miércoles, 27 de diciembre de 2023

El mundo pregunta, Amilcaradas responde (1)


Cuando el año declina, miramos el fondo del alma en busca de respuestas a los grandes dilemas. Es época de balances y proyectos. Desde nuestra modesta tribuna recogeremos algunos aportes recientes (y otros no tanto) que solo aspiran a evaporar algunas gotas de agua en el inmenso océano de nuestras inquietudes rutinarias y trascendentales.

Para los que no se hayan quedado dormidos con el párrafo anterior, también puede ser que al autor de las Amilcaradas, como buen colombiano, le da pereza trabajar en estos días. Su experiencia previa en periodismo le enseñó el truco, un refrito de lo hecho en el año bajo el pomposo nombre de balance.

Menos protocolo y aquí va la primera parte (tampoco pienso trabajar la próxima semana). 

1. ¿Por qué el Estado colombiano insiste en pedir constancias de cosas obvias y documentos que ya tiene?

2. ¿En qué se parecen el transporte público y los alimentos?

  • A los pasajeros siempre los han acomodado (o mejor, incomodado) como si fueran comida, lo que ya era evidente en el 2009.

3. ¿Por qué los viejos siempre critican y rechazan la música de los jóvenes?

  • Porque ellos no entienden así como sus papas no entendían que los abuelos no entendían y así continúa hasta el principio de los tiempos.

4. ¿Hay que tenerle miedo a los discursos en reuniones familiares?

  • Si el orador de la familia combina alcohol y exceso de confianza no hay que tenerles miedo, sino terror.

5. ¿Para qué son los ciclorrutas en Bogotá?

6. ¿Los baños de los buses intermunicipales son un buen servicio?

  • Para acróbatas profesionales astronautas, tripulantes de submarinos, domadores de caballos y similares, sí..

7. ¿El teletrabajo implica permanecer en casa en horario laboral para garantizar la misma concentración y dedicación que la que se tendría en la oficina? 

  • Los regalos de Navidad los trae el Niño Dios, la Tierra es plana, la Luna es un queso gigante, es fácil ganarse la lotería, la comida deliciosa no engorda y el trabajador a distancia nunca sale de su casa en horario laboral.

8. ¿Cual es la mayor prueba de hombría, masculinidad y virilidad para un padre de familia?

9. ¿Es importante para las nuevas generaciones la sabiduría acumulada por la experiencia de quienes tienen más años?

  • Lo importante es que los viejos desocupados tengan tiempo libre para encartarlos con tareas aburridoras.

10.- ¿Estas preguntas son un especie de estrategia para incrementar artificialmente el tráfico de las Amilcaradas?

  • Pues si los lectores entran a alguno de los enlaces (solo hay que hacer clic en los textos que están en negrita, cursiva y subrayados) y además comentan, nadie se va a poner bravo.

(Continuará)

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Escalera a lo desconocido



En su recorrido por instituciones públicas y privadas en busca de respuestas, servicios, decisiones; o simplemente para cumplir algún requisito, el señor Rodríguez aprendió lo que es el miedo. Una palabra, o mejor, una expresión, despierta esa sensación y otras similares. La pronuncia alguien al otro lado de la ventanilla, del escritorio, de la pantalla, del teléfono

Tiene su ritual. Nunca se dice en el primer encuentro. Deben pasar dos o tres citas. Segundo, el que atiende revisa. Revisa los papeles, revisa el computador, revisa sus propias notas. Repasa lo hecho hasta el momento. Habla. El tono puede ser plano, amigable o lúgubre. El rostro también comunica. Escasean las sonrisas. Terminado el repaso, viene el silencio. Como el que hay en los juzgados mientras llega el fallo. Como el del médico, previo a comunicar una condición crónica incapacitante o terminal a su paciente. Como el del mecánico, segundos antes de cotizar una reparación de nombre raro y costo astronómico.

Entonces la contraparte mira a Rodríguez a los ojos y emite la condena de siete palabras. Palabras que resuenan en su mente como si estuviera en una catedral. — Vamos a tener que ESCALAR el tema.

Escalar implica subir. Se supone que si algo sube es para bien. Pero Rodríguez sabe que no. Tiene absolutamente claro lo que ocurrirá a partir de la fatídica notificación. Primero, su interlocutor tradicional se vuelve un simple mensajero. Ya no tiene respuestas, ya no sabe qué pasa, ya no puede sugerir nada. Cada contacto que tengan de ahora en adelante recibirá variantes del mismo comentario. 

“Esperamos respuesta de la oficina”, —del corporativo, de la central, del comité...—. O de alguna sigla rara (XVB, FDX, KJQ) que, por alguna razón, todos —Rodríguez incluido— deben entender.  Y cuando decimos entender abarca lo que hace, como lo hace y las razones por las cuales no han podido hacerlo.

Al desaparecer el interlocutor directo, un extraño ambiente esotérico donde actúan fuerzas misteriosas se toma el tema. El mensajero o mensajera no tiene nada que decir, lo que generara detalladas explicaciones. Incluyen palabras como estudio, revisión, prospección, antecedentes, evaluación, bloqueo, desbloqueo, historial y referencias que, inevitablemente, terminan en un “Nosotros le avisamos”.

Por cierto, nunca avisan, así que a Rodríguez (o al que sea) le toca preguntar periódicamente. Si lo hace por teléfono, en el respectivo call center, —tras el impajaritable y reiterativo interrogatorio previo— lo pondrán a escuchar la musiquita. Cuatro o cinco “muchas gracias por esperar, estamos atendiendo su petición” después, el o la amable operadora le explicará que el tema sigue escalando y le sugerirá llamar en cinco días hábiles, si es que ellos no lo llaman antes (tampoco van a llamar).

Si es presencial, el encargado o encargada revisará (de nuevo) papeles y pantallas. Luego se levantará e irá donde otra persona: un jefe, supervisor o colega.  Al otro lado del punto de atención Rodríguez ve pero no oye. Ve que hablan, ve que revisan más papeles, ve que consultan más computadores, ve que gesticulan, ve que hacen llamadas y ve cuando su asesor regresa para decirle que el tema sigue escalando y que vuelva o llame en cinco días hábiles, si es que ellos no lo llaman antes (y no llamarán).

Así, las horas se convierten en días, los días en semanas y las semanas en meses.

Cierta obra teatral llamada “Violinista en el tejado” incluye una canción llamada ”Si yo fuera rico”, donde el intérprete dice que construiría una casa con tres escaleras, una para subir, otra para bajar, y otra sin ningún destino “solo para presumir”.

Presumimos que allí terminan los trámites cuando los escalan. 

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Lo que no te mata, te ralentiza


Las dolencias de Paciente no lo van a matar, no le van a dejar secuelas permanentes ni señales visibles en su anatomía. Sin embargo, sí impactan sus rutinas diarias. A Paciente lo llamamos así para respetar su privacidad. También en reconocimiento a la cualidad que ha desarrollado mientras afronta las condiciones que conforman su historia clínica, es decir sus lesiones y enfermedades, con diversos orígenes, síntomas y tratamientos. Todas, sin embargo, coinciden en una consecuencia: lo ponen en cámara lenta. Bueno, más lenta, porque el paso de los años lleva incorporado un efecto desacelerador que el sujeto ya asimiló. 

Van ejemplos. Hábitos alimenticios poco recomendables pero irracionalmente sabrosos terminaron reflejándose en el dedo gordo del pie. Gota: dolencia localizada y particularmente dolorosa. Eso sí, permite seguir una vida relativamente normal, con una condición. Evitar cualquier cosa lejanamente similar a un movimiento brusco. Para poner el pie afectado en el piso primero va la planta, y luego muy, pero muy, pero muuuuyyyy despacio el resto de la extremidad inferior. 

Ahora imaginemos ese proceso cada vez que Paciente da un paso. Es más, imaginemos cuantos pasos debe dar para ir al baño. O a la cocina. O al comedor. Entendemos por qué lo llaman a desayunar cuando apenas se está calentando el agua para el café. Y por qué cuando llega le sirven de una vez las medias nueves y cordialmente le sugieren que espere… que espere de una vez el almuerzo.

Veamos otra situación. Paciente a veces se ve afectado por alguna dolencia y/o accidente que incrementa la sensibilidad de "aquella" parte del cuerpo. Sí, de aquella ubicada entre la espalda y las piernas que básicamente sirve para sentarse. El problema de sensibilidad a veces se ubica o extiende por áreas ubicadas en las cercanías que, sin ser puntos de apoyo, amplían cualquier molestia, no importa su origen. 

Sin entrar en detalles clínicos, mientras se soluciona el problema Paciente acude a complejos operativos al posar su humanidad en una silla o sofá. Entra por un ladito, acomoda la mitad del susodicho primero y luego la otra mitad o utiliza manos y brazos en los apoya brazos a manera de grúa para garantizar un leeento y suave aterrizaje. Si eso sonó complicado, imagínense el mismo operativo pero a la inversa, cuando el verbo que se conjuga no es sentar sino parar. Y mientras tanto, el tiempo es lo único que corre.

