jueves, 29 de diciembre de 2016

Citatorio

Norberto N. llega al edificio. El celador, como siempre, lo recibe en la puerta. Hay algo extraño en su actuar. Subrepticiamente se la entrega. Es media hoja impresa, sin sobre, con un lenguaje escueto y directo: Sírvase comparecer el día tal a la Fiscalía tal. No da más datos, salvo una advertencia de tres palabras; Incumplimiento acarreará sanciones.

El recién llegado mira en silencio al vigilante. “No hay duda, lo sabe. Me di cuenta en su manera de mover el cabello al entregarme la notificación. Ya no puedo seguir escondiéndome. La justicia ya lo sabe. Yo... un momento ¿Yo qué? Si yo no he hecho nada.”

Tras sentirse una especie de extraditable, Norberto cae en cuenta que sus relaciones con el Código Penal han sido de mutuo respeto. Y aunque no puede decir lo mismo de los 10 mandamientos (sobre todo el 6, el 3 y el 9 ) no hay ninguna razón por la cual el fiscal y sus muchachos estén interesados en él.

¿O sí? Sí, claro. Su mente evoca todo el proceso. La planeación minuciosa, la espera del momento propicio, la movilización sigilosa en la oscuridad, la apertura del recipiente, el robo. Solo queda una duda ¿Cómo hizo la Fiscalía para saber que cuando tenía cinco años, se había robado el postre de papayuela de la nevera?

Tal vez fue algo más reciente. “¿Será que tengo derecho a rebaja de penas si confieso? Porque es verdad. Las vueltas eran dos monedas de mil y dos de 200, pero la niña de la caja me dio dos de mil y dos de 500. Y yo me quedé callado.”

O será por esa noche en la que le echó la madre al Policía. “Estaba borracho, creo que eso es un atenuante. Claro que tengo que admirar a la autoridad. Primero porque fue hace 10 años. Segundo porque ocurrió a las 3 a.m. Tercero, porque era un policía acostado.”

A medida que se acercan los días, el prontuario crece. “¿Haber estado en una fiesta en la que un tipo se encerró en el baño a fumar mariguana será causal de extradición? ¿Cómo descubrieron que yo había comprado junto con otros compañeros de colegio una Playboy? ¿Como supieron que yo me había robado el afiche de páginas centrales, rompiendo el convenio previo de rifarlo?”

Llega el día tal. El hombre arriba a la oficina donde la fiscal espera.

Fiscal: ¡Es usted Norberto N, con cédula de ciudadanía xxxxyyyy.

Nova: No, Yo soy Norberto N, con cédula xxxxyyyx

Fiscal: Permítame su cédula. No era usted. Muchas gracias. Adiós.

martes, 27 de diciembre de 2016

Por supuesto que tenemos espacio para atender sus reclamos

No voy a decir el nombre, solo anotaré que se trata de una de esas organizaciones que depende de una relación directa empresa - cliente. Dispone de múltiples instalaciones ubicadas a lo largo de la ciudad destinadas a la venta de sus productos o servicios.

Esas áreas comerciales se caracterizan por ser amplias, iluminadas, con abundante personal.  Manejan jornada continua desde temprano en la mañana hasta tarde  en la noche, fines de semana incluidos. En pocos minutos, los consumidores acceden a “soluciones”, mediante el pago de módicos –o de los otros–  contados y cuotas.

Desafortunadamente, no siempre la relación se mueve en esos románticos e idílicos escenarios. A  veces –bastantes– una cosa es el servicio prometido y otra la realidad. O acceder a servicios especiales que se salen del producto básico requiere autorizaciones adicionales. En ese caso, el cliente –yo, el optimista– hace lo lógico: dirigirse al lugar donde adquirió su producto.  Y entonces lo remiten a…

No recuerdo el nombre exacto. Pero sonaba importante. “Centro de atención al usuario”. “Sala de casos especiales”, “Punto de respuesta”. Además de la dirección, le anexan a uno varios números telefónicos para comunicarse previamente y agendar una cita. Esos números tienen un elemento común. A veces están ocupados, a veces nadie contesta. O mejor. Cuando no están ocupados, nadie contesta. Y viceversa. Así que el siguiente paso es ir. Como uno trabaja en horarios de oficina, la movilización debe hacerse por fuera de esos horarios, después de las 5 p.m., por ejemplo.

La  buena noticia es que al llegar al lugar este se ve libre y despejado. La mala es que no hay nadie. Solo un letrero –pequeño y medio escondido – que señala los horarios. Lunes a viernes de 8 a 12 y de 2 a 4. Es decir, las horas en las que los asalariados trabajamos, Conclusión, hay que pedir permiso. Eso hicimos. Y digo hicimos porque cuando, un par de días después, llegué (a las tres de la tarde) encontré un montón de gente con intenciones similares.

Resignado, indagué por el orden de atención. “¿No tiene ficha?” Entonces indagué sobre la ficha. “Las reparten a las ocho de la mañana”.

Conclusión: viaje perdido. Como el que se hizo un par de días después con llegada a las 8 a.m., cuando encontré una fila de esas que le dan la vuelta a la cuadra a la espera de  las fichas. Tres intentos después  (cada uno más temprano que el anterior) y finalmente logré obtener el pase para ser atendido. Ahora solo tenía que esperar.

Como soy malo para cálculos mentales, no me arriesgo con cifras y medidas. Me limito a los hechos: sitio pequeño, escasos lugares para sentarse. Mucha gente. Estábamos estrechos, apretados e  incómodos. Y aunque se le veía buena voluntad a los dependientes, eran solo 3. La mañana pasó y mi turno no llegó. A las 12 en punto cerraron el chuzo. Tocó por la tarde. Y pedir permiso adicional.

Eran como las tres cuando finalmente me atendieron. La primera vez. Porque lo que parecía un reclamo sencillo se fue enredando por cuenta de papeles adicionales y plazos que me convirtieron en cliente habitual de la pequeña, incómoda, estrecha y asfixiante locación. Supongo que esa es a la que se refieren en la publicidad de  la empresa cuando dicen “y por supuesto que disponemos de espacio para atender sus reclamos”.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Los traficantes de fichas

Sumergido en la consulta de alguna inaplazable banalidad reportada a través de las redes sociales, Brayan Guillermo no se dio cuenta, en principio, de que algo raro pasaba.  Veterano en las operaciones que involucraban reservar turno, había cumplido con el protocolo. Parqueó moto, ingresó al local, tomó una ficha de la máquina, miró el tablero electrónico y tomó nota mental. Puesto (de él) P-42. Puesto en turno: P-30.

La buena noticia era que en la sala de espera –nombre elegante para las sillas de plástico alineadas en bloques de 5–,  apenas se veían cinco personas. Una pareja de ancianos, una señora en conversación constante con la que parecía su hija y el caballero con cara de  bravo y ojos que saltaban continuamente del tablero a la ficha en su mano.

Tras el paneo inicial Brayan optó por pasar el tiempo navegando en su teléfono inteligente. La lectura solo se interrumpía cuando el sonido de la campana advertía  sobre el cambio de turno. Decía la teoría que iba a pasar lo siguiente: llamarían un turno, ante la ausencia convocarían otro, y otro y en pocos  minutos le tocaría a él.

La primera señal de alarma coincidió con el segundo pitido. En el primero habían despachado a las señoras conversadoras. En el segundo apareció otra señora, con niño, Algo no encajó en la imagen mental previa almacenada por Brayan. Luego vino el viejito. Otro viejito. Sí, había visto un viejito, pero este no era. Una mirada al sitio donde estaba la pareja de ancianos confirmó que tal vez eran contemporáneos, pero definitivamente eran diferentes,

A medida que se despachaban los turnos, la congestión en la sala de espera aumentaba. Pero lo exótico del asunto estaba en que lo que en principio parecía una curiosa coincidencia evolucionó a certeza. Llegaban más personas, pero a todos los atendían antes que a Brayan. ¿Reservas previa de ficha? Tal vez, pero todos hacían el ritual de pasar por el fichero. ¿Entonces?

Dos turnos después –incluyendo al caballero con cara de bravo -  y cuando la convocatoria movió hasta el mostrador a dos jóvenes agraciadas que también habían arribado después de Brayan la situación pasó oficialmente de coincidencia a fenómeno. Entonces concentró toda su atención en el siguiente usuario que ingresara a la dependencia. No tuvo que esperar mucho. Una monja entró y con paso firme caminó hacia el fichero donde tomó su turno...

Lo que aconteció después le dio para pensar a Guillermo durante los 45 minutos adicionales que debió esperar hasta cuando, por fin, despacharon su turno. La primera idea fue hacer un reclamo,  pero una breve reflexión le mostró el poco futuro de esa iniciativa. Así que ante la imposibilidad de cambiar su destino, solo le quedaba la opción de intentar entenderlo.

