilusiones. Creer en el Niño Dios, en los Reyes Magos o en Papá Noel no tiene nada de malo. Dudé un rato antes de decir) Humm, no sabemos si en verdad el viejo vive en el Polo Norte. Pero viva donde viva debe cuidar a sus renos, y este se ve muy descuidado. (Punto en contra, acababa de aceptar que era un reno).

- Sí papá, por eso tenemos que llevarlo y cuidarlo para que esté listo el Día de Navidad.

El problema no fue que, sin proponérmelo, había llevado la conversación al punto donde el verbo amenazaba peligrosamente en convertirse en hechos. Sino que el cazador, que no veía como sacarle plata al “Peludo” oyó al pequeño y se le alborotó su instinto comercial.

- Pero señor, yo se lo vendo solo por...((aquí una cifra absurda))

- Le doy ...((aquí una cifra racional y hasta baratera.))

Era Mariela. Junto con Leonardo, su esposa, los tres hijos de esta pareja, Pedrito y yo, completaba el paseo. Es mucho lo que le debo a mi suegra, y solo le reprocho una cosa. No se mide en gastos cuando se trata de complacer a mi pequeño. Ella me lo ayudó a criar después de que Adriana murió. ¿Les conté que le regaló televisión satelital al niño? Bueno, así son los presentes de la vieja.

En resumen, el cazador y ella regatearon un rato. Hasta que la doña consiguió el animal por una cifra inferior incluso a la que ella misma había planteado como propuesta inicial. Buena para negociar sí es. Pero el cazador anunció que la mercancía se entregaba allí mismo. Es decir, que nos tocaba a Leonardo y a mí llevarlo hasta la finca, que queda a hora y media del pueblo en verano.


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