lunes, 31 de marzo de 2008

Ñapa familiar

De entrada hay que aceptarlo. En todas las familias existen bichos raros. Personajes exóticos con comportamientos - en el mejor de los casos - socialmente inaceptables, o - en el peor - bordeando la frontera de la irracionalidad y el Código Penal.
Pero a fuerza de convivir con ellos, el núcleo familiar termina por aceptarlos, acostumbrarse e ignorar sus particularidades. Quienes realmente deben sufrir a los parientes extraños son los que ingresan al clan por la vía política.
Así, en las reuniones, las visitas, a horas inesperadas o en cualquier momento del día el esposo o esposa de turno se ve sorprendido y desconcertado por parientes de su cónyugue, con manías como las siguientes:
- La adolescente dramática que improvisa una sonora escena de despecho con amenaza de suicidio cada vez que la deja un novio.
- El solterón que llega a cualquier hora con una garrafa de aguardiente y ganas de conversar.
- La rezandera que considera que donde hay dos personas o más es obligatorio empezar un rosario.
- Los parientes de origen campesino que reciben todas las visitas a todas las horas con tamales, chocolate, almojábanas y un insistente “pero coma, mijito”.
- El conversador de malas ideas al que todos ignoran.
- El muerto de hambre que llega directo a la nevera y selecciona lo más caro.
- La viuda que se emborracha con dos tragos y se dedica a evocar durante toda la noche a su marido, muerto cuatro décadas atrás.
- El joven con algún tornillo suelto que habla por horas, y horas, y horas, algo que solo él entiende.
- El pequeño malcriado que por cualquier cosa se tira al piso, llora, se revuelca, aúlla y patalea.
- El anciano que en todas las reuniones repite las mismas 17 anécdotas sobre su único viaje a Europa.
- El comerciante que compra al por mayor y regala enormes cantidades de productos perecederos a punto de perecer.
- El caballero de antecedentes penales que periódicamente desaparece y aparece pidiendo - con aire de película de misterio - plata para un pasaje porque tiene que desaparecer por unos días.
- Los parientes prolíficos que andan a todas partes con su camada de ocho hijos.
- La hipocondriaca que se autodeclara en estado terminal cada media hora.
- El fanático político que desvía cualquier conversación a la defensa de su partido.

viernes, 28 de marzo de 2008

Peleas perdidas

Pelea, lo que se dice pelea, es aquella en la que ambos contendientes tienen por lo menos una posibilidad de ganar. Pelea perdida de antemano no es pelea, es muenda. (Paréntesis idiomático: Muenda: Zurra, azotaina, tunda, paliza. Diccionario de Colombianismos). Y en mi vida he librado algunas peleas, pero en otras, ha sido muenda tras muenda.

Cada noviembre, por ejemplo, barren el piso conmigo. No tengo nada personal contra los reinados, y puedo decir - y sentir - muchas cosas agradables frente a las reinas. Pero, ¿es normal que 20 jovencitas paralicen un país? ¿Que sus medidas, gustos, y cirugías se conviertan en lo más trascendental de un país que tiene todos los problemas del mundo? ¿Que opiniones y expresiones públicas de mujeres recién salidas de la adolescencia acaparen la atención de la opinión pública?

En Colombia es normal. El fenómeno soy yo.

Si no puedo ganar una pelea contra mi país, ni pensar en triunfar contra el mundo. Cada cuatro años se supone que mi cerebro debe convertirse en balón. Cada cuatro años, si no hablo de alineaciones, técnicos, marcadores y goleadores soy bicho raro. No importa que no me guste. Es que me tiene que gustar. Vivo en el único país que ha renunciado al ser sede del mundial de fútbol, y se supone que debo obsesionarme por él. Y ni modo de aislarse. Está en todas partes.

Es como la publicidad. Esa sí que nunca pierde. Para que mis hijos no se traumatizaran, traté de razonar con ellos sobre los juguetes que anuncian en la tele. Les expliqué por qué no podía comprárselos. Les dije que ellos no eran mejores o peores personas por tener o no tener ese carro o esa muñeca. Resultado: tengo tres hijos con complejo de inferioridad y llegué a pensar seriamente en vender el televisor....

...vender el televisor. Si hubiera anunciado que iba a quemar la casa, las reacciones no hubieran sido peores. Mi esposa amenazó con divorcio y cortó temporalmente los servicios conyugales. Mis hijos protagonizaron tremenda pataleta (bastante meritoria, teniendo en cuenta que el menor acaba de sacar la cédula) y los posibles compradores, sin excepción, preguntaron: ¿Va a comprar una más grande?

Conclusión. El televisor no se vendió. El Mundial sigue. El Reinado de Cartagena acapara la atención del país y mi hija mayor y su esposo le regalan a los hijos cuanto cachivache anuncian en los medios de comunicación. A veces no alcanza la plata, y entonces yo les doy una mano.