Primera duda. ¿Qué extraño gusto, placer o retribución encontraba la pareja de ancianos en tomar muchas fichas y dedicarse a entregarlas a los clientes que iban llegando?

Y segunda, por qué, de todos los clientes, precisamente a él, a Brayan Guillermo, no le cambiaron la ficha, lo que lo dejó, en la práctica, al final de la fila.

Para Brayan Guillermo, ese par de hechos siguen siendo el mayor de los misterios.

martes, 20 de diciembre de 2016

Reciclaje triunfalista

Ahora que Santa Fe obtuvo su novena estrella los hinchas del rojo expresan (expresamos) nuestra alegría de diferentes maneras. Proliferan en las redes sociales los mensajes conmemorativos. El que transcribo al final de esta nota sería uno más si no fuera porque algún cable se cruzó y el autor terminó subiendo, además del texto final, el borrador y las correcciones previas. Y todo parece indicar que la nota inicial había sido preparada para otro triunfo que, finalmente, no se dio. Juzguen ustedes.

(¿Borrador?) “Hemos triunfado. La voluntad popular del pueblo colombiano abrió la puerta a un nuevo país que construiremos entre todos. Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los colombianos sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de trabajar juntos para dejarle un mejor país a nuestros hijos.  Es para ellos, para las futuras generaciones que se ha firmado este acuerdo, ratificado en las urnas. Es momento de dejar atrás los rencores y diferencias levantados a lo largo de esta campaña. El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico. Múltiples escenarios esperan para hacer realidad ese sueño tantas veces aplazado de tener un país en paz. Adelante Colombia. No exageramos al decir que la victoria del Sí en el plebiscito es la puerta de entrada al futuro de nuestra Nación”
…..
(¿Correcciones?) Hemos triunfado. La voluntad popular (cambiar esto por la disciplina, constancia y tesón) del pueblo colombiano (cambiar por  jugadores y cuerpo técnico) abrió la puerta a un nuevo país que construiremos entre todos (cambiar por para sumar un título a  la histórica galería de nuestro equipo)

Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los colombianos (cambiar por santafereños), sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de trabajar (cambiar por celebrar)  juntos para dejarle un mejor país (cambiar por gran recuerdo) a nuestros hijos.  Es para ellos, para las futuras generaciones (cambiar por los sufridos hinchas rojos) que se ha firmado este acuerdo, (cambiar por se ha logrado este triunfo) ratificado en las urnas (cambiar por las canchas)

Es momento de dejar atrás los rencores y diferencias (cambiar por momentos difíciles) levantados (cambiar por presentados) a lo largo de esta campaña. (agregar lo importante es que somos  campeones)

El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico Múltiples escenarios (agregar deportivos) esperan para hacer realidad (cambiar por ratificar frente a otros oncenos) ese sueño (cambiar por el triunfo alcanzado) tantas veces aplazado de tener un país en paz (cambiar por y llevar la grandeza futbolística del león más allá de las fronteras). Adelante Colombia (cambiar por Santa Fe). No exageramos al decir que la victoria del sí en el plebiscito (cambiar por la novena estrella) es la puerta de entrada al futuro de nuestra nación (cambiar por a mayores glorias en las canchas de Colombia y el mundo). (Agregar Dale  Rojo, te amamos con todo el corazón)
………….

(¿Final?) Hemos triunfado. La disciplina, constancia y tesón de jugadores y cuerpo técnico abrió la puerta para sumar un título a la histórica galería de nuestro equipo.

Aprovecho esta tribuna para convocar a todos los santafereños, sin distingo de edad, género, ideología o raza a unirnos en una sola expresión con el fin de celebrar juntos para dejarle un gran recuerdo a nuestros hijos  Es para ellos, para los sufridos hinchas rojos, que se ha logrado este triunfo, ratificado en las canchas.

Es momento de dejar atrás los momentos difíciles presentados a lo largo de esta campaña. Lo importante es que somos  campeones.  El reto apenas empieza. Lo que viene de ahora en adelante es un desafío histórico. Múltiples escenarios deportivos esperan para ratificar frente a otros oncenos el triunfo alcanzado y llevar la grandeza futbolística del león más allá de las fronteras.

Adelante Santa Fe. No exageramos al decir que la novena estrella es la puerta de entrada a mayores glorias en las canchas de Colombia y el mundo. Dale  Rojo, te amamos con todo el corazón.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Crisis

Gilberto hizo cuentas y se dio cuenta.  No cuadraban. O dejaba de comer, o dejaba de pagar arriendo, o dejaba de pagar servicios o sacaba a los hijos del colegio... o conseguía más plata.

El, su esposa y sus tres hijos eran, en cierta forma, gente con suerte. Los cónyuges tenían ambos empleo, los hijos estudiaban y nunca les había faltado lo esencial. Pero la situación había llevado la tijera de las cuentas familiares a su punto límite.

Ya eran historia las comidas callejeras, los viajes recreativos, y las compras suntuarias (o sea, todo lo que no fuera alimento básico, o elementos para mantener un nivel mínimo de aseo). Una prenda de vestir sólo se renovaba cuando no aceptara un remiendo o una remonta más. La palabra desechable había desaparecido de su lenguaje, porque todo era reutilizado hasta su última posibilidad. Y sin embargo, no alcanzaba.

Así que Gilberto tuvo que empezar a pensar en una vieja oferta de El Paisa. El Paisa era dueño de un negocio de comida en el terminal  que funcionaba 24 horas. Para ahorrarse prestaciones, no contrataba empleados permanentes, sino que tenía turnos nocturnos semanales. Y en alguna ocasión le había propuesto que si le quedaba tiempo ahí se podía ganar unos pesos.

La operación mesero nocturno entró en marcha. Existía, sin embargo, un problema llamado jefe. El jefe de Gilberto en el que llamaremos su empleo uno. Un jefe que, como todos los jefes, vivía bien, no tenía problemas de plata, supervisaba constantemente la labor de sus subalternos y consideraba el trabajo un compromiso exclusivo e ineludible. El jefe era envidia de todos sus empleados, más que por su poder, por su estabilidad financiera en tiempos de crisis. Hasta tenía carro.

Así que Gilberto tomó medidas para evitar que el superior sospechara. Negoció un turno que en nada se cruzaba con su horario normal.  No hizo ningún comentario de su actividad complementaria en la empresa. Y al fin, una noche de jueves, se dispuso a comenzar.

No había acabado de llegar cuando le pidieron atender a su primer cliente. Tomó el pedido y fue al mostrador a pasarle el dato al cocinero que se parecía muchísimo a....

...No se parecía, era ¡el jefe!

Mientras Gilberto lo miraba con cara de estúpido, su superior jerárquico explicó con voz resignada.

- Que quiere que haga hombre, la crisis está grave.

martes, 13 de diciembre de 2016

Manual para echar piropos

Las noticias llegan de diversas partes del mundo. Decisiones locales por  medio de las cuales eso de echar piropos pasa de práctica cotidiana a delito. O contravención, si se trata de meterle precisión jurídica al tema. El asunto es que elogiar el aspecto físico de otro puede terminar en multa y hasta en cárcel.

El argumento de quienes promueven las iniciativas es que se trata de una agresión. Y  algunos comentarios callejeros que parecen un diagnóstico de gineco-obstetricia en términos para nada científicos confirman esta visión. Pero también existen los que involucran contextos como botánica (flores), cromatismo oftalmológico (color de ojos), analogías varias y relaciones forzadas entre el color blanco y los ángeles caídos.

Cuando un piropo se basa en la cruda descripción de alguna parte del cuerpo y sus posibles usos, los calificativos de agresivo, censurable, insultante y ofensivo le calzan a la perfección (al piropo). Y cuando se trata de una descripción poética que enfatiza la belleza de un rostro… también, por lo menos para algunas personas.

Ese es el problema. El ingrediente subjetivo. Siempre existe la posibilidad de que la más inocente de las expresiones resulte ofensiva o intimidante para alguien. Por eso –más allá de lo que diga la ley– la lógica invita a abstenerse, o por lo menos aplicar la siguiente lista de verificación antes de destacar verbalmente el aspecto físico de alguien.

Y nos hemos demorado en decir que si bien en teoría aquí no hay diferencia de género, la verdad es que las principales víctimas de los piropos inadecuados son ellas, razón por la cual el sujeto receptor pasa a ser, a partir de este momento, la sujeta.

1.- Jamás, nunca, never, piropee a una desconocida, o a alguien que acaba de conocer.

2.- Mantenga la distancia dentro de un margen mínimo de seguridad que haga imposible el contacto físico. Barreras artificiales como pared de cubículo, escritorio o máquina fileteadora son un valor agregado.

3.- Antes de hacer el respectivo comentario, solicite de la destinataria una aprobación –escrita– de una lista de palabras. Dicha aprobación debe certificar que los términos no implican propuestas inadecuadas y de las otras, afirmaciones políticamente incorrectas, invasión de la privacidad, mensajes disonantes y discriminación con motivo de género.