Hablando de brazos, cuando algo afecta las extremidades superiores de Paciente él hace lo mismo de siempre, pero sin el más mínimo afán. Los amigos le escriben para averiguar cómo sigue. Él responde. Los chulitos azules de visto y el aviso de “escribiendo” lo demuestran. Pasan los segundos, los minutos, la hora se acerca peligrosamente. Finalmente llega la respuesta. Escrita letra a letra, con una larga pausa entre cada carácter: “Mejorando, gracias”. 

La parsimonia obligada no siempre va ligada a condiciones que afectan partes específicas de la anatomía. Otra sintomatología se relaciona con excesos gastronómicos, cuando evitar movimientos bruscos es altamente recomendable, más si no hay un baño en zona de seguridad. También están los virus estacionales, científicamente clasificados en diversos nombres y categorías, pero unificados por la cultura popular bajo el genérico de gripa. En ese caso la lentitud es resultado de una condición que es como dolor pero... como mareo pero… como desequilibrio pero... como desaliento pero.. “pero doctor, es una maluquera muy verraca”.

El lector se preguntará por qué Paciente no recibe ayuda mientras supera la enfermedad o lesión de turno. El tipo no se deja ayudar, a todo dice yo puedo, y quiere actuar como liebre cuando está en modo tortuga.

Y es que si su nombre es Paciente, sus apellidos son Terco y Necio.

Y como ya vimos,  Lento.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Los amores crepusculares no se peinan


A través de la vida Laura ha afrontado diversos desafíos profesionales, todos superados. En temas más personales tuvo un par de relaciones estables que luego de algunos años culminaron en buenos términos. Esa faceta de su vida pasó a un segundo plano, opacada por su carrera.

El tiempo pasó, las metas se lograron y llegó el momento de tomarse la vida con calma y dedicar los recursos acumulados a conocer el mundo. Parientes cercanos y amigos, desafortunadamente, todavía no estaban en capacidad de darse esos lujos. Laura quería viajar, pero no sola. Así que decidió buscar en sus redes sociales antiguas conocidas que podían clasificar como compañeras de aventuras.

Encontró,  como era de esperarse, un poco de todo. Una tendencia curiosa y tal vez más abundante de lo esperado fue la segunda (tercera, cuarta, etc) oportunidad o el romance crepuscular. Mujeres que al superar el cuarto o quinto piso conocieron un sujeto del mismo rango de edad o superior, una especie de galán otoñal, formalizaron  una relación (de unión libre para arriba) y se dedicaron a compartir vida.

Múltiples imágenes publicadas en redes sociales evidenciaban el éxito de la experiencia sentimental tardía. Actividades en pareja o familiares,  viajes nacionales e internacionales, incluso ceremonias matrimoniales religiosas o civiles. También evidenciaban un detalle, —menor, si se quiere— pero curiosamente reiterativo.  Los tipos siempre, en diferentes grados eran, o estaban en camino de ser, calvos. 

Los sujetos podían ser atléticos, gordos, altos, bajitos, nacionales o globalizados. Los había con pinta de gringos o rasgos de galán de novela turca, así como aquellos que parecían recién salidos del aguinaldo boyacense o de una parranda vallenata. Pero más allá de orígenes y aspectos,  de las patillas para arriba el asunto se despejaba. A estos no se les podía regalar champú. O sí se podía, pero esa platica se perdió.

Las testas respectivas terminaban en diversos grados de peladez. Brillante, estilo bosque deforestado, con complejos tejidos que fracasaban en su intento de disimilar la migración capilar. Desde alopecia natural hasta aquella apoyada por el trabajo de algún peluquero, cuando el propietario de la coronilla respectiva se resigna a perder la batalla, coronaban a los compañeros de las antiguas conocidas.

Sin entrar en detalles, hay que decir que el destino le atravesó a Laura un potencial compañero. Este, por cierto, era el propietario de una perfecta cabellera. La relación se fortaleció con las ventajas que dan la edad, la experiencia y la solvencia económica de las dos partes. Y el pelo del tipo seguía siendo perfecto.

Demasiado perfecto. Pasaban las semanas y la parte superior de la cabeza se veía exactamente igual. Como si no creciera, no encanara, ni fuera necesario cortarla de vez en cuando. El peinado siempre era el mismo. Cada cabello ubicado en sitio fijo, sin ningún efecto visible de elementos naturales  como viento o lluvia.

La curiosidad pudo más y un día Laura cruzó, vía internet, la imagen del sujeto con imágenes de pelucas y peluquines. Encontró cierto parecido, casi una coincidencia absoluta, entre la cabellera del sujeto y el producto de un catálogo en línea.

Encarado el hombre, no le quedó más remedio que aceptar su condición de usuario de prótesis capilares.  Pero la historia no terminó ahí. Para demostrar la sinceridad de su interés, él realizó un acto inusualmente romántico en el restaurante lleno de gente donde se habían reunido.

Sí, se quitó la peluca. 

Epílogo: Dicen que la edad no tiene nada que ver con el amor.

Y los hechos demuestran que, en ciertos casos, el cabello tampoco. 

miércoles, 29 de noviembre de 2023

¡Pica huevo duro! ¡Pica!


Los  visitantes a la casa de Pardo a veces divisan, en un rincón de la cocina, la desordenada acumulación de cortadores de huevos duros. Los hay metálicos, plásticos, en combinación de materiales, artesanales, industriales, con diseño para tajadas, cuadritos y julianas. La gran mayoría son manuales, pero por lo menos dos funcionan con energía eléctrica.  Incluso existen algunos con formas particularmente creativas, como la silueta de una gallina o una especie de juego de cuchillos acanalados pero de plástico.  

Lo curioso es que Pardo no ha invertido un peso en estos utensilios de cocina, los cuales tampoco utiliza.  En materia de huevos, su gusto y los de su familia van más por el lado de los pericos, los fritos y las tortillas. Tampoco tiene ningún negocio de venta, distribución o almacenaje. Entonces, ¿de dónde salieron?

Recapitulemos. Pardo es un buen tipo. Eficiente, buen compañero, responsable con sus resultados y siempre presto a colaborar donde se le requiera. Por eso, cuando iba a cumplir sus primeros 20 años de servicio en la organización, la directiva propuso un homenaje, al que sus colegas adhirieron gustosamente.

Primero iba a ser un acto sencillo, al cierre de la jornada del viernes. En la misma oficina, discurso del jefe, ponqué, vino y una placa o un pergamino. Los que quisieran seguirla lo harían bajo su propia cuenta y riesgo. Pero eran buenos tiempos así que la gerencia se metió la mano al dril, arrendó un espacio e invirtió en comida y licores. Alguien propuso la idea de darle regalos al reconocido. Los convocados acogieron la propuesta discretamente, por mucho en complicidad con dos o tres compañeros, acudiendo a almacenes especializados, distribuidores en línea, vendedores callejeros y plazas artesanales.

A última hora, hasta la gerencia optó por complementar la placa destinada a Pardo con algo más útil. El día del evento el primer regalo en la fila fue el de Martina, secretaria eterna. Para silenciar el coro de “que lo abra, que lo abra” el festejado rasgo el papel, lo que reveló un picador plástico de huevos.

Y al destapar el segundo regalo, había un instrumento metálico diseñado con el mismo objetivo. Y el tercero fue una versión artesanal. Así, uno tras otro, comenzaron a materializarse implementos nacionales, importados o de origen incierto creados para reducir a pequeñas formas el alimento de origen avícola después de pasarlo por agua hirviendo. Un silencio cada vez más incómodo se escuchó en su máxima expresión al llegar al obsequio mayor, el de la gerencia, un complicado y modernísimo aparato eléctrico para… rebanar huevos duros.

Unos días antes del homenaje, durante la pausa cafetera de la tarde, alguien puso el tema de aquellos objetos del pasado que hoy en día son solo recuerdos. Pardo, inocentemente, solo por participar de la conversación, evocó algo de su casa familiar. Unos artefactos acanalados donde se ponían los huevos duros para luego aplicarles una rejilla y convertir la tradicional forma oval en picadillos varios.

El comentario no duró más de 20 segundos. Y lo escucharon unas tres personas. Pero ya era tarde. Cuando el teléfono roto se conecta no lo apaga nadie. Algún interlocutor —o todos— comentó que Pardo recordaba los picadores de huevos. Quienes retransmitieron cambiaron la palabra recordar por añorar, término que en una nueva versión se convirtió en desear. Llegó un momento en el que toda la organización “sabía” que el futuro homenajeado necesitaba urgentemente un picador de huevos, que llevaba años intentando infructuosamente conseguirlo y que el sencillo implemento evocaba un recuerdo de su difunta madre.

El resto de la historia ya lo conocemos. La mamá de Pardo, por cierto, está más saludable que nunca. 

Y tampoco le gustan los huevos duros.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Yo baypaseo, tú baypaseas, él baypasea, nosotros...

En la medicina y en otras actividades profesionales donde se usan tuberías para mover fluidos existe el By Pass. Los expertos lo explicarán mejor, pero básicamente consiste en que cuando se bloquea el conducto principal, se instala un conducto alterno que sale antes del bloqueo y entra después. Soluciona así problemas varios de circulación que pueden involucrar el torrente sanguíneo, el petróleo o el servicio de acueducto.