Si no los puedes vencer, únete a ellos.

lunes, 17 de marzo de 2008

Discurso de profesor

En sus 30 años de experiencia pedagógica, el profe Zambrano desarrolló su teoría general del discurso como instrumento motivacional", que otros llaman "como dormir a los alumnos a punta de carreta". Su postulado es el siguiente: "Si todo lo demás falla, écheles un discurso. Puede que también falle, pero por lo menos se desahogará".
El profe Zambrano tiene clasificados en varias categorías tos discursos de sus colegas a los estudiantes, así:
El de mártir:
No importa cuanto me mate. No importa cuantos recursos pedagógicos intente. No importa cuanta confianza les dé. No importa cuantas veces repita una y otra vez lo mismo... ustedes no valoran el esfuerzo que hago por ustedes... ustedes no parecen interesados en aprender.
El de fascista:Con que creen que esto es un paseo. Pues se acabó. De ahora en adelante no más papaya. Empiezo a las en punto y cierro la puerta, Y las evaluaciones van a ser orales. Así que aprenden o aprenden. No más vagabundería. Para mañana se leen el libro completo. ¡Oyeron!
El de indiferente:¿No quieren estudiar? Pues no estudien. A mí me pagan igual. Yo cumplo con dictar mi clase. Ya los veré llorando a final de semestre. Y mientras ustedes pierden su tiempo y la plata de sus padres, yo me voy muy tranquilo para mi casa.
El del bacán:
A ver muchachos, que les pasó. Dejen de pensar tantos en los novios y novias, Por esta vez se las voy a perdonar, pero tienen que ponerse las pilas. No se van a tirar la materia por esas pendejadas
El del analista:La sucesión de fallas en sus trabajos evidencia que existe una absoluta incomprensión del mensaje, motivada en alto porcentaje por la falta de concentración durante el proceso pedagógico de enseñanza-aprendizaje, lo que requiere de su parte una evaluación interna de sus metodologías de asimilación intelectual, si desean cumplir con los requisitos académicos exigidos por la institución.
El del neurótico:
¿Esto es un trabajo profesional? ¿Esto es un trabajo de universitarios?. De que les han servido seis semestres, es que pasaron por encima o que. Es que no hay derecho, no hay derecho a que personas como ustedes aspiren a ser profesionales. Estos son errores infantiles, estúpidos e injustificables.
El del optimista:
Pese a que de los 100 trabajos que revisé ninguno alcanzó la nota de tres, no se preocupen. No son problemas insalvables. Estoy seguro de que si trabajamos duro, entre todos lograremos superar nuestras deficiencias. Animo, todavía hay tiempo y podemos salir adelante.
El del maquiavélico:
Esta bien. No les pienso reiterar más la importancia del estudio, pero vamos a hacer unos cambios. De ahora en adelante, por cada trabajo que se rajen les quito una nota a un trabajo bueno. Les parece injusto, Tal vez lo sea, pero si no se rajan, nada pasará. ¿Será que así sí estudian?...je je je.
El del futurólogo:
Tal vez hoy no lo noten tanto, pero el día de mañana, en su vida profesional es cuando se van a dar cuenta que esto sí era importante.
El del resignado:
No sé que decirles, mejor tomen los trabajo y saquen ustedes mismos sus conclusiones.

martes, 11 de marzo de 2008

Nein verstand (no entender)

En los círculos universitarios era La Flaca. Mujer de inquietudes intelectuales y elaborado discurso, con apenas 20 años de edad. Favorecida por la naturaleza pese su trabajado desgreño, llamaba por igual la atención de compañeros y profesores. De hecho, las malas lenguas decían que era amante del catedrático de filosofía.
Al igual que cualquier intelectual en formación - y muchos en ejercicio - sus bienes materiales se limitaban a lo esencial. Vivir en el “hotel mamá” le garantizaba techo y comida, pero la familia apenas podía pagar la matricula en la universidad pública, más un subsidio para el tinto, el cigarrillo sin filtro y las fotocopias.
En tiempos normales, el déficit personal no era mayor problema. Pero estos no eran tiempos normales. Eran tiempos de Festival de Teatro. A La Flaca se le salían las babas de solo pensar en todas esas obras... que no podía ver.
Porque valían plata. Mucha plata. Ni siquiera renunciar al tinto durante el semestre, ingresar al heroico club de ex fumadores y “gorrear” fotocopias le permitiría asistir. Optó por la resignación del teatro callejero hasta que, esa noche. salió tarde de la biblioteca y se encontró con el profesor de Expresión en la fila del teatro.
Solo bastaron cinco minutos de conversación para que a La Flaca se le antojara entrar. Tan grande fue el deseo, que decidió dejar de lado las consideraciones de valor de género y utilizar recursos femeninos y sexistas. Es decir, coquetear.
Fue hasta la entrada de artistas donde improvisó cara de deseo, de hambre, de estudiante pobre, de avidez intelectual hasta que un alemán jovial y grandote le puso conversación. Mejor no le pudo haber ido. Era el director de la obra, que había salido a fumarse un cigarrillo y hablaba perfecto español.
La Flaca disparó toda su artillería, y entre palabras elogiosas y miradas sensuales conmovió al alemán, quien sin mayores ceremonias la guió hasta un puesto privilegiado en la sala. Primera fila. Se acomodó justo cuando subía el telón.
Un escenario sencillo. Una silla y una pared de ladrillos. Un solo actor. Un monólogo sin pausas... en alemán.
Y, en primera fila, una flaca sin audífonos para traducción, sin poderse mover de la silla y sin entender nada.
Fueron tres largas horas.