4.- Asegúrese de que haya testigos, cámaras o grabadoras para garantizar evidencia  cierta durante el inevitable proceso judicial, administrativo y fiscal.

5.- Disponga de un traductor simultáneo que debe activarse de acuerdo con la cara de la receptora. En caso de que esta insinúe el más mínimo sentimiento de disgusto o consternación ante el piropo, el traductor deberá explicar, palabra por palabra, la connotación, objetivos y significado de las mismas.

6.- Asegúrese de que su lenguaje no verbal sea completamente aséptico. Es decir que el movimiento del resto de su cuerpo y la expresión de su cara expresen lo que expresarían al pagar un recibo de servicios públicos, al comprar un repuesto de plomería o al amarrarse los cordones de los zapatos.

7.- Si pese a todas las advertencias y observaciones anteriores, usted considera inevitable mencionar como la sonrisa de esa vecina que ve todos los días en el ascensor alegra su día puede hacerlo, siempre y cuando cumpla con la siguiente condición: ni ella, ni nadie, debe enterarse de que usted dijo eso… jamás. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Revivamos nuestra historia: ­­películas que quiero ver (y 2)

Perdón por la incoherencia. Me explico. “Revivamos nuestra historia” era un programa de televisión que dramatizaba hechos del pasado colombiano. Por ahí pasaron Bolívar, Núñez, Gaitán, Mosquera y Obando. Como se supone que la idea de estas notas es dar alternativas a los poco creativos guionistas de Hollywood, de ahí lo de incoherente.

Ya en paz con mi conciencia aquí van dos propuestas sacadas de épocas previas. Una conocida y otra no tanto. Primero la famosa. En plena batalla del Pantano de Vargas los españoles le iban dando tremenda muenda a los locales.  Eso parecía partido del Barcelona contra burro amarrado (léase cualquier equipo que no sea el Real Madrid o – a veces–  el Atlético)

Una parte del libreto ya está escrito. Cuando Bolívar dice “se nos vino la caballería y se perdió la batalla”. Aparece un llanero. Rondón. Pide pista,  Bolívar suelta otra frase histórica: “Coronel, salve usted la patria”. Rondón sabe que su responsabilidad es mantener la altura del guión, así que responde con otra frase de esas que suenan importantes:  “los que sean valientes síganme”. 

Quince tipos le cogen la flota. Y se mandan en tremenda carga de caballería. Los españoles pierden la batalla y salen corriendo. Unos días después Bolívar los remata en el Puente de Boyacá y 200 años después comemos sancocho en vez de gazpacho, arrendamos apartamentos en vez de tomar pisos, decimos ustedes en vez de vosotros y nuestros gilipollas arrancan en pendejo y terminan en el tamaño de las gónadas.

Dejando de lado la lingüística y volviendo al cine, esa carga de caballería tiene material para película y hasta para miniserie. Quiénes eran esos 15, cómo llegaron ahí, qué les pasó después. En el Pantano de Vargas un soldado o policía le recita a los turistas parte de la historia que, si mal no recuerdo,  incluye hasta trío entre uno de los lanceros, su esposa y un español. ¿Quieren más?

La segunda idea del día es un hermano desconocido de la primera. Tengo entendido que en un canal regional de TV ya la hicieron. Misma época.  Los españoles esperaban a los criollos por el norte porque de ahí para abajo estaban Los Andes y nadie iba a ser tan estúpido de intentar atravesar la cordillera. Pero mi general Bolívar les salió general y fue eso lo que hizo. Cuando los que estaban arriba se dieron cuenta de que les habían metido un gol geográfico-militar, inmediatamente se lanzaron a reforzar los que estaban abajo. Pero no llegaron. 

En Charalá, en el Puente de Pienta, un grupo de patriotas se les atravesó. Suficiente para que hoy en día tengamos muchísimas reinas y reinados, aunque Juan Carlos, Sofía y Felipe de Borbón no forman parte de ellos.

Lo que pasó en ese puente fue heroico y glorioso. Ojo: heroico y glorioso no son sinónimos de victorioso. Una pista, algunos historiadores llaman al hecho la masacre del Puente de Pienta. Con el agravante de que después de arrasar con los que estaban en el puente siguieron con el pueblo.

Pero en eso hay que tomar el ejemplo de los gringos y su Álamo. Se parece bastante. Una batalla de civiles gringos contra un ejército regular mexicano donde, como era de esperarse, la tropa volvió chicuca a los civiles. Y podemos agregar que con algo de razón, porque ellos (los gringos) eran los invasores. Nada de eso importa. Los gringos volvieron héroes a estos tipos  y les han hecho libros, miniseries, monumentos y, por supuesto, películas. 

En Pienta están los mismos elementos, con una ventaja. Ellos sí  eran los buenos. Otra: con todo y masacre, funcionó y Barreiro nunca recibió esos refuerzos.  Ahí quedan dos ideas para sendas películas. Me gustaría verlas algún día.

martes, 6 de diciembre de 2016

El perro y la robot: ­­las películas que quiero ver (1)

De nada, Hollywood. Esto es gratis. Ahora, si quieren pagar, favor notificar por este medio. Pero no se trata de ser materialista sino optimista. En tiempos donde está de moda hacer refritos y ponerles nombres elegantes (“nueva versión”, “visión del director”, “actualización”) tengo ideas no tan originales para películas. De repente alguien las tuvo antes que yo pero se embolataron en algún punto. Y hablando de puntos,  al punto.

Esos seres de cuatro patas que andan en bloques de 3 a 10 amarrados a un paseador tienen un pasado. Un pasado glorioso y digno. Antes de ser juguetes de amos creativos –de los que les ponen gafas, zapatos y moños– sus antepasados eran animales libres y salvajes. Leí en alguna parte que empezaron a seguir a otros animales. Hoy les decimos homo sapiens. Andaban en dos patas, se cubrían del frío con pieles, hacían hogueras por las noches y se parecían al presidente electo de cierto país del norte, pero sin copete.

Los cuadrúpedos  no eran desinteresados. Perseguían  a los bípedos porque estos armaban campamentos y al levantarlos dejaban sobras de comida. Pero un día, un bípedo se acercó a un cuadrúpedo, un cuadrúpedo a un bípedo, varios cuadrúpedos a varios bípedos u otra combinación de “pedos” y se hicieron amigos.

La descripción no suena bonito y debe haber olido a diablos. (El homo sapiens no se bañaba y el tatarabuelo del perro tampoco ¿De qué creyeron que hablaba?). Retomo. En ese  momento comenzó una amistad que todavía perdura. Como nadie recuerda los detalles, cada uno es libre de inventárselos. Es decir que no hay problemas de derechos de autor. Señores animadores, ahí está su primera película.

Donde sí habría que pagarle o por lo menos pedirle permiso a alguien es en la pequeña  maravilla convertida en la gran maravilla que no es la mujer maravilla. Expliquemos en que consiste tanta maravilla. Se trata de una comedia de los años 80. El argumento giraba alrededor de un ingeniero que construía un robot en forma de niña pequeña. Los personajes eran el  ingeniero, su esposa y su hijo, cuya edad coincidía con la forma de la robot. Y unos vecinos detestables cuyo padre era, a  la vez, el abusivo jefe del ingeniero.

(Paréntesis. La robot tuvo su momento de popularidad. Algo así como Justin Bieber pero sin cantar. Aquí –hablo de Colombia–  la trajeron –a la actriz que la representaba–  alguna vez para algún evento de esos que organizan los políticos).

Cierro paréntesis y mando la idea. El hijo del ingeniero creció y estudió la misma carrera que su padre, pero especializado en mecatrónica (sé que no era necesario usar esta palabra, pero quería chicanear). Heredó también lo malo que sostenía el argumento de la comedia. Un jefe abusivo y un talento subvalorado.

Un día el ex pequeño encuentra los pedazos de la  robot, desactivada años atrás.  Su cuerpo ya no sirve pero su memoria sí. Así que la instala de nuevo –con alguna trampa  tecnológica que estoy seguro que se puede hacer, o por lo menos inventar con un mínimo de credibilidad– en el cuerpo artificial de una mujer adulta.  Cuya edad equivale, como no, a la del hijo grande.

De ahí para delante es problema de los libretistas, Tampoco les voy a hacer todo el trabajo. Pero cero y van dos ideas. Esperen más.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Desahogos gastronómicos de un viejo envidioso

Lo reconozco.  Soy envidioso y mezquino. No hay ninguna intención loable o positiva en lo que usted ha comenzado a leer. Me motivan sentimientos bajos, roñosos y sórdidos. No me quejo de mi infancia, pero cada día que pasa, me siento estafado. Y pienso que así como me tocó a mí, a ellos también debería tocarles.

Ellos son los niños de hoy. Ellos, los que deciden la actividad de fin de semana, escogen el restaurante, establecen el menú y a duras penas lo prueban antes de arrastrar a sus progenitores a cualquier actividad complementaria, elegida, como no, por ellos, los niños de hoy.