En otros frentes de la vida, el by pass sirve para lo mismo, pero sin tubos. Tanto que se convirtió en verbo. Se le conoce con otras denominaciones, como “evadir el conductor regular”, “brincarse al oficial” o “pasarse por la galleta al encargado” (o por cierta parte del cuerpo que evoca una operación íntima de aseo) .

Pero quedémonos con el nombre planteado inicialmente y veamos algunos ejemplos de como baypasear, es decir, abrir una ruta alterna cuando la principal está cerrada.

    • Baypasea el hijo o la hija que le pide ese permiso al papá cuando sabe que la mamá le va a decir que no y viceversa.

    • Baypasea el empleado que, ante una instrucción de su jefe directo con la que no está de acuerdo, se las ingenia para que el jefe de su jefe se entere y dé una contraorden.

    • Baypasea el estudiante universitario que, ante una mala nota, va directamente a la decanatura a contar una triste historia en vez de hacerle el reclamo al profesor respectivo.

    • Baypasea el defensor de una hipótesis refutada una y otra vez quien, en vez terminar la discusión y reconocer su derrota, se consigue “expertos” (cada vez más exóticos) que apoyan su punto de vista.

    • Baypasea el abogado que para defender a su cliente o condenar al acusado desempolva una Ley de hace 200 años donde se prohibía salir a la calle sin sombrero.

    • Baypasea el conductor sorprendido en una infracción de tránsito quien, antes de que la autoridad respectiva le imponga el comparendo, lo mira con ojos de cachorro y como quien no quiere la cosa pregunta “¿Y esto no lo podemos arreglar de otra manera?”

    • Baypasea el colombiano que, al no tener completos los requisitos para algún trámite ante oficina estatal o privada pone cara de yo no fui y demanda una excepción, sólo por esta vez, con el infaltable “Colabóreme, no sea así...”

    • Baypasea el sujeto que, al llegar a una fila en la que ocupa el último lugar, se las ingenia para ubicarse entre los primeros conjugando el verbo colarse sin el más mínimo remordimiento.

    • Baypasea quien llega tarde —muy tarde— a una cita médica, y al notar que curiosamente le están dando prioridad a quienes fueron puntuales, grita, llora, patalea, y graba un video donde el incumplido se metamorfosea en víctima.

    • Baypasea el autodenominado católico —o de cualquier otra religión— que ante la pereza de cumplir los rituales de su fe los domingos o cualquier otro día alega que él no necesita curas (rabinos, pastores, imames, monjes, sacerdotisas) para comunicarse con Dios.

    • Baypasea —o por lo menos intenta hacerlo— cualquier persona que, en cualquier circunstancia, le pregunta a su interlocutor ¿Usted no sabe quién soy yo?

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Soporte al rescate


La progresiva irrupción de los computadores en prácticamente toda actividad laboral generó, simultáneamente, el área, departamento, gerencia, dirección, vicepresidencia o outsourcing de tecnología. Esta, a su vez,  inevitablemente debe destinar buena parte de sus recursos al soporte, Help Desk, servicios, soluciones, equipo de apoyo o como se llame; donde un grupo de técnicos, especialistas, consultores, asesores, o como se llamen; tienen la noble misión de socorrer a los mortales comunes y corrientes cuando los equipos hacen lo que se les da la gana.

Hoy en día la cosa ha evolucionado tanto que ya ni siquiera se requiere presencia física. A distancia, desde su casa, el sujeto de turno se conecta al equipo de turno y soluciona el problema — normalmente creado por el afectado —  también de turno.

En los primeros tiempos había un solo encargado al que se le denominaba, como no, “Ingeniero”. generalmente contactado mediante un llamado de viva voz, cuyo tono era directamente proporcional a la cercanía y la urgencia. En 1998 escribimos un texto donde, precisamente, hacíamos un inventario de algunos de esos llamados. 25 años después juzguen ustedes como eran ¿son? los gritos al ingeniero.

Desesperados

    • Ingenieroooo, ¡el computador se trabó!

    • Ingenieroooo, ¡estaba escribiendo y de repente se puso negro!

    • Ingenieroooo, no imprime.

    • Ingenieroooo, no encuentro lo que guardé ayer

    • Ingenieroooo, se me olvidó la clave de acceso.

    • Ingenieroooo, ¡me robaron los iconos!

El mouse

    • Ingenieroooo, este mouse va muy rápido

    • Ingenieroooo, este mouse va muy despacio

    • Ingenieroooo, este mouse no se mueve.

    • Ingenieroooo, ¿para que es este mouse?

    • Ingenieroooo, se me desbarató el mouse.

Alta tecnología

    • Ingenieroooo, ¡le cambió el color a la pantalla!

    • Ingenieroooo, ¿si a uno se le desconecta pierde todo el trabajo?

    • Ingenieroooo, yo le dije que eso era mejor como hacíamos las cosas antes.

    • Ingenieroooo, ¿qué quiere decir esto?

    • Ingenieroooo, ¿como se juega solitario?

Aplicaciones

    • Ingenieroooo, ¿me instala este programita? 

    • Ingenieroooo, ¿cómo hago para poner la calculadora?

    • Ingenieroooo, ¿cómo hago para quitar la calculadora?

    • Ingenieroooo, ¿cómo me salgo de aquí?

Inocencia

    • Ingenieroooo, le juro que yo no le hice nada.

    • Ingenieroooo, donde va este cable.

    • Ingenieroooo, le cayó tinto al teclado. ¿Será mucho problema?

    • Ingenierooo, ¿esto es lo que llaman virus?

miércoles, 8 de noviembre de 2023

El mercado negro de los parqueaderos


En los procedimientos internos de alguna organización encontramos un sencillo instructivo. Dice lo siguiente: “Los trabajadores que requieran utilizar los estacionamientos de la empresa deberán elevar una solicitud escrita a servicios generales, que los asignará de acuerdo con la disponibilidad”.

Hasta ahí la versión oficial. Sin embargo, gracias a un contacto secreto cuyo nombre se mantiene en reserva accedimos a otro documento, no tan oficial, pero, asegura la fuente, correspondiente al instructivo real. Comienza exactamente igual, pero apenas es el punto 1 de muchos. Y prosigue...

...2. Cuando pasen 15 días sin respuesta, el trabajador deberá iniciar un acoso sistemático vía correo electrónico, teléfono, videoconferencia, peregrinaje por otras oficinas y mensajería instantánea en busca de una respuesta.

3. Tras fracasar sucesivamente, el trabajador deberá consultar con sus colegas o cualquier otra persona el nombre y datos de localización de la persona clave para averiguar el estado de su trámite.

4. El trabajador deberá contactar mínimo tres funcionarios que nada que ver antes de, finalmente, comunicarse con el encargado o encargada, quien amablemente le notificará que está en lista de espera.

5. Dos semanas y una enorme inversión en estacionamiento privado después, el trabajador consultará, entre los más veteranos de la compañía, el tiempo promedio de la lista de espera.

6. El trabajador deberá disimular su desilusión, sorpresa y rabia cuando la señora prepensionada que hizo toda su carrera profesional en la organización le comente que ella está en la lista desde hace “no sé cuantos años”…, mientras ambos retornan a casa en transporte público.

7. Un mes después el trabajador deberá disimular su desilusión, sorpresa y rabia cuando el nuevo jefe de sección, posesionado una semana antes, destaque como la empresa se preocupa por sus trabajadores, mediante servicios como el parqueadero que él (el jefe recién posesionado) recibió desde el segundo día.

8. Seis meses después el trabajador recibirá la buena noticia de que su solicitud de parqueo ha sido parcialmente aceptada dentro del sistema de espacios rotativos. 

9. El trabajador deberá averiguar que dicho sistema consiste en la asignación —mediante un complejo algoritmo basado en una serie de variables como edad, placa, documento de identificación, antigüedad, ubicación en el organigrama, tipo de sangre y color de cabello— de un espacio de estacionamiento dos días a la semana, que coinciden con los días en que él (el trabajador) tiene pico y placa. 

10. El trabajador deberá considerar notificar el problema a la persona encargada pero será oportunamente detenido por sus compañeros, quienes le advertirán que si lo hace el proceso volverá a empezar, así que lo mejor es madrugar y trasnochar los días escogidos.

11. Ya debidamente informado, el trabajador tiene tres opciones 

  • Opción 1: Llegar a a las 4 de la mañana los días asignados en el sistema de espacios rotativos y dejar la oficina a las 8 de la noche.
  • Opción 2. Saber de quien hay que ser amigo y disponer de una red de espionaje y contactos para ser el primer aspirante cuando se desocupe un cupo permanente.
  • Opción 3. Dialogar diariamente con la prepensionada mientras comparten espacio en el transporte público.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Cosedora, ese privilegio


Un altamente esperado ascenso le significó a José pasar del área operativa a la administrativa, dejando atrás su vida de operario para asumir como oficinista. Y entre sus primeras actividades estuvo elaborar un reporte, de tres páginas, sobre algún asunto muy importante para el tipo de arriba en la cadena de mando. El hombre hizo su trabajo, lo revisó, lo remitió al destinatario por correo electrónico y ahí debió terminar.