martes, 4 de marzo de 2008

El amigo de mi esposo

Se trata del antiguo compañero de colegio, del vecino de toda la vida, del hermano de juergas y estudios. Y claro, él sigue soltero y quiere pasar una noche de tragos en casa de su camarada casado. Para los dos amigos, es un momento sublime. Para la esposa, es su peor pesadilla.
El amigote, para empezar, puede aparecer en cualquier momento. A las dos de la mañana con una botella de aguardiente y un salchichón bajo el brazo, o tres meses después de aquella tarde de sábado en la que llamó a decir “ya voy para allá”.
Cuando entra, se posesiona del apartamento o casa. Invade la cocina, utiliza los cuchillos de plata para picar el salchichón, insiste en servir el mismo el aguardiente, derramándolo sobre la mesa de centro, la alfombra y el equipo de sonido. Saca de su bolsillo un inacabable mp3 de corridos prohibidos y lo coloca a todo volumen. E insiste “ya saben como es la cosa conmigo, si algo les molesta, sólo díganme”.
Una hora después, los dos hombres están borrachos cantando “Cruz de mariguana”. En ese momento la evaluación parcial de daños incluye un cenicero de cristal de murano rayado, una vela de colección derretida, una enorme mancha de aguardiente en la alfombra y una perentoria advertencia de los vecinos sobre acudir a las autoridades competentes si no le bajan el volumen al equipo.
Con un “acuéstate tranquila, mi amor”, la despachan. Mientras cierra la puerta de la habitación alcanza a escuchar un sospechoso “ahora sí podemos hablar” seguido de una sonora carcajada. El destemplado coro de dueto norteño la arrulla hasta que se queda dormida.
Amanece. A su lado, todavía vestido, el esposo duerme la borrachera. Ella se levanta suavemente para no despertarlo y se prepara a hacer el inventario final de la indeseable visita.
No son los vasos sucios regados a todo lo largo de sala y comedor, ni la gran cantidad de colillas que “abonan” sus indefensas plantas, ni el reguero de casetes y discos compactos que decoran la alfombra manchada los que hacen que la esposa sienta ganas de ponerse a llorar. No. Es la figura de camisa desabrochada desparramada en el sofá que ante la presencia de la dueña de casa pronuncia, en medio de un tufo monumental, palabras que la hacen pensar en cometer un amiguicidio.
¿Qué hay para desayunar?

La amiga de mi esposa

No importa si es joven o vieja, bonita o fea. El físico, la inteligencia, o la sensualidad es lo de menos. Su presencia es la peor pesadilla para cualquier esposo de pareja sin hijos. Es ella, la tercera persona, es... la amiga de la esposa.
La víctima de turno aclara que le parece muy bueno que su esposa tenga amigas y que no ve ningún problema en que la visiten de vez en cuando. El problema es que para él, de vez en cuando es una tarde de sábado cada 4 meses y para la esposa y su amiga, de vez en cuando es un fin de semana completo cada 15 días.
Así, un viernes en la tarde ella aparece. A partir de ese momento el esposo queda excluido automáticamente de todas las conversaciones. Solo escuchará risas que se acallarán cada vez que se acerque.
Bueno, queda la televisión. Falso. La televisión tiene dueñas. Como ese día ella tiene refuerzos, toca ver alguna melcochuda historia de amor en video. Y ni modo de ponerse romántico, pues la amiga está acostada en la mitad de la pareja, pendiente y comentando el capítulo respectivo.
Esa visita se las ingenia para estar siempre donde él quiere estar. El baño se convierte en zona prohibida para el género masculino. En la radio se escuchan las emisoras que quiere la amiga, en el almuerzo se sirve lo que a ella le gusta. La invitada ocupa el sillón de lectura, abre las ventanas, fuma en la cocina, y su presencia obliga al caballero a cambiar la informal sudadera de fin de semana por pantalón, camisa y zapatos.
Si el sábado fue difícil, el domingo será largo. Empezará a las 5.30 de la mañana cuando la invasora insista en sacarlo de la cama para hacer aeróbicos. Y el resto del día él deambulará cual fantasma por la casa o apartamento tratando de no interrumpir la conversación de las dos mujeres.
En la noche, si el señor tiene carro, tendrá que llevarla al otro extremo de la ciudad. Si no tiene, deberá esperar una hora en una calle helada que ella agarre su bus. Pero vale la pena, pues es la única forma de asegurarse que no regresará. Estará tan cansado que olvidará hacer los respectivos reclamos y únicamente se acordará de que debió haberlo hecho, 15 días después, cuando una voz melcochuda le diga al oído.
“Adivina quien viene a acompañarnos este fin de semana”.