Nada que ver con mi generación, que no solo debía resignarse al dónde, cuándo y qué le servían en el plato, sino, lo más complicado, tenía que comérselo. En serio. Abstenerse implicaba graves riesgos que podían hacerse efectivos de inmediato (léase pellizco, bofetón y otras acciones pedagógicas) o la condena diferida…”espere a que lleguemos a la casa”.

Así que el sentido común recomendaba engullirse el manjar de turno. Inevitablemente incluía alguna delicia como poteca de ahuyama, brócoli o sopa de mano (véase párrafo siguiente). En casos excepcionales había algo adecuado para nuestra edad o gusto (pollo frito, papitas fritas, salchichas), generalmente combinado con remolacha o ensalada bañada en alguna vinagreta, de esas que impregnaban todo el plato con su sabor.

(Sopa de mano: Potaje de origen e ingredientes desconocidos y consistencia espesa, que genera la sensación de que en cualquier momento surgirá de su interior una mano con la firme intención de agarrarnos el cuello).

Cumplida la gesta contra la comida saludable, venía el momento de… esperar. Pararse de la mesa sin permiso y supervisión adulta no estaba en el libreto. Incontables fueron las horas perdidas para columpios, rodaderos, parques y demás espacios infantiles mientras los adultos hablaban de cosas “importantes” en medio de la sobremesa. Ellos decidían cuando levantarse y lo que venía después. A veces juegos, pero otras, muchas, simplemente para la casa. Y no haga mucho ruido que su papá necesita descansar.

Sí, de niños soñábamos con ese momento en que íbamos a ser los grandes. Íbamos a escoger el restaurante. Íbamos a comer lo que quisiéramos. Íbamos a definir lo que venía después.

La ventaja era que no había que preocuparse por la cuenta. Prerrogativa que se hizo notoria con el paso del tiempo, cuando crecimos, generamos ingresos y empezamos a conjugar el verbo pagar. En los comienzos, el salario no permitía darse demasiados gustos. Luego nos casamos, nos reprodujimos y ya sabemos lo que pasó. Por cuenta de los derechos del niño y el libre desarrollo de las personalidad los roles se invirtieron. Así que la autonomía gastronómica se aplazó hasta nueva orden. 

Pero como no hay plazo que no se cumpla, finalmente llegó ese día en que teníamos el tiempo, la autonomía y el dinero para comer en la calle lo que se nos diera la gana. Siempre y cuando coincidiera con las recomendaciones –o prohibiciones– del médico ese que nos restringió la grasa, los carbohidratos, los postres… etcétera.

Definitivamente, me siento estafado. 

martes, 29 de noviembre de 2016

La persecución

Era una noche sin luna. Oscura y tenebrosa. Y Suárez no debía estar ahí. Pero se puso de proactivo (¿sapo?) a escoltar a la jefa hasta la casa. Cómo iba a saber que la señora tenía su morada en un barrio tan estrato bajo. Bueno, cada uno vivía donde se le daba la gana. Si había un culpable, era  él.

Él fue el que se ofreció. El que dijo que podían tomar el mismo taxi. Supuso –equivocadamente– que coincidían en ruta y guardó silencio cuando la jefa anunció una dirección al otro extremo de la ciudad. En vez de permitir que la señora pagara insistió en hacerlo. Y en vez de decir que no tenía suficiente dinero para que el taxi lo llevara a su casa simplemente lo despachó para que no tuviera que “esperar”.

Nunca se supo esperar qué, porque cinco minutos después la jefa estaba en casa y él, solitario, en la calle oscura, tenebrosa e insegura. La buena noticia era que a pocas cuadras quedaban la avenida y el paradero. Inició su camino en procura de la zona segura, en este caso la estación del bus.

Paranoico sí estaba. Veía sombras amenazantes y sentía que lo seguían. Periódicamente volteaba pero no, solo se veía un sujeto a la distancia. Posiblemente ni siquiera iba para el mismo lado que él.

Segunda volteada. El tipo seguía ahí. Caminando, y aunque todavía lejos, ya no tanto.

Tercera volteada. Era oficial. El tipo iba en la misma ruta que él. Y cada vez más rápido. Y cada vez más cerca.

Suárez no estaba boyante en materia de efectivo, como ya vimos. Tampoco portaba elementos de mucho valor. Reloj de agáchese, “esmalfon” chino y esfero de $2000 (la caja). Y las gafas, sin las cuales el mundo a su alrededor se volvía tierra de sombras. El problema era que el ladrón –oficialmente ya lo era– no tenía por qué saber eso.

En parte por dignidad y en parte por estrategia apretó el paso pero sin correr, para no alertar a los delincuentes. Sí. Los. Aunque solo había visto uno, estaba seguro de que una banda completa, si no un clan, se habían confabulado para atracarlo.

Y entonces pasó lo que tenía que pasar. Tropezó contra algo y las gafas fueron a dar al piso. El dilema ya no era entre seguridad y movilidad, sino entre visibilidad y riesgo Resignado, se arrodilló y empezó a tantear los alrededores. El sitio del desastre quedaba justo al lado de un negocio,  de esos de barrio,  con tremenda vitrina. Cerrado, por supuesto, pero la mezcla de luces internas y externas generaban un efecto espejo.

Mientras buscaba los lentes de vez en cuando levantaba la mirada para confirmar su inexorable destino. El reflejo de la figura del perseguidor se acercaba cada vez más. Iba directo para donde Suárez. Todo pasó en pocos segundos. Suárez encontró las gafas. El perseguidor llegó. Suárez se puso de pie buscando una ruta de escape. Tensionó los músculos  mientras sentía la adrenalina correr por el cuerpo y veía como su perseguidor… ¿Seguía derecho?

Sí, siguió derecho hasta ubicarse frente a la vitrina, sacar una peinilla, arreglarse el cabello y continuar su camino en medio de la noche sin luna, oscura y tenebrosa.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Vete de aquí, perro criollo colombiano

Aclaremos, aquí no estamos hablando de eso que llaman políticamente correcto. Tampoco vamos a aportar elementos para esa discusión medio esotérica sobre las intenciones subyacentes del lenguaje. Ese problema se lo dejamos a los filólogos, los psicólogos, los sociólogos, los activistas y los desocupados.

Aquí también somos desocupados, pero de los otros. De los que pasamos por cierta cantidad de años y nos damos cuenta de que algunas actividades, objetos, seres vivos, cualidades o condiciones ya no se llaman así. Lo bueno es que da tema para las amilcaradas, como hicimos con ciclas y bicis, o con tintos y otras bebidas calientes.

Por ejemplo, siempre han existido perros cuyo árbol genealógico combina tantas razas que es sencillamente imposible clasificarlos en alguna. No se necesita ser un experto, solo hay que mirar ese aspecto donde la cara es de gran danés con peluqueado de french pooddle; las piernas de pastor alemán con un toque de pequinés: el cuerpo alargado como de salchicha con un lomo que evoca un rothweiller;  y el color en algún punto entre cenizo y beige con motitas. Pero como aquí no hablamos de etología sino de  lenguaje, estos caninos eran los gozques.  El gozque de la calle, el gozque del taller, el gozque que nació de la perra del vecino (o de la perra propiedad de la vecina, con esa aclaración en la redacción para evitar confusiones) y que por negocio o donación terminó integrado a  nuestra familia.

El gozque no es el único residente en el mundo de los caninos a prueba de clasificación. Lo acompaña el perro criollo colombiano. Este también es el resultado de una larga mezcla de razas en circunstancias no siempre aptas para menores de edad. Este también pulula por calles y hogares. Este también tiene una larga historia que a veces lo deja bien parado frente a homólogos con más pedigrí. También le ha tocado ser el malo de la película. Ha sido héroe o villano, como salvador entrenado o improvisado, o como transmisor de enfermedades. Y este también parece un gozque. O mejor,  los gozques parecen perros criollos colombianos.

Es decir, que si se ve como gozque, suena como gozque y camina como gozque… es  un perro criollo colombiano. Pero no parece aceptable llamar gozque al gozque. Supongo que se pueden ofender. La palabra no es adecuada para escenarios cultos. O es difícil de insertar en el mundo globalizado.

O simplemente es uno más de esos términos que por criterios basados en la moda, la influencia extranjera, el esnobismo o la vergüenza de aceptar lo que somos se cambian sin  ninguna necesidad.

Así fue como los fracasados se volvieron perdedores (traducción del anglicismo loosers); en los hoteles la gente dejó de registrarse para hacer check in, las historietas pasaron a llamarse cómics; la gente ya no divulga temas sino que los socializa y cuestiones como estas se volvieron adecuadas para organizar conversatorios.