Pero —grave error— decidió imprimir una copia y, con el fin de unir las tres hojas impresas, consultó en voz alta quien tenía la cosedora. 

Tras varios minutos de silencio el compañero del cubículo más cercano le contestó, como si fuera lo más normal del mundo, que claro, que tocaba solicitar la del gerente, en el piso de arriba. Y puso cara de esta pregunta no es normal cuando su interlocutor insistió “¿Y es que nosotros no tenemos?”

“Nosotros no, pero creo que vi una en la oficina del lado”.

Atendiendo las indicaciones, José se movió hacia el despacho adyacente. La primera persona que encontró lo miró golpeado y le respondió afirmativamente. Ellos, efectivamente, tenían cosedora pero la manejaba la doctora, quien estaba en una reunión. Que volviera en media hora. 

Treinta minutos después la funcionaria, evidentemente, atendió al interesado. “Con mucho gusto, traiga lo que necesite y AQUÍ (así, con especial énfasis en esa palabra) se lo cosemos”.

El procedimiento le pareció raro, pero más raro fue lo acontecido al regresar con sus tres páginas. La funcionaria, con aire misterioso, sacó un manojo de llaves y abrió un cajón de donde procedió a sacar el artefacto. Este tenía, en su parte superior y adherido mediante cinta pegante, un enorme letrero con el nombre de la dependencia a la que estaba asignado; a los lados se veían unas letras no muy claras dibujadas al parecer con esmalte de uñas y, en la parte de abajo, se notaban unas muescas talladas con un destornillador o una navaja. La quinta marca era una especie de calcomanía adherida en el espacio superior de la base, bajo el contenedor de los ganchos. 

Con actitud de conspiradora, ella tomó las hojas, les aplicó un gancho y procedió a guardar el aparato, como no, bajo llave. José quedó desconcertado y sin saber cuál era el paso siguiente.  Un “¿se le ofrece algo más?”, le hizo entender que había llegado la hora de retirarse, víctima de un inexplicable remordimiento, como si acabara de cometer un crimen o por lo menos alguna contravención al Código de Policía. 

Unos días después, José nuevamente imprimió unas cuantas hojas. Recordando su experiencia anterior optó por pedir una cosedora de dotación en suministros. El almacenista, sin levantar la mirada, le respondió que con mucho gusto, que debía traer una solicitud —debidamente justificada—firmada por su jefe inmediato, avalada por vicepresidencia, que sería respondida por el comité de logística en tres días hábiles, dependiendo, eso sí, de las prioridades en la agenda.

Lo último que se supo fue que José intento mover sus contactos empresariales de alto nivel con el fin de acceder al preciado artefacto, gestión que fracasó estrepitosamente porque no tenía ninguno (ningún contacto). También que resolvió abstenerse de imprimir cualquier documento cuyo tamaño superara las dos páginas (una hoja a doble cara). 

Hasta que un día ocurrió lo inevitable. Cinco páginas y un destinatario de vieja guardia que exigía la información impresa. Antes de volver a pasar por el proceso, prefirió buscar un clip.

Le tocó comprar la caja.

miércoles, 25 de octubre de 2023

Himno a la coca (del almuerzo)

 


Grande coca
invento sin par
a todos nos ponés 
a ahorrar,
¡a ahorraaaar!

Ya no hay que 
pues tenemos comida
asegurada,
¡aseguraaaada!

Microoondas
estás disponible
para que usarme 
sea posible,
¡posiiiible!

Sala de juntas
comedor improvisado
o cubículo
en mesa transmutado,
¡transmutaaaado!

El billete
ahora economizamos
porque sin gastar plata
almorzamos,
¡almorzaaaamos!

Aunque ahora 
la acostada aplazamos
o la madrugada
adelantamos,
¡adelantaaaamos!

Pero paga
ese esfuerzo especial
pues comemos
sin tener que pagar,
¡que pagaaaar!

A cocinar sin el Sol
aprendimos 
empacar y llevar
eso hicimos,
¡eso hiciiiimos!

Ese plato
ya no se va a perder
aunque los hijos no
quisieron comer
¡comeeeer!

Le agregamos arroz
y a la coca
para mandar después
a la boca,
¡a la booooca!

Si hubo fiesta en
días pasados
nuestro almuerzo
será estilizado,
¡estilizaaaado!

Y si la cosa
fue un cumpleaños
un ponqué como 
postre llevamos,
¡llevaaaamos!

Poco importa 
que sean sobrados
igual seremos 
privilegiados,
¡privilegiaaaados!

Pero cuando no hay 
comida fina
tendremos arroz, 
papa y proteína,
¡proteiiiina!

Hasta el tope y 
todo revuelto
ese es el menú
más perfecto
¡Más perfeeeecto!

Huevo duro, salchichón,
mortadela, 
lo importante es
llenar la cazuela,
¡la cazueeeela!

Y si la poca plata
no deja
hora de frijol,
garbanzo o lenteja, 
¡o lenteeeeja!

Si la idea es ser
saludable
fruta y verdura
también es agradable,
¡agradaaaable!

Los cubiertos
son tema presente
desechable, prestado
o permanente,
¡permaneeeente!

Muchos celos nos
despierta ese empleado
con su kit de camping
importado,
¡importaaaado!

En el microondas
de los primeros ser
clave es para 
temprano comer,
¡comeeeer!

O si no a formarse
y ser paciente
para tener la
comida caliente, 
¡calieeeente!

Sospechoso ese
personaje es
que siempre primero 
en la fila es,
¡fila eeees!

Negocio raro 
que da mala espina
con la señora
de la cocina 
¡de la cociiiina!

Otro personaje 
es impopular 
por más de una 
coca llevar,
¡lleeeevar!

Se hace coger 
un odio sereno
ese que trae 
almuerzos ajenos,
¡ajeeeenos!

La culpa tiene 
ese patán
los días que toca 
almorzar de afán,
¡de afaaaan!

Para todos
después de almorzar
la hora llega 
de la coca lavar,
¡lavaaaar!

Es curioso 
durante ese rato
nunca hay peleas 
por lavar los platos
¡los plaaaatos!

Y para terminar
esta historia
van unos versos que
hacen memoria
¡memooooria!

Portacomidas
fuiste pionero
homenaje rendimos
al primero
¡primeeeero!

Cocas de metal por 
varilla pegadas
llevaban seco
y sopa reforzadas
¡reforzaaaadas!

A coca plástica 
evolucionamos
y el almuerzo en el trabajo

¡REEE
VOOO
LUUU
CIOOO
NAAA
MOOOOS!


miércoles, 18 de octubre de 2023

La batalla de los uniformes


Un día el Ingeniero Pérez, líder de una mediana empresa ubicada en ciudad de clima cálido, descubrió un excedente en el presupuesto de bienestar. Le pareció buena idea introducir algo de variedad en el uniforme del personal de oficina. Este consistía en una sencilla dotación de yin y camisas o blusas azules. El cambio propuesto consistía en agregar dos colores adicionales para la prenda superior, y así generar un poco de  diversidad en la vestimenta diaria.  

Lo que sí le dio pereza fue botarle neuronas a decidir cuál día usar la camisa azul, cuál la blanca y cuál la azul a rayas blancas, así que optó por delegar. Entonces convocó algunos mandos medios para que ellos definieran el tema. 

En un principio parecía un tema de 20 minutos de reunión. Pero se fue complicando, con posiciones cada vez más radicales. El que argumentaba el libre albedrío en la forma de vestir; la que sugería cambiar la prenda cada semana; quien planteaba un cambio diario sin ningún orden específico; la que tenía una posición similar pero consideraba fundamental definir los colores aplicando el feng shui por aquello de las energías positivas; y el aficionado a las alineaciones de fútbol que planteaba un esquema 2-2-1, rotado alternativamente con un  2-1-2 y en semanas de lunes festivo aplicando el 2-1-1.

Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo, el tema volvió al Ingeniero Pérez con el fin de que designara un solo responsable.  Dijimos que no hubo ningún consenso entre los delegados. Bueno, sí hubo uno. Para efectos prácticos se determinó denominar “Líder de código de vestuario” a quien finalmente quedara como encargado del tema. Y los aspirantes —que a estas alturas incluían a la sindicalista, al brigadista de seguridad industrial y a la del fondo de empleados— activaron el departamento de conversaciones extrañas. 

En lugares públicos y privados (baño incluido), el Ingeniero Pérez fue interceptado por los potenciales LCV (sí, ya la actividad tenía sigla propia).  Al principio se trataba de que él se enterara de los conocimientos del interlocutor sobre moda, colores, estilos y feng shui. Después el objetivo evolucionó y la idea era que el Ingeniero supiera lo mal que se vestían los otros aspirantes, el desorden que caracterizaba su trabajo diario, sus pésimas combinaciones cromáticas y demás antecedentes que demostraban su absoluta ineptitud (la de los otros) para definir la imagen corporativa que proyectaría el personal de oficina.