Por si las moscas, le sugiero prepararse. La próxima vez que un can de los mencionados  lo importune en la calle, no se le ocurra decirle “chite gozque”. No señor, hay que decirle: “Vete de aquí, perro criollo colombiano”.

martes, 22 de noviembre de 2016

Tómese uno de esos

En Colombia, en su casa y en la mía, a ese café que uno se bebe en la mañana y a lo largo del día se le llama tinto. Lo mismo pasa en las cafeterías, los espacios laborales, las tiendas y las panaderías. Eso es lo que vende el señor o la señora de los termos. Eso es lo que por tradición le ofrecen a uno cada vez que atraviesa una puerta.  El que no se le niega a nadie: ¿Se toma un tintico?

Solo por dármelas de historiador, economista y sociólogo voy a recordar que Colombia tiene una larga tradición de cultivo, exportación y consumo interno de café. Pero un día la bebida se subió de estrato. Empezaron a venderla en tiendas elegantes. Con variantes  medio exóticas. Y caras. Muy caras. Esos negocios ofrecen múltiples variedades o preparados alrededor de nuestro grano nacional. Con nombres para cada uno. Muy creativos algunos. Entre esa enorme oferta comercial, faltan dos opciones. No hay tinto. No hay café con leche.

Hagan la prueba. Acuda a una de esas cafeterías donde venden café pero no se llaman cafeterías sino tiendas o cafés o “coffee bar”. Mientras reflexiona sobre el anterior trabalenguas, mire el menú. Sí, tienen menú. Impreso y plastificado, como aviso sobre la zona de despacho o –tendencia reciente– escrito con tiza de colores sobre un tablero o pared. Como tablero de restaurante pero con toque alternativo para cazar intelectuales.

Dos nombres brillarán… por su ausencia. Por mucho, a veces, estarán entre paréntesis, a manera de explicación. Con letra pequeña, como con vergüenza. Me refiero al tinto y al café con leche. Al primero le dirán americano, tradicional, café negro, expresso y al que combina con lácteo  “latte”.  Y lo más simpático del asunto es que uno pide un tinto o un café con leche y el despachador entiende. Pero por escrito no puede quedar. Da como pena. La pregunta es: ¿pena con quien?

Está bien. Quien quita que algún día el local que los cuatro amigos montaron cerca a una universidad se vuelva multinacional. O el caso contrario, siempre existe la posibilidad de que un turista se descache y aterrice en algún negocio de esos. Por eso es que el producto debe tener una denominación “internacional”. O algo así.

Contraataque

El asunto iba cogiendo cara de otra derrota cultural por cuenta de la globalización. Pero en una tienda de barrio revivió la esperanza. Estos negocios solían tener su greca. Las empresas grandes les han ofrecido una opción. Una máquina en comodato –como los enfriadores de las gaseosas o las neveras de las empresas de lácteos y embutidos–. La máquina, debidamente identificada con propósitos publicitarios,  prepara diferentes opciones de café y otras bebidas calientes.

Su diseño es sencillo y su operación también. Solo se aprieta un botón, que tiene a su lado el nombre de la bebida. Terminología  internacional, por supuesto. El aparato forma parte de una familia que incluye modelos con autoservicio.

En el que vi en la primera y luego en muchas tiendas, así como en otros negocios, los nombres rebuscados desaparecieron.¿Cambios en el diseño? ¿Nacionalismo corporativo?

No. Letreros hechos a mano y fijados con cinta pegante sobre lo preimpreso en el artefacto. Artesanal, si se quiere. Pero práctico.  El tinto se llama tinto. El café con leche, café con leche. Tómese uno de esos. Sin pena. Se llaman así.

jueves, 17 de noviembre de 2016

En defensa del arte universal

El mundo de las bellas artes nunca sabrá de la que se salvó. Cualquier admirador de la expresión estética, creativa o pictórica tiene mucho por agradecer.  Aunque la profe Cubillos, en principio, no estaba tan segura.

Ella era, a la vez, estudiante de arte en universidad pública y profesora de lo mismo en colegio privado. Sabía que era casi imposible que entre sus alumnos hubiera un Picasso, pero, y esto es importante, consideraba que todos tienen un mínimo de habilidad para el arte. Y todos son todos.

Al otro lado estaba Monroy. Buen tipo él. Aunque le perdimos la pista hace rato, actualmente es un exitoso empresario en el gremio del alquiler de maquinaria pesada o algo así. Se podía definir como estudiante promedio. Hábil para algunas materias, no tan hábil para otras y absolutamente negado en ciertos ámbitos.

Esto pasó en tiempos pedagógicos distintos a los presente, donde todo lo relacionado con el alumno debe incluir opiniones de padres, asesores, psicólogos, Ministerio de Educación y, a veces, profesores y estudiantes. En esas épocas la familia depositaba al niño en el colegio y lo retiraba graduado de bachiller. Los dos ámbitos (parientes y educadores) solo coincidían en la entrega bimestral de notas y la sesión solemne

Volvamos a Monroy y sus competencias. Específicamente a la del arte. Era único. Excepcional. Singular.  Nunca, en toda la historia, una sola persona había reunido tantas habilidades para hacer las cosas… mal. Planchas torcidas y asimétricas. Dibujos deformes. Pintaba una silla y parecía un extraño organismo unicelular. Distorsionaba todo, hasta lo que calcaba. No en un tono surrealista. Simplemente chueco. Y feo.

En lo que antes se llamaba primaria –1 a 5– y en los dos primeros años de bachillerato (6 y 7 en términos actuales), el hombre se benefició del realismo del sistema educativo. En cierta forma fue un pionero de la promoción automática. Lo pasaron porque era evidente que no daba más. Hasta cuando la materia de la discordia pasó de obligatoria a vocacional. El colegio respectivo abrió su pénsum en dos opciones; una para los creativos (dibujo) y otra con un oficio medio olvidado en la actualidad, pero muy útil en otros tiempos: taquigrafía, la técnica para escribir tan rápido como se habla.

La decisión lógica, normal, coherente e inteligente para Monroy era escoger taquigrafía. Pero como buen adolescente, en él escaseaban la inteligencia, la coherencia y la lógica. Es decir, lo que podía definirse como normal entre sus contemporáneos. Por eso, y por seguir al lado de su grupo de amigos, optó por la clase de arte con la profe Cubillos.

A ella le advirtieron que ese muchacho no tenía nada que hacer en su curso. Pero ella, que sí era coherente,  insistió en que todos pueden ser artistas. En cierta  forma, lo tomó como un reto. Y asignó un primer trabajo para desarrollar durante la clase.

El resultado lo dejamos a la imaginación del lector. Pero le contamos que a lo largo de la hora la profe transitó entre los pupitres, lanzando uno que otro consejo. A Monroy le hizo par sugerencias. Y seamos justos: él intentó ponerlas en práctica. Poco antes de que sonara la campana Cubillos pidió que le entregaran los trabajos. Cuando llegó el de Monroy le bastó una mirada para darse cuenta de que en nombre de cualquier criterio estético mínimo y de su obligación moral como artista tenía que hacer lo que hizo.

Miró la hoja, miró al autor y en tono de sugerencia ordenó: “Pásese a taquigrafía”.

martes, 15 de noviembre de 2016

Ofrécese analista oficios varios

El tipo era lo que llaman una voz autorizada. Por su experiencia, su conocimiento y sus antecedentes. Pero de autoridad pasó a hazmerreír. Quienes lo admiraban lo miran feo y le aplican ese tratamiento destinado al pariente enfermo, al mendigo y al perro cojeante. El “pobrecito” en el mejor de los  casos.

Al tipo, de hecho, le tocó reinventarse, como dicen ahora. Y no es solo desarrollar competencias en otro oficio, sino asimilar conceptos nuevos. La humildad, por ejemplo. Aceptar los fracasos. Perder. 3 a 0, para ser precisos. 

Comenzó con los ingleses, beneficiarios directos de la Unión Europea.  Un país de gente inteligente que no iba a comerle cuento a un grupo de populistas. Por  ejemplo a los que dijeron que había que salirse la Unión Europea porque… Bueno, nunca se supo exactamente por qué, pero era algo así como que todo lo malo que le estaba pasando a los británicos era por culpa de este tratado que los integraba con el resto del continente.

Luego vinieron los colombianos, donde el susodicho jugaba de local. Esta era más fácil todavía. Se trataba de poner en la balanza la posibilidad de acabar con medio siglo de guerra interna frente a una sucesión de afirmaciones que podía dividirse entre las que no tenían nada que ver, las que surgían de intereses personales y las que, aunque válidas, eran demasiado complejas para que influenciaran al hombre común.

Y por supuesto, el gringo con cara de mal genio, una especie de comadreja en el cabello y su inacabable sucesión de bestialidades verbales. Ese que carecía de cualquier opción como político. Nadie iba a votar por semejante payaso quien, además, cada vez que hablaba se indisponía con grupos específicos e influyentes de su país.

En los tres casos el tipo no desaprovechó momento para dar a conocer sus opiniones. Concluyentes. 