Hubo incluso dos o tres que optaron por que el Ingeniero los viera, cada día de la semana, en atuendos similares a los uniformes en, cómo no, la distribución temporal que cada uno defendía. Y a eso se le agrega el grupo que optó por la estrategia indirecta de no tocar el tema, pero elogiar a Pérez. 

El asuntó evolucionó de conversaciones inesperadas a correos o mensajes anónimos donde la información tocaba asuntos mucho más personales, como que “Z” tenía intereses ocultos por sus extrañas conexiones en el negocio del lavado de ropa, "W" era fanático de un club de fútbol y por eso priorizaba determinado color, “Y” no se bañaba todos los días y “X” se estaba robando el papel higiénico de los baños.

Hasta ahí le llegó la paciencia al Ingeniero. Convocó a todos los aspirantes, anunció formalmente la cancelación de la propuesta de los uniformes, y se echó un discurso sobre prioridades organizacionales que sonó a regaño. Terminando la reunión, aún quedaba pendiente qué hacer con los recursos de bienestar que inicialmente iban a financiar los uniformes. Alguien propuso que la empresa asumiera uno o dos refrigerios diarios para cerrar las pausas activas.

Parecía muy buena idea hasta que otro alguien preguntó;  “Está perfecto pero ...¿cómo definimos el menú?”

miércoles, 11 de octubre de 2023

Perdedor en peleas ajenas


Como las empresas están conformadas por seres humanos, y muchas veces no hay cama para tanta gente,  la competencia es inevitable. Esa competencia, siempre, involucra posiciones de poder. Lo cual suena muy importante. En ocasiones lo es, cuando se habla de propiedad, alta dirección o decisiones estratégicas. En esas situaciones, los dioses (léase cacaos, inversionistas, altos ejecutivos) se enfrentan y, como alguna vez nos enseñó un jefe, cuando pelean los dioses, los mortales se agachan.

A menos que —suele pasar— los mortales entremos a la pelea. No como contendores, sino como armas. Es decir que usted y yo, sin tener la mínima oportunidad de saborear el ponqué, pasamos a ejercer como tenedores. O como servilletas.

Me explico. Digamos que el gerente general tiene un subgerente de esos que aspiran. Aspiran a quitarle el puesto. Entonces, se dedica a hacer cosas para quedar bien con la junta directiva y para demostrar lo bueno que es. O lo mejor que es. Mejor que el actual gerente. Ahora, lo de hacer es una forma de decirlo, porque ellos no hacen. Le ponen tareas a sus subalternos. Tareas que llegarán al gerente quien, al no formar parte del gremio de los pendejos, evaluará y descalificará sistemáticamente. Hasta que el conflicto estalle y haya acciones contra los implicados. ¿Contra el gerente? ¿Contra el subgerente? No. Contra los subalternos.

Porque un buen aspirante a encajonar a su superior normalmente viene apadrinado, así que no es tan fácil quitarlo de en medio. Pero se puede bombardear desacreditando sus proyectos y resultados. El paganini de turno será el mando medio o empleado al que le tocó esa actividad a la que siempre le encontrarán algún pero, que deberá repetir hasta el cansancio o que simplemente irá al archivo de los olvidados. Y si la cosa se pone más peluda, las diferencias se solucionan con despidos. Y no precisamente de subgerentes.

Otra circunstancia involucra cobros retroactivos. Empieza con una lucha entre dos ejecutivos del mismo nivel donde hubo un ganador. Digamos que en el consejo directivo se registraron criterios encontrados entre Personal y Suministros, pero finalmente se impuso el criterio de este último. El perdedor reconoce que sus argumentos fueron derrotados, elogia al vencedor y ...la guarda.

Porque algún día, semanas, meses o años después, Suministros va a necesitar algo de Personal. Contratar gente, hacer un ascenso, mejorar unos sueldos. Y entonces Personal tendrá una lista de inobjetables razones para, luego de evaluar todas las alternativas posibles, negar la solicitud o aceptarla parcialmente. Hará todo lo posible pero no, es que no se puede. Sí, hace poco se pudo con Transporte, pero es que las circunstancias cambiaron. Y lo lamentará. Y aunque el director de Suministros acepta la situación, él sabe que está pagando la cuenta. Cuenta que a él individualmente no le costó nada, sino que dejó sin puesto a varios aspirantes calificados, enterró en su posición actual a algún empleado sobrecalificado o le embolató el aumento a la mitad del personal.

Son solo dos casos. pero hay muchos más. Todos con elementos comunes. Un conflicto, una lucha, un ganador, un derrotado, y una o varias víctimas que simplemente trataban de hacer bien su trabajo... en el lugar y el momento equivocado.

Perdedores en peleas ajenas.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Inteligencia artificial vs torpeza natural



Todos los días aparece alguna historia terrorífica de inteligencia artificial (IA). De esas que meten miedo. Que nos van a suplantar. Que nos van a mostrar sin ropa (qué pena con el personal). Que nos van a dejar sin trabajo. Que las máquinas van a dominar el mundo. Que los artefactos tendrán voluntad propia.

¿Tendrán? Tienen. Y hace rato. Por lo menos los teléfonos inteligentes. Esos dispositivos de múltiple utilidad periódicamente actúan de acuerdo con su deseo y motivación individual. 

¿Qué no? Hagamos memoria. Está esa persona que nos llama periódicamente. Y cuando le contestamos cuelga. Y cuando nos comunicamos asegura que nunca nos llamó. Pero culpa al aparato. Sospechamos acoso hasta que nos pasa a nosotros. Empezamos a encontrar llamadas realizadas que no recordamos. Tal vez porque guardamos el teléfono en el bolsillo sin bloquearlo. O porque le dimos alguna instrucción sin darnos cuenta. Eso queremos creer.

Y eso cuando no existía la mensajería instantánea. Porque al surgir la que hoy es la alternativa preferencial de comunicación los fenómenos paranormales en pantalla portátil se multiplicaron. Mensajes sin ninguna coherencia que aparecen en los grupos, generalmente borrados minutos después y ocasionalmente justificados con un “me equivoqué de grupo”. Audios donde no se oye nada o se escuchan sonidos que una sobredosis de creatividad puede asimilar a un celular guardado. Y, nuevamente, audiollamadas o videollamadas que nadie recuerda haber hecho.

Sigamos. Todos los celulares tienen alguna función que presta un servicio de gran utilidad. Todos, menos el mío. No importa si es barato, caro, grande, pequeño, clásico (léase viejo),  o último modelo. Explico. Me refiero a esa aplicación que se puso de moda y que el resto de la humanidad disfruta. Sí, esa aplicación que a mí, y al parecer solo a mí, no me sirve. Curiosamente, es la aplicación que yo necesito. Preferiblemente de urgencia. Preferiblemente ya.

Peor todavía. Existe otra. Yo sé que funcionó porque alguna vez la utilicé. Exitosamente. Un día la necesito de nuevo. Para consultar un archivo. Para aquello que fue creada. Para mostrársela a un conocido y ponderar su utilidad. Y ahí es cuando, sencillamente, no aparece. No aparece la aplicación, no aparecen los archivos y en cambio encuentro esa otra app que venía con el celular, que a mí no me sirve para nada pero que siempre se materializa cuando estoy buscando cualquier cosa menos eso.

Los lectores recordarán o tendrán historias similares. Ahora vamos por la explicación. Se llaman —o los llaman, mejor— teléfonos inteligentes. Pues era en serio. Esa es la verdadera amenaza de la inteligencia artificial. Aparatos que no hacen lo que sus dueños aspiran, sino lo que el libre albedrío les dicta. 

Skynet (el malo de las películas de robots asesinos que viajan al pasado). La Matrix (el igualmente malo de las películas de mundos artificiales creados por máquinas). El software basado en inteligencia artificial que escribe poemas, redacta noticias, le hace los trabajos a los estudiantes vagos y amenaza con arrasar con múltiples empleos. ¿Esos son los peligros de la inteligencia artificial?

Negativo. El peligro es ese aparato que usted lleva en el bolsillo. Ese que de vez en cuando hace lo que se le da la gana. A menos que el culpable sea (seamos, dice la tarjeta) el sujeto o sujeta que lo manipula.

En ese caso no es un problema de inteligencia artificial.

Es pura torpeza natural.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Enemigos inanimados



La escena ocurre un domingo de ciclovía. Mujer y niño andan en sus respectivas bicicletas, cada una acorde al tamaño del usuario. Se presume que son madre e hijo. El niño intenta un giro, cae al piso y reacciona. Se levanta furioso y empieza a insultar y golpear la bicicleta. Casi todos los testigos ocasionales del hecho sonríen mientras la dama, en tono maternal, le dice algo así como “la bicicleta no tiene la culpa”.

El “casi” es un caballero, veterano él, al que llamaremos RMJ para proteger su identidad. También intenta sonreír pero el departamento de vergüenza propia lo detiene. Y es que RMJ carece de enemigos o conflictos con representantes la especie humana. Pero cuando se trata de objetos, eso es otra cosa.

Para no ir muy lejos, tiene entre su anecdotario una escena muy similar a la del niño con tres diferencias. La primera, que la caída no fue por un giro sino por un inesperado daño mecánico; la segunda, que los insultos fueron en un tono mucho más adulto (máquina #$%&/(/&%$#); y la tercera, que el hecho ocurrió mucho tiempo después de que RMJ abandonara su condición de niño (este año, para ser precisos).

A cualquiera le pasa. Pero no tan seguido. Y no con tan variada gama de artefactos diseñados para facilitar la vida del ser humano. Como las impresoras. Aparatos creados para poner en el papel el trabajo realizado en los computadores. En teoría. Porque en la práctica son unas máquinas #$%&/(/&%$# que se traban, se tragan el papel, se quedan sin tinta en el momento más inoportuno, no se conectan con el computador y un montón de etcéteras. Etcéteras que se han traducido en épicas batallas verbales de RMJ contra el artefacto de turno. Uno de las cuales, por cierto, transcurrió de madrugada en un apartaestudio y se prolongó tanto que el vecino debió intervenir amenazando con llamar a la autoridad competente.

Y es que cuando RMJ se emociona, desaparece cualquier noción de respeto por su entorno. Por su entorno físico, como lo atestigua el agujero de esa puerta de madera. Se encuentra en una vieja casa que alguna vez fue aquella empresa donde el sujeto comenzó su vida laboral. Eran tiempos de primeros computadores, con tecnologías incipientes que a veces se trababan, por lo que los ingenieros de turno recomendaban: guarden lo que vayan haciendo, guarden, guarden, guarden.

RMJ no guardaba, no guardaba, no guardaba y un día, justo al poner el punto final de un extenso y complejo trabajo la máquina de turno sencillamente se bloqueó. Además del acostumbrado tratamiento de máquina #$%&/(/&%$#, en algún momento la furia contra la tecnología fue tal que se desahogó con una patada en la puerta de madera. Sí, la del hueco. De allí el misterioso origen del mismo que, hasta hoy, había permanecido en secreto

Por cierto, el tema fue confidencial porque RMJ estaba solitario ese día. Porque cuando hay otras personas… da igual. Sus ocasionales compañeros laborales pronto se resignan al derroche de adjetivos contra sillas graduables que no se dejan graduar, cosedoras trabadas, cajones con problemas de cierre o apertura, ascensores que no llegan, programas de computador que no hacen aquello que se supone deben hacer y demás máquinas #$%&/(/&%$#, contra las que el tipo desahoga verbalmente sus fracasos.

Para desgracia del jefe de turno, RMJ es bueno en lo que hace. En el balance costo beneficio, aguantarse las pataletas es mejor negocio que prescindir de sus servicios. Así que como los llamados de atención simplemente aplazan la reacción ante la siguiente máquina #$%&/(/&%$#, cuando existen oficinas lejanas, aisladas y en lo posible insonorizadas, el hombre termina reubicado. 

No se acaban los insultos, pero por lo menos suenan más pasito. 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Ficha tocada, ficha movida


Esta amilcarada en particular se encargará de indagar en línea sobre la pertinencia de algunas expresiones populares y su proyección universal… Si todavía me queda algún lector después de ese ladrillo que acabo de escribir, toca decir la verdad. Tenía un tema que parecía buenísimo pero, como la realidad opina distinto, me tocó armar el sancocho que va a continuación y —pésima idea— dármelas de serio.

Iba a empezar con una norma del ajedrez familiar y de amigos que se resumía en cuatro palabras lapidarias: “ficha tocada, ficha movida”. De ahí en adelante me iba a referir a otras frases igualmente célebres que acompañaron la infancia, la adolescencia y la juventud, como “por mí y por todos”, “lo soplo” (en el parqués) y no sigo con la lista porque un pequeño detalle se tiró el tema.

“Si el jugador a quien le toca mover toca sobre el tablero, con la intención de mover o capturar una o más piezas propias, debe mover la primera pieza tocada que se pueda mover”; Reglamento de Ajedrez de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez). No era un invento familiar, no era una decisión arbitraria del grupo de amigos, sino una norma debidamente establecida, codificada y aplicada por autoridad competente. Cuando se descubren esas cosas, todo el sistema de creencias empieza a tambalear.

Ya entrado en gastos, opté por darle una oportunidad a “Por mí y por todos”, la frase más temida en el juego de escondidas. Con esta me fue mejor: solo aparece en internet como el nombre de un disco grabado a finales del siglo pasado con música de los años 80 por un grupo que desapareció a principios del siglo XXI; y como parte de algunas referencias bíblicas.

En cambio soplar, en vez de limitarse a la técnica de modelamiento del vidrio, la expulsión de aire a través de la boca o la entrega ilícita de información al compañero de aula durante una prueba académica, sí es una jugada establecida para el parqués. Aunque, cabe aclarar, al estilo colombiano.

A estas alturas se me ocurrió pegarme de aquello del estilo colombiano para salvar la patria, Y me acordé de cuando aprendimos que si algo de comida se caía al suelo, podíamos contar hasta cinco antes de recogerlo y llevarlo a la boca sin riesgo. Nuevamente la web se encargó de desmentir esta creencia. Pero ese no fue problema, ni la gran cantidad de alimentos poco higiénicos que hemos consumido en diversas épocas de la vida. El problema es que han sido universidades y centros de estudio gringos y europeos quienes han liderado las investigaciones para desmentir este mito universal. La regla (falsa) de los cinco segundos no es patrimonio nacional..., sino de la humanidad

A punto de archivar el tema en el apartado de esto no va para ninguna parte, me jugué el as. Colombia es un país cafetero.  El grano fue la base de nuestra economía muchos años. Tomarse un tinto (así lo llamamos) es costumbre para comenzar el día en ciudad y campo, recargar energías en el trabajo o acompañar una conversación. Pero ni aún así podemos atribuirnos el remedio casero de utilizar café para frenar hemorragias. Porque si así fuera, ni el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, ni la universidad de Valencia, España, habrían dedicado sendas investigaciones y artículos para advertir sobre lo equivocado y riesgoso de este remedio casero que, por cierto, también cuenta con defensores en México y Perú.

Entre indagaciones y reflexiones descubro que llego al final de un texto que arrancó con un tema inadecuado el cual, sin embargo, me negué a soltar pese a tener todo en contra.

Fue como en el ajedrez: ficha tocada, ficha movida. 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Hora de almuerzo


En la puerta del edificio donde queda la oficina, un heterogéneo grupo de empleados y empleadas dialoga.

— Ya estamos todos,  ¿cierto?

— No, falta Villegas.

— Como siempre, cosa rara.

— No importa, mientras llega decidamos a dónde vamos a ir hoy.

— Yo propongo el de siempre.

— Pero siempre lo mismo, variemos aunque sea por hoy.

— Me recomendaron la bandeja paisa del que queda a dos cuadras.

— Rico.

— Perdón pero ustedes saben que mí los fríjoles me caen mal.

— ¿Y si la pide sin fríjoles?

— Valiente gracia, una bandeja paisa sin fríjoles.

— Yo, en cambio, tengo problemas con el chicharrón por lo del colesterol.

— Entonces vamos al vegetariano.

— Huy no, para comer paisaje.

— Así no es, hay hartos menús y variados.

— Pero almuerzo sin carne no es almuerzo. Que tal el del letrero grande aquí, a dos cuadras.

— Ese sí me gusta.

— Y además tiene varias opciones.

— Ok, apenas llegue Villegas…

— Yo allá no voy.

— ¿Que? 

— Yo allá no voy. Pero tranquilos, vayan ustedes.

— Por qué.

— La atención no me gusta, hay una mesera que siempre me trata mal.

— No es a la que usted invitó a…

— ¡Dejemos así!, yo busco otro sitio.

— No, la idea es que vayamos todos. ¿Y la pescadería?

— Síiii. Esa es.

— Seguro.

—  Acuérdense de mi alergia…

— Verdad.

— Oiga, y que le ha dicho el médico.

— Que evite la comida de mar… esperen, abrieron hace poco un autoservicio pasando la avenida.

— No lo conozco, pero puede ser.

— Yo sí lo conozco y es bueno...

— Ese es.

— ...pero ya es muy tarde

— ¿Cómo así?

— Toca ir temprano porque a esta hora ya acabaron con todo lo bueno. Además mientras hacemos la fila se nos pasa la hora de almuerzo.

— Lástima, mañana madrugamos.

— Vale.

((Silencio a múltiples voces))

— ¿Y el de carnes?

— Me gusta pero…

— Sí, pero…

— De acuerdo, ese es el preciso después de la quincena. Delicioso pero caro.

— Lástima.

— Pues sí, miren quien llegó,

— Hola Villegas, aquí pensando dónde almorzamos.

— ¿Dónde siempre?

— Tocará.


miércoles, 6 de septiembre de 2023

Perdidos en la noche


Una oferta laboral puso a la prima en la ciudad capital. No es que nunca hubiera venido, pero una cosa es pasear en modo turista y otra ser local en plan residente. El primo, en cambio, ha sido local capitalino toda su vida. Por coincidencia generacional desarrolló con la prima esa complicidad, muy común, entre parientes que comparten rango de edad. Por cierto, él también está dando sus primeros pasos en el mundo del trabajo. 