1.- No había oportunidad de que los compatriotas de Shakespeare y los Beatles le dieran la espalda a Europa. 

2.-  Ninguna nación en el mundo iba a desperdiciar la alternativa histórica de poner fin a un conflicto interno que la había desangrado durante años. La mayoría acudiría a ratificar ese acuerdo, bendecido por la comunidad internacional. 

3.- Solo era cuestión de tiempo para que el payaso gringo se ahogara en su propio discurso. Aunque lograra un par de victorias, la derrota era parte de su esencia.

Adicionalmente, contaba con el respaldo de los oráculos del siglo XXI: las encuestas. No solo era lo que él pensaba, era la opinión de la gente, medida científicamente. 

Sabemos lo que pasó. El brexit ganó y a los ingleses les toca salirse de la Unión Europea. En Colombia ganó el no y estamos en la fase de maromas a ver qué se puede hacer. El payaso gringo tendrá un trabajo nuevo a partir del otro año: presidente de los Estados Unidos.

Dice la teoría que las posiciones políticas de la gente maduran hasta generar manifestaciones como marchas callejeras, las cuales obligan al poder a convocar elecciones. Pues bien, aquí sí se han dado las marchas, pero después de las elecciones. Claro que el tipo ya no se preocupa por detalles como ese. Él revisó su currículo y empezó a promocionarse con el siguiente texto: “Pongo a su consideración mi capacidad profesional y laboral para desempeñar cualquier actividad que considere conveniente. Favor no tener en cuenta mi experiencia reciente y formación”. 

Versión corta: “Ofrécese analista político para oficios varios”.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Zona de lectura

El documento era un mal necesario. Tocaba leérselo. Pero cada palabra, oración y párrafo estaban allí con un fin claro:  espantar al lector de turno. El autor había elegido cuidadosamente todos los recursos para lograr efectos somníferos. Manejaba un estilo pseudointelectual insoportable. Tenía más citas que una casa de las que sabemos. Y era largo con tendencia a eterno.

Matías, el lector, no purgaba cadena perpetua ni vivía en una isla solitaria. Por tanto, disponía de abundantes tentaciones frente al desproporcionadamente largo, latoso, pesado y confuso mamotreto. Todos los intentos –madrugada, trasnochada, parque, encierro, comedor, sala, baño, estudio– habían sido derrotados por alguna alternativa que lo alejaba de la concentración necesaria para asimilar el contenido del ladrillo.

Mientras la fecha final se acercaba peligrosamente, la cosa se iba poniendo urgente. La primera conclusión fue que no había posibilidad de avance mientras jugara de local. Era imperativo alejarse de territorios conocidos con influencia –real o posible– de amigos, parientes, vecinos, novia y demás distractores. También era obligatorio poner espacio entre cualquier dispositivo de entretenimiento –léase PC, teléfono, radio, televisor, crucigrama, Condorito, cubo de rubik o similares– y el sagrado rito de la lectura.

En la pesquisa por un escenario adecuado, el subconsciente comenzó a susurrar extrañas palabras. Algo así como biblia, bibliografía… biblioteca. Eso. Biblioteca. Voces de tiempos lejanos hablaban de sitios diseñados para sumergirse en el mundo de las letras. El siguiente paso fue teclear la palabra mágica en el buscador. Lotería. No muy lejos de su casa había una. Y de las poderosas. Resulta que los espacios amplios, acogedores y cómodos no eran patrimonio de los centros comerciales. Incluso contaba con una zona bautizada y al parecer diseñada acorde con sus necesidades, la sala de lectura. Un enorme, amplio y cómodo salón donde había sillas, mesas y… computadores.

Entre los servicios del centro cultural estaba la conexión gratuita a Internet.  Para evadir esa tentación Matías descartó la sala principal y empezó a recorrer las instalaciones. El asunto mejoró. En los pasillos encontró sillas. Cómodas ellas. Grandes. Incluso un poco aisladas. Solo era cuestión de escoger una y sumergirse en el documento de marras. El desafío lector, por fin, parecía tener un final feliz.

La cosa funcionó tan bien que logró aislarse del entorno. Por eso no se percató de la presencia. Era un grupo de personas, unidos por algún interés común que poco a poco fueron llegando. Sumergido en su lectura, Matías ignoró la conversación. No vio como se apoderaron de las demás sillas mientras sacaban cosas de los paquetes de supermercado. Tampoco notó a la señora de la caja, ni cuando sacaron el ponqué, ni la vela encendida. Pero lo que no pudo ignorar fue el destemplado coro del “happy birthday to you…”

Y cuando constató que justo ese día, en ese sitio, a esa hora el grupo de informática básica de la biblioteca había decidido homenajear a su profesor, aprendió que el centro cultural también servía para actividades sociales, que ciertas áreas de la biblioteca no eran garantía de silencio y que la lectura del documento de marras acababa de embolatarse... otra vez. 

El  tipo no peleó, no intentó reubicarse, ni siquiera trató de retomar de nuevo el texto, pero la cara que puso fue tan, pero tan, pero tan…

…que le dieron ponqué.

martes, 8 de noviembre de 2016

Cuestión de precio

La conversación la escuché en la fila. Una fila larga, común en ese negocio. El tono de los dialogantes era de indignación. En parte porque la vehemencia de los conversadores hacía difícil ignorarlos, y en parte porque no tenía nada mejor que hacer, opté por  escucharlos. No fui el único. De hecho, un par de personas en la fila hicieron comentarios aprobatorios.

El tema no era nuevo. Hace días venía oyendo o leyendo alusiones al mismo. Al parecer existe un celular –teléfono inteligente, para ser precisos–, que podría llegar a costar cinco millones de pesos. Finalmente la cuenta quedó en cuatro. Millones. En serio.

Parece haber muchas personas interesadas en el tema. No solo interesadas. Escandalizadas. Como los contertulios de la fila. No dudaron en calificarlo de robo y abuso. Aseguraron que no era justo, culparon al sistema tributario nacional, hicieron desventajosas comparaciones con otros países, y dedicaron poco agradables adjetivos a la empresa que fabrica el equipo en mención.

Yo no sé cuanto vale un Rolls Royce. Tampoco sé cuanto vale un Rólex, o un vestido de alta costura de la pasarela de Paris. Sigo con mi ignorancia en materia de precios. Champaña Dom Perignon. Una noche en el hotel ese que queda en Arabia que parece una vela. Un plato en el restaurante del español famoso. La boleta para la ópera en el Scala de Milán. Una cartera en algún negocio de la Quinta Avenida de Nueva York. Lo que sí sé es que todos y cada uno de esos productos o servicios son carísimos, finísimos y sencillamente están lejos de mi alcance.

Por eso no me transporto en Rolls Royce sino en bus, mi reloj lo compré en un todo a 10 mil, mi familia adquiere su ropa en almacenes de cadena, tomamos vino de caja, pasamos vacaciones en cajas de compensación, las salidas a comer son de pollo asado, no vemos ópera en Milán (ni en Colombia) y las carteras de mi señora son de feria artesanal.

No veo ninguna razón de peso para cuestionar a quienes distribuyen su presupuesto de otra manera. Solo hay algo que no entiendo. Si algo les parece tan caro, ¿por qué simplemente no compran otro modelo o marca en vez de indignarse?

Reconozco que estuve tentado a fijar mi posición de manera explícita frente a los conversadores de la fila. Por supuesto que no lo hice. Además, ellos tampoco se estaban quejando por el alto costo de los Rolls Royce, los Rolex, la champaña Dom Perignon y el plato en el restaurante famoso del español (El Buli, creo que se llama).

La hilera avanzaba rápidamente. Es una de las ventajas de estos formatos ubicados en un punto medio entre tiendas y supermercados. Esos donde no dan bolsas, la decoración es mínima, la publicidad no existe y tienen otra serie de particularidades que permiten ofrecer precios mucho más bajos que los que ofrecen los proveedores tradicionales.

Un buen sitio para ahorrarse unos pesos comprando productos baratos de marcas no tan conocidos, y para indignarse públicamente por el precio de un producto costoso de una marca conocida.

Aquí hay algo que no cuadra.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Condoritest

El pajarraco más popular de Latinoamérica tendrá película dentro de un año. Por lo menos ya tiene trailer. En 1949 apareció por primera vez en la revista Okey de Chile, y de ahí voló –editorialmente hablando-  por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Centroamérica y, por supuesto, Colombia. Y como lo revelan las estanterías y góndolas de los cada vez  más escasos sitios donde venden revistas, ahí sigue. 

Antes de caer en medio de un “plop”, exijo una explicación. O mejor, 50 explicaciones. Si usted es un Condoritólogo clásico, será capaz de responder a las siguientes 50 preguntas.