Ante la reubicación permanente de la prima, el primo ejerció como guía, entregó recomendaciones para el uso del transporte público y acompañó en plan pedagógico los primeros almuerzos callejeros. Y hablando de alimentos, llegó el asunto de la comida anual organizada por Don Pérez, dueño de la empresa donde la prima prestaba sus servicios. Se trataba de un encuentro para destacar logros, reconocer a los colaboradores destacados y dar la bienvenida a quienes entraban a reforzar el equipo. Es decir que clasificaba como imperdible para los trabajadores aunque, si ellos así lo querían, podían llevar un acompañante.

A la prima la invitación obligatoria le generó preocupaciones.  No tenía idea de como llegar a La Cocina Típica, sede del encuentro gastronómico-corporativo. La cita era en fin de semana, así que ni modo de colgarse del resto del combo de la oficina. Aún no le había llegado el primer sueldo y el presupuesto no daba para taxis o similares. Y tampoco sabía como retornar con seguridad a su casa tarde en la noche. 

Primo al rescate. Asunto resuelto. Claro que la acompañaría. Tenía la política de jamás rechazar una comida gratis. Más en ese restaurante, famoso por su servicio y sazón. Y no había problema con la hora. 

Sábado en la noche. Doris, la jefe directa de la prima, está nerviosa. Sabe que Don Pérez anda muy pendiente de que todos sus empleados asistan. El viejo nota las ausencias. La angustia de Doris está centrada en los nuevos, la ingeniera recién llegada a Bogotá y el administrador que reemplazó al jubilado. 

Así que los bombardea por mensaje de texto. El administrador no contesta. En cambio la ingeniera se reporta. “Estamos muy cerca”. “Acabamos de bajarnos del bus y caminamos hacia el restaurante”. Y el administrador nada. Doris continúa tecleándole como desesperada mientras mira el tranquilizador mensaje final de la ingeniera. “Estamos ingresando”. Y en efecto, desde la mesa se ve una pareja que entra al restaurante y camina hacia la mesa. Son el administrador y su esposa.

Doris respira aliviada. Acomoda a los recién llegados y ya tranquila se sienta, consciente de que solo es cuestión de segundos. Segundos que se vuelven minutos y de aquello nada. Intrigada, opta por llamar.

— Aló. Hola jefe, ya le iba a marcar. Estamos acá pero no los vemos. Todos muy colaboradores pero el jefe de meseros nos dice que no hay ningún evento programado para hoy.

— Como así, dígale que Don Pérez reserva La Cocina Típica todos los años.

— Espere le pido el favor a mi acompañante. Primo, que le diga al señor que Don Pérez reserva La Cocina Típica todos los años. Sí, La Cocina Típica…. ¿qué estamos dónde? ¡¿Qué?! Pero yo le dije... Pues claro... perdón jefe, ya le hablo. Le dije, La Cocina Típica. No, yo nunca le dije La Típica Cocina. Pues claro que seguro. Bueno, bueno, arranquemos para la Cocina Típica. Qué queda ¡dónde! Al otro lado de la ciudad… Ay.

((Silencio en la línea)).

— Aló, jefe, creo que me voy a demorar un poquito.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Guillermo el Conquistador y las herramientas para el amor


Guillermo el Conquistador (cuyos antecedentes se pueden consultar aquí) no se dio cuenta cuando se volvió tan aficionado a las ferreterías. O mejor, a ESA ferretería. Tampoco era consciente de cuáles razones generaban la necesidad de comprar herramientas. Pero una semana después de los tornillos para ajustar la estantería cambió de martillo. Y a la semana siguiente sintió la compulsión de adquirir destornillador nuevo. Algo en su interior lo obligaba a conseguir, cada tercer día, dotación para un taller inexistente.

Serrucho, sierras, tenazas, alicates, manguera, tuercas, maza, clavo de acero, clavo de hierro, broca, taladro manual. Prácticamente todo el surtido de la ferretería se arrumaba, sin desempacar, en el apartamento de Guillermo. Era el momento de enfrentarlo. Algo distinto lo atraía hacia ese local.

Retrocediendo en el tiempo encontró, sin mayor esfuerzo, su motivación. Realmente siempre lo supo, solo que, ante la sucesión de experiencias desastre (insisto en la importancia de consultar antecedentes) no quería reconocerlo. Pero sí, era ella. La sonriente (y de momento sin apellido) Patricia.  

Lo de Patricia era información pública, publicada en el gafete que llevaban en la parte izquierda del pecho todos los empleados del negocio. La diferencia estaba en el tono, en el comportamiento, en cierta familiaridad que iba más allá de la cortesía de los vendedores de mostrador. Por alguna razón, Patricia lo hizo sentir especial. A él. 

Así que solo se trataba de dar el siguiente paso y montar el operativo para promover el encuentro en un  escenario diferente. Fácil de decir, cierto, pero repleto de obstáculos operativos a la hora de ejecutar.  Básicamente porque en esa ferretería, independientemente de su tamaño, no parecía haber espacios para una conversación íntima. Al parecer una tienda (de formato hiper) donde venden materiales de construcción e implementos de trabajo no incluye áreas para conversaciones privadas entre clientes y dependientes. Así que todo intento de conversación terminaba interrumpido por otro vendedor, otro cliente, un administrador o todos los anteriores lo cual, en la práctica, llevaba a alguna compra por parte de Guillermo.

El balance entre logros e intentos era realmente muy pobre, pero ella ya lo llamaba por su nombre. Don Guillermo, para ser precisos. También era evidente que trataba siempre de atenderlo de forma prioritaria. Aunque cabe anotar que, no importa lo ocupada que estuviera, él esperaba antes de iniciar su intento de conversación que, inexorablemente, concluía en otra adquisición.  

Como a estas alturas el asunto iba en algún punto entre improductivo y patético, y que el bolsillo de Guillermo ya rebasaba peligrosamente sus cupos de tarjetas y demás mecanismos de financiamiento, era el momento para los actos heroicos. Así que después de otra gran compra el hombre se retiró a sus cuarteles (léase casa), donde planificó, acción por acción, palabra por palabra, el que sería el asalto final.

Ese día, al volver, el hombre se sentó encima de la caja de madera a reflexionar. Pensó en el administrador quien, además de ofrecerle todas las ventajas del programa de fidelización a “uno de nuestros mejores clientes”, le comentó que Patricia ya no podía atenderlo, pues por sus excelentes ventas había sido trasladada al corporativo. Pensó en el comentario en tono de lamento del administrador al perder a su vendedora más productiva, quien conectaba como nadie con todos los clientes.

Pero, sobre todo, Guillermo pensó en esa monstruosa caja que le servía de asiento, que ni siquiera cupo en el ascensor y tocó dejar en el garaje mientras el vigilante lo miraba con cara de se enloqueció este tipo.  Era el momento adecuado para la pregunta ¿Y ahora yo qué carajos hago con esta motobomba?  

miércoles, 23 de agosto de 2023

Al final del servicio


Como el final es su destino, lo vamos a llamar así: Último. Ulti, porque ya le tenemos confianza. El individuo  en mención es buena muela. Le gusta comer bien y nunca le hace el feo a un plato. Pero aquí no vamos a hablar de gastronomía, ni de culinaria, sino de prioridades en el servicio. Porque no importa el dónde, el cómo, el cuándo ni el porqué: a Ulti siempre, pero siempre, le sirven de último.

Pasa en los restaurantes a la carta. El comensal de la izquierda ordena algún pescado de compleja preparación, el de la derecha una sopa de ingredientes exóticos, el de enfrente esa carne que requiere un cuidadoso proceso de adobo. Ulti opta por cierta combinación de carbohidratos y proteínas con verdura (arroz mixto). Llegará el pescado, llegará la sopa, llegará la carne; todos con su respectiva porción de arroz. Porciones que ya habrán desaparecido cuando por fin aparezca la gran porción de arroz mixto de Ulti.

Otro día, otro restaurante. Los acompañantes escogen platos. Ulti opta por el del día, el recomendado del chef, el que ni siquiera está en la carta permanente, sino insertado en una cartulina recién impresa. Ese que le traen casi de inmediato a casi todo el mundo. Ese tan solicitado durante el día en mención —versión oficial— que justo cuando Ulti lo pidió se había agotado y por eso fue necesario preparar nuevas porciones. Por eso finalmente le sirvieron... justo cuando comenzaban a recoger la loza de sus contertulios.

Ahora, no siempre los menús son individualizados. Existen múltiples circunstancias en las cuales solo hay una opción. Restaurantes de combate (corrientazos), eventos sociales, desayunos o almuerzos de trabajo y  reuniones familiares cuya importancia amerita meseros. En esos casos la comida está lista y los meseros simplemente la distribuyen de acuerdo con un formato preestablecido. O en orden de llegada. O según la ubicación de los comensales frente a algún punto de referencia (la cocina, una mesa rodante, el bar...)

Ulti ya se resignó a que el procedimiento de turno siempre lo deje en posición de cierre para efectos de recibir su comida. Ubíquese donde se ubique. Por selección propia u decisión de los anfitriones. Su condena es ver platos humeantes, fríos y aromáticos materializarse en puestos distintos del suyo. 