Las fáciles
1.- ¿Cómo se llama el pueblo de Condorito?
2.- ¿Cómo se llama el pueblo vecino y rival al de Condorito?
3.- ¿Cuál es el eterno clásico de fútbol al que Condorito asiste en calidad de jugador, árbitro, técnico o público?
4.- ¿Cómo se llama el “cumpa”?
5.- ¿Cómo se llama la novia?
6.- ¿Cómo se llama la suegra?
7.- ¿Cómo se llama el suegro?
8.- ¿Cómo se les dice familiarmente a los suegros?
9.- ¿Cómo se llama el sobrino?
10.- ¿Cómo se llama el rival?

Más difíciles
11.- ¿Cómo se llama el restaurante?
12.- ¿Cómo se llama el bar?
13.- ¿Cómo se llama el periódico?
14.- ¿Cuál es el lema del periódico?
15.- ¿Cómo se llama el argentino?
16.- ¿Cómo se llama el caballo?
17.- ¿Cómo se llama el loro?
18.- ¿Cómo se llama el perro?
19.- ¿Cómo se llama el más “inteligente” de los personajes’
20.- ¿Cómo se llama la sobrina de la novia?

Para expertos
21.- ¿Cómo se llama el más “sobrio” de los amigos?
22.- ¿Cómo se llama el tercer calvo, descartando a Condorito y al sobrino?
23.- ¿Cómo se llama el que usa “african look”?
24.- ¿Cuál es la frase con la que don Chuma siempre apoya a Condorito?
25.- ¿Cómo le dicen al rival?
26.- ¿Cómo se llama la sección que durante muchos años estuvo en la mitad de la revista?
27.- ¿Cómo se llama el más “generoso” de todos?
28.- ¿Cómo se llama el que siempre está sonrojado?
29.- Un personaje que empieza por F amigo de Condorito.
30.- El medio de transporte más común para ir a la población vecina.

Para historiadores
31.- ¿Cual era el grafiti que aparecía en las primeras historietas?
32.- En las primeras revistas había un personaje muelón. ¿Cómo se llamaba?
33.- ¿Cómo se llamaba el judío?
34.- ¿Cómo se llama el asesino, al que normalmente Condorito defiende en calidad de abogado?
35.- ¿Cuál es la marca de vino?
36.- ¿Cómo se llama un personaje que siempre anda pidiendo plata prestada?
37.- ¿Cuál era la marca de gaseosa?
38.- ¿Cuál era el lema de la marca de gaseosa?
39.- ¿Cómo se llama el hotel?
40.- ¿Cómo se llamaba el personaje boliviano?

Para investigadores
41.- ¿Cómo se llamaba el personaje que no tenía brazos ni piernas?
42.- ¿Cuál es el nombre real de Pepo?
43.- ¿Qué caracteriza al Condorito loco?
44.- ¿Cual es el insulto más común en las historias de Condorito?
45.- Describa la vestimenta básica de Condorito.
46.- Cómo se llama el niño genio.
47.- Cómo se llama la otra ciudad vecina.
48.- El hijo de Ungenio.
49.- Cuales personajes aparecen casados en más ocasiones.
50.- Cómo se llama el sacerdote.


Respuestas
1.- Pelotillehue.
2.- Buenas Peras.
3.- Pelotillehue F. C. vs Buenas Peras F.C.
4.- Don Chuma.
5.- Yayita.
6.- Tremebunda Vinagre.
7.- Cuasimodo Vinagre.
8.- Doña Treme y Don Cuasi.
9.- Coné
10.- Pepe Cortisona.
11.- El Pollo Farsante.
12.- Bar el Tufo.
13.- El Hocicón.
14.- Diario pobre pero honrado.
15.- Che Copete.
16.- Mandíbula.
17.- Matías.
18.- Washington.
19.- Ungenio.
20.- Yuyito.
21.- Garganta de Lata.
22.- Huevoduro.
23.- Cabellos de Ángel.
24.- No se fije en gastos compadre.
25.- Saco de Plomo.
26.- Panamericana.
27.- Máximo Tacaño.
28.- Tomate.
29.- Fonola.
30.- Tren.
31.- Muera el Roto Quezada.
32.- Chuleta.
33.- Don Jacoibo.
34.- Chacalito.
35.- Santa Clota Tres Tiritones.
36.- Juan Sablazo.
37.- Pin.
38.- Tome Pin y haga Pun.
39.- Dos se van tres llegan.
40.- Titicaco.
41.- Cortadito.
42.- Rene Ríos Boettiger.
43.- Los círculos concéntricos en los ojos.
44.- Jetón.
45.- Camiseta, pantalón con parches y sandalias.
46.- Mateíto.
47.- Cumpeo.
48.- Genito.
49.- Garganta de Lata y Ungenio.
50.- Venancio.

Repaso
Si usted exige una explicación del porqué un cóndor sin alas es el personaje de historieta más popular de América Latina, entonces debe conocer a Pepo, su creador, quien falleció en el 2000.

Condorito nació en 1949 de la pluma del dibujante chileno René Ríos Boettiger, un médico potencial que cambió el bisturí por la pluma y el estetoscopio por la tinta. Después de incursionar en diversas publicaciones fue creando personajes, unos políticos, otros picaros. Cómo respuesta a un programa de Disney que hacía una representación poco amable de Chile, hizo nacer a Condorito, quien poco a poco se fue rodeando de ese mundo de personajes y ambientes que lo han ido incluyendo – a su manera – dentro de la mitología moderna de Latinoamérica.

martes, 1 de noviembre de 2016

Pajarraco

Queda en algún punto entre la Patagonia y Ciudad Juárez. Es una ciudad de mediano tamaño o un pueblo grande. Sabemos que cuenta con equipo de fútbol propio, restaurante, bar y hotel, entre otros servicios. Pero lo que realmente nos interesa son sus habitantes. Rebuscadores, sin empleo fijo, a veces pícaros y cambiantes de acuerdo con las circunstancias externas.

El único que parece tener empleo fijo es un carpintero caracterizado por un eterno cigarrillo humeante en la boca. La estabilidad económica no es patrimonio local, como ya vimos. Tal vez solo la disfrutan cierto personaje –pesado él– cierta familia de hija única y cierto empresario fácilmente identificable por un estado permanente de restricción de gastos.

Un rápido recorrido por la fauna local nos muestra alguien cuya inteligencia es inversamente proporcional a su nombre; los dos extremos en materia de situación capilar; un aficionado a la dieta de felino (no a comer lo que come el felino, sino a comerse al felino); un argentino vestido como cantante de tangos; un boliviano vestido como la gente se imagina que deben vestirse los bolivianos y un sujeto bajito y barrigón en estado de rubor permanente.

Pero todos ellos son personajes de reparto frente a quien, sin lugar a dudas es la luminaria local. Local no. Internacional. Porque su fama ha ido más allá de las fronteras de ese pueblo grande, al punto de ser un símbolo en prácticamente todos los países de habla hispana a este lado del Atlántico (gringolandia incluida).

No ha sido por sus obras, evidentemente. Aunque prácticamente ha incursionado en todas las profesiones, no se le conocen aportes valiosos en ninguna. En cambio tiene una larga colección de errores, embarradas y fracasos debidamente documentados en sus desempeños laborales. Pero la mayor parte del tiempo está en algún punto entre vago y desocupado. Su eterno atuendo de camiseta,pantalón remendado y sandalias refuerzan esta idea. Atuendo que por cierto no es una concesión a la descomplicada moda actual, sino una imagen coherente desde 1949, cuando el mundo lo conoció.

Bueno, primero lo conoció Chile, su país de origen. De ahí saltó al resto de un continente que se ha visto reflejado en sus historias, su humor, sus personajes y -aquí viene la justificación de este texto- la película que lo llevará a la pantalla grande en el 2017, cuyo trailer fue divulgado hace pocos días.

Así que en las Amilcaradas declaramos oficialmente esta semana la semana de Condorito, personaje ilustre de Pelotillehue. Reconocimiento más que merecido a la única historieta que sobrevivió la edad de oro de nuestra infancia y que, dicen, hace no mucho llegó a ser la de más circulación en Colombia. Es la coyuntura ideal para rendir homenaje a nuestro pajarraco favorito, a la tan sexy como paciente Yayita, a la insoportable Doña Tremebunda, al noble Don Chuma y –por supuesto- al saco de plomo de Pepe Cortisona.

Nos declaramos oficialmente a la espera de la premier mundial del filme de nuestro héroe, anunciado para octubre del 2017. Y cerramos esta nota de la única forma posible.

¡Plop!

jueves, 27 de octubre de 2016

Un tipo feliz y desconectado

Sánchez usa un teléfono bruto –léase flecha– para comunicarse. Carece de redes sociales y jamás ha tenido un sistema de video doméstico. Oye música en un viejo transistor portátil que lo acompaña desde hace años. Lo más curioso de todo es que el hombre parece un tipo feliz. Ah, y un pequeño detalle. No tiene televisor. 