Y no es que —mientras ha sido posible— no haya ensayado alternativas. Al lado izquierdo del homenajeado (al primero al que le sirven antes de seguir por la derecha). Al lado derecho de la homenajeada (la primera a la que le sirven antes de seguir por la izquierda). Al frente del festejado, solo para ver como los eficientes meseros arrancan simultáneamente a lado y lado hasta dar la vuelta completa y terminar, por supuesto, justo con quien está… al frente del festejado.

Cuando no hay protagonista, la cosa debía ser más fácil. No es cierto. Si es una mesa larga y Ulti escoge el borde más cercano a la cocina, comenzarán a repartir la comida por el borde opuesto y darán la vuelta completa. Si se ubica en el centro de la mesa, los meseros irán intercalando lados hasta llegar a la mitad. Y si opta por un punto de esos que no son estratégicos descubrirá que, por lo menos en ese lugar, sí lo es. Está justo al lado de donde comienza la repartición y marca el lugar donde termina.

En los restaurantes de combate, en los cuales el corrientazo se sirve a las mesas en estricto orden de llegada, la mesera lo dejará para el final en la ronda de sopas, en la ronda de secos, en la ronda de jugos y en la ronda del medio bocadillo veleño que conforma el postre. 

Sin embargo, para ser justos, hay un servicio de parte de los restaurantes donde Ulti siempre es el primero.

Cuando entregan la cuenta.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Interlocutores varios


Luego de la separación amistosa, Rodríguez despachó lo de la propiedad conyugal mediante un abono en efectivo a su ex. Él se quedó con el apartamento, ella cambió de país. Eso fue hace un par de años. El caballero,  poco a poco, ha reiniciado sus incursiones por los terrenos de la búsqueda de pareja.

Entre los prospectos está la vecina del piso inferior, a quien vio un par de veces y siempre le llamó la atención. Esperó unos días en busca de la oportunidad adecuada, la cual vino de un antiguo problema de humedad. Un recuerdo en forma de mancha “decoraba” el techo de los parqueaderos aledaños de Rodríguez y su vecina. Era un problema estético menor cuya reparación no implicaba mayor gasto. Se trataba de conseguir un maestro y comprar los materiales con el fin de que el experto procediera a limpiar, resanar y pintar. Y con esa propuesta como disculpa, Rodríguez se dirigió al apartamento de abajo.

La atención fue rápida, pero con una variante inesperada. En vez de la vecina apareció un caballero, afrodescendiente él, de enorme estatura y cara de pocos amigos. No, la vecina no estaba y no sabía a qué horas regresaría, pero él también vivía ahí, así que si le podía colaborar en algo... Como era evidente que la segunda intención ya no tenía vigencia, Rodríguez aprovechó y planteó la opción de conseguir un maestro y comprar los materiales con el fin de que el experto procediera a limpiar, resanar y pintar. 

El vecino dijo que le parecía buena idea, pero que él realmente no era dueño del apartamento así que lo mejor era esperar a “mi mujer” y apenas tuviera alguna respuesta se lo haría saber. Apretón de manos, agradecimiento mutuo y el tema quedó enneverado por algunas semanas.

Un negocio le dejó plata libre a Rodríguez, quien consideró una buena inversión solucionar los problemas del techo del garaje. Nuevamente se dirigió al apartamento de abajo, donde un gringo, mono, ojiazul y bastante simpático, se declaró ignorante del asunto. Así que Rodríguez planteó la opción de conseguir un maestro y comprar los materiales con el fin de que el experto procediera a limpiar, resanar y pintar. El gringo respondió que eso dependía de my darling, y que él le informaría. Un nice tu meet you vecinouu  y hablaremous prountou cerraron ese capítulo, que tampoco llegó a nada.

Lo que sí llegó fue la asamblea de propietarios, donde la Junta hizo una propuesta para ahorrarse la pintura total del garaje. Como solo había deterioros menores, el edificio correría con el 50 % de los costos si los propietarios asumían la reparación. Rodríguez consideró que era una buena oportunidad así que pasó por el departamento de abajo apenas terminó la reunión. El militar que lo atendió no sabía de la mancha, pero fue rápidamente ilustrado acerca de la opción de conseguir un maestro y comprar los materiales con el fin de que el experto procediera a limpiar, resanar y pintar, con el ahorro derivado del aporte comunitario. El interlocutor tomó atenta nota y se comprometió a consultar el tema con su pareja.

Desde la primera propuesta hasta la fecha habían pasado 6 meses. En los siguientes seis, Rodríguez tuvo oportunidad de explicarle a un cocinero profesional (deducción derivada del exquisito olor a comida); a un sudoroso deportista cuyo entrenamiento acababa de finalizar; y a un caballero vestido de médico con pinta de turno recién entregado la opción de conseguir un maestro y comprar los materiales con el fin de que el experto procediera a limpiar, resanar y pintar. Fue mucho más fácil con el aficionado a la mecánica que encontró cacharreando un carro en el garaje,  porque le mostró la mancha en vivo y en directo. Él, al igual que los demás, anunció que conversaría con mi “amor”, “vieja”, “señora” , “compañera”.

A estas alturas, Rodríguez no ha podido entender por qué la vecina jamás está en casa.

Aunque le reconoce su recursividad para garantizar la vigilancia permanente del inmueble.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Cinéfilo y el fenómeno de taquilla


Para ubicar al lector en contexto, nuestro protagonista es varón, heterosexual, mayor de 50, solterón empedernido y educado en el modelo tradicional de familia. A petición suya su nombre se mantiene en reserva, así que lo llamaremos Cinéfilo. Cinéfilo ha crecido en un mundo donde, para bien, las mujeres superaron sus roles tradicionales y compiten —muchas veces superándolos— con los hombres. Él apoya esta realidad, pero como también debe lidiar con la formación que recibió, la cultura en la que creció y hábitos arraigados durante generaciones, aceptar ciertos cambios no siempre es fácil. 

Por ejemplo, enfrenta recientemente tremenda crisis porque él quiere ver Barbie, la película. Explicación necesaria. A Cinéfilo (de ahí el seudónimo) le gusta mucho el cine. Le gusta verlo, analizarlo, disfrutarlo, criticarlo, pero jamás conversarlo. Es decir que va solo a los teatros. Teatros, no plataformas  ya que también cree que el séptimo arte debe ser con pantalla grande, oscuridad, sonido envolvente y crispetas caras.

Así que programó un fin de semana —único espacio disponible para estas actividades— en su multiplex de cabecera. Llegó solo. El personal en la fila confirmó el carácter familiar del filme. A medida que avanzaba, Cinéfilo se iba sintiendo cada vez más fuera de lugar. No solo por su condición masculina, aunque había una buena dotación de (suponía él) novios y padres de familia. Pero la gran mayoría eran mujeres de todas las edades, tamaños y colores (siempre con su toque rosa). Necesitaría una silla alejada de todos. O mejor, de todas.

Otro problema. Las pocas ubicaciones disponibles correspondían a espacios entre grupos. La perspectiva de quedar atrapado en medio de algún combo femenino de edades y comportamientos impredecibles, reforzado por lo sospechoso de un tipo solo, viejo, en un teatro repleto de niñas y adolescentes, lo llevó a cambiar de película. Para su siguiente intento con la versión audiovisual del juguete le apostó al horario más nocturno disponible. Nada, la misma abundancia de combos rosa. Otras pruebas en horarios y teatros diferentes produjeron el mismo resultado. Y real o imaginario, sentía que la gente murmuraba a sus espaldas. Algunos y algunas con desconfianza, otras y otros en tono de burla. Fueron sábados y domingos en los cuales llegó, miró, vio rosado por todos lados y se largó.  

Como la parte racional de su cerebro insistía en lo inmaduro, estúpido y machista de su comportamiento, cambió la estrategia. Aunque Cinéfilo carece de relación estable, no faltan las amigas invitables. Eso sí, por aquello de la masculinidad tradicional, ellas debían escoger la película. Solo era hacer una llamada. Bueno, dos. Ok, tres. ¿Será que esta sí?, cuatro. Nada que hacer, todas, sin excepción, querían ver algo diferente. Una de terror, algo de comedia, el otro filme de moda o algún incomprensible experimento visual de cine arte.

Cinéfilo tiene, por supuesto, sobrinas, primas y demás parientes cercanas, pero a duras penas las saluda en Navidad. Y eso de invitarlas a cine hubiera sido raro. Además ellas tenían que escoger la película (ya vimos el porqué) Un sondeo informal demostró, obvio, que todas las menores de edad ya la habían visto. Y otro sondeo no tan informal le permitió dividir en dos grupos a las familiares mayores invitables. Las que ya habían visto la película y las que querían ver otra película.

Lo último que supimos fue que Cinéfilo decidió dejar de lado prejuicios ridículos y demostrarle a quien fuera que ver un filme no definía su esencia de persona, su condición de hombre, ni lo convertía en una especie de pervertido. Se consiguió prestada una gorra rosa y lo vieron haciendo fila en un multiplex que suele programar cine arte. Lugar donde, por cierto, no están exhibiendo la película de Barbie.

Seguiremos informando.