Sánchez –­hoy jubilado– ocupa su tiempo libre en largas horas de lectura; cine en sala con crispetas y gaseosa; visitas y encuentros con viejos amigos. Ese tranquilo sujeto poco se relaciona con su versión de años atrás. Joven y ambicioso, al conseguir su primer empleo dejó la casa paterna. Aterrizó en un apartaestudio que dotó con una mezcla de donaciones, herencia e inversión. Así se hizo de cama, nevera, sillas y mesa (plásticas); y unos anaqueles metálicos que se convirtieron en estantería  multiusos.

Ahí vino el primer choque. Se acabó la plata para dotación. Ese primer sueldo no era ninguna maravilla, y Sánchez empezó a darse cuenta de que elementos de uso diario como papel higiénico,  jabón, crema dental, y, sobre todo, comida, no se materializaban mágicamente en los estantes, cajones y nevera. Había que comprarlos. Y pagar cuentas. Y arriendo. En ese contexto lo que no había era plata para comprar un televisor.

Cotizó múltiples modelos y marcas, todos lejos de su capacidad de pago. Pasó por negocios especializados, almacenes de cadena y casas de empeño hasta llegar al primo. Ese que tenía un viejo televisor sin usar y la disposición de venderlo por un costo mínimo. Un costo mínimo plenamente justificado. Era un aparato pequeño, con imagen a blanco y negro, y, por supuesto, nada ligeramente parecido a un control remoto.

Pero como peor es nada, el primo consiguió cliente y Sánchez televisor. Primera lección, una cosa es tener televisor y otra tener televisión. El aparato prendía, pero no sintonizaba por aquello de la antena. En muchos edificios existen antenas comunitarias. Donde Sánchez vivía no.

Son los años 80 del siglo pasado. La televisión por cable apenas está comenzando y es un lujo. Existen tres canales públicos cuyos equipos de emisión quedan en distintos cerros. Una antena en el techo puede cogerlos simultáneamente, una antena portátil requiere orientación diferente para cada canal. 

Sánchez hizo pruebas de ubicación hasta encontrar un sitio con una señal relativamente decente. El entrepaño superior de la estantería. La antena tuvo que reforzarse con gancho metálico de ropa. Manipular el aparato era fácil. Se acercaba una silla a la estantería donde Sánchez se subía con el fin de alcanzar el receptor. Para encender, apagar, modificar volumen o ajustar la calidad solo era mover la perilla respectiva. Para sintonizar un canal se giraba la perilla y se movía el televisor, se giraba la antena y se torcía el gancho hasta lograr una imagen… aceptable.

El hombre se aguantó un par de días en este plan hasta pasar a las medidas drásticas. Primero, se casó oficialmente con un solo canal. Segundo, consiguió una extensión con interruptor que permitía cortar la corriente a voluntad. Cuadró el volumen a un nivel aceptable. Se dispuso a disfrutar de la tecnología del siglo 20 cuando se enredó en el cable y jaló el televisor, el cual cayó desde la parte de arriba de la estantería.

Y mientras veía la carcasa inútil y los pedazos de pantalla regados por el piso, Sánchez entendió sus opciones. Pasarse el reto de su vida buscando soluciones tecnológicas o desconectarse de lo que no fuera absolutamente necesario. Escogió. Hoy es un tipo feliz.

martes, 25 de octubre de 2016

La comida pasa al tablero

Para que yo exista solo se requieren unos marcadores borrables. Y alguien con letra aceptable. Puede ser mesero, cocinero, pariente, propietario o administrador. Vale combinar. Una buena ortografía es deseable pero no obligatoria. El cliente sabe que la “abichuela”, la “aullama” y la “enzalada” son iguales a la habichuela, la auyama y la ensalada. Se ven igual, saben a lo mismo y, lo más importante, cuestan igual.

Puedo estar colgado de una puntilla en la fachada. O invadiendo el poste de enfrente. O atravesado en medio del andén en algún soporte ingenioso diseñado por mis propietarios. Cuando no invado el espacio público paso las noches en un rincón al lado de la cocina. Me renuevan dos veces al día. A veces tres. En la mañana, temprano, me llenan de caldo con costilla, huevos al gusto, café, chocolate, tamal y combinaciones por un precio módico que se actualiza más o menos cada seis meses.

Mi momento estelar es poco antes del mediodía. Primero hay que borrar –casi nunca con borrador, más bien con trapo de cocina–. Entonces comienza el llenado con la lista de las carnes. Pollo, carne y lo demás. Las dos sopas del día, los principios (frijoles y otros dos), y el jugo ocupan mi superficie, terminando en el precio. A veces incluyo los infaltables  (papa, arroz, plátano y ensalada) según el espacio disponible.

Clasifico para la tercera edición cuando ofrezco servicio de comida. O cuando en las tardes pongo a disposición de mi hambrienta clientela papa rellena, empanada, buñuelo, pandebono –con o sin bocadillo–  pastel de hojaldre o algún otro alimento ligero, dietético y saludable.

Tengo lo que llaman una familia extensa. En todos los estratos. Mis primos de estrato 6 son los menús –o cartas– de los restaurantes elegantes. Publicaciones con tremenda portada, hermoso diseño, color, fotos y muchísimas páginas. A medida que  los precios bajan la presencia del menú también, hasta llegar a la fotocopia del restaurante del chino de la esquina. En el medio está la hoja plastificada y la elegante carpeta con páginas intercambiables que le ahorran al negocio nuevas portadas cuando se modifica el menú.

Otros parientes son los avisos ubicados sobre la cabeza del despachador en restaurantes de lo que llaman comida rápida. Con la foto que jamás se parece a la comida real, el nombre rimbombante y, por supuesto, el precio.

El primo desechable es la cartulina que normalmente contiene la misma información que yo, pero al terminar el día termina también su vida útil. La versión de larga vida son siete carteleras diferentes, una para cada día de la semana, que rotan constantemente hasta que haya cambios dramáticos en el menú, o el papel ya no dé más.

Dicen –a mí no me consta– que a la familia han llegado versiones de alta tecnología. Que la gente se conecta en sus dispositivos móviles para ver la oferta del día, y hacer la petición respectiva sin intervención directa del ser humano. Allá ellos. Yo seguiré trabajando para los que no tienen la tecnología, el tiempo, el estómago o la disposición mental o la plata para restaurantes elegantes, de cadena o, como dicen ahora, de autor.

Soy un guerrero. Trabajo para un negocio de combate. Soy la vitrina del menú del día.  Le anuncio al mundo el ejecutivo, el corriente y el especial. Soy un tablero de restaurante.

jueves, 20 de octubre de 2016

Cuestión de garra

En grandes ciudades existen personajes como González. Eficiente oficinista y abogado en potencia, pasaba 15 de las 24 horas del día fuera de su casa. Dos en un bus (una de ida y otra de vuelta) ocho en la oficina y cuatro en la facultad nocturna de derecho.

La hora que falta en la cuenta es el momento culminante de la jornada diaria. El almuerzo. 60 minutos destinados al pequeño placer del menú ejecutivo. Como en la variedad está el gusto, González tenía diseñado un cronograma que le permitía cambiar de restaurante diariamente, sin repetir plato en la respectiva quincena.

El momento supremo venía el jueves de la segunda semana, cuando en el negocio del paisa preparaban los fríjoles con pezuña. Su obsesión por las extremidades del marrano venía de la infancia y El Paisa siempre le reservaba un buen pedazo de “garra”.

Pero el colesterol no perdona, y un día la sentencia vino a manera de recomendación médica. Si quería un corazón útil, había llegado el momento de cambiar la dieta. Y entre los hábitos que pasaron a prohibición, los fríjoles con pezuña figuraban de primeros en la lista.

González era buena muela, pero estaba interesado en llegar a viejo. Así que consideró un deber con su estómago despedir el plato paisa con altura, programando, para ese jueves, la frijolada final.

Ahora; como buen oficinista, nuestro héroe de colesterol alto nunca almorzaba solo, sino con sus compañeros. Y de vez en cuando - ese jueves, por ejemplo - se adhería al grupo Myriam, secretaria de gerencia, y amor platónico de González.

Myriam, obsesionada con su figura, casi no comía. Pero al ver los fríjoles se antojó, aunque de entrada advirtió que no era capaz de despachar un plato ella sola.

González vio su oportunidad de oro para ganar méritos y se ofreció a ceder parte de su ración - la cual, como pueden imaginarse, era enorme -. Instruyó al mesero, quien trajo dos platos en vez de uno. Y este, sin prestar mayor atención, sirvió el recipiente donde estaba la pezuña en el puesto de Myriam.

González, deseoso de impresionar a su amada, fue incapaz de pedir cambio. Pero la esperanza renació cuando la secretaria arrasó los frijoles sin tocar la extremidad de marrano. Al terminar, miró a González y le preguntó, mientras señalaba la provocativa pezuña.

“¿Será que llamas al mesero y le pides que me empaque esto? A mi novio le fascina